17

Emanuel.

Observo a Merlina mientras busca desesperadamente un papel en su mochila. Estamos frente al comercio donde tiene que retirar algunas cosas para la fiesta, pero no encuentra la boleta que alega su seña.

—¡Yo la tenía! —chilla al borde de los nervios. Está tan apurada que varias cosas salen disparadas en cuanto saca el papel con un grito de alegría.

La ayudo a levantar lo que se le cayó, con la mala suerte de que lo primero que agarro es una cajita de tampones. Maldita sea, ese tipo de cosas me dan pudor, pero ella ni se inmuta en cuanto nota lo que tengo en la mano. Por el contrario, se ríe y lo vuelve a guardar completamente relajada.

—¿Qué pasa? ¿Los querés usar? —interroga divertida. Hago una mueca de irritación y rueda los ojos—. Era una broma, Lezcano. Relax.

Ya hablás como mi hermano —mascullo chasqueando la lengua—. Tanto te juntas con él que se te pegó.

Sin decir nada, me dirige una mirada de reproche que me deja sin aliento. A veces puede ser muy directa con solo sus gestos. Me hace una seña para que entre con ella al negocio y así lo hago,  refunfuñando porque odio ser su perrito faldero.

—Vengo a retirar un pedido —le dice a una muchacha que está del otro lado del mostrador mascando chicle con expresión aburrida. Su cabello rubio teñido está completamente despeinado y su maquillaje corrido y payasesco, como si se hubiese pintado con la escopeta de Homero Simpson.

—¿Tenés el papel de seña? —cuestiona con tono despectivo. Aprieto los labios y me cruzo de brazos. No tiene porqué tratar mal a los clientes.

Merlina le da el papel con velocidad, la chica lo lee y desaparece tras una cortina de plástico ubicada a su espalda. Mi acompañante tambalea los dedos sobre el mostrador mientras mira a su alrededor con interés. Yo simplemente veo lo que hay en todo cotillón: disfraces, cosas de repostería y varios objetos de fiestas. 

—Mirá —me dice señalando algo a mi izquierda. En cuanto me doy vuelta noto por el rabillo del ojo que ella se mueve y vuelvo a buscarla con la mirada, pero no la encuentro.

Al fijar mi vista nuevamente hacia el punto señalado con anterioridad, sale de detrás de unos disfraces soltando un gruñido y con una máscara de hombre lobo. La miro con las cejas arqueadas y bufa mientras vuelve a colocar el objeto en el lugar correspondiente.

—Pensé que te ibas a asustar —expresa volviendo al mostrador. Suprimo una sonrisa y me encojo de hombros.

—¿Cómo podría asustarme de una mujer loba que me llega hasta el pecho y tiene complexión física pequeña? Más bien, me dio ternura —respondo acercándome a su lado.

—¿Debería decir gracias?

Antes de que pueda responder, la mujer que atendió vuelve a aparecer y niega con la cabeza.

—Perdón, ma, pero tu pedido todavía no está listo. Quizás la semana que viene —le dice mascando el chicle ruidosamente. Arrugo la nariz con asco al darme cuenta de que me mira de arriba abajo y me guiña un ojo lamiendo sus labios.

—Ah, bueno, gracias —responde Merlina desanimada y saliendo del local. La sigo rápidamente antes de que la vendedora suelte algo fuera de lugar—. Perdón, te hice venir hasta acá por nada —dice suspirando.

—Tranquila, no pasa nada. Si ellos no son comprometidos y no tienen el trabajo a tiempo no es tu culpa —replico con firmeza, a lo que ella asiente.

—Sí, pero quizás debería haber llamado por teléfono antes de venir, para asegurarme de que estuviese listo.

—Eso es cierto, pero bueno, ya está. ¿No tenés que buscar alguna otra cosa? Aprovechá que estás en el centro y hay muchos negocios —digo para intentar animarla. Ella hace una mueca pensativa y saca su agenda de la mochila para leerla.

