50
Merlina.
Trago saliva mientras Ema toca el timbre de la casa. Creo que está más nervioso que yo, porque no para de acomodar su camisa y sonríe con expresión tensa cada vez que me mira. A pesar de que es la primera vez que conozco a la madre de algún novio, no me siento tan preocupada, me siento segura de mí misma. Lo único que me incomoda es que ellos no se hayan visto por tanto tiempo y ahora, de repente, el chico vuelve a aparecer con una desconocida tomada de la mano.
La puerta se abre con lentitud y una mujer morena, con ojos marrones achinados, cabello negro con bucles y muy linda a pesar de la edad, aparece. Andrés es una fiel fotocopia de ella.
—Hola —murmura mirando a Emanuel con los ojos empañados. Él se aclara la voz.
—Hola, mamá —le contesta también en voz baja. La señora se tira a sus brazos y lo abraza con fuerza mientras le dice cosas en el oído que no logro comprender. Ema se muestra avergonzado, pero aún así palmea la espalda de su madre con suavidad.
Luego ella se separa y dirige su vista hacia mí con una mueca de sorpresa y felicidad. Estira una mano y me la estrecha con amabilidad.
—Soy Marcela, un gusto. —Se presenta.
—Yo soy Merlina, una amiga de Ema —pronuncio con tono dubitativo. El nombrado me mira con algo de decepción en su rostro, pero el brillo de sus ojos sigue estando. Sinceramente, no me animé a presentarme como algo más que una amiga. La seguridad que tenía hace un momento se esfumó en un instante.
Mientras entramos a la casa, el rubio coloca su mano en mi baja espalda y me guía con suavidad hacia el interior del lugar.
Una preciosa nena rubia de ojos negros sale de detrás de una puerta y nos mira con curiosidad.
—Hola, enana —dice Emanuel con timidez. La chica hace una mueca de confusión y se cruza de brazos con inseguridad—. Seguramente no te acordas de mí, pero soy tu hermano, Ema.
—No te conozco —susurra ella—. ¿Sos el que nombra Andrés? Él me dijo que tengo otro hermano.
—Sí, soy yo —expresa él esbozando una sonrisa. La nena da pasos con lentitud hasta acercarse a él y examina su rostro con temor.
Siento como su madre también mira la escena detrás de mí y ni siquiera respiro porque probablemente es algo emotivo y si llego a hacer algo arruinaría el momento. Me siento como sapo de otro pozo en este momento.
—Luli, vamos a la mesa que ya está la comida —murmura Marcela con voz temblorosa. Se aclara la voz y pasa por al lado de sus hijos para luego desaparecer por una puerta.
Emanuel se aleja de su hermana luego de darle un abrazo y admito que eso me llena de ternura. Mi acompañante me hace un gesto para que lo siga y le hago caso. Entramos a la cocina y me quedo anonadada al ver que es enorme, llena de utensilios y hornos, tiene una heladera gigante, dos barras desayunadoras en el medio, todo de mármol. La mesa es de madera y larguísima, como si hicieran grandes reuniones y viniera mucha gente.
Ema mira todo con fascinación mientras se sienta junto a la nena y yo me acerco a la madre para ver si necesita ayuda con algo. Simplemente termino de poner los cubiertos en la mesa y reparto los platos cargados con comida. Es pollo con ensalada de tomate y papas. Tiene buena pinta, pero cuando me siento y comienzo a comer, me doy cuenta de que le falta un poco más de cocción y está insípido, el tomate está igual y las papas tan duras que parecen crudas. Lo peor es que mi plato está lleno y no quiero quedar mal ni ser descortés si digo que no quiero más.
Observo a Ema, que está frente a mí, y cruzo una mirada de asco que él me devuelve arrugando la nariz.
—Ma... Creo que esto está medio crudo —comenta él. La señora lo mira con expresión avergonzada y asiente.
Saca nuestros platos, vuelve a poner la comida en la bandeja y la mete nuevamente en el horno.
—Perdón, no se me da muy bien la cocina —manifiesta ella casi llorando.
Arqueo las cejas cuando suelta un sollozo. Esto es demasiado incómodo.
