37
Emanuel.
—¿Qué somos? —le pregunto acariciando su espalda. Me mira sorprendida y encoge un hombro sin saber qué decir.
—¿Qué querés que seamos? —inquiere levantando su rostro de mi pecho para mirar mis ojos. Acaricio su mejilla y hago una mueca pensativa.
—¿A vos qué te gustaría ser? —interrogo. Se ríe y niega con la cabeza.
—¿Vamos a estarnos preguntando todo el día? —Asiento y vuelve a carcajear—. No sé, quiero ser alguien con quien te sientas cómodo y puedas ser vos mismo.
—Entonces simplemente sos mi Merlina —es lo único que logro decir. Me mira con sus labios apretados, conteniendo una sonrisa.
—¿Tu Merlina? —pregunta. Hago un sonido afirmativo y se arrastra hasta posicionarse sobre mí—. Entonces vos sos mi Emanuel.
—Por supuesto —contesto sin dejar de observar sus ojos. La atraigo para besarla con suavidad y, sin querer queriendo, la hago mía una vez más.
Apago el despertador con un gruñido. ¿Por qué suena a las seis de la mañana en mi día libre? Es injusto.
Bostezo y me incorporo con lentitud para no despertar a mi acompañante que está durmiendo plácidamente. Cómo no va a dormir así, después de tremenda noche movida que pasamos. Sonrío y la tapo un poco más, debe tener frío con su espalda desnuda al aire. Saco un mechón de pelo que está sobre su rostro y se lo acomodo detrás de la oreja con suavidad. Luego busco ropa y salgo de la habitación en puntitas de pie para no despertarla.
Me doy una ducha rápida y comienzo a preparar el desayuno para ambos. Tengo ganas de panqueques, así que me pongo a hacerlos. Luego caliento un poco de café y comienzo a servir. Un aclaramiento de garganta llama mi atención y me sorprendo al ver a Andrés.
—¿Qué haces levantado? —pregunto asombrado.
—Tengo que pasar a buscar a Merlina dentro de un rato. Voy a desayunar y me voy.
—No hace falta, ella está acá —contesto mirándolo con seriedad. Él esboza una sonrisa traviesa y viene hacia mí para abrazarme fuerte y darme un par de cachetadas amistosas.
—¡Ese es mi hermanito! —exclama victorioso. Le chisto para que no grite—. Bueno, pero esa chica me encanta para vos, para ser mi cuñada, para mamá de mis sobrinos...
—¡Alto ahí, loco! Ni se te ocurra pensar en eso, no somos nada todavía. Nos estamos conociendo recién.
Hace una mueca de incredulidad, pero no dice nada. Nos sentamos a comer el desayuno mientras hablamos de fútbol y de su casting con una banda del barrio. Luego se va a duchar, yo limpio y lavo las cosas usadas, y siento que Merlina se levanta y aparece detrás de mí. La miro y muero al notar que tiene puesta una remera mía.
—Buenos días —murmura sonrojándose.
La atraigo hacia mí y la beso con suavidad, apoyándola contra la encimera. Enseguida sus manos acarician mis hombros y yo rozo sus piernas desnudas con mis dedos, profundizando el beso. Estamos tan pegados que puedo sentir que no trae puesto su corpiño, y tengo que contenerme para no dirigirme a esa zona. Besarla me vuelve loco en un segundo, deseo su cuerpo con todas mis fuerzas, pero no es el momento.
Me alejo de a poco, dándole pequeños besos hasta que apoyo mi frente sobre la suya.
—Buenos días —susurro finalmente, sonriendo. Le robo un beso más—. ¿Desayunas? —cuestiono agarrando un par de tazas. Asiente con la cabeza y se aclara la voz.
—Café con leche, por favor... y no encuentro mi ropa —dice avergonzada—, por eso te robé esta remera...
Rápidamente voy a la sala y encuentro todas nuestras prendas sobre el sillón y debajo de él, recordando que anoche no llegamos a la habitación y decidimos comenzar desde que cerré la puerta. Me encanta que no tenga vergüenza, pero que se ponga tímida luego de hacerlo. Me da mucha ternura.