—A un par de cuadras de acá hay un tipo que hace show de magia. ¿Podría ser una opción de entretenimiento para la fiesta? —pregunta mirándome con atención. Por un momento me pierdo en sus pequeños labios entreabiertos y rosados, pero sacudo la cabeza y vuelvo al mundo real.

—Creo que es buena idea. A mi papá le gusta la magia y si es un show elegante suma muchos puntos —termino respondiendo mirando hacia otro lado.

La noto sonreír y comienza a caminar a paso rápido. Sus actitudes me confunden demasiado, puede pasar de la decepción a la alegría, tiene una personalidad muy versátil y me estresa no saber con qué puedo encontrarme a continuación.

Caminamos unas cuatro cuadras en un completo silencio, sé que está incómoda y que debería decir algo, pero no se me ocurre nada.

—Qué lindo día —comento finalmente, y al instante me siento un estúpido. ¿Hablar del clima? Un clásico para romper el hielo, pero no creo que a Merlina le parezca un buen tema y... ¿por qué me preocupa lo que piense?

—La verdad que sí. Es mi clima favorito —responde mirando el cielo despejado por un instante. Veo su camisa de mangas largas y frunzo el ceño. ¿No tiene calor? Yo me estoy cocinando y debajo de la camisa no tengo nada. Debería haber traído algo más fresco.

—Debo admitir que mi estación favorita está por empezar a venir, el invierno.

Suelta una risa por lo bajo y continúa con la marcha. Me molesta no saber lo que piensa. Por Dios, me estoy volviendo un idiota con todas las letras.

Un par de ancianas se posicionan delante de nosotros y nos hacen ir más lento que una tortuga. Chasqueo la lengua y bufo, sé que son grandes y no pueden caminar rápido, pero se ocupan toda la vereda y no dejan ni un espacio para caminar. Cruzo una mirada de impaciencia con mi acompañante y, de repente, toma mi mano y me tira hacia adelante corriendo, aprovechando un pequeño espacio vacío. Hacemos unos pasos más tomados de la mano, hasta que se da cuenta y me suelta con brusquedad.

—Perdón —murmura cruzándose de brazos con inseguridad.

—No hay problema —respondo intentando sonar desinteresado, con tal de no admitir que su roce me provocó miles de sensaciones en todo mi cuerpo. Maldita sea.

Esboza una sonrisa tímida y seguimos caminando, esquivando personas y en un silencio irrompible.

Tras cinco largas cuadras, se detiene frente a un departamento. Busca el número tres en el timbre y toca por un instante. La veo hablar por un interlocutor y, un minuto después, la puerta emite un ruido y ella abre con velocidad. Me hace esa seña para que la siga por cuarta vez en el día y suspiro cuando no me queda otra opción que hacerle caso.

Subimos los tres pisos por una escalera caracol muy estrecha y vieja, con cada pisada siento que me voy a caer. Para colmo, no puedo mirar hacia el frente ya que Merlina va delante y tengo una vista en primer plano de su trasero, debería haber empezado a subir yo primero. A veces odio mi caballerosidad.

Al terminar de subir, caminamos por un corto pasillo y nos detenemos frente a una puerta con el número quince escrito con muy mala ortografía: "kinse". Creo que me va a dar cáncer visual. Mi acompañante está por golpear sus nudillos y un hombre abre en ese mismo instante, por lo que Merlina termina golpeando su cara.

—¡Ay, perdón! —exclama asustada y examinando al tipo, que se está tocando la nariz con una mueca de dolor.

—Está bien —termina diciendo y esboza una sonrisa coqueta—, me dejaría golpear mil veces por una chica tan linda como vos.

Aprieto los labios y contengo mis ganas de rodar los ojos. Le echo una mirada rápida al individuo. Debe tener mi edad o un poco menos, pelo corto y dorado, ojos verdes, nariz grande y ligeramente torcida hacia un lado, una boca común y rodeada por una barba candado. Cuerpo completamente normal, algo flacucho, vestido con jean, camisa y... ¡ojotas con medias! ¿Es en serio? ¿Quién se pone ojotas sin sacarse las medias? Es incomodísimo.