—¿Por qué lloras, mami? —pregunta Luli con preocupación.
—Porque hace mucho que no veo a tu hermano y está tan bien... —Llora más fuerte y se acerca a Ema para abrazarlo—. Me alegro de que estés feliz.
—Gracias, ma, pero me estás avergonzado... —responde él señalándome. Marcela hace una mueca de sorpresa y se posiciona a mi lado para abrazarme a mí también.
—Gracias por hacer que mi hijo vuelva a verme, seguramente es por vos, quería conocer al fin a alguien que acompañe a mi bebé en su camino de vida —susurra en mi oído. Se aleja, seca sus lágrimas y nos mira con una sonrisa—. Me imagino que se van a casar y que por eso vinieron, ¿no?
A Emanuel se le abren los ojos de par en par y niega rápidamente.
—No, mamá, nada de eso... —contesta con timidez—. Simplemente Merlina es... —Me mira y sonríe—. Es una persona muy especial para mí y por ese motivo tenía que presentártela. Ella es quien me está haciendo cambiar, quien me está abriendo los ojos para darme cuenta de lo que tengo en la vida y de lo que quiero para mi futuro, quiero ser un hombre diferente. Un hombre que no guarda rencor, que no se queda callado y que dice lo que siente.
—Eso me suena a amor —canturrea Marcela mirándome con curiosidad. Siento que me sonrojo y no puedo decir nada porque estoy segura de que saldría cualquier tontería de mi boca.
—Mami, ¿puedo ir a jugar con las muñecas? —interroga su hija con aburrimiento. Ella le da el visto bueno y Luli sale corriendo.
—Merlina, ¿no vas a decir nada ante esa declaración? —me presiona la señora. Hago una mueca pensativa y suspiro.
—Solo voy a decir que amo ser yo la que te esté haciendo cambiar —murmuro sintiendo arder mis mejillas.
Emanuel esboza una sonrisa de oreja a oreja y noto que se pone algo rojo, cosa que me mata de amor. ¿Por qué si lo quiero tanto me cuesta mucho perdonarlo y dejar atrás todo lo que me contó? ¿Tan rencorosa soy?
Sus ojos azules brillan y mi estómago cosquillea, no puedo dejar de mirarlo y él tampoco aparta su vista de la mía. Un olor a quemado llama nuestra atención y Marcela corre al horno. Luego nos mira con una mueca de lástima y se encoge de hombros con resignación.
—Voy a pedir una pizza al delivery —dice ella. Nosotros le damos la razón.
Si el pollo estaba un asco estando casi cocido, no me imagino cómo será con gusto a quemado. La mamá llama por teléfono mientras sigue la guerra de miradas con mi acompañante, que no para de sonreír. Termino sacándole la lengua con expresión burlona y me guiña un ojo.
—Sé que esa lengua hizo cosas malas —susurra divertido. Abro los ojos asombrada y le chisto para que no diga más nada. Él solo se ríe.
—Perdón, soy muy mala cocinera. Ahora van a tener que esperar media hora para comer, perdón. —Vuelve a disculparse.
—Está bien, Marcela, no hay problema —digo con tono amistoso.
Ella me sonríe con ternura y se sienta a mi lado. Debo admitir que su mirada me da un poco de miedo. Que parezca buena no quiere decir que lo sea y la verdad es que me intimida si tengo en cuenta que es mi suegra.
Al pensar en eso mi nerviosismo se incrementa y tengo ganas de desaparecer.
—Entonces... ¿Solo son amigos? —inquiere ella con interés—. Debo contar que tu hermano me dijo que estabas con una chica y me decepcionaría si no fuese Merlina —agrega mirando a su hijo.
—Bueno, mamá... Estamos saliendo, pero no somos novios —responde él con incomodidad.
—Ooh... ¡no me digas que tu padre es lo que se interpone! —exclama ella—. Siempre supe que ese hombre caga todas las relaciones, propias y de sus hijos.
—Mmm, no, fue mi culpa —expresa Emanuel—, supongo que soy como papá.
Marcela lo mira con las cejas arqueadas y luego a mí con confusión.
