16

Merlina.

Termino de ducharme y comienzo a vestirme. Hoy es un día más de verano que de otoño, hay un sol bastante fuerte y la temperatura sobrepasa los veinte grados. Creo que es el clima ideal y estoy encantada. Me pongo una camisa fina de manga larga de color verde militar y unos jeans ajustados negros junto a mis botas de plataforma preferidas, también negras. Al menos, me hacen parecer más alta de lo que soy.

Apenas me maquillo, simplemente me pongo algo de rubor para dar color a mis mejillas y un labial humectante frutal que dan ganas de comer por el rico olor a frutilla. Además, me gusta el color que le da a mis labios; un tenue rojo brillante.

Esta mañana, ni bien desperté, me encontré con un mensaje de Emanuel avisándome que pasaría a buscarme a las doce del mediodía en su auto, así no tendría que esperar el colectivo. Agradecí ese gesto, ya que estoy cansada del transporte público que pasa cada una hora y llenísimo.

Al mirar el reloj, me doy cuenta de que ya son las doce y mi ansiedad se incrementa. Sinceramente, creo que no va a ser fácil olvidar el plan que tenía cuando lo conocí. Cada vez que lo tengo frente a mí tengo que controlarme porque muero por besarlo. Me atrae demasiado, y quizás sea solo un capricho, pero necesito cumplir ese deseo. Necesito besarlo, simplemente para olvidarme de todo y dejar de pensar en ese propósito. Estoy segura de que en cuanto sus labios toquen los míos, va a dejar de gustarme... O eso espero. Una bocina llama mi atención y bajo corriendo las escaleras, casi tirando a mi hermano que estaba subiendo. Chasquea la lengua y me reta, pero le hago caso omiso.

—¿No vas a almorzar? —cuestiona en un grito desde el escalón más alto.

—¡No! —replico tomando mi mochila y saliendo sin esperar respuesta.

Corro con velocidad al auto de Emanuel y, al entrar, no me agacho bien y me golpeo la cabeza. Él suelta una carcajada mientras me froto la zona golpeada, aunque también me río.

—No empecé muy bien mi día —confieso encogiéndome de hombros.

—Estamos igual, entonces —replica arrancando el coche, aunque este solo hace un ruido raro y vuelve a apagarse. Mi acompañante arquea las cejas y vuelve a intentarlo, pero esta vez ni siquiera emite sonido alguno—. O creo que estoy peor que vos —agrega, saliendo del vehículo. Se dirige al capó y lo abre, seguramente para identificar el problema.

Yo también bajo del auto y me ubico a su lado. Por su semblante, creo que no tiene idea de lo que sucede. Rasca su barbilla en un gesto pensativo y gruñe frotando su rostro. Chasquea la lengua y se cruza de brazos, negando con la cabeza repetidas veces. Me mira con expresión tensa y bufa.

—Sinceramente, no tengo ni la menor idea... Voy a tener que llamar a algún mecánico para que lo revise —anuncia con tono irritado.

—Me parece bien... —respondo asintiendo con lentitud. Saca su teléfono y se lo lleva a la oreja mientras se aleja un par de metros.

Suspiro y coloco mis brazos en jarra, esperando que corte la llamada. Yo no puedo creer, ¿tanta mala suerte voy a tener? Justo ahora se le tuvo que quemar el motor, o lo que sea que le haya pasado a su auto.

Observo a Emanuel desde mi posición. Está caminando de acá para allá, gesticulando con su mano libre y claramente con nerviosismo. Tiene las mangas de su camisa arremangadas hasta el codo, lo que deja expuesto al comienzo de un tatuaje. Enarco las cejas con interés, ¿el serio Lezcano está tatuado? Para ser sincera, jamás me imaginé que sea un hombre que le gustaran ese tipo de cosas. Por el contrario, pensé que odiaba todo lo que involucrara libertad. Quizás estoy siendo exagerada, pero es que me transmite mucha seriedad.

Miro hacia otro lado cuando me doy cuenta de que está viniendo hacia mí con el ceño fruncido.

—Voy a tener que esperar media hora a que venga —comunica intentando sonar normal, pero se nota la impotencia en su voz—. Te pido disculpas, seguramente vamos a llegar tarde.

—No te preocupes, son cosas que pasan... —Muerdo mi labio inferior pensando en algo y suspiro—. ¿Esperamos adentro de casa? No creo que quieras quedarte afuera.

—No quiero molestar. Me quedo sentado en el auto, no tengo problema.

