19

Andrés.

Mi hermano pasa como alma que se la lleva el diablo por la sala, ni siquiera se da cuenta de mi existencia ni de que me estoy comiendo su helado acostado en el sofá. Algo le habrá pasado y solo estoy casi seguro de dos cosas: al fin aceptó que le gusta Merlina, o... bueno, creo que aceptó que le gusta Merlina, porque no creo que nuestro padre ya se haya enterado de su secreto.

Escucho el agua de la ducha y asiento con lentitud mientras suelto una risa por lo bajo. Creo que quedó caliente con la organizadora y lo único que lo puede salvar es una autosatisfacción en la ducha... me dan arcadas de solo pensarlo.

Antes de que me vea y se la agarre conmigo, decido volver a guardar el pote de helado en el freezer, aunque esté vacío. De todos modos, cuando se dé cuenta de que me lo comí ya no estaré acá. Eso espero, o su furia contra mí sería terrible. Quizás debería ser un buen hermano y comprarle un kilo más, pero... ¿de dónde saco?

Camino de puntitas de pie hacia la salida, pero su voz me detiene.

—Andrés —me llama. Giro lentamente con una sonrisa inocente. Tiene el cabello mojado, el torso desnudo y una bermuda de gimnasia. Como envidio su belleza, siempre hay un hermano lindo y un hermano feo. Lo bueno es que al menos yo soy el hermano talentoso y gano por ese lado.

—Hola, hermanito —digo manteniendo mi sonrisa, ya se me empieza a acalambrar la mandíbula de tanto fingir—. ¿Cómo fue tu día? ¿Pudiste hacer todo lo que querías con la señorita Ortiz? —cuestiono con doble sentido. Bufa y se frota los ojos.

—No, no pudimos hacer todo, así que espero que a partir de mañana te pongas las pilas y cumplas con tu trabajo, que para algo firmaste ese papel. No quiero saber más nada de esa chica, a partir de ahora te encargas vos de ella, ¿está claro?

—¿Qué pasó? —inquiero con preocupación, está tan serio que me da la sensación de que realmente está cansado de ella.

—Nada, solo que está loca y no me interesa tratar con gente así. En fin, me voy un rato al gimnasio, necesito despejarme un poco.

Frunzo el ceño mientras lo observo salir poniéndose una camiseta. Esto sí que es raro, jamás lo vi de esta manera. ¿Le habrá hecho algo esa chica o simplemente él tiene miedo a enamorarse? Chasqueo la lengua y suspiro tirándome nuevamente al sofá.

No tengo nada qué hacer, simplemente mirar el techo y tararear canciones. ¿Cómo decirle a mi hermano que no tengo absolutamente nada? ¿Que perdí todo y que la llamada de esa muchacha fue lo que me sacó de mi pozo?

Mi banda ya no existe, mi fama ya no existe, mi dinero ya no existe y el mundo irreal en el que vivía ya se esfumó.

—Andrés, bienvenido al mundo real —murmuro para mí mismo.

¿Cómo fue que perdí todo? Bueno... digamos que cuando te la pasas en un escenario todos los días, con dinero para gastar sin saber en qué... empiezan a meterte ideas en la cabeza. Te juntas con extraños, te metes en su mundo sin tener idea de qué están haciendo.

La cantidad de mujeres con las que he estado no es nada comparado con el dinero que aposté en los malditos sótanos de juego ilegal. No es nada comparado con la droga que me estaba metiendo. Lo único que agradezco de haber perdido todo es que sin dinero, no tengo manera de continuar con mi adicción. La pasé mal, sufrí la época de abstinencia y sigo trabajando en ello, pero de algo se aprende. Y quizás el volver con mi familia me ayude a tomar un nuevo camino.

Quiero seguir cantando, pero lo voy a tomar con tranquilidad. Por ahora pienso subir algunos covers de canciones a mi canal de YouTube, quizás sirva para tener algo de trabajo. Carajo, ni siquiera puedo comprarle ni medio kilo de helado a mi hermano menor. Y para colmo, lo que él toma siempre es más caro por culpa de su maldita intolerancia a la lactosa.

