Sacrificio de rana, sangre de gato

UN GATO CONTRA LA CASA DE LA BRUJA

Capítulo 8: Sacrificio de rana, sangre de gato


Luego del moroso reto de poner el living comedor como un reflejo de sus lados este y oeste, el grupo cruzó la puerta y se encontró en una pequeña habitación que tenía el mismo piso que el recinto previo.

La pequeña habitación constaba de un elegante escritorio sobre una alfombra roja, y al lado del escritorio y pegada sobre la pared había un cartel que rezaba:

Cruza la siguiente puerta y no dejes que nada te distraiga.

―Hay un diario sobre el escritorio ―dijo Lydia, quien tomó el diario que estaba abierto y que se encontraba justo al medio de la lámpara y el jarrón de flores.

El pequeño diario estaba muy maltratado ya que muchas de sus páginas estaban quemadas y no se podían leer muchas de las anotaciones allí escritas.

Mi madre y mi padre no me amaban.

Así que yo los....

He estado en esta casa desde entonces.

―¿Y ahora qué hacemos? ―preguntó Percy.

―Según la nota ―decía Lydia―, apenas crucemos la puerta, debemos seguir hacia adelante sin importar que.

―¿En qué consistirá la trampa esta vez? ―preguntó Viola.

―La nota podría habernos avisado de un peligro concreto, pero no lo hizo ―razonaba Lydia―, eso quiere decir, que el peligro que veremos no será real. El peligro consiste en desviarnos del camino, seguro que al frente encontraremos una o varias ilusiones que intentaran asustarnos o tentarnos, así que, suceda lo que suceda, debemos ir en línea recta y sin voltearnos para mirar atrás o a los costados.

―Entonces lo mejor es que vayamos en fila india y sujetándonos del hombro una detrás de la otra ―sugería Viola.

―Yo iré por delante ―se ofreció Percy.

―Mejor no ―dijo Lydia―, la casa puede mostrarte un ratón huidizo y tu instinto podría obligarte correr tras él. Lo mejor es que vayas al medio, Viola ira adelante y yo iré al final para asegurarme que nada te distraiga.

Los chicos estuvieron de acuerdo y cruzaron la puerta.

El siguiente ambiente consistía en el mismo pasillo largo y alfombrado de la vez anterior. Era obvio lo que encontrarían a continuación.

La imagen de una daga iba hacia ellos, pero como lo habían acordado antes, siguieron corriendo hacia adelante sin importar que, y en efecto, la daga resultó ser solo una ilusión.

Cerca al final del pasillo había dos entradas a cada lado del alfombrado. Los chicos podían ver de reojo algunos muebles finos y otras cosas.

―No se distraigan, sigamos ―les recordó Lydia y los chicos cruzaron la puerta al final del pasillo.

Al otro lado de la puerta se encontraron con una pequeña habitación que tenía las ya conocidas enormes baldosas de piedra y paredes de piedra rectangular azuladas.

―Lo logramos ―decía Percy―, miren, hay una nota en el piso.

Él está hambriento.

―Saben, ya no estoy tan animado ―dijo Percy, mientras se sujetaba la cola de lo nervioso que estaba.

―Solo hay una puerta aparte de la que ya cruzamos ―decía Lydia―, Percy, ¿puedes escuchar que hay detrás de esta?

―Hay algo detrás, es como si se estuviera arrastrando ―les comunicaba Percy―, veo que hay una especie de mirilla, veré si puedo abrirla.

―Veo como escamas y...

PUM.

Algo golpeaba la puerta, con tal fuerza, que hizo mover esta de sus goznes, por fortuna estos no cedieron.

HISSS ―siseaba Percy mientras erizaba su cola y los pelos de su nuca.

―¿Estás bien? ―le preguntó preocupada, Lydia.

―Sí, solo me asustó un poco. Creo que es una serpiente, pero una muy grande.

―¿Y ahora qué hacemos? ―preguntó Viola.

