33

Merlina.

Salgo para recibir a Andrés, que me está esperando para ir al fin a retirar los centros de mesa y varias cosas más de cotillón. Lo abrazo a modo de saludo y comenzamos a dirigirnos hacia la parada de colectivos. Tenemos que correr porque justo está estacionado, pero logramos subir. Pagamos el boleto y nos sentamos, por suerte no hay mucha gente.

—¿La pasaste bien el sábado? —me pregunta. Que ni me hable de eso, en lo único en que puedo pensar es en cómo su hermano me hizo sentir única, linda y sensual. Me aclaro la voz y asiento con la cabeza.

—Sí, estuvo muy lindo, gracias por invitarme —respondo intentando sonar con normalidad. Él sonríe y me mira, sé que está conteniendo una de sus frases burlonas.

—No te preocupes, no voy a contar nada de lo que pasó con Emanuel. Técnicamente fue mi culpa, yo hice que se besaran y bueno... claro que estaban los dos borrachos, yo sé que se odian y probablemente ese odio era tensión sexual y ya la pudieron liberar, así que pueden seguir odiándose sin problemas —manifiesta verborrágico—. De todos modos, creo que deberías hablar con mi hermano para solucionar las cosas porque me comentó que no quedaron bien entre ustedes.

Frunzo el ceño y lo observo con confusión. ¿En qué momento quedamos mal? Bueno, supongo que tampoco lo traté de muy buena manera, pero fue él el que me pidió que hiciéramos como si nada. Y sí, me jodió muchísimo, pero es lo mejor. Lo malo es que, después de esa noche, pienso el doble en él. Suspiro y hago una mueca de desinterés.

—No tengo nada que hablar con él —expreso—. Lo hecho, hecho está. No podemos cambiar lo que hicimos, tampoco podemos arrepentirnos ni ser amigos por eso, fue una sola noche, nada más.

Entrecierra los ojos y asiente con gesto pensativo. No sé porqué se hace el misterioso, lo estoy conociendo bastante últimamente y sé que ese movimiento significa que está pensando en alguna maldad. Me cruzo de brazos y lo miro con expresión de reproche. Arquea las cejas.

—¿Qué? —cuestiona divertido—. No estoy haciendo nada.

—No, pero lo estás pensando.

Rueda los ojos y se encoge de hombros. Luego se ríe.

—Sí, probablemente ya empieces a leerme los pensamientos. Es lo que pasa cuando uno pasa tiempo con gente, ya la conoce y empieza a meterse en su cabeza —comenta sonriendo—, pero eso significa que también te conozco a vos y que seguramente no estás creyendo en ni una sola palabra de lo que estás diciendo.

Abro la boca sorprendida y siento que me voy sonrojando de a poco.

—No me conocés mucho —intento desafiarlo—. Estoy creyendo en lo que digo, tu hermano se me hizo sexy y bueno, dejé que sucediera lo que pasó, estaba borracha y me sentía sola, lo hice sin pensarlo. Así que no considero que sea de mucha importancia, y tampoco creo que a tu hermano le importe lo que hicimos, porque él es así. Frío y arrogante.

—No sabés cómo es —replica chasqueando la lengua y mirando por la ventanilla—. Ema es buena persona, es un buen hermano y un buen tipo. Creo que él si se preocupa por lo que pudiste sentir en ese momento, él piensa que te ofendió porque sentís que te utilizó para una noche, pero no es así. Emanuel jamás haría sentir mal a una mujer, jamás pasaría una noche con ella y la dejaría al día siguiente, pero vos le pediste que eso pasara.

Lo miro como si estuviera loco y notablemente herida.

—¿Acaso pensas que yo le pedí a Emanuel que se olvidara de lo que hizo conmigo? ¡Por supuesto que no! Él me lo pidió a mí, por eso yo le hice caso. No sé de dónde sacaste tremenda estupidez, ¿él te lo contó? —digo enojada. Su rostro demuestra que no entiende nada y suspira tocándose el puente de la nariz. Sus ojos negros me observan con profundidad y luego niega con la cabeza.

—Yo saqué esa conclusión porque pensé que mi hermano no podría ser así y porque está como loco —contesta con tono conciliador.