—¿Almorzaste? —interrogo arqueando una ceja. Niega con la cabeza—. Bueno, vamos, mi mamá estaba preparando la comida. —Comienzo a dirigirme a la puerta de mi hogar, pero él se queda parado contra su automóvil. Esbozo una mueca de cansancio y le hago un gesto con la cabeza para que me siga, cosa que hace de mala gana.

Al entrar a casa, el olor a papas fritas llena mis fosas nasales y mi estómago emite un gruñido. Mi acompañante se cruza de brazos, notablemente incómodo, y me doy cuenta de cómo está mirando la casa. Él estuvo acá hace un par de días, cuando me trajo borracha, pero supongo que esa noche no tuvo tiempo de escudriñar nada.

Un aclaramiento de garganta me hace salir de mis pensamientos y veo a mi hermano parado sobre el umbral de la puerta de la cocina. Sus ojos están posados en Emanuel con expresión interrogante.

—¿Qué pasó? —cuestiona sin despegar la vista de mi seguidor, quien lo está mirando completamente pálido.

—El auto no arranca —replico, avanzando hacia Pericles—. Pepe, él es Emanuel, mi cliente... o jefe, depende del lado que lo quieras ver. Y Emanuel, él es Pericles, mi hermano. —Lo presento abriendo los ojos disimuladamente para advertirle que lo trate bien.

Mi hermano extiende su mano para estrecharla con el rubio, aún con mirada precavida.

—Hermano...—murmura Lezcano con lentitud—. Mucho gusto. Y soy el cliente, solo que parezco jefe porque tiene que hacer lo que yo le digo —comenta esbozando una sonrisa burlona. Por el semblante de mi familiar, puedo darme cuenta de que no le gustó nada.

—En realidad, usted tiene que hacer lo que yo le digo —respondo divertida—, sino no estarías acá. —Le guiño un ojo y se pone rojo de vergüenza.

Pepe suelta una estruendosa carcajada y termina moviéndose para dejarnos pasar a la cocina.

—Mami, vas a tener que hacer más comida, Mer trajo visitas —le comunica a nuestra madre. Ella se da vuelta de inmediato, casi tirando la sartén que sostenía en sus manos. La deja rápidamente sobre la mesada y se acerca a nosotros con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Hija! Era hora de que conozcamos a algún novio tuyo, ¡qué buen mozo! —expresa mirando a Emanuel.

—¡No, mamá! —exclamo sobresaltada—. No es mi novio, por Dios, es mi cliente.

Ella hace una mueca de horror y se ríe nerviosa. Mi hermano está conteniendo una risa y aprovecha la distracción de mamá para comer algunas papas ya cocidas.

—Perdón, querido —prosigue ella sin saber cómo salvar la situación—. Es que Merlinita nunca trae hombres a casa...

¿Merlinita? ¿Desde cuándo me dice así? ¡Qué vergüenza, que me trague la tierra, por favor!

—¿Nunca? —repite Emanuel incrédulo, seguramente recordando lo de Andrés.

—Jamás, te lo juro. Pensé que venía a presentarte para anunciar su compromiso... —responde volviendo al lado de la cocina y pegándole en la mano a Pericles al darse cuenta de que estuvo robando comida.

—Ya, callate, ma. —Me siento en una silla y le hago una seña a Emanuel para que se ubique a mi lado. Se sienta suspirando y mirando hacia abajo. Ojalá pudiera leer su mente.

—Te pido disculpas nuevamente, Emanuel —prosigue mi madre—. Entonces, ¿qué le pasó a tu auto?

—No se preocupe, señora. Y al auto... sinceramente, no tengo idea. Esta mañana anduvo de lo más bien y de repente ya no arranca.

—Debe ser la batería —comenta mi hermano poniendo los cubiertos sobre la mesa—. Seguramente que es eso.

—No lo sé, puede ser, pero no me arriesgo a sacar conclusiones precipitadas —replica Lezcano rascando su cabeza. Se aclara la voz y se remueve incómodo en el asiento cuando mi mamá le sirve—. Gracias, señora, no quiero ser una molestia.

—¡No sos una molestia! Y nada de señora, soy Flavia —responde ella con tono autoritario. Cruzo una mirada divertida con mi hermano y Emanuel traga saliva.

—Bueno, gracias, señora Flavia —termina diciendo, a lo que suelto una carcajada y comienzo a comer la milanesa de pollo casera que tanto me gusta.

