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Emanuel.

Me siento un estúpido cuando pasan dos días y no recibo ni un solo mensaje de ella. No debería haberle contado nada, debería haber seguido siendo reservado, porque no funcionó ser abierto. Ella quería que yo exprese mis sentimientos, pero cuando lo hice... me dejó de hablar con la excusa de que era mucho para procesar.

No voy a negar que después de esa charla todo se volvió incómodo, pero a la vez ella se seguía riendo de mis chistes y continuaba hablando con normalidad, hasta que volvimos a su casa y me despidió diciendo que iba a mandarme algo en cuanto digiriera lo que le conté. Sigo esperando.

Está bien, admito que decirle que estuve al borde del suicidio y que mi ex me salvó y por eso yo la perdoné tantas veces no es fácil de entender, pero creo que tampoco necesita mucho para pensar. Resoplo. Ojalá hubiera sido como cuando le conté a Andrés. Lloró fuerte, me abrazó y después me insultó por haber sido tan débil, aunque después volvió a llorar y me pidió disculpas por no haber estado en ese momento. Ahora está pegado a mí como garrapata.

Apago la computadora de la oficina, agarro mis cosas y me voy. La secretaria está hablando por celular y me la saluda con la mano cuando paso por su lado. La verdad es que es un poco molesto que en horas de trabajo esté haciendo cosas personales, pero no digo nada porque es la novia de mi mejor amigo y, a su vez, la mejor amiga de la chica que me gusta. Y digo así porque no sé si Merlina es mi novia, empezamos de cero otra vez.

Cuando llego a casa me encuentro con Andrés escuchando Dime que no de Ricardo Arjona y cantando a los gritos mientras limpia. Me quedo mirándolo como si estuviera loco y él se ríe mientras pone pausa a la canción.

—Hola, hermanito, estoy haciendo un poco de orden y practicando una canción.

—¿Qué te pasa? —cuestiono divertido—. ¿Te picó un bicho?

—Me picó una bicha —replica con aspecto soñador. Arqueo las cejas—. Ni siquiera me dice su nombre, me estoy volviendo loco. Es hermosa...

—Sí, creo que te picó un bicho —comento yendo hacia mi habitación. Me cambio el traje por un equipo más cómodo de gimnasia, los zapatos por zapatillas deportivas y vuelvo a la cocina para tomar un poco de agua—. ¿Sabés algo de Merlina? —le pregunto con resignación. Deja de cantar y me mira con una mueca de lástima.

—¿Sigue sin hablarte? —interroga. Asiento frustrado y él suspira—. Probablemente está ocupada... Su hermano se va a mudar y lo está ayudando a armar las cosas.

—Sí, puede ser eso —murmuro con desconfianza.

—¿Y si está esperando a que le mandes algo vos? —cuestiona pensativo—. En estos últimos días me di cuenta de que las mujeres son diferentes y tienen diferentes personalidades, yo metía a todas en la misma bolsa. Hasta que conocí a la anónima, bueno, y Merlina también es distinta.

—Es que vos siempre te juntás con las chicas fáciles, Andresito —respondo rodando los ojos—, no son todas iguales, menos mal que volviste al mundo real. Y con respecto a lo otro, no creo que quiera que le mande un mensaje, ella me dijo que me iba a decir algo cuando estuviera lista.

En ese momento mi celular suena y leo rápidamente quién es, pero me decepciono al ver que es Movistar y sus malditas promociones. Vuelve a sonar estando en mi mano y esta vez sí es quien quiero que sea.

Merlina // 16:33

¿Hoy venís al gim? No me sale este ejercicio.

Y adjunta una foto en la que está sentada en la silla de glúteos. Salgo corriendo sin siquiera despedirme de mi hermano, aunque escucho que me desea suerte antes de cerrar la puerta de un portazo. Cuando llego al gimnasio no me hace ni falta calentar en la cinta, ya que lo que corrí cuenta como cardio. Aunque ahora que lo pienso, si venía con el auto era más rápido, pero no me di cuenta, yo solo quiero verla.

La busco por todo el lugar hasta que la encuentro bien en el fondo, con los auriculares puestos y sacudiendo sus brazos con pesas en cada mano como si estuviera tocando la batería. Me río y me quedo observándola un rato más para ver qué hace y no puedo evitar reír más fuerte cuando empieza a sacudir la cabeza y hacer de cuenta que toca una guitarra aun con las mancuernas. Me acerco a ella y le robo un auricular para escuchar qué es lo que la está volviendo tan loca. Hago un gesto de gusto al oír Hysteria de Muse, pero en cuanto termina, le robo el celular del bolsillo y busco Madness en la lista de reproducción de Spotify, desde que la conocí que no puedo dejar de escuchar esa canción pensando en ella y espero que sepa lo que significa la letra.

