32

Emanuel.

Me despierto con la maldita luz solar que da exactamente en mis ojos. Apenas puedo abrirlos para recordar que estoy en mi habitación y que a mi lado está... tanteo para sentir su cuerpo, pero no lo encuentro. ¿Dónde está Merlina?

Busco mi ropa mientras bostezo, una prenda en cada punta de la pieza. Sonrío al pensar en la locura que hice esta madrugada. Tuve que admitirlo, esa chica me tiene completamente perdido. Miro la hora y abro los ojos con asombro, son más de las tres de la tarde. Menos mal que es domingo o ya habría perdido un día de trabajo. Escucho risas en la cocina y salgo con toda la naturalidad que puedo.

Está mi hermano, Juana y Merlina. Bueno, creo que no fui el único que la pasó bien. Andrés me mira con orgullo y la organizadora se sonroja al verme.

—Buenas tardes a todos —digo entrando al baño.

Hago mis necesidades, me peino, lavo mis dientes y vuelvo a donde están los demás. Observo que están desayunando.

—¿Hace poco se levantaron? —interrogo, preparándome una taza de café.

—Hace media hora —replica Juana—. Aunque Mer ya estaba levantada y algunos chicos se acaban de ir hace diez minutos.

—Sí, bueno, tengo que ir a casa, mi mamá debe estar preocupada y no tengo modo de llamarla, perdí mi celular. Ya termino mi leche y me voy —comenta ella, aun sin mirarme. Yo solo pienso en que se quiere terminar su leche y sonrío con picardía, pero no digo nada para no avergonzarla. Mi hermano se da cuenta y se ríe por lo bajo.

—Te presto el mío —le digo sacando mi celular del bolsillo para que pueda llamar, pero se niega.

—No, no se preocupe, si dentro de un ratito voy.

Con mi infusión ya preparada, me siento al lado de ella y le robo una de las galletitas que tiene en su plato. Logro que me mire con una sonrisa y la veo más hermosa de lo que recordaba, como si el haber tenido sexo la hubiese rejuvenecido y hecho más fresca. Es lo más probable.

—Hola —le digo—. ¿Dormiste bien?

—Hola, señor Lezcano, dormí muy bien —responde asintiendo—. ¿Y usted?

Frunzo el ceño y hago una mueca al darme cuenta de que me trata así porque yo le pedí que haga de cuenta que no hicimos nada. Carajo, no puedo ser más idiota. No puedo dejar que piense que la usé para una sola noche, no quedé ni la mitad de satisfecho. Necesito más de ella.

—Sí, dormí excelente, aunque me hubiera gustado seguir un rato más en la cama... —Me quedo mirándola embobado, sin importarme que ella se dé cuenta de mi gesto. Me dedica una mueca de diversión, pero termina su desayuno y se pone de pie.

—Bueno, chicos, ya tengo que irme. —Saluda a Andrés, a Juana y a mí con un beso en la mejilla. ¿A mí con un beso en la mejilla? ¿Después de habernos comido la boca como si no hubiese un mañana?

—Te llevo en el auto —le digo poniéndome de pie.

—Ni siquiera tomaste tu café —responde arqueando una ceja. Agarro mi taza y vacío el contenido de un trago. Me quemo todo por dentro y la lengua, pero termina riendo al ver mi cara roja y acepta que la lleve.

Vamos hasta el garaje, abro la puerta del acompañante para que se siente mientras abro el portón y luego me subo para salir del lugar. Vuelvo a cerrar y al fin comienzo a llevarla su casa. Estoy manejando lento para no llegar tan rápido, no quiero despedirla y hacer de cuenta que no pasó nada.

—No hace falta que finjas, lo que dije ayer fue... —comienzo a decir.

—Fue sensato —me interrumpe—. Nos divertimos, la pasamos bien, pero tiene razón. Yo no quiero que su padre piense que me dio el trabajo solo porque tenemos algo, y quizás lo mejor va a ser mantenernos alejados durante esta semana. Yo tengo que concentrarme, tengo que trabajar duro estos días para que todo esté listo para el sábado y no puedo distraerme.

—Sí, es verdad —respondo con sabor amargo—. Total, lo nuestro fue solo un juego —agrego con tono sarcástico—. Nos besamos, una cosa llevó a la otra, punto. Ya no más.

—Desde un principio usted quería que hagamos como si nada, así que le estoy haciendo caso a lo que me pidió.

