22
Emanuel.
Corto la pechuga de pollo y la llevo a mi boca con desesperación. Sigo sintiendo el maldito agujero negro en mi estómago, estoy muerto de hambre. No sé por qué tuve que verla, ni siquiera sé porqué le sostuve la mirada.
Aunque ese gemido de placer que emitió al probar su comida, junto con sus ojos cerrados y cómo lamía sus labios con seducción me hizo darme cuenta de algo. Anoche pensé que estaba empezando a ser impotente, porque nada me pasó con el cuerpo de esa tal Mónica, intenté que me pasara algo viendo porno y nada. Sinceramente, estaba asustado, nada podía excitarme... hasta ahora. Ver de esa manera a Merlina me hizo sentir una tremenda puntada en mi entrepierna y cómo una erección se va apoderando de mi cuerpo. Maldita sea, ¿justo ahora tiene que pasarme?
La comida me ayuda a distraerme, Rama y su novia hablan entre ellos, la organizadora y el mago coquetean sin descaro frente a mí. Me siento como harina de otro costal, ni sé para qué vine. Mastico mis papas al orégano con fuerza debido a la rabia que me provoca esto. Hace cuatro días me besó como una loca y ahora está a punto de besar a ese tipo. Toso para llamar la atención, pero nadie me mira. Ruedo los ojos y suspiro mientras sigo comiendo.
A último momento no iba a venir, pero mi hermano me convenció, y estoy muy arrepentido. Estúpido Andrés, debe estar haciendo tremenda fiesta en mi casa.
—Ema —me llama mi amigo. Lo miro de mala gana—. ¿Todo bien?
—Sí, todo perfecto. —Esbozo una sonrisa falsa y sigo mirando mi pollo.
De repente, Merlina estalla en carcajadas junto a su acompañante y todos nos quedamos mudos del susto.
—¡Me encantó! —exclama ella secando sus lágrimas de risa—. Me mostró un meme espectacular —cuenta con una amplia sonrisa.
Cruzo una mirada con Kinse, quien me mira desafiante y con orgullo de ganador. ¿Qué le pasa? ¿Acaso cree que me gusta su chica? Ja, que siga soñando. No, ella no me gusta en lo absoluto. ¡Si no la aguanto! No soporto su risa cantarina, ni cómo derrocha tanta energía y vitalidad. Tampoco aguanto su voz suave ni cómo se mueven sus labios mientras habla. No soporto ver sus ojos marrones tan brillantes, ni cómo mueve su cuerpo al caminar. La miro de reojo con disimulo y me doy cuenta de que tampoco soporto verla tan alegre con otro hombre.
Yo jamás la vi sonreír de esa manera tan genuina y debo admitir que me hubiera encantado ser yo quien se la provocara. Chasqueo la lengua, ¿qué me está pasando?
—¿Y qué hicieron anoche? —cuestiona mi amigo con alegría—. Yo me acosté ni bien se fue Ema de casa, no daba más del cansancio. Las competencias me tienen como loco y cada vez que gano me siento aliviado.
—Yo también dormí cuando llegué a casa —replico. Merlina me mira por segunda vez en la noche con expresión incrédula, con eso me dice que vio la foto que posteó mi hermano. Me quiero morir—. Aunque me costó, porque mi hermano llevó amigas a la casa y no se callaban —agrego como una excusa.
—Bueno, yo estuve en una fiesta familiar. Cumplía años mi tío —contesta Valeria salvándome. Agradezco que haya hablado, porque sino me iba a seguir embarrando.
—Y yo tuve un show en una fiesta de un chico que cumplía dieciocho años, me fue muy bien —comenta Juan Manuel con una sonrisa de oreja a oreja. Yo suelto un murmullo de desinterés que, por suerte, nadie escucha—. Faltás vos —le dice a Merlina.
—Bueno, yo me quedé mirando una serie hasta tarde. —Cruza una mirada con su amiga y me da la sensación de que está mintiendo—. Vis a vis, para ser más exacta. Muy buena, se las recomiendo.
—Ah, yo vi el primer episodio y me aburrí —contesta Ramiro—. Prefiero cosas con más acción.
—Claro, como Cuidado, bebé suelto —comento con diversión.
—¿Qué tiene? ¡Es mi peli favorita! Es entretenida, divertida, hay un poco de acción... tiene todos los condimentos —opina enumerando las cosas buenas con los dedos.
—A mí me gusta esa peli también —lo apoya su novia encogiéndose de hombros. Se miran embobados y se dan un beso. La dulzura ya me dio diabetes.