—Nuestro amor es una locura —susurra cuando termina. Asiento con la cabeza y sonríe.

—Y sé que puedo estar equivocado, que quizás soy testarudo, pero necesito amar —repito lo que dice la canción sin dejar de mirarla a los ojos.

Juan, el entrenador, interrumpe el momento aclarándose la voz cuando me acerco para besarla. Lo miro mal, pero solo sonríe con maldad.

—Emanuel, hoy te toca piernas, ¿no? —dice tragándose la risa al ver mi cara llena de odio. Asiento con una mueca de disgusto—. Bien, hagan juntos, y ayudala a Merlina a hacer glúteos que no llega ni a diez.

—¡Me pone mucho peso! —exclama ella cuando Juan se va—. No deberíamos venir más a este gimnasio, el tipo nos trata mal.

—No nos trata mal, solo que es exigente y se cree superior porque es entrenador, pero hasta yo puedo ser entrenador. Vamos, te ayudo con los glúteos.

Se acuesta boca abajo en la máquina, pasa sus pies a través de las barras y comienza a levantar, pero se queda al quinto, así que la ayudo levantando sus piernas con las manos.

—Esto es trampa —le digo cuando termina—. A mí nadie me ayudaba.

—Admito que te llamé para que me dieras una mano con estos ejercicios —responde con tono divertido—. Igual, hoy no tengo muchas ganas de estar acá.

—Yo iba a venir más tarde —contesto—. Mi hermano estaba escuchando Arjona y limpiando, algo que jamás hace, así que planeaba quedarme para disfrutar del momento.

—¿Limpiaba? Guau, eso sí es nuevo —comenta riendo. Se ata el pelo y pone las manos en la cintura mientras mira cómo hago los ejercicios sin ningún tipo de esfuerzo. Esto no me pesa nada.

—No sé porqué te cuesta tanto, no es tan difícil —expreso poniéndome de pie de nuevo. Hace una mueca de incredulidad y suspira mirándome.

—Te pido perdón por no haberte mandado nada antes, mi hermano acaba de mudarse, la novia está embarazada así que estuve ayudándolos...

—Está bien —la interrumpo—. No hay problema, me imaginé.

—Quería... bueno, después de la charla del otro día, pensé en todo lo que me dijiste y quería agradecerte. —Arqueo las cejas—. Te agradezco por haberme contado lo que te pasó y lo que sentías, las razones por las que perdonaste a Vanina y el porqué no confiabas mucho en los demás... la verdad es que actúe mal en el momento, no sabía como procesar la información que me diste, pero en casa pensé con tranquilidad y, en serio, gracias por haberte expresado conmigo.

—No es nada —contesto algo sorprendido y avergonzado por su confesión—. Es que quiero demostrarte que de verdad voy a ser diferente con vos, que me gustás en serio y voy a hacer todo lo posible para que esto funcione.

Esboza una sonrisa y se pone en puntita de pie para darme un suave beso en la mejilla.

—También me gustás —murmura, provocando que mi cuerpo estalle de felicidad—. Aunque eso no quita que aún esté algo dolida porque preferiste confiar más en una loca que en mí.

—Lo sé, perdón. Voy a tratar de hacerte olvidar eso con un recuerdo más lindo —respondo.

Hace una mueca incrédula, pero no dice nada. Continuamos con los ejercicios hasta terminar la hora de entrenamiento. De repente se me ocurre una maravillosa idea cuando salimos del gimnasio. La acompaño hasta la casa y me invita a entrar con ella.

—¿Hija? —pregunta su madre saliendo de la cocina junto a Carlos. Trago saliva al verlos y la señora queda estupefacta al verme—. Ah, hola, querido, pensé que era Merlina sola.

Les dedico una sonrisa algo incómoda y noto la mirada inquisidora de mi colega, pero no emite palabra.

—Venimos del gimnasio, vamos a tomar algo —dice mi acompañante—. En fin, ¿pasó algo?

—No, que íbamos a salir, pero creo que ahora nos quedamos —vuelve a responder su madre mirándome con desconfianza. Creo que de verdad me odia.