Vuelvo a la cocina y le devuelvo su vestimenta con una sonrisa que ella corresponde. Cómo la comería a besos ahora mismo.
—Voy a cambiarme —comunica volviendo a la habitación.
Preparo su desayuno y también me sirvo una segunda taza de café, coloco las tazas sobre la barra y el plato de panqueques. Ella vuelve a salir, ya vestida, y se sienta a mi lado.
—¿Dormiste bien? —cuestiono interesado. Hace un sonido afirmativo mientras toma.
—Tu cama es comodísima —expresa mirándome.
—Podrías quedarte a dormir todo lo que quieras —comento acercándome para besarla, pero justo mi hermano aparece y vuelve a interrumpir.
—¡Mer! ¿Cómo estás? Justo te estaba por pasar a buscar, veo que no me hace falta —dice mientras prepara algo en su taza. Es raro verlo desayunar dos veces. Luego se sienta al lado de ella y le da un beso en la mejilla a modo de saludo.
—Sí, anoche salimos a comer y después ya era tarde y decidí quedarme —replica tímidamente. Andrés asiente sonriendo y se encoge de hombros.
—Yo también salí y volví a las cuatro de la madrugada y casi me tropiezo con un zapato en la entrada —manifiesta travieso, provocando que Merlina se sonroje el doble—. Pensé que Emanuel iba a empezar a hacer como los asiáticos que dejan su calzado en la puerta.
—Estaría bueno, así no ensucias el piso —contesto desafiante, a lo que él responde con una estruendosa carcajada.
—Perdón, pero yo no ensucio. Soy muy limpio.
—Sí, por eso de tu pieza sale olor a rosas —agrego con tono irónico. La chica entre nosotros ríe y toma su bebida en silencio.
—Da igual —termina diciendo Andrés chasqueando la lengua. Le da un trago a su té y hace una arcada—. Puaj, este jengibre está demasiado picante.
—¿Desde cuándo tomás té de jengibre? —interrogo arqueando una ceja.
—Desde que estoy empezando a ver más mi panza que mis pies en la ducha —replica haciendo una mueca de disgusto—. Voy a empezar a ir al gimnasio con ustedes.
—No creo que sea buena idea. La última vez que hiciste ejercicio te desmayaste —acota Merlina con preocupación.
—Porque estaba deshidratado y sin desayunar, pero en el gimnasio no me va a pasar eso.
—Yo no pienso pagar tu cuota —manifiesto poniéndole dulce de leche al panqueque. Noto que Merlina lo observa con ganas y le doy una porción en su boca.
—Me dan asco, demasiada dulzura —agrega mi hermano levantándose y dirigiéndose a su habitación. Escucho el portazo y me río.
No puedo contener mis ganas de besarla y así lo hago. Sus labios son demasiado ricos y quiero saborearlos todo el tiempo. Ella, sin quedarse atrás, se pone de pie y se coloca entre mis piernas mientras me abraza por los hombros.
El beso se vuelve más apasionado y estoy a punto de llevarla a mi cama de nuevo, pero mi celular suena. Mi padre me está llamando. Con un bufido, me alejo de Merlina, pero juego con su mano mientras atiendo la llamada.
—Hola, pa.
—Hola, Emanuel. ¿Ya estás levantado?—cuestiona apresurado.
—Sí, ¿por qué?
—En diez minutos te paso a buscar. Preparate.
Y corta sin esperar respuesta. Ruedo los ojos y guardo el teléfono en mi bolsillo. Mi acompañante me mira con interés y acaricio su mejilla con un suspiro resignado.
—Ya me tengo que ir —le digo. Su mirada se torna triste, pero aún así sonríe.
—Bueno, tenés que cumplir con tu deber —responde divertida—. ¡Y yo también! ¿Qué hora es?
—Las ocho. —Entrelazamos nuestros dedos y nos quedamos mirando por un rato hasta que sonríe y desvía su vista con vergüenza—. ¿Qué pasa?