Resoplo y miro hacia el frente, acelerando. Ahora ya no tengo ganas de seguir con esta conversación, se volvió cualquier cosa. Y sí, lo admito, el error fue mío porque jamás pensé que me iba a gustar tanto estar con ella. Pensé que si simplemente me quitaba las ganas ya no iba a desearla de esta manera tan feroz, pero no. Todo empeoró, y lo arruiné.

Llegamos a su casa luego de diez minutos en un silencio incómodo. Me mira con expresión triste y suspira antes de bajar del auto. Me siento un inútil por dejarla ir.

—Merlina —la llamo, saliendo del coche y alcanzándola hasta la puerta de su casa. Ella busca las llaves en su bolso mientras hace un sonido avisándome que me está escuchando—. Si vamos a hacer como que nada pasó, por lo menos dejame besarte una vez más.

Levanta la vista con ojos brillantes y asiente con la cabeza. La atraigo hacia mí en un solo movimiento y le planto un beso en sus labios, uno apasionado y desesperado, porque no voy a volver a probarlos nunca más. La apoyo contra la puerta, recorriendo su silueta con mis manos. No puedo olvidar lo que hicimos, es imposible. De a poco vamos bajando la velocidad, hasta terminar dándonos pequeños besos que, para mí, son con demasiada ternura. Finalmente, apoyo mi frente sobre la suya y tomo su rostro entre mis manos antes de darle el último. Acaricio sus mejillas con los pulgares sin decir nada, solo mirando sus ojos. Luego suspiro, doy media vuelta y me dirijo al auto. Sin siquiera mirarla de nuevo, arranco y vuelvo a casa.

No puedo dejar de pensar en todo el camino. ¿Habré hecho bien? Obviamente no, sino no estaría sintiendo este vacío en mi estómago. ¿Cómo puede haberme vuelto tan loco? Es que no entiendo si fue de un día para el otro o fue durante el transcurso de estas tres semanas. Pasó todo tan rápido que no tengo ni idea de cómo fueron las cosas. Chasqueo la lengua, no debería haberla dejado, no tendría que haber permitido que pensara que la usaba solo para una noche, porque no es así. Ahora no tengo manera de remediarlo.

Llego nuevamente a mi hogar. Mi hermano sigue ahí, recogiendo algo del desastre que quedó de su fiesta, aunque Juana ya no está más.

—Más te vale que limpies —le digo—. Yo no pienso ayudarte, vos hiciste todo este lío.

Se ríe y luego me mira con los ojos entrecerrados.

—Ya estás de mal humor de nuevo, no te hizo bien coger —comenta. Le tiro una lata vacía por la cabeza, pero se agacha para esquivarla—. Está bien, ¿qué pasó?

Bufo mientras me siento en el sillón y me encojo de hombros.

—Nada, que lo arruiné todo porque soy un estúpido —respondo cruzándome de brazos.

—Qué novedad —replica con tono irónico. Ruedo los ojos—. ¿Qué hiciste? —No respondo nada y él masculla un insulto por lo bajo—. Por favor, no me digas que le dijiste que solo fue una aventura de una noche.

Lo miro con algo de culpa y tira la bolsa de basura al piso con brusquedad. Luego se lleva las manos a la cabeza y no deja de negar con incredulidad.

—De verdad, sos tremendo idiota, Emanuel. ¿Ella te gusta? Porque en caso de que realmente fuese solo una noche, no pasa nada, te sacaste las ganas y listo. Ahora, si te gusta, estás muy jodido —continúa. Aprieto la mandíbula e intento decir que no, que no me gusta y que solo fueron las ganas, pero no puedo.

—Sí, me gusta —termino confesando, a lo que él suelta un insulto más fuerte—. Bueno, Andrés, ¿qué querés que haga? No sabía que me iba a volver loco estar con ella, yo pensé que solo eran simples ganas, pero resultó que no. Cuando lo hicimos en lo único en lo que podía pensar era en que la necesitaba más de lo que creía, que necesito más de ella. Y no solo en el ámbito sexual.

—Estás perdido, hermanito —comenta sentándose a mi lado—. Podés hacer dos cosas. Vas y le decís la verdad, perdiendo tu orgullo, o te hacés el que no te interesa para nada y la intentás olvidar.

—¿Cuál es mejor? Creo que la segunda, porque pienso que lo nuestro no funcionaría de todos modos, somos completamente diferentes —contesto dudando. Se encoge de hombros.