El almuerzo pasa tranquilo, con algunos comentarios de mi hermano sobre la escuela y sus alumnos, mi mamá quejándose porque algunas de sus papas se quemaron y Emanuel escuchando todo con atención, diciendo solo pequeñas exclamaciones en el momento adecuado.

—Acabo de acordarme de algo... —empieza a decir mi hermano mirando con los ojos entrecerrados a mi invitado y al instante siento miedo de lo que va a decir—. ¿Vos le dijiste Merluza a mi hermanita?

Emanuel se atraganta con su comida y toma un trago de agua antes de devolverle la mirada con expresión asustada. Mi mamá abre la boca claramente sorprendida y frunce el ceño.

—Sí... pero fue sin querer. No fue mi intención decirle eso y...

—¡No me importa si no fue tu intención! Me parecés un hombre bueno y serio, pero sinceramente, ese acto fue puramente infantil y no voy a permitir que vuelvas a decirle así, o te la vas a ver conmigo.

—Yo no sé qué decir, ya le pedí disculpas a ella, fue solo un momento en el que...

—¡No pongas excusas! —exclama interrumpiéndolo nuevamente. Creo que mi incomodidad debe notarse hasta en Plutón. Aclaro mi voz y niego con la cabeza con incredulidad.

—Pepe, ya está. No fue nada —manifiesto antes de que se le escape un insulto—. Además, ya lo perdoné y, de cierto modo, se lo estoy haciendo pagar.

Antes de que Pericles se oponga a lo que acabo de decir, el timbre suena y Emanuel exhala aliviado.

—Debe ser el mecánico —dice, levántandose con rapidez y yendo hacia la puerta de entrada.

En cuanto desaparece de nuestra vista, clavo los ojos en mi hermano con expresión enojada. Él se encoje de hombros relajado, como si no hubiese hecho nada.

—Se nota que te gusta, sino no lo habrías defendido ni invitado a comer —pronuncia esbozando una sonrisa torcida—. Solamente quiero que me tenga miedo, soy tu hermano mayor y debo protegerte. También se nota que es un buen tipo, solo un tanto tonto.

—Shhhh... —chista nuestra madre señalando hacia la puerta—, puede estar escuchando todo.

—Debe estar hablando con el mecánico, van a tardar —responde Pepe.

—Entonces, hija, debo decir que tenés muy buen gusto. Me gusta para vos, van a tener lindos hijos —opina mi madre sonriendo ilusionada. Ruedo los ojos.

—Nada de eso, ¿está bien? No vamos a ser felices ni comeremos perdices, él no está interesado en mí ni yo lo quiero como padre de mis hijos, así que dejen de decir esas tonterías —argumento comiendo la última papa que quedó en mi plato—. Además, creo que Emanuel no es de tener compromisos serios con otras personas.

Y como si lo hubiese llamado, aparece de repente, asustándonos a todos.

—Listo, ya se llevó el auto —anuncia con tono abatido—. En fin, ¿vamos? Ya se nos hizo bastante tarde.

Asiento rápidamente y voy en busca de mi mochila mientras escucho que él saluda a mi familia y pide disculpas por los inconvenientes.

En cuanto salimos de la casa y la puerta se cierra tras nosotros, suspira de alivio y suelta una risa nerviosa.

—Esto fue muy incómodo —dice. Comenzamos a dirigirnos hacia la parada del transporte con lentitud.

—Lo sé. Te pido mil disculpas, a veces son medio locos, sobre todo mi hermano, pero son buenos —replico sin dejar de mirar hacia abajo. Pasé demasiada vergüenza y no puedo ni mirarlo.

De repente, el sonido de un vehículo acercándose llama nuestra atención y giramos a la misma vez para ver.

—¡Ese es el colectivo! —exclamo, empezando a correr a máxima velocidad para no perderlo—. ¡Vamos, que pasa cada una hora!

Y esas fueron las palabras mágicas para activar a Emanuel y hacer que corra como Flash. Para nuestra suerte, llegamos bien y el chofer se detuvo al ver la desesperación con la que lo seguimos.

Ahora, lo único que espero es que todo salga bien y consiga esos benditos souvenires que el señor Lezcano me pidió. 

¡Hola! Al fin subí este capítulo, no terminaba de editarlo jaja el siguiente viene MUY prontito, espero! Gracias por su espera y sus hermosos comentarios, realmente los amo <3

Actualicé los personajes principales y puse a Rama, el amigo de Ema, ya que varias chicas me lo pidieron, así que ahí está. Mil gracias por leer <3

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