Merlina suelta una carcajada y extiende una mano para estrecharla con el rubio.

—Mucho gusto, Kinse. Soy Merlina, estuvimos hablando anoche por el tema del show de magia... —expresa entrando al departamento como si fuese suyo. Yo la sigo con algo de duda, ya que el mago no nos permitió el paso.

—¿Entonces Kinse es tu nombre y no el número de la habitación? —interrogo confundido. Ambos se ríen y el muchacho asiente.

—Kinse es mi seudónimo de mago, ustedes pueden llamarme Juan Manuel o, en su defecto, Juanma. —Le guiña un ojo a Merlina y la noto sonrojarse.

¿Por qué todos coquetean con ella? Ni que fuese Angelina Jolie. La observo disimuladamente mientras se sienta en el sillón de cuero negro y se cruza de piernas. Admito que eso fue seductor, pero tampoco como para comerla con la mirada como lo está haciendo Juan Manuel.

—Bien, Juanma, ¿estás disponible para dentro de dos semanas por la noche? —interroga sacando su agenda y una lapicera de su mochila.

—Tengo todos mis días disponibles solo para vos —replica este sentándose a su lado. La organizadora ni se inmuta, pero yo tengo que apretar los puños para no decir ninguna barbaridad.

—¿Podrías hacer algún truco en este momento? —cuestiono para que despegue sus ojos de ella.

—Por supuesto —dice manteniendo la sonrisa. En menos de un segundo pasa la mano por la mejilla de la chica y una flor roja aparece. Ambos nos quedamos boquiabiertos—. Una flor para esta hermosa chica.

Se pone de pie y se acerca a mí, mirándome fijamente. Cruzo mis brazos para crear una especie de protección y se ríe. Su mano se acerca a mi oreja y termina apareciendo un hielo.

—Como tu corazón —comenta dejándolo sobre una mesita ratona. Frunzo el ceño y Merlina abre los ojos de una manera impresionante.

—Ni me conocés —manifiesto con molestia. ¿Quién se cree que es para decirme que tengo un corazón frío? Se encoge de hombros y lleva sus manos a los bolsillos del pantalón.

—No hace falta ser un experto para darse cuenta de lo que te pasa. En fin, no es tan malo tener un corazón de hielo, tarde o temprano se termina derritiendo —comenta mirando al cubito comenzar a deshacerse.

—Debo admitir que quedé impresionada con ese truco. ¿Cómo hiciste para aparecer un cubito de hielo sin que se te derrita en el bolsillo o algo así? —expresa mi acompañante aún sorprendida.

—Gajes del oficio —responde Juan Manuel riendo—. Cuando quieras te doy una clase magistral exclusiva de magia...

—¡Me encantaría! —exclama ella con entusiasmo y sonriendo de oreja a oreja.

—¿Qué te parece este viernes a la noche? —cuestiona el mago volviendo a acercarse a ella con paso seguro. Bufo y termino sentándome en un sillón apartado del suyo.

Mientras ellos hablan y coquetean, no dejo de mirar mi reloj. Me quiero ir, me dio hambre y estoy incómodo. No quiero ser parte de esta situación, tampoco es justo que tenga que ver cómo mi especie de jefa conquista a su próxima pareja. La que falta es que me pidan ser padrino de su boda solo porque estuve en el momento en que se conocieron.

Chasqueo la lengua y aclaro mi garganta para volver a captar su atención.

—Si no les molesta, voy a esperar afuera —expreso poniéndome de pie. Kinse ni siquiera me presta atención, pero Merlina me mira con preocupación.

—¡No te vayas! —exclama con desesperación—. Ya nos vamos.