—Pero esa es la idea del amor, ¿no? Estar con alguien que te complemente, no con alguien que aburre al tener tantas cosas en común.

Asiento con lentitud. Tiene razón, lo cual es extraño porque él jamás habló de amor.

—¿Y vos qué onda con Juana? —interrogo, para dejar que todo esté sobre mí. A veces me gusta saber sobre sus cosas.

—Todo bien, es obvio que le gusto, pero ella sabe bien que lo nuestro es simplemente sexo. —Hace una mueca arrogante y lo miro—. ¿Qué?

—Es buena chica, no le rompas el corazón —expreso, a lo que suelta una carcajada.

—¡Mirá quién habla! Lo dice el que acaba de romperle el corazón a una pobre chica que vale oro.

—¡Fue un accidente! —exclamo exasperado—. Quiero decir, estoy arrepentido de haberle dicho eso, pero lo mejor va a ser esperar hasta que pase la fiesta de papá. No quiero distraerla.

—Me parece bien. Y yo voy a intentar saber si ella tampoco puede dejar de pensar en vos, lo cual me parece muy probable... —Se queda en silencio y me mira con atención—. ¿Era virgen?

—¿Qué? ¡No! Bah, no sé... ella no me dijo nada sobre eso. No creo, tuvo novio antes. ¿Por qué lo preguntas?

—Es que parecía virgen. —Se encoge de hombros y vuelve a ponerse de pie para seguir limpiando.

—Bueno, no te voy a contar cómo lo hace, aunque yo sí se lo hice muy bien —contesto, orgulloso al recordar todas las veces que ella se estremeció entre mis brazos.

De solo pensar en cómo gemía con sus labios entreabiertos, cómo arqueaba la espalda y me apretaba contra su cuerpo susurrando mi nombre. La humedad entre sus piernas y su boca recorriendo con fervor mi cuerpo... Por Dios, siento que tengo que repetir, no puede quedar así.

—Y yo creo que ella lo hace bien porque sino no hubieras quedado loco —dice riendo mi hermano—. Ahora andá y decile a Carlos que te cogiste a su hijastra —agrega entre risas. Yo hago una mueca de disgusto y diversión a la vez. Creo que ese hombre sería un buen suegro.

Lo dejo limpiando solo y me voy a tirar a la cama. Está toda desordenada, las sábanas están sueltas, hay almohadones tirados, incluso dejé las cajitas y los preservativos usados por el suelo. Soy un asco.

Con todo el esfuerzo del mundo, vuelvo a levantarme y decido limpiar esas cosas. Me agacho para mirar si debajo de la cama me olvidé algo, cuando veo un objeto que no es mío. El teléfono de Merlina.

Carajo. Hay varias llamadas perdidas de su hermano, quizás en un intento de encontrarlo. ¿Debería llamar o mejor se lo llevo en persona? Mejor llamo, porque si vuelvo a verla voy a perder la cabeza. Estoy conteniendo la tentación de revisar su celu, sé que sería terrible, pero quizás encuentro algo sobre mí. Deslizo la pantalla para desbloquearlo y llamar a alguien para que lo venga a buscar, pero me encuentro con que tiene contraseña. Chasqueo la lengua y suspiro, ni siquiera voy a poder acceder a la lista de contactos para encontrar a algún familiar.

Me lo guardo en el bolsillo, termino de ordenar la pieza y le aviso a mi hermano lo que pasó y que se lo voy a llevar a su casa. Como no me dice nada porque está con los auriculares, voy hasta mi auto y comienzo a manejar hasta su domicilio.

Me pongo nervioso con cada kilómetro que hago, y eso que sólo son cuatro. En cuanto estaciono en su puerta y bajo de mi coche, me doy cuenta que alguien está escuchando música a todo volumen. Coldplay, para ser exactos, por lo que me imagino quién será. Toco timbre, pero dudo que me escuche, por lo que espero la pausa de cambio de canción para volver a tocar. Esta vez se siente cómo baja el volumen y su grito de ya va.

Pasan cinco minutos cuando abre la puerta. Está con una bata de baño y con el pelo mojado. Me queda mirando sorprendida y se sonroja.

—Hola de nuevo, señor Lezcano —me dice con voz tímida—. Pensé que era algún familiar, yo estoy sola y me estaba bañando.

De repente se me ocurren mil maneras para estar con ella en la ducha. Me aclaro la voz y le muestro el aparato.

—Estaba tirado abajo de la cama —comento intentado sonar normal.