—No estoy entendiendo, pero bueno, creo que es problema de ustedes —comenta restando importancia con un gesto de su mano.
Emanuel hace una mueca de desagrado y suspira mirando a su alrededor.
—¿No está tu marido? —le pregunta.
—Está trabajando. De todos modos, mejor. Seguro que no le gustaría mucho verte.
—A mí tampoco me gustaría verlo —murmura el rubio con tono de obviedad. Esto se está poniendo tenso.
—Andrés se lleva súper con él. Siempre tenés que ser lo contrario a lo que piensan los demás, sos igual a Ricardo —expresa Marcela disgustada.
—Prefiero ser como mi papá que como vos, que jamás nos diste bola. Andrés se lleva bien con tu marido porque le da plata, ¡pero en realidad lo odia! Y también odia que seas tan mala madre, que ni siquiera sabés las cosas que sufrimos, ni te interesan —comenta Emanuel con tranquilidad, pero noto que por dentro está muy enojado.
—Nunca me dijeron lo que les pasó, jamás se expresaron conmigo, mucho menos vos. ¡Hace cuatro años que no te veía! Y venís a discutir, pobre Merlina, estás haciendo un papelón delante de ella.
Marcela mira sus uñas esculpidas y pintadas de rojo y arqueo las cejas. Realmente, parece que no le importa nada.
—Mami, tengo hambre —dice Luli apareciendo con vergüenza. La observo con algo de lástima cuando su madre ni le responde.
—Ya va a llegar la pizza, enana —replica su hermano cariñosamente. Me dan ganas de tener un hermano chiquito.
Emanuel suspira y se pone de pie.
—Perdón, creo que fue mala idea venir... Vamos, Mer.
—Pero... —comienzo a decir, pero me interrumpo al ver su expresión cansada.
Con algo de duda, saludo a Marcela, a la nena y salgo detrás de Emanuel.
—¿Qué pasó? —le pregunto cuando subimos al auto.
Está yendo tan rápido que me está mareando y me coloco el cinturón de seguridad por las dudas. Está empezando a llover, la calle se está poniendo resbalosa y el clima tan pesado me hace quedar sin aire.
—Ema, bajá un poco la velocidad—pido en un murmullo. Me hace caso omiso y continúa pisando el acelerador.
—Lo que me pasa es que no soporto el ambiente. No soporto que me diga esas cosas, yo intenté reconciliarme, pero hizo un pollo asqueroso, habló mal de mi papá, ni siquiera nos miró. Le importan más sus uñas que mirar a sus hijos. Esa pobre nena... —dice soltando un bufido—. No me guardé nada, por lo menos. Por suerte estoy pudiendo decir lo que siento.
Estaciona a un costado para terminar de tranquilizarse y yo respiro hondo para dejar de temblar.
—Manejá más lento, por favor —es lo único que logro decir.
—Sí, perdón. Paré para recomponerme porque sé que estaba yendo rápido.
—¡Nos querés matar! —exclamo con un nudo en la garganta.
—Ay, Mer... Tampoco iba tan rápido como para matarnos —dice con preocupación al mirar mis ojos inundados de lágrimas—. ¿Estás bien?
Niego con la cabeza mientras me permito llorar y las nubes también se deciden a soltar el agua con fuerza. Emanuel alza mi rostro con sus manos y seca mis lágrimas con suavidad.
—¿Qué pasa, preciosa? —inquiere una vez más.
—Debo estar sentimental —respondo al darme cuenta de que lloro por una tontería—. No es nada.
—¿Estás en tus días? —cuestiona con una mueca divertida. Vuelvo a negar y suspira—. ¿Entonces?
—Es que acabo de darme cuenta de algo que es muy tonto, pero que a la vez me hace pensar... —Se queda en silencio para que continúe y me sonrojo al darme cuenta de que tengo que decirlo—. Recién, mientras ibas rápido y tuve miedo de morir, me di cuenta de que te estoy exigiendo que seas una persona expresiva, sin pensar en que yo tampoco lo soy y que me iba a morir sin decir algo que siento muy acá. —Toco mi pecho con emoción—. Es algo que siento muy fuerte y que no lo digo por miedo o por rencor, ni yo lo sé.