―Para haber sacudido la puerta de esa manera ―decía Lydia―, debe tratarse de una serpiente tan grande como una anaconda. No tenemos nada con que enfrentarnos a semejante monstruo.

―¿Por qué no vamos a preguntarle a mi camarada? ―sugirió Percy.

―Ese gato negro no nos va ayudar en lo más mínimo ―dijo ceñuda, Viola.

―Vale la pena intentarlo ―le dijo Lydia.

―Bien, vamos ―dijo Percy.

―Ese gato no me inspira la menor confianza. Yo me quedo ―dijo Viola.

―Pero Viola ―le decía Lydia―, es peligroso separarnos. Recuerda que la casa puede cambiar su estructura a voluntad, lo mejor es permanecer juntos.

―No creo que la case cambie sino hasta que resolvamos este puzle ―le contestaba Viola―, ustedes pregúntenle a ese gato negro. Yo permaneceré aquí.

Lydia siguió tratando de convencer a Viola, sin embargo, ella estaba muy terca, no solo en consultarle al gato negro, sino también en salir de la habitación.

―De acuerdo,, puedes quedarte, pero a la menor señal de peligro te vienes corriendo donde nosotros.

―Listo.

Lydia y Percy abrieron la puerta hacia el pasillo alfombrado con cuidado y vieron que al igual que la otra vez, el pasillo en cuestión había desaparecido y en su lugar estaba la pequeña habitación con el elegante escritorio y el pequeño diario quemado de la bruja sobre este.

Los dos fueron hasta donde se hallaba el gato negro y le pidieron ayuda.

―¿Seguro que no tienes idea alguna para esto? ―le dijo Lydia.

Nop.

―Esto es ridículo ―le dijo Percy―, no podemos seguir llamándote "gato negro" mi bro, que tal..., kurokawai.

―No, no me parece ―le contestó el gato negro como si le hubiesen insultado.

―Bueno, gracias de todas formas, señor gato negro ―le dijo apesadumbrada Lydia.

―Tal vez tú puedas ponerme un nombre ―le dijo de pronto el gato negro a Lydia.

―¿Qué te parece... Kira?

―Kira, sí, me gusta ese nombre. Pueden llamarme Kira.

Lydia y Percy se despidieron de Kira, el ex gato feral y ahora semidomesticado, gracias al nombre que le dio Lydia.

―¿Y ahora qué hacemos? ―preguntó preocupado Percy.

―Solo se me ocurre una idea. Vamos donde los costales con los gatos muertos.

Los chicos fueron donde el costal semidescosido y Lydia lo levantó. La sangre manchó el uniforme escolar de la chica gótica, pero esta no se inmutó.

―Espero que con esto sea suficiente ―dijo Lydia mientras fruncía el ceño.

―Déjame a mi ―se ofreció Percy, y a continuación, agarró el costal y ambos chicos regresaron donde Viola.

―Viola ―decía Lydia, mientras ingresaba al cuarto junto con Percy―, creo que se me ocurre...

Viola miraba a los dos chicos sorprendida, pero luego se serenó su rostro, aunque tenía las cejas fruncidas.

―¿Qué hiciste? ―le preguntó Lydia al ver los dedos de la rubia.

La niña de ojos azules y trenzas doradas, tenía los dedos cubiertos de sangre.

―¿Por qué hay sangre en la mirilla de la puerta? ―preguntó Percy, y Lydia a continuación abrió los ojos como platos.

―No había otra manera ―decía Viola―, el señor rana se ofreció y...

―¡Y por eso hay sangre en tus manos! ―le gritó Lydia.

Un silencio incomodo cayó en el lugar y nadie se atrevía a romperlo o hacer contacto visual.

―Yo solo quería tener..., estar con mi familia ―dijo Viola que estaba a punto de sollozar.

Lydia tomó el costal con el gato muerto y lo abrazó. La mejilla de Lydia se cubrió de sangre, pero eso no le importó, a continuación, puso el costal al suelo.

―Tienes razón ―le dijo Lydia con un tono de voz neutro―, debemos de seguir.