Rápidamente se pone de pie y estrecha una mano con el mago, quien la observa con confusión, pero luego aprovecha para darle un beso en el dorso de la mano. Pongo los ojos en blanco y salgo de la habitación emitiendo un suspiro exagerado.

Me apoyo contra la pared, al lado de la puerta, y me cruzo de brazos para esperar a que salga Merlina. Me quiero ir de una vez por todas, no debería haber aceptado cambiar el lugar con mi hermano. Creo que él hasta se habría ofrecido a hacer un trío con ella y Kinse.

Finalmente, la organizadora sale con una sonrisa boba y completamente sonrojada. Genial, menos mal que me fui o debería haber soportado que se besaran delante de mí.

—¿Ya terminaste con tu momento de coqueteo? —interrogo con tono ofendido, comenzando a caminar hacia las escaleras. Ella suelta una risa nerviosa y niega con la cabeza.

—No estaba coqueteando, estaba haciendo negocios. Son dos cosas muy diferentes, señor Lezcano —replica guiñándome un ojo.

No puedo responder porque me quedo estupefacto ante ese gesto. Bajamos los escalones con rapidez y el calor que hace afuera me recuerda lo abrigado que estoy. No hay vuelta atrás, si me quito la camisa voy a estar desnudo y prefiero pasar calor antes que ir desaliñado.

—Tenemos que caminar dos cuadras para tomar el colectivo que nos lleve a casa —comenta, apurando el paso hacia la izquierda.

Lo que no me gusta del centro es que siempre es un mar de gente, la gran mayoría concentrada en el celular y casi nadie presta atención a lo que sucede alrededor, simplemente caminan a paso de tortuga o te chocan para pasarte. Es horrible.

Las dos cuadras transcurren en silencio, yo sigo a Merlina, que parece bastante segura hacia dónde nos dirige. Llegamos a la parada y la cantidad de gente es increíble.

—Lo que pasa es que es hora pico —murmura acercándose a mí—, ya salen todos de trabajar y es un caos.

—Espero conseguir asiento —pido. Ella suelta una carcajada y esboza una mueca burlona. 

—Lezcano, usted pide mucho.

—Bien... ¿Cuál es el negocio que hizo con el mago? —decido preguntar. Se encoge de hombros con naturalidad.

—Se ofreció a hacer el show gratis a cambio de que vaya a cenar con él. Acepté porque es un buen trato, es un mago muy bueno y sale caro. Además, me invitó a comer y eso no se le niega a nadie. —Se queda un instante pensativa y sonríe—. Y como plus, es lindo.

Tuerzo la boca en señal de desagrado y suspiro.

—Si a vos te gusta —termino diciendo, dándome cuenta de que la tuteé—. Digo, si a usted le gusta.

Pasan los minutos en un silencio incómodo hasta que, por suerte, llega el transporte. Como odio viajar en colectivo, me acostumbré tanto al auto que ya ni recuerdo lo horrible que es viajar en hora pico.

Al subir, Merlina paga los boletos y yo me hago un hueco como puedo para pasar entre la gente tan apretada. Mi acompañante, al ser más pequeña, se escabulle mejor y llega hasta mí rápidamente.

—¿Le molesta si me agarro de usted? —cuestiona avergonzada—. Es que no llego a los caños de arriba...

Sonrío y niego con la cabeza. Admito que me da ternura. En cuanto su mano rodea mi brazo comienzo a sentir nuevamente el maldito cosquilleo de hace un rato. No sé qué sea, pero no me gusta nada, así que me pongo bastante tenso. Supongo que lo nota porque se aleja de mí y se equilibra como puede. Para colmo, el chofer es un desastre.

Esa última teoría se confirma cuando el colectivo da un frenazo impresionante, de manera que todos nos inclinamos hacia delante, con la mala suerte de que yo me apoyo sobre el cuerpo de Merlina, apretándola contra mí para que no se caiga al suelo.

Qué mal que hice, porque ahora no puedo dejar de mirar sus labios y pensar en que muero por probarlos.

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