—Es que sos tan lindo que me intimidan tus ojos —contesta sonrojándose. Suelto una carcajada.
—Como si vos no fueses linda —expreso mirándola fijamente—. Sos hermosa. Más de lo que crees.
Esboza una sonrisa tímida que me enloquece y deposito besos por todo su rostro con rapidez, provocando sus risas. El timbre suena y ella se aparta para que me ponga de pie. Antes de salir, la saludo con un último beso.
—Estás loco —murmura con diversión.
—Por vos —agrego agarrando las llaves—. ¿Nos vemos esta noche?
—No sé. —Hace un gesto de duda—. Quedé con Vale.
—Bueno, no hay problema. Nos estamos hablando, entonces.
Sin control, vuelvo a besarla hasta que escucho nuevamente el timbre. Se ríe y me empuja para que me vaya de una vez. Abro la puerta y mi padre entra con velocidad a la sala. Mis ojos se abren de par en par sin poder creerlo y corro tras él.
—Papá... ¿qué...?
Comienzo a decir. Tarde, ya vio a Merlina en la cocina, y ella no sabe qué hacer. Se nota la tensión en su rostro.
—Buen día, señor Lezcano. —Lo saluda con voz temblorosa.
Me quiero morir.
—Buen día, señorita Ortiz —replica mi padre frunciendo el ceño—. ¿Qué hace acá?
—Yo le dije que viniera —dice mi hermano apareciendo de repente, poniéndose un abrigo—. Ya nos vamos, tiene que trabajar.
Merlina asiente rápidamente y también se coloca su campera.
—Ah, nos vamos todos juntos entonces. Vamos, los llevo —contesta Ricardo—. Solo espérenme un minuto que estoy con unas ganas impresionantes de ir al baño.
Y se va corriendo nuevamente. Cruzo una mirada con los dos y creo que todos estamos bastante incómodos.
—¿Por qué no le dicen? —interroga mi hermano en un susurro.
—Hasta después de la fiesta —replica Merlina—. Además, todavía es reciente lo nuestro, no da para decirlo.
Asiento de acuerdo y Andrés nos da la razón. Nuestro padre vuelve y nos señala la puerta para que nos vayamos. Los cuatro subimos a su auto. Andrés se sienta adelante, mientras Merlina va atrás conmigo.
—¿Hasta dónde van? —pregunta Ricardo.
—Al salón —replica ella.
—Señorita Ortiz, ¿le gustaría acompañarnos al modista antes de ir al lugar? Podría ser de ayuda, una opinión femenina nunca está de más —agrega el mayor.
—Por supuesto, no tengo ningún problema.
El viaje transcurre en silencio. Mi mano tan cerca de la de mi acompañante me quema y cosquillea. Necesito tocarla, pero me contengo. Solo unos días más y mi padre lo va a saber, pero todavía no es el momento.
Llegamos al lugar y observo cómo ella baja del coche y se aleja de a poco, con ese jean pegado a esas piernas que anoche rodeaban mi cintura. Trago saliva mientras recuerdo sus gemidos en mi oído, sus suspiros contra mi boca, sus manos recorriendo mi cuerpo. Me encanta que disfrute estar conmigo y me encanta hacerla disfrutar. Me aclaro la garganta y bajo detrás de ella. En dos pasos la alcanzo y me coloco a su lado.
—Señorita Ortiz —murmuro abriendo la puerta del negocio con caballerosidad para que entre.
—Amo cuando me decís señorita —expresa—. Es sexy.
Estoy por seguir el coqueteo, pero mi padre y Andrés aparecen detrás de nosotros.
—¡Richard! —exclama un hombre canoso, de ojos grises y de unos sesenta años muy bien vestido aunque extravagante, con un traje rojo lleno de plumas.
—Buenos días, Ariel —saluda el interpelado sonriendo y abrazando al hombre—. Él es un viejo amigo —agrega mirándonos.