—Te escucho —manifiesta mirándome con atención. Trago saliva y pienso en cómo decírselo.
—Vos me pediste que te enseñe a amar —susurro. Él asiente—, pero tampoco sé amar.
—Bueno, podemos aprender juntos —pronuncia esbozando una sonrisa y acariciando mi mejilla. Ese simple roce provoca electricidad en todo mi cuerpo y no puedo evitar mirar sus labios con deseo, aunque primero quiero terminar lo que necesito decir.
—Ema, me cuesta mucho darte una segunda oportunidad después de lo que pasó en la fiesta. Y me cuesta aún más por el hecho de que vos siempre vas a ser dependiente de Vanina por el simple motivo de que te detuvo un segundo antes de que te pegaras un tiro...
—No... —me interrumpe—. Lo de Vanina lo dejé atrás. Al poder contarlo fue como si me sacara un peso de encima, me pude liberar de eso y te prometo que esa mujer no entra nunca más en mis pensamientos.
—No soy tonta, Ema. Sé que si esa chica te llama para pedirte ayuda, vos no dudarías ni un segundo en ofrecérsela y eso yo no lo aguantaría.
—Te juro que hablé con ella y la saqué por completo de mi vida.
—¿Cuándo hablaste con ella por última vez? —No responde y ruedo los ojos, ya sé que fue hace muy poco—. ¿Ves? Lo que más me duele de no poder darte una segunda oportunidad es que de verdad me gustas, pero no puedo darte esa chance, jamás vas a olvidarla.
—¡Pero de verdad, corté absolutamente todos los vínculos que teníamos! Le pedí que me dejara ser feliz, le dije que yo ya no quiero nada con ella, le agradecí por haberme salvado y la insulté por haberme jodido tantas veces... pero ya no tengo más nada con Vanina. Entendió que ya no la amo y que jamás voy a volver a amarla porque ahora estoy perdidamente enamorado de vos —expresa con tono cada vez más bajo.
—¿Cómo puedo creer en eso? —interrogo en un susurro.
—Si me das esa segunda oportunidad, voy a demostrártelo todos los días. Es más... —Saca su teléfono del bolsillo, le quita el chip y lo tira por la ventanilla—. No me va a poder contactar nunca más. ¡Nos podemos mudar de país o vivir en cualquier lado! Viajamos en avión y damos la vuelta al mundo, podemos conocer el planeta entero... Es un gran sueño que tengo, pero quiero hacerlo con vos. Quiero cumplir todos mis planes y deseos junto a vos, dame una segunda oportunidad.
—¿Cuál sería el primer destino? —pregunto intentando sonar normal. No quiero que se note que su declaración acaba de volverme loca.
—El primer destino sería mi cama, obviamente —dice divertido—. No sé, vamos a donde vos quieras, yo solo te sigo.
—Me convenciste con lo de tu cama, es muy cómoda —replico sonriendo.
—¿Entonces me vas a dar una segunda oportunidad? —cuestiona ilusionado—. Te aseguro que voy a demostrarte todos los días lo mucho que me encantas. —Espera mi respuesta y resopla—. Dale, sí o no, me está costando mucho abrirme y decir lo que siento y me estoy poniendo nervioso.
—Solo te estoy haciendo sufrir, tonto. —Suelto antes de abalanzarme a sus labios y besarlo apasionadamente. Él me devuelve el beso con más énfasis.
—Te prometo que...
—Shh... Basta de promesas —lo interrumpo antes de darle otro beso—. El tiempo va a decir lo que va a pasar entre nosotros, pero ahora solo quiero besarte.
Esboza una sonrisa contra mis labios y hace caso a mi petición. No sé si hice bien o mal en darle una segunda oportunidad, pero sí sé que voy a disfrutar de esta reconciliación de una manera espectacular. Simplemente, quiero ser feliz y que este flechazo permanezca en mí por siempre.
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Este es el último capítulo... ¡pero falta el epílogo! Lo voy a estar subiendo el Viernes.
Muchas gracias por leer y acompañarme en esta historia, realmente amé compartirla con ustedes, las amo un montón!! Son lo más <3
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