—A mí me gustan las películas donde los protagonistas se besan y luego se cierran la puerta en la cara —suelto de golpe y aprieto mis labios al instante. No me pude contener, estoy mal de la cabeza. ¿Cómo voy a decir eso? ¿Estoy loco?
La organizadora me mira con expresión sorprendida y se sonroja. Bueno, no es la única sorprendida, la parejita también me observa de esa manera. El único que no entiende mucho es Kinse, pero creo que no le importa porque está con la vista clavada en la pantalla de su teléfono. Todos nos quedamos en silencio, obviamente que Merlina no va a responder, la dejé sin palabras, seguro que no se lo esperaba. Veo que come lo último en su plato y se aclara la voz.
—Bueno, yo prefiero las pelis en las que el hombre no es un imbécil y va detrás de la mujer —expresa con tono cortante y mirándome fijamente.
¿Acaso me está llamando imbécil? ¿Qué iba a saber yo que ella quería que la siguiera? Ni siquiera me dijo el por qué me besó, no sé si es una confesión de que le gusto o porque solo quería hacerlo. En fin, solo ella se entiende. Al darse cuenta de que no voy a contestar, se acerca a su acompañante y le dice algo en el oído, a lo que él se ríe.
Una puntada de amargura se clava en mi estómago y sigo comiendo. Tomo mi copa de vino blanco de un trago y me sirvo más. Esto es increíble. Mi amargura se incrementa cuando lo veo darle la comida en su boca con gesto seductor. Termino de comer mi pollo con rapidez, ni siquiera mastico, no me importa si me ahogo, y me levanto de golpe para dirigirme al baño.
Lo primero que hago es mojarme la cara, me estoy volviendo loco. Miro mi reflejo en el espejo y no me reconozco. Yo no soy así, una mujer no puede desorganizar mis pensamientos de esta manera, no puedo pensar en otra cosa que ella. No voy a aceptar lo que más me temo.
—Amigo —dice Ramiro entrando al baño con expresión preocupada mientras seco mi rostro con papel higiénico—. ¿Estás bien?
—No, creo que estoy descompuesto —miento—. Me tengo que ir.
Frunce los labios con incredulidad y suspira apoyando medio cuerpo en la pared con los brazos cruzados.
—Sé sincero, te conozco —expresa con diversión. Ruedo los ojos y me pongo frente a él.
—Nada, solo que me siento apartado, no debería haber venido. Era una cita doble, claramente estoy de más —replico desganado. Me mira con lástima y asiente.
—Es cierto, no debería haberte traído. No parecés el Emanuel de siempre —contesta ofendido—. Deberías irte, estás en modo amargado y cuando estás así no te aguanta ni Dios.
Aprieto mi mandíbula y me contengo para no decir nada de lo que me pueda arrepentir.
—Bien, me voy —anuncio dándole la espalda y comenzando a salir.
—Esperá —me detiene. Suelto un resoplido y lo miro—. Te cambió la cara por completo cuando apareció Juan Manuel.
—Sí, ¿y? No me cae bien, es solo eso. ¿O acaso tengo que ser simpático con todo el mundo? —manifiesto con irritación. No veo la hora de salir de acá.
—¡Ni siquiera lo conocés! —exclama con los ojos bien abiertos—. Dale una oportunidad, quizás terminan siendo amigos.
—Ja, ja, pedís mucho. Nunca podré ser amigo de ese.
—¿Por qué? —interroga curioso. No voy a decir mi motivo—. ¿Por qué, Emanuel? —insiste desafiándome con la mirada.
Me muerdo la lengua, pero me niego a decirlo en voz alta. Doy un paso hacia la salida, pero es más rápido que yo y se interpone en mi camino. Me cruzo de brazos con impaciencia y suelto un bufido.
—Largalo, dale —dice, regocijándose de mi sufrimiento interno—. Dale, Ema, yo ya lo sé.
—No sabés nada —lo contradigo.
—Bueno, entonces decímelo, así me entero y puedo ayudarte. —Se encoge de hombros y me mira expectante durante todo mi largo silencio. Quizás, si se lo digo, me deje ir y yo me sienta más aliviado.
—Lo que me pasa es que... —Me aclaro la voz y desvío la vista hacia el suelo—. Lo que me pasa es que... carajo, no puedo.
—Voy a quedarme lo que haga falta hasta que lo digas. No me voy a mover ni un centímetro ni te voy a dejar ir —me amenaza. Sé que es capaz de hacerlo.