—Amigo sí, viejo no —comenta Ariel sacudiendo las manos rápidamente y divertido—. En fin, me imagino que vienen a probar sus trajes.
Nos evalúa a los tres hombres y su mirada se detiene con interés en Merlina, mirándola de arriba abajo. Hasta la rodea para mirar su parte trasera. Aprieto los labios con disgusto.
—¡No me dijeron que traían a una muñequita! Le hubiera hecho algo a ella también —manifiesta sin dejar de mirarla.
—No, no. Yo soy la organizadora simplemente —responde ella rápidamente entre halagada e incómoda.
—¿Simplemente? ¡Querida! Sos lo más importante en todo esto, ¿quién te hizo creer tan poca cosa? —inquiere el diseñador con lástima—. Definitivamente, voy a buscarte un vestido mientras ellos se prueban los trajes.
Desaparece por un instante y vuelve con tres bolsas. Mira las etiquetas y nos da la vestimenta correspondiente. Nos señala los probadores y hace un gesto para que vayamos mientras le toma las medidas a Merlina.
Paso al probador y comienzo a quitarme la ropa para ponerme mi traje. Casi desnudo, con el espejo de cuerpo entero delante de mí, abro los ojos con sorpresa al notar algo que no vi esta mañana. Es casi imperceptible, pero ahí está. Una mancha roja justo en el centro de mis abdominales, donde Merlina anoche se entretuvo bastante antes de seguir bajando. Intento borrarlo, hacer de cuenta que es labial, pero no se va. Claramente es un chupón.
Sonrío y niego con la cabeza sin poder creerlo. Esta chica está loca. Me visto y confirmo que el traje está hecho exactamente a mi medida, sé que no necesita siquiera un ajuste, por lo que vuelvo a desvestirme y nuevamente ponerme mis prendas anteriores. Una luz a mi lado llama mi atención, así que me asomo por una pequeña abertura y esbozo una sonrisa al comprobar que es ella sacándose la ropa. Abro la cortina de mi probador y, al ver que ni siquiera está Ariel dando vueltas, entro rápidamente en el de mi acompañante. Al principio se tapa el cuerpo con la ropa, pero después su expresión es de sorpresa.
—¿Qué hacés acá? —interroga en un murmullo con nerviosismo.
—Mirá lo que me hiciste —replico levantando mi camisa. Esboza una sonrisa divertida y aprovecha para tocarme un poco.
Su roce me provoca cosquillas y lo sabe, porque se acerca un poco más y apoya su pecho contra el mío. Apoyo una mano sobre su cintura y con la otra la atraigo hacia mí para besarla. No me cuesta nada terminar de desnudarla, ya que está solo en ropa interior. En cuanto mis labios tocan sus pechos, emite un pequeño gemido, pero se muestra algo incómoda así que me detengo.
—Es extraño esto acá —susurra—, pero también es excitante —agrega antes de seguir besándome.
—Cómo me gusta que seas así —murmuro buscando el condón guardado en mi billetera.
Luego bajo mis pantalones y me lo coloco. Un segundo después ella está con la espalda pegada a la pared, trepada a mi cintura y siendo embestida una y otra vez. Empiezo a sentir sus extremidades tensarse, su respiración se agita y sé que está a punto de llegar, por lo que acelero mis movimientos. Intentamos no emitir sonido, algo casi imposible sobre todo cuando alcanzamos el clímax y no podemos controlar lo que sentimos.
—Me encantas —digo depositando besos en su cuello—. Quiero que seas mi novia —agrego sin pensarlo dos veces—. Sé mi novia, Merlina.
—¿Y Emanuel? —escucho que pregunta mi padre—. No está en su probador.
Cruzo una mirada de preocupación con mi acompañante, aunque en sus ojos también hay un brillo especial. Quiero besarla, pero el miedo de que nos encuentren es más fuerte. Hay que pensar en algo rápido.
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Listooo, último capítulo por hoy!! Nos vemos el miércoles :D
Espero que les haya gustado, gracias por leer <3
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