—¿Está como loco? —inquiero. Hace un sonido afirmativo—. ¿En qué sentido?

—¡En que quiere hablar con vos para arreglar las cosas! —exclama—. Mirá, yo a veces no lo entiendo a Ema, pero creeme cuando te digo que de verdad le interesa cómo te estás sintiendo. Creo que él piensa que te lastimó y que merecés unas disculpas.

—Pero está todo bien, Andy, somos adultos. No hace faltan las disculpas, es ridículo. Decile que se quede tranquilo, no hay problema. Yo lo perdono, pero no quiero verlo hasta la fiesta de tu padre...

—¿Por qué? —me interrumpe. Resoplo y miro hacia abajo.

—No puedo verlo, porque él me gusta —confieso. Esboza una pequeña sonrisa y se relame los labios, como si disfrutara lo que dije—. No le digas nada.

—No, tranquila —responde acariciando mi espalda—, ¿pero por qué no querés verlo? Quizás a él también le gustes.

Suelto una carcajada irónica y aprieto con fuerza el peluche de mi llavero.

—Porque es obvio que sólo quería desquitarse conmigo, no quiero seguir pensando en que le intereso porque no es así, sino me habría mandado un mensaje mínimamente.

Sus expresiones demuestran derrota. Claramente quiere que esté con su hermano, pero no voy a caer en su juego. Si Emanuel no cayó, yo menos.

—Bueno, Mer, pensalo. Si le das la oportunidad para hablar quizás te sorprendas —dice, dejándome pensando.

Al fin llegamos a la capital y, por suerte, puedo retirar absolutamente todo. Lo malo es que es tanto y es tan pesado que no se puede volver en colectivo. Intento pedir un uber, pero la tarifa está tan alta que no pensamos ni por un segundo en tomarlo. Caminamos por una peatonal y nos sentamos en un banco cuando ya no damos más. Vuelvo a consultar la tarifa del auto, pero sigue con demanda. Hago una mueca de irritación y él suspira mirando su teléfono.

—Ema dice que nos pasa a buscar —anuncia. Abro los ojos de par en par con enojo—. Perdón, Mer, pero de verdad prefiero irme con él que pagarle un montón de plata a un desconocido.

—¡Qué mal amigo sos! Te dije que no quiero verlo —digo con tono elevado. Me observa con diversión—. ¿Qué te da risa?

—Nada, es divertido verte enojada, das ternura. Mirá el lado bueno, dijo que iba a pagar la comida del McDonald's al cual vamos a ir. —Esboza una sonrisa triunfante y ruedo los ojos, pero no puedo evitar sonreír de igual manera frente a su lado positivo.

—Solo porque tengo muchas ganas de comer una hamburguesa —replico haciendo puchero con los labios. Él se ríe con ganas y me abraza por los hombros.

—Perdón, preciosa, pero tengo razón. En media hora viene, imagínate que el uber no baje de precio, y que encima no nos pague la comida... No es negocio —continúa—. En cambio, a Ema no le pagamos, él nos paga a nosotros. —Me guiña un ojo y suelto una carcajada.

—Lo usás mucho.

—Para algo es mi hermano menor. —Se encoge de hombros—. ¿Vos también tenés hermano, no?

—Sí, Pepe. Es profesor en una escuela, es mayor que yo y muy buen hermano... aunque sí, a veces también me usa de esclava como vos a Emanuel. —Nos reímos y suspiro—. Lo bueno de tener un hermano es que sabés que siempre podés contar con él. —Hace una mueca de duda.

—No sé si siempre. Hubo en la época en la que me llevaba mal con Ema, de hecho, antes de volver no nos llevábamos nada bien. Según él, yo soy pesado, odioso, insoportable, creído y todo lo que puedas imaginar. Y, para mí, él es exactamente eso. —Saca un cigarrillo y se mete la punta a la boca, luego lo enciende y empieza a fumar—. Somos así, a veces nos odiamos, a veces nos queremos. En este momento nos queremos, por eso nos invita al Mc. —Se ríe.

