Beetlejuice

Dedicado a Winona Laura Horowitz

Winona Ryder como Lydia Deetz


UN GATO CONTRA UN FANTASMA

Capítulo 3: Bettlejuice

Luego de la cena, la cual transcurrió sin contratiempos, me puse muy nervioso, sabía que mi ama trataría de ingresar al No Mundo para buscar a los fantasmas y si se enteraba de la forma en que fueron expulsados de la casa. Me sentí culpable, reconocí que me comporte como un auténtico malvado, pero esos fantasmas querían desalojar a mi ama de su casa, además, intuía que eran tan estúpidos como para invocar a algo peligroso para realizar el trabajo sucio por ellos, un peligro real como indicaba el manual. Pensé en ir al No Mundo, pero el transcurrir del tiempo era tan distinto en ese lugar que deseché la idea. En eso, una mujer anciana apareció de la nada.

Pegué un gran brinco del susto, puede que peleé con entidades malignas, pero nunca vi a alguien aparecer de la nada de forma instantánea.

―¿Es usted el señor Percy? —preguntó una mujer tan anciana, que pareciera que estuviera a punto de desmoronarse.

―Sí, yo soy Percy.

―Un placer, me llamo Juno y estoy a cargo del Departamento de Alojamiento No Permanente y Relaciones Entre el No Mundo y el Mundo, vengo a hablarle sobre los Maitland. Escuché que fueron desalojados de esta casa, casa que deberían habitar por al menos trescientos años antes de reubicarlos en No Mundo.

Tragué saliva y empecé a excusarme, por fortuna, Juno, aunque contrariada, respetaba las reglas que me daban la facultad de expulsar a los Maitland. Resulta que los fantasmas infringieron varias reglas, como el tratar de espantar a los residentes vivos de la casa, dejar abandonado el manual, y el hecho de que como ellos mismos confesaron, estaban tentados de invocar a un ente peligroso para espantar a los Deetz. Esto último fue lo que hizo decidir a Juno que los Maitland fuesen reubicados a otra casa.

Me sentí aliviado y le pedí a Juno que evitase que Lydia se encontrase con los Maitland. Ella me aseguró que con el nivel de magia que ella poseía, por el momento, sería imposible que ingresase a No Mundo, no sin ayuda de algún fantasma y todos ellos sabían que eso estaba prohibido. Sólo había un problema: Lydia debía entregar el manual, no había opción, debía dejar mi máscara de gato común y corriente y hacerle saber a Lydia que poseía poderes mágicos y que podía hablarle.

―Bien, ya que todo está decidido, le pido que me acompañe a No Mundo en este momento.

―No puedo ir allí, el tiempo transcurre de forma extraña en ese lugar, lo que me parecería un momento, de seguro sería bastante tiempo aquí.

―Me temo que no hay alternativa, cuando decidió que los Maitland desalojaran la casa, tuve que ocuparme de mucho papeleo, papeleo que quiero que usted lea antes de firmar.

―Pero yo no sé leer.

―De eso no se preocupe, ahora acompáñeme que no dispongo de mucho tiempo.

Una luz pareció envolverme y de pronto me encontraba en No Mundo, de hecho, para ser más específico, en la oficina de Juno. La oficina podría definirse como caos organizado, montones de filas de papeles se acumulaban en los rincones. Juno me indicó que saltara sobre una mesa en cuyo costado había una fila de documentos que se supone yo debía leer y firmar.

―Use esto por favor —me indicó, entonces, ella me puso una especie de casco que más parecía una especie de escafandra de buceo antigua. El artilugio era muy incómodo, pero descubrí que cuando fijaba la vista en algún documento, dentro del casco podía escuchar una voz como si me leyeran los documentos. En un principio pensé en lo absurdo de la situación, ya que bien podría alguien leer el documento por mí, pero descubrí que el casco hacia que yo comprendiese a la perfección toda la terminología legal y no necesitase de realizar pregunta alguna, con lo que se ahorraba montón de tiempo.

Leí lo más rápido posible y firme cada uno de los malditos papeles, bueno, en realidad solo estampé la huella de mi pata en ellos.

―Eso es todo, recuerde que ahora solo tiene pendiente el asunto del manual.

―¿Tengo que entregárselo a usted en No Mundo?

―No es necesario, solo deje el manual en el ático a más tardar esta noche.

―De acuerdo... —no terminé de hablar y fui transportado de forma instantánea a la casa. Me encontré algo contrariado, pero a la vez agradecí el rápido despacho ya que me preocupaba cuanto tiempo hubo transcurrido.

Era de noche y escuché música, parecía ser una marcha nupcial.

Corrí hacia la sala y descubrí que parte de esta se había transformado en una especie de altar donde se hallaba lo que parecía ser un pequeño sacerdote zombi, y delante de él, se hallaba un tipo cara blanquiverde con un esmoquin estrafalario y a su lado... ¡Estaba mi ama!, vestía un traje de novia de color rojo. Tanto Delia como Charles, estaban aprisionados por las enormes esculturas de Delia. La situación era apremiante, después de la pelea con los Maitland, no había podido dormir las ocho horas necesarias para poder recuperar mi nivel de magia.