—Vos ganás. —Froto mis ojos para ganar tiempo y suspiro, luego lo miro con aspecto derrotado—. Me gusta la organizadora, ¿está bien? Me gusta Merluza y me estoy volviendo loco porque no quiero enamorarme —admito con voz ahogada. Él esboza una sonrisa de suficiencia y asiente.
—¿Y por qué te vas a ir? —cuestiona alegremente—. Andá y demostrale al mago que ni con magia puede ganar.
—No, yo ya perdí. ¿No viste cómo lo mira? Ni sé porqué me besó el otro día...
—Ema, no pierdas las esperanzas, vamos de nuevo a la mesa que se deben estar preocupando.
Asiento sin ánimos, pero tiene razón. Quizás, si la vuelvo a besar, termino de aclarar los sentimientos que tengo dentro de mí. Lo sigo por el camino hasta dónde estábamos, pero mi ilusión se esfuma al instante. Merlina y Kinse se están besando. No es un gran beso como el que nos dimos hace unos días, pero es lo suficientemente intenso como para hacerme sentir mal. Miro a mi amigo, quien tiene expresión frustrada y niego con la cabeza. Él entiende lo que quiero decir, así que me saluda con la mano.
Salgo del restaurante apresurado. No quiero volver a verla, quiero olvidarla. Me siento decepcionado y estúpido a la vez. Debería haber tocado la puerta de nuevo cuando me la cerró en la cara después de haberme besado, pero... ¿y si se reía de mí? ¿Y si solo había sido una apuesta? Quizás fue idea de mi hermano. Sí, es algo que él haría, pero no sé si Merlina fuese capaz de hacerlo. Camino a velocidad rápida, aunque con una pequeña esperanza de que ella va a salir tras de mí, en mí búsqueda, como en las películas y como ella hubiera deseado que hiciera hace unos días. Obviamente, no lo hace. ¿Por qué lo haría? No soy nadie, ahora su novio es el mago.
Lo bueno es que ahora que ya está todo aclarado, puedo volver a mi vida normal. No más preocuparme por verla, ni por luchar internamente con lo que siento. Se acabó, voy a ser el Emanuel de antes.
Llego a la parada del colectivo, pero recuerdo que no tengo ni la tarjeta para sacar el pasaje. Suspiro, son tres kilómetros hasta mi casa, creo que puedo hacerlo caminando. He corrido maratones de cinco kilómetros, aunque ahora tengo zapatos y sé que voy a comenzar a sentir dolor en las primeras diez cuadras.
«Me cago en todo», pienso deprimido. Chasqueo la lengua y me siento en el banco de la parada. Ojalá el chofer sea bueno y me deje pasar igual.
Pasan cinco minutos cuando el auto de mi amigo estaciona frente a mí.
—Vamos, te llevo —dice por la ventanilla. Lo miro confundido—. No vas a llegar muy lejos, no pasa el colectivo a esta hora.
Entro al coche sin decir palabra, pero agradezco que está Muse de fondo, por lo menos canto mentalmente y me distraigo por un momento de mis verdaderos pensamientos.
—La dejé sola a Vale por un ratito. Yo te llevo a casa y vuelvo.
—Perdón. Hice un papelón, ¿no?
—No, está todo bien. Simplemente dije que no te sentías bien.
—¿Se habrá dado cuenta? —inquiero asustado.
—¿Merlina? —Asiento—. No creo, pero en cuanto te fuiste... bueno, preguntó desesperada por vos. Juan Manuel sí se dio cuenta, así que la distrajo y ahora está todo bien. —Se queda en silencio y me mira—. Que se hayan besado no significa que sean novios, lo sabés muy bien.
—Ya fue, no me importa. Voy a reorganizar mi mente de nuevo. Borrón y cuenta nueva, punto —replico con tono muy convincente, aunque por dentro no estoy de acuerdo.
Diez minutos después me deja en mi casa.
—Suerte, amigo. Solo vos sabés lo que realmente querés y necesitas —me dice antes de que baje del auto.
Es cierto, el problema es que no sé lo que quiero. ¿La olvido o lo intento? Entro con cuidado porque escucho los ronquidos de mi hermano. Me sorprende que se haya dormido temprano y no encontrarme con una fiesta de rubias en ropa interior.
Hago mis necesidades, me quito la ropa y me acuesto. Antes de dormir, reviso mis redes sociales y lo primero que me aparece es una foto de Merlina con Kinse. "Con un gran amigo", dice la descripción. Sí, claro, amigo. Hago una mueca de cansancio, voy al perfil de ella y le doy en dejar de seguir.
Mejor la olvido.
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