Con mi hermano siempre tuvimos esa relación de amor-odio, típico entre parientes, pero sé que si lo necesito él va a estar ahí para mí, así como yo para él y, en este momento, lo necesito. Trago saliva, quizás si le mando un mensaje mientras está lejos me ayude a enfrentar más la situación, no lo sé. Saco el celular de mi bolsillo y tecleo las palabras, pero las borro y escribo una y otra vez hasta que me doy cuenta de que es absurdo. Creo que ya sé lo que tengo que hacer.

Lo voy a enfrentar, pero en el gimnasio. Sé que esa es una distracción para él y probablemente lo encuentre de buen humor. No me da miedo lo que diga, porque seguramente me va a dar un buen par de piñas por irresponsable, pero va a terminar ayudándome.

Tengo que ir caminando, porque el auto con el que vine era alquilado y ya lo tuve que devolver. Le tuve que mentir a Emanuel diciendo que lo tenía el mecánico, así que esa es otra de las tantas mentiras que le dije. Son veinte cuadras bajo pleno rayo del sol, por lo que cuando llego al gimnasio ya siento que hice mil horas de ejercicio. Lo busco entre las máquinas, pero por el momento no lo veo. De paso aprovecho para saludar a unas chicas muy lindas que se encuentran haciendo sentadillas y me devuelven el gesto con una sonrisa avergonzada. No dudo de la gran seguridad que tengo en mí mismo, siempre voy a ser un gran conquistador con o sin dinero.

Al fin encuentro a mi hermano, que está descansando en una banca, tomando agua y secándose la transpiración con una toalla blanca. Cuando nota mi presencia abre los ojos con sorpresa y luego refunfuña algo inentendible. Creo que ya se lo ve venir.

—¿Qué hiciste, Andrés? —cuestiona con desgano. Me encojo de hombros y me siento a su lado.

—Nada, hermanito. Bueno, en realidad, me comí el último helado que tenías. —Rueda los ojos y me hace un gesto para que prosiga. Como me conoce este chico—. Bueno, perdí todo lo que tenía en apuestas clandestinas, estuve drogado por un tiempo y le debo algo de plata a unos mafiosos, pero no es mucho igual.

Aprieta la mandíbula y toma una respiración profunda para luego exhalarla lentamente.

—¿Cuánto debés? —me pregunta intentando mantenerse tranquilo.

—Y unos... dos mil dólares.

—¡¿Dos mil dólares?! ¿Y lo decís con esa calma? Son más de cien mil pesos, ¿de dónde se supone que vas a sacar la plata, Andrés? ¡No puedo creerlo, en serio! Se supone que sos el mayor y que tenés que ser mi modelo a seguir, pero siempre termino dándome cuenta de que sos el infantil e irresponsable de los dos —expresa con los dientes apretados y claramente furioso—. Hasta nuestra hermana de seis años sabe que no tiene que meterse en esas cosas.

—Tiene cinco —le recuerdo, pero me lanza una mirada que me hiela la sangre—. Perdón, ¿está bien? Ser famoso es una locura, está bueno cuando tenés a una familia que te sostiene, pero yo estaba solo y mis músicos estaban metidos en más mierda que la mía... hasta uno de ellos se murió de tanta heroína que se inyectó.

—¿Con qué te drogabas? —interroga con tristeza.

—Cocaína —admito avergonzado. De solo pronunciar eso mi garganta se seca y respiro hondo—. Lo dejé cuando ya no tenía ni un peso para comprarla, tuve que aguantarme hasta lo último y terminé en la calle. Lo único que tenía era una mochila, un celular, una manta de los guns y una bolsita con esa... cosa. Sobreviví con eso y casi robo para seguir comprando, pero me di cuenta de lo que estaba haciéndome, así que me la aguanté solo, viviendo en plazas, sufriendo la abstinencia. Fue horrible, y no lo volvería a repetir.

—¿Por qué no me llamaste?

—Por la vergüenza, supongo. Papá me mantenía la línea del celular así que a él le mentía diciendo que estaba en tours, pero en realidad estaba durmiendo en un banco o debajo de un puente. La llamada de esa chica, Merlina, fue la salida que estaba buscando para volver.