—Ah, uhm, gracias —contesta aún más sonrojada—. ¿Quiere pasar a tomar algo?

No, no lo hagas Emanuel, sabés en qué va a terminar sino.

—Sí, me parece bien —sale de mi boca. Me muerdo la lengua.

Me deja pasar y cierra la puerta.

—Ya vengo, me voy a vestir —comunica. Sube las escaleras corriendo, dejándome solo en medio de la sala.

Escucho nuevamente la ducha, luego la secadora de pelo, cajones abrirse y cerrarse, corridas y, finalmente, vuelve a bajar con un vestido floreado, maquillada y peinada. Sonrío y me mira con una ceja arqueada.

—¿Qué? —cuestiona incómoda. Niego con la cabeza y la sigo mirando con la sonrisa.

—Nada, señorita Ortiz, es que me imagino que hizo todo eso en tiempo récord —replico.

Ella suelta una risa nerviosa y se encoge de hombros.

—Es lo típico que hago cuando hay visitas —expresa caminando hacia la cocina. Yo la sigo—. ¿Quiere té, café, leche?

—Café está bien, gracias —replico apoyándome sobre la mesa. Si sigo tomando café me voy a morir, pero es lo único que me hace sentir bien.

Pone en funcionamiento la cafetera y me mira.

—Estaba por salir a denunciar la pérdida de mi celular, pero recordé que es domingo y que no trabaja nadie, así que me puse a hacer galletitas —cuenta, comenzando a moverse por toda la cocina. Luego saca una bandeja del horno con muchas cosas muy negras. Lo observo con las cejas arqueadas y se ríe—. Sí, esto eran las galletitas —confirma mis sospechas. No puedo evitar reír.

—Entonces, yo sería el que cocina bien... —suelto sin pensarlo. Sus ojos demuestran confusión y me aclaro la voz—. Digo, me gusta cocinar y, según mi hermano, me salen cosas ricas.

—¿Hay algo que no sepas hacer? —interroga asombrada, depositando mi taza de café sobre la mesa, por lo que me siento en la silla—. ¿Tan perfecto vas a ser? —Se pone roja como un tomate—. Me refiero, siempre hacés todo bien. Vas a ser el dueño de una gran empresa, sos piloto, vas al gimnasio, ¡cocinás! No entiendo cómo... —Se queda en silencio, sacude la cabeza y comienza a rasquetear la bandeja para quitarle lo quemado—. Yo hago todo mal.

Tomo mi bebida en silencio, pensativo. Ella sigue luchando contra las galletitas quemadas.

—De hecho, sí hay algo que no sé hacer —digo al terminar de tomar, y me acerco a ella con lentitud. La noto tragar saliva cuando me posiciono a su lado—. No sé demostrar mis sentimientos. Soy pésimo en eso, no tengo idea de cómo hacerle saber a una persona que me interesa, siempre estoy diciendo tonterías y alejo a quien quiero porque me da miedo confiar y que me terminen lastimando. —Suspiro, algo aliviado de abrirme tanto, pero a la vez avergonzado de decir lo que realmente siento.

Deja la bandeja de lado y me mira con interés. ¿La volví a cagar? Luego sonríe, toma mi rostro entre sus manos y mi corazón late con fuerza al mirar sus brillantes ojos.

—Eso es lo que te hace aún más perfecto —expresa—. Sos humano.

Exhalo el aire contenido y acaricio sus mejillas. Ella cierra sus ojos al sentir el roce de mi piel. Quiero besarla, muero por besarla.

—¡Mer, llegamos! —grita lo que me imagino que es su madre desde la sala.

Me separo de la organizadora con toda la fuerza de voluntad y vuelvo a sentarme antes de que entren. Efectivamente, entran su madre y Carlos, quien me mira con sorpresa.

—Hola, Ema, ¿qué hacés acá? —interroga.

—Vine a traerle el celular a Merlina, se lo olvidó en casa, como estuvo en la fiesta de mi hermano... —Cruzo una mirada con ella, quien esboza una sonrisa burlona—. Y me quedé a tomar un café, pero ya me voy. —Me pongo de pie y empiezo a irme—. Hasta luego, señorita Ortiz —le digo con tono seductor.

—Hasta luego, señor Lezcano —responde manteniendo la sonrisa.

Saludo a sus familiares y salgo. En cuanto entro en el auto, me río con ganas y de alivio. Sí, creo que también le gusto.

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