Yo asiento con lentitud. La verdad es que son muy diferentes, pero ese es el sentido de tener un hermano. Quererlo con todas tus fuerzas y fingir que lo odias. Sin responder, entro a Uber y me fijo si bajó el precio. Me sorprendo al ver que está más caro.

—Te lo dije, nos conviene ir más con mi hermano —comenta él en cuanto le muestro la pantalla. Pisa la colilla del cigarro contra el suelo y resopla—. Solo veinte minutos más. Me estoy muriendo de hambre.

Y los veinte minutos pasan más rápido de lo que creí. Mi nerviosismo por volverlo a ver se incrementó por todo mi cuerpo, teniendo que contenerme para no expresar lo que siento. Baja del auto y ayuda a Andrés a guardar las cosas en el baúl.

—Tengan cuidado, es frágil. —Me quejo en cuanto veo que lo tiran con algo de brusquedad, así que empiezan a hacerlo con más lentitud.

No puedo evitar observarlo. Se me hace agua la boca cuando lo veo con la camisa celeste abierta hasta el pecho y los pantalones color mostaza que le quedan apretados en sus piernas. Por favor, ¡basta Merlina! Concentrate en el trabajo... y en sus tremendos ojos azules que me están mirando con un brillo de diversión y picardía que hace que me quede sin aliento. Carajo, me estoy perdiendo de nuevo. Me abre la puerta trasera y me siento mientras Andrés se sube al asiento del copiloto. Luego Emanuel entra y conduce por dos cuadras hasta el negocio de comidas rápidas.

—Podríamos haber venido caminando —digo confundida. El morocho se ríe y me mira.

—Creo que te gusta mucho caminar —comenta—, pero es mejor venir en auto. Al salir no vamos a poder ni respirar de tanta comida que vamos a tener atorada en la garganta.

—Qué exagerado —expreso entre risas.

—En serio, créelo, cuando él come acá y yo le pago, se come el mundo entero —agrega Emanuel mirándome por el espejo retrovisor. ¿Por qué su voz me parece más seductora que antes? Ya estoy mal de la cabeza.

Bajamos del coche y entramos al local. Nos dirigimos a la caja para hacer nuestros pedidos, así que elegimos.

—Yo quiero una doble con queso y papas fritas grandes con coca cola —digo. La chica de la caja asiente mientras anota y mis acompañantes continúan con lo que quieren.

No puedo creer cuando Andrés empieza.

—Quiero dos de esas que tienen champiñón, panceta y todas las verduras. Tres cajitas de papas fritas grandes, aros de cebolla, una ensalada si puede ser sin el pollo, que sea solo lechuga. Quiero dos McFlurry oreo para después y... —Hace una mueca pensativa—. ¡Ah, coca cola light! Sino voy a engordar.

Los tres nos lo quedamos mirando como con cara de no poder creerlo. ¿Después de todo lo que pidió quiere una coca light?

—Te lo dije —murmura Emanuel cerca de mí. Luego es el siguiente en pedir—. Una ensalada gourmet con pollo a la parrilla y agua por favor.

Arqueo las cejas. ¿Tan sano va a ser? Paga con la tarjeta y mira con odio a su hermano, quien se regocija con todo lo que pidió. Cuando tenemos nuestros pedidos, nos sentamos en una mesa. Quedo justo frente a él, lo cual es muy malo porque no voy a poder parar de mirarlo y además siento sus piernas contra las mías.

—No puedo pedir hamburguesas, le ponen queso y cosas que tienen lácteo. Me caen mal —pronuncia, notando mi cara al ver su ensalada—. Sé que puedo pedir que se lo saquen, pero es más fácil esto.

—Ya vengo, voy al baño —dice Andrés desapareciendo al segundo. Sí, es obvio que se va para dejarnos solos. Creo que lo estoy empezando a odiar.

Emanuel agarra todas las papas fritas de su hermano, las mete a una bolsa y las intercambia por algo que parecen ser zanahorias rebozadas. Se ríe y me hace un gesto para que no diga nada.

—Él odia las zanahorias —cuenta—. Es mi manera de vengarme por hacerme gastar tanto.

—Se va a dar cuenta —respondo asustada. Se encoge de hombros.