―¡Déjala ir! —grité con todas mis fuerzas. En ese momento mi ama se volteó para ver quien había gritado, pero no reparó en que fui yo el que lo hizo, por lo que continuó escaneando con su vista la sala completa.

Decidí aproximarme donde se encontraba ella, lástima que el blanquiverde si entendió que fui yo quien gritó.

―¡Maldito gato, largo de aquí! —gritó, y con un gesto de su mano me mandó volando al otro lado de la sala hasta estrellarme con la pared.

―¡Percy! No le hagas daño —escuché como le suplicaba mi ama, eso me enfureció, ella jamás debía suplicar por nada, ¡por nada!

Me levanté y corrí hacia el fantasma, saltando a último momento y esquivando otra descarga mágica que me hubiese lanzado contra la pared.

―¡Engendro, despídete de tus ojos! —grité con furia, mientras me pegaba a su cara y le arañaba todo el rostro tratando de cegarlo con mis afiladas garras. El fantasma gritó de dolor, pero me agarró con sus manos y me lanzó a la vitrina de la sala, con lo que me estrellé, rompiendo toda la cristalería.

Mi ama estaba en shock al ver que podía hablar, pero se recuperó rápido y trató de correr hacia mí, pero el fantasma se lo impidió.

―Eso te sacas por pelear con el súper fantasma —se burló, pero salté sobre uno de los muebles de la sala para poder mirarlo a los ojos y le dije: "podrás ser el súper fantasma, pero igual te vas a ir al infierno".

―¡Di su nombre tres veces!, ¡es Beetle...! —trató de decir mi ama, pero el fantasma le cubrió la boca con su mano. Corrí hacia él, pero hizo que las demás esculturas de la sala cobrasen vida y se colocasen entre nosotros.

Esquivé los intentos de las esculturas para atraparme y salté hacia su rostro, cegándole del ojo izquierdo.

―¡Maldito, devuélveme mi ojo! —gritó, mientras se volteaba para mirarme, cubriéndose la cuenca vacía con ambas manos, mientras abundante sangre se escurría por entre sus dedos.

Yo le miré de manera soberbia, y de un bocado me tragué el ojo.

―¡NO! —gritó el monstruo y con una mano extendida trató de acercárseme.

Beetlejuice —dije al recordar el nombre de la entidad maligna que los Maitland querían invocar, según los documentos en la oficina de Juno.

El fantasma se detuvo en seco y empezó a chillar como un puerco o un ratón.

Beetlejuice , Beetle...

Fui interrumpido cuando Beetlejuice, hizo un gesto con la mano y siseó algo incomprensible. Me vi transportado de manera instantánea a una especie de desierto de arenas enfermizas y amarillentas.

Mi sorpresa duro muy poco, porque enseguida todo mi cuerpo se resintió, la energía mágica del lugar no era ordenada sino que corría caótica, sin control. Cada fibra de mi cuerpo me pedía a gritos que dejara ese lugar, sentí como cada pelo de mí pelaje se agrietaba. Maldije mi estupidez, el tragarme el ojo de Beetlejuice pudo haberse visto genial, pero no permitió que dijera el nombre del fantasma de forma rápida. Miré alrededor y extraños planetas podían verse increíblemente cerca de ese lugar, pilares de roca color ocre se mostraban desgastados por la fuerza de la erosión, no pude ver mucho más porque un rugido que pareció haber provenido de una fuente subterránea llamó mi atención.

Pude divisar la aleta de un tiburón, la cual se desplazaba con velocidad entre las bajas dunas de arena. Todo mi pelaje se erizó del miedo, al pensar que surgiría un tiburón dispuesto a comerme, pero lo que emergió resultó mil veces peor.

Una especie de serpiente marina (aunque estábamos en el desierto) emergió de las arenas, su piel se veía dura y rugosa, con rayas blancas y negras que le recorrían el cuerpo como anillos y unos ojos rojos carentes de vida. El monstruo desplegó más horror frente a mí al abrir sus fauces y descubrí que de estas recién emergía la cabeza verdadera, de un color blanco enfermizo y dientes afilados.

El monstruo me miró de forma amenazante y emitió un rugido colosal. De alguna manera mi mente reactivaba recuerdos primordiales, arquetípicos respecto a esa criatura, como si eones atrás mi especie hubiese tenido que luchar contra semejantes abominaciones. Me quedé paralizado por el miedo, pero el rostro sonriente de Lydia apareció en mi mente y toda duda y temor se desvaneció.

.

.

―Y decide tomar a esta mujer por esposa —decía solemne el sombrío sacerdote.

―Acepto —dijo Beetlejuice, quien en un principio pensaba hacer una escena cómica, pero ante el dolor del ojo prefirió seguir adelante.

―Y usted, Lydia, decide tomar como esposo a este...

NO —gritó Lydia–, Beetl... —intentó decir el nombre del fantasma, pero este le cubrió la boca.

―Este, la novia está nerviosa, así que yo hablare por ella: Si soy Lydia Deetz, usted me pregunta y yo le respondo, sí, yo quiero a este hombre con locura.