—¿Todavía estás en abstinencia?

—No. Bueno, a veces siento unas tremendas ganas de ingerir, pero me fumo un cigarro y me calma.

—O sea que dejaste una cosa por otra...

—Se podría decir que sí.

Nos quedamos en silencio, mirándonos a través del espejo que tenemos en frente. Somos tan diferentes, en todos los sentidos, ¿realmente seremos hermanos? Chasquea la lengua y tira el pelo que cae sobre su frente hacia atrás. Sé lo que está pensando, sé que soy un idiota.

—¿Me vas a ayudar? —decido preguntar al ver que él no dice nada.

—Solo si me vas a ayudar a mí —responde después de un minuto. Asiento con la cabeza y me mira con seriedad—. Por favor, trabajá con Merlina. Me da igual si querés estar con ella, pero alejala de mí, ¿está bien?

—¿Es una loca psicópata que te está persiguiendo? —cuestiono interesado, aunque por su expresión me doy cuenta de que es lo contrario. Tengo razón, él quiere que la aleje para no terminar de enamorarse. Sin decir palabra, estiro mi mano y él la estrecha en una especie de trato—. Yo te ayudo con la organizadora, vos me ayudas a pagarle a la mafia.

—Perfecto. Ahora, ¿vas a hacer ejercicio conmigo o te vas a quedar mirándome ahí sentado? —pregunta sonriendo, poniéndose de pie de un salto.

—Ja, definitivamente me voy a quedar mirando, hermanito. Estos rollos no se hacen solos —contesto palmeando mi panza. Él suelta una risa y continúa con su rutina.

Mientras tanto, yo observo por el espejo a las otras chicas que están haciendo sentadillas. Creo que voy a acercarme a ellas, total estoy aburrido y tengo ganas de... en cuanto me acerco me doy cuenta de quiénes son. Merlina y su amiga. Por Dios, qué buenas que están.

Me aclaro la voz y le sonrío a la rubia, que no recuerdo su nombre. Ella me devuelve la mueca con algo de duda y noto que le dedica una mirada a su acompañante, quien no para de hablar, pero con eso se calla enseguida.

—Hola, preciosas —digo con mi mejor tono de galán. La organizadora se sonroja y mira hacia todos lados, menos hacia mí. Sé que lo está buscando y creo que si mi hermano se diera cuenta de que ella está acá, se iría echando chispas.

—¿Cómo está, señor Lezcano? —interroga finalmente, posando sus ojos oscuros en mí. Es una muy linda chica, no entiendo como Emanuel quiere escapar de ella, si es obvio que se gustan mutuamente.

—Muy bien, intentando ejercitarme —respondo—, pero me distraigo. Prefiero entrenar en lugares algo más... privados —agrego mirándola profundamente. Su amiga suelta una risita y cruza una mirada con Merlina. Entre amigas se entienden.

—Sí, yo prefiero entrenar en mi casa porque acá me da vergüenza —expresa la secretaria con total normalidad—, pero hoy Mer me necesitaba acá, así que...

—Ah, sí, por supuesto. Bueno, chicas, no las interrumpo más. Sigan con lo suyo.

Le doy un beso en la mejilla a cada una y salgo disparado hacia mi hermano. Lo encuentro haciendo pesas y espero a que termine para no distraerlo.

—No vas a poder creer a quién me encontré —digo conteniendo una sonrisa maligna. Como amo que sufra por una mujer, es un tonto por no hacerle caso a su corazón. Entrecierra los ojos.

—¿Te encontraste a un mafioso? —pregunta riendo.

—No, me encontré a Merlina —suelto sin aviso. Enseguida su mirada recorre el gimnasio y le facilito las cosas—. En la esquina a tu izquierda, en la máquina de sentadillas.

Abre los ojos de par en par y enseguida noto su torpeza cuando quiere volver a hacer el ejercicio. Es tan obvio, parece un adolescente. Ambos parecen adolescentes, aunque yo no puedo decir nada porque soy más inmaduro que ellos.

Tengo que hacer que estén juntos, no puedo quedarme de brazos cruzados. Sé que no lo van a hacer por sí mismos, ¿qué les haría un pequeño empujoncito?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top