—Va a tener que comerlo igual, le dije a la chica que le diga que ahora entregan bastoncitos de zanahoria a los que piden más de dos hamburguesas. —Me guiña un ojo y siento cómo me explotan los ovarios. Sí, suena raro, pero ese bendito gesto es capaz de volverme loca—. ¿Carlos te dijo algo por lo de ayer? —interroga. Me remuevo en el asiento con incomodidad y como una papita antes de continuar.

—Me dijo que le gusta que nos llevemos bien, solo eso. Ah, y le conté lo que pasó cuando te pregunté si eras gay. Se rio y dijo que era obvio, solo que necesitaba terminar de confirmarlo.

Desvío mi mirada de su rostro, porque me está mirando con tal intensidad que me siento completamente roja.

—¿No le contaste que vos también confirmaste que soy completamente hetero? —cuestiona susurrando, acercándose un poco más para que lo escuche. Me atraganto con un pedazo de pan debido a la sorpresa y siento mi cara arder.

—Eso no se lo puedo contar. Ni siquiera tengo tanta confianza con él, y espero que tampoco se lo cuentes.

Lo estoy tuteando, pero como él también a mí, me imagino que ya es hora de olvidarme del usted.

—No te preocupes por eso, no pienso contarle. Ni se me pasó por la cabeza. De hecho, ni Ramiro lo sabe.

—Vale tampoco —replico murmurando. Él comienza a comer su ensalada—. No deberíamos haber hecho nada, esto es una locura, ni siquiera puedo mirarte a los ojos. Me siento avergonzada, terriblemente mal y...

—Yo no estoy arrepentido —me interrumpe—. Por el contrario, creo que fue una de las mejores cosas que hice en mi vida, porque... Merlina, no te das cuenta, pero vos... —Resopla y se despeina buscando las palabras. Luego niega con la cabeza—. Yo pensé que era solo para una noche lo nuestro, pero resulta que ahora creo que no, y no sé qué hacer porque vos...

—Volví —dice Andrés sentándose nuevamente. Mira nuestras caras y esboza una mueca de disculpas—. ¿Me voy a sentar a otra mesa?

—No, no —respondo rápidamente. No quiero que se vaya, tengo miedo de lo que Emanuel me pueda llegar a decir.

Quizás sea malo, quizás sea bueno, pero no puedo escucharlo ahora. Sea lo que sea que diga, me va a sacar de mis pensamientos y no voy a poder concentrarme en el trabajo. Muero por volver a estar con él, pero no puedo dejar que pase ahora. Prefiero esperar unos días más para decirle lo que siento, pero por el momento prefiero callar.

—¡Puaj! —exclama Andrés escupiendo un pedazo de zanahoria—. ¿Qué es esto? ¡Yo pedí papas!

—Me dijeron que si pedís más de dos hamburguesas te dan zanahoria, es para que sea más sano. La Organización mundial de la Salud quizás los iba a denunciar por sus potentes platos llenos de colesterol y calorías —le dice su hermano con tono tan convincente que hasta yo me lo creo. Me mira de reojo y me aguanto la sonrisa.

—Es verdad —expreso apoyando al rubio con toda la seriedad posible—. Fue cuando fuiste al baño, vino la chica a avisarnos de este cambio.

—¡No puede ser! ¡Exijo mis papas fritas! —grita poniéndose de pie. Se encamina a toda velocidad hacia la caja y escuchamos sus quejas.

Con mi acompañante estallamos en carcajadas y, al quedar en silencio nuevamente, nos quedamos mirando profundamente. Admito que empezar a conocer la nueva faceta divertida de este hombre me está encantando. Apoya su codo sobre la mesa y me muestra la palma de la mano, lo miro confundida. No sé si quiere chocarme los cinco o mostrarme algo, pero en cuanto acerco mi mano a la suya entrelaza nuestros dedos con suavidad, haciéndome sentir cien millones de mariposas en mi estómago.

Sonrío con timidez, pero no me aparto. Y sí, terminamos de comer aun agarrados de la mano y con Andrés protestando que no le dieron sus papas fritas. Aunque, obviamente, no le prestamos atención porque estamos sumergidos en nuestros propios ojos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top