Lydia estaba indignada por el truco de ventriloquía que hizo el fantasma.

―Y ahora los declaro marido y...

Un fuerte sacudón estremeció la casa completa y el techo de la sala colapsó debido nada más ni nada menos a un gusano de arena. Yo me encontraba montando al monstruo, pero me sentía tan diferente.

El gusano de arena abrió las fauces y de un bocado se tragó a Beetlejuice, perforando el piso de la sala y desapareciendo por el sótano...

Estaba tan cansado, pero traté de incorporarme y vi a mi ama y a los Deetz, mirarme con los ojos muy abiertos, corrí hacia Lydia y la abracé con fuerza.

―¡Mí ama, mí ama, estaba tan asustado! —empecé a llorar con fuerza mientras la abrazaba. No me di cuenta que ahora mis extremidades y mi cuerpo no eran los de un gato, sino los de un humano.

Seguía llorando y Lydia me abrazó sujetándome la espalda con una mano y la nuca con la otra, mientras me acariciaba la cabeza con su mejilla.

―No te preocupes todo saldrá bien, ya lo veras —me susurraba mientras sonreía gentil.

La sorpresa de los Deetz fue mayúscula cuando Beetlejuice se presentó ante ellos. Resulta que la culpa de todo la tuvo Otto (tenía rudimentarios poderes paranormales, por lo que Beetlejuice pudo comunicarse con él), que creyó en las falsas promesas de riqueza que le había dicho el fantasma y fue tan tonto como para pronunciar su nombre tres veces. Lo que fue de él nadie lo sabe, aunque Charles dijo que por un segundo vio a Otto convertido en un cariñosito y luego se esfumo en un parpadeo. La sorpresa más grande (aparte del gusano de arena, que desapareció), fue el hecho que yo había adquirido una forma humana, bueno, casi humana, ya que conservaba mis orejas y cola de gato, por fortuna, ninguna otra característica felina se presentó en mi persona, no tenía los ojos o la nariz de un gato, tampoco tenía bigotes, o patas de gato, ni siquiera pequeñas partes de mi cuerpo cubiertas de pelo, excepto la cabeza, aunque a eso los humanos le llamaban cabello.

.

.

Lydia tuvo que ir al colegio, y aunque yo quería acompañarla (ya que al parecer tenía la misma edad que mi ama), los Deetz me dijeron que sería demasiado complicado por lo que me ordenaron quedarme en casa. Cada vez que mi ama regresaba del colegio me enseñaba a leer y operaciones básicas de aritmética y otros saberes básicos de diversas materias. Mi tema favorito fue siempre la Historia Universal, no sabía que los humanos pasaron por tanto, tal vez los estaba subestimando demasiado y decidí que desde ese momento tomaría una actitud más humilde respecto a mi entorno y a mi relación con los demás. Lo que más me agradaba era que ahora podía cuidar a mi ama no sólo de los peligros sobrenaturales, sino también de los más reales, ya que en mi forma de gato no podía hacer demasiado.

Así como mi ama me instruía en el saber humano, yo le contaba todo lo que sabía del mundo mágico de los gatos, me hubiese gustado contarle más pero mis conocimientos eran muy limitados.

Se me olvidaba: Juno se puso como una fiera cuando la existencia del No Mundo quedó revelada a los Deetz, pero luego se calmó al enterarse de la muerte definitiva de Beetlejuice, claro que les ordenó a los Deetz guardar el secreto bajo pena de que les sucedería algo realmente desagradable si desobedecían. En cuanto a mi ama, Juno recibió de buena manera la oferta de Lydia de redactar una nueva versión del manual, al parecer nadie se había ofrecido ¡porque eran tímidos!

―¿Cuándo dejaras de llamarme ama? —me dijo Lydia, pasados unos días, mientras me observaba con una mirada la cual no había visto antes.

―No sé si pueda acostumbrarme a llamarte por tu nombre —le dije bajando un poco la mirada (¿por qué estaba tan nervioso?). Estos últimos días me había fijado cada vez más y más en la apariencia de Lydia. Cuando era un gato, no entendía muy bien eso del concepto de belleza humana, pero ahora notaba lo hermosa que era mi ama, con un cabello tan negro como las alas del más oscuro de los cuervos, una piel tan blanca como la nieve más pura, unos ojos tan negros que uno podía contemplar el universo en ellos y una sonrisa tan hermosa que rivalizaba con el mismo florecer de los cerezos.

―No importa cuánto hayas cambiado, siempre serás mí Percy —me dijo mientras sostenía mi mano y me miraba fijo.

―Y no importa qué decisión tomes, siempre estaré orgulloso de ti y estaré a tu lado por siempre y para siempre —le contesté, sabiendo que mis palabras no eran sólo el reflejo de la lealtad que le debía a ella por haberme rescatado del frío y de la muerte, sino que había algo más cálido y profundo que sentía por ella, algo mucho más importante que sólo amistad.

Ahora lo sabía, que aunque estuviese rodeado de oscuridad, frío o lluvia, mientras ella estuviese a mi lado yo siempre podría sonreír y al mismo tiempo proteger su sonrisa.

FIN 

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