Percy sacó su pañuelo y limpió con cariño el rostro de su novia, una vez terminado, los chicos atravesaron la puerta.

Una vez los chicos atravesaron la puerta, se encontraron en una habitación sin iluminación y con el piso formado por tablas podridas. En una esquina del lúgubre cuarto, había una abertura que olía a sangre.

Lydia giró el rostro y fue hacia la puerta del frente, cuando la abrió, la figura del señor rana apareció tras ella, pero cuando Lydia se dio la vuelta, solo pudo ver una imagen de tripas ensangrentadas en todo su campo de visión.

―¡Deprisa! ―le gritaba Percy, al mismo tiempo que la empujaba y la sacaba de la habitación.

―Señor rana... ―susurró Lydia.

Los chicos vieron que se hallaban en un pasillo en forma de ele, junto la puerta había una pequeña alfombra de color café y el resto lo conformaba un piso de parquet de colores oscuros y una pared de ladrillos medianos y blancos.

Al girar por el pasillo, vieron que este tenía varias níveas estatuas de gatos antropomorfizados, todos ellos sobre pedestales blancos que emulaban a enanas columnas tipo jónico, como en la antigua Grecia. Por encima de cada estatua y pegada a la pared, habían blanquísimos candelabros de plata que iluminaban de manera etérea, pero nada fuerte la pared blanca.

En uno de los pedestales no había ninguna estatua, solo estaba sentado de manera coqueta el gato negro.

―Una estatua de gato..., solo estoy bromeando ―les dijo el recién nombrado Kira.

Puesto que los ánimos estaban bajos en el grupo, los chicos no quisieron entablar conversación alguna con el gato negro y pasaron de largo.

―¡Hey, no me ignoren! ―les gritaba Kira, mientras daba saltitos de frustración sobre el pedestal.

Al final del pasillo y a la derecha había otra puerta, y cuando se dirigieron a abrirla, la cabeza de la estatua más cercana a ellos empezó a dar vueltas como si estuviese poseída.

―Pobre señor rana ―murmuró Percy, esta vez ajeno al miedo debido a la pena y junto con Lydia y Viola, cruzó la puerta.

Al otro lado de la puerta había unas gradas poco iluminadas, de hecho si lo estaban, pero la fuente de la iluminación parecía ser una luz tenue de color rojo muy oscuro.

Luego de subir las gradas, los chicos vieron que frente a la pared había otro cartel.

Ve donde solo un ojo está abierto.

Los chicos miraron hacia su derecha y vieron que un pasillo formado al parecer de una larga plancha de metal se extendía frente a ellos. Las paredes eran muy altas y estaban revocadas con un estuco de coloración rojo pálido.

No había ningún cuadro u adorno en la pared, salvo unos tres enormes rostros conformados por solo los ojos y la boca. Los tres rostros tenían la boca enorme y abierta como si estuviesen gritando o por engullir a su víctima.

―En ningún lugar hay solo un ojo abierto ―decía Viola, quien cortaba por fin el incómodo silencio―, los dos primeros rostros tienen los ojos cerrados y el tercero los tiene abiertos.

―No entiendo esto Lydia, no sé qué hacer ―reconocía Percy, ante lo difícil del puzle.

―Solo hay que ir al medio de donde están el segundo y tercer rostro ―les explicaba Lydia―, en ese lugar solo hay un ojo abierto.

―¿Y la entrada? ―preguntaba Percy.

―Seguro aparecerá ―le contestó Lydia.

Donde antes estaba la pared desnuda, ahora aparecía otra entrada que tenía la misma forma que la boca abierta de los otros rostros.

―¡Nya, Lydia, eres increíble!

―¿Segura que debemos entrar por aquí? ―le preguntó aprensiva Viola.

―Sí, no hay otra solución, debemos de seguir.

Los tres chicos juntaron valor y se introdujeron por la "boca abierta", al mismo tiempo que uno de los enormes ojos dibujados en la pared se movía para ver como el grupo se introducía a las fauces abiertas y de allí a las entrañas de la bestia.

CONTINUARÁ...

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