—Está bien, salgan, no vamos a romper la casa —agrega Merlina riendo—. Solo vamos a tomar un poco de agua.

—Igual, tomamos algo con ustedes —repite Flavia. Su hija resopla y asiente con la cabeza, haciendo una mueca de molestia.

Le hago un gesto para que se tranquilice. Me pone nervioso estar con su madre, pero quiero demostrarle que voy a cuidar a su hija. Sé que no me quiere porque sabe lo que pasó hace unos días, pero tengo que intentar que deje de pensar mal de mí.

Pasamos a la cocina y nos sentamos alrededor de la mesa mientras Merlina pone la pava para hacer mate. Admito que no soy muy fan de esa infusión, pero con tal de caer bien soy capaz de cualquier cosa. Carlos me mira con curiosidad, pero esquivo su mirada. Tampoco es que tengo muchas ganas de enfrentarlo.

Flavia se pone a cebar y comienza la ronda de mate. Soy el segundo, así que inspiro hondo y tomo con pocas ganas, aunque me sorprendo a mí mismo dándome cuenta de que me gusta. Merlina me observa con expresión divertida, como si supiera que esto es una prueba de fuego que debo pasar para que su mamá me acepte.

—Es raro que se sigan viendo después de la fiesta, se ve que se hicieron buenos amigos —comenta Carlos cortando el silencio. La mujer suelta una risa irónica y se encoge de hombros mirando a su hija.

—Sí, bueno... —Merlina me mira pidiéndome permiso y le hago un gesto para que decida, ella tiene la última palabra—. Ema y yo estamos saliendo.

Mi compañero arquea las cejas y vuelve a dirigir su vista hacia mí.

—Entonces ella era la chica que dijiste que era tu novia en la fiesta... —murmura. Asiento con la cabeza.

—Dije novia, pero estamos conociéndonos, en realidad —agrego solo para no asustar a Merlina, aunque su expresión me demuestra que le gusta que la trate de novia.

—Emanuel, me caes bien, pero si me entero que lastimas a mi hija, nunca más vas a pasar a esta casa, ¿está bien? —dice Flavia con tranquilidad, aunque su expresión me da miedo y trago saliva.

—Sí, señora, entendido —replico rápidamente—. Prometo que no la voy a lastimar, voy a confiar en ella y quererla cada día más.

Carlos ríe por lo bajo y niega con la cabeza de manera divertida e incrédula. Mi suegra esboza una sonrisa de suficiencia y Merlina se sonroja, pero sus ojos brillan con ternura y cruza una mirada conmigo. Sé que esa mirada me dice lo que siente, aunque prefiero no hacerme ilusiones y no tener la expectativa muy alta, quizás sigue sin querer perdonarme.

Una hora después ya me pongo de pie para volver a mi casa, no quiero llegar muy tarde y menos sin el auto, por lo que saludo a Flavia, Carlos y Merlina me acompaña hasta la puerta.

—Entonces... ¿qué somos? —interrogo con algo de duda. Sonríe y se encoge de hombros-. ¿Seguimos sin ser nada?

—Somos algo —contesta rápidamente—, pero mañana te digo qué cosa con exactitud.

Asiento con la cabeza y le doy un beso en la comisura del labio. Por más que muero por besarla, no voy a hacerlo, sigo dándole tiempo.

—¿Podemos ir a almorzar mañana? —Me aclaro la voz y decido contarle la idea que se me ocurrió con anterioridad—. No veo a mi mamá hace cuatro años, pero quiero volver a verla y quiero que me acompañes.

Arquea las cejas con sorpresa y abre la boca en un intento de decir algo, pero creo que no le salen las palabras.

—No es obligación —agrego con rapidez—, sino voy con Andrés, no pasa nada.

—Está bien, te acompaño —replica con timidez—. Vamos.

—¿Segura? —interrogo preocupado. Hace un gesto afirmativo—. Bueno, mañana al mediodía paso por vos.

—Perfecto —murmura mirándome a los ojos. Acaricio su mejilla con suavidad.

—Gracias —susurro. Doy media vuelta y comienzo a caminar hacia mí hogar.

Siento la mirada de ella sobre mi espalda hasta que giro en la esquina y suspiro. No sé si sea buena idea presentársela a mi mamá, pero si lo hago es porque de verdad me gusta y quiero que se dé cuenta de que quiero algo serio con ella. Sólo espero que todo salga bien.

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