15
Emanuel.
Los observo a ambos mientras entran al despacho. Primero mi hermano, con ese aire de egocéntrico y su expresión tan soberbia. Se sienta frente a mí, mirándome a los ojos con una mueca desafiante. Resoplo y espero a que Merlina se siente para empezar a hablar.
—Bien, necesito que firmen un contrato porque nuestro padre no va a querer que yo deje de trabajar con la señorita Ortiz —suelto sin titubear. La interpelada me mira con cara de incredulidad y noto que rueda los ojos, pero le hago caso omiso—. En dicho contrato, se expresa que yo renuncio a esta responsabilidad por falta de tiempo y que le cedo mi posición a Andrés. Vos tenés que firmar aceptando este lugar —agrego mirando a mi hermano—. Y usted, señorita Ortiz, tiene que firmar para dar constancia de que sabe sobre este cambio.
—Wait... —dice Andrés en un inglés bien pronunciado—. ¿Estás diciendo que no tenés tiempo, pero tuviste tiempo para pensar en este contrato de porquería?
—No es un contrato de porquería —replico firmemente—. Es necesario, hay que dejar en claro los puntos de este cambio y hacerlo de manera legal. No podemos cambiar de posición así porque sí, esto es una empresa seria y hay que manejarse de ese modo, con seriedad.
—Sí, pero esto es entre nosotros, no hace falta firmar... —comienza a decir Andrés con tono molesto.
—¿Vos hacés conciertos sin firmar contratos? —interrogo.
—Sí —replica encogiéndose de hombros. Merlina arquea las cejas y lo mira con atención.
—¿Sí, qué?
—Yo no firmo contratos, los firma mi representante. —Me guiña un ojo y la chica suelta una tos fingida para tapar una carcajada.
—Que mal que hacés. Básicamente, al no leer el contrato, no hacés cumplir tus derechos. Si te pagan menos, no te podés quejar, porque no leíste el contrato. —Le guiño un ojo imitándolo y él asiente dándome la razón.
—Es cierto, hermanito. Además, vos estudiaste administración, debés saber eso...
Se queda en silencio, con sus ojos negros sobre mí, y me remuevo incómodo en el asiento. Él sabe que yo no fui jamás a estudiar, sabe lo de mi pasión por los aviones y creo que fue uno de los primeros en prometer que no le diría a nadie. Eso fue cuando aún nos llevábamos bien.
—Por supuesto que lo sé —contesto entre dientes—. En fin, por favor, firmen esto así me saco un peso de encima.
Merlina es la primera en agarrar la lapicera y firmar el contrato sin siquiera leerlo. Voy a tener que enseñarle varias cosas a esta chica... Y a mi hermano también. Son terribles ambos, quizás sean tal para cual.
No sé porqué me amargo al pensar en ellos dos juntos. Lo más probable es que sea porque Merlina me parece muy inocente y Andrés es todo lo contrario, y me incomoda que vaya a romperle el corazón.
—Hermanito —me llama él sacándome de mis pensamientos—. Lo que sí es que mañana no voy a poder acompañar a la señorita Ortiz a hacer su trabajo, te quiero preguntar si podemos hacer una excepción y la acompañas vos... —Al ver mi expresión molesta y mi silencio, hace puchero con los labios. Mis ojos pasan por el rostro de la muchacha, que se ve bastante aburrida—. ¿Por favor? Es la última vez.
—Está bien —respondo finalmente, chasqueando la lengua. Agarro el papel ya firmado, lo meto en una carpeta y lo guardo en el cajón del escritorio—. Otra cosa, traten de mantener esto de forma profesional, su romance puede hacer que la fiesta salga mal y...
—¿Nuestro romance? —inquiere Merlina atónita, mientras Andrés aprieta los labios conteniendo una sonrisa—. Ya le dije que nosotros no tenemos nada.
—No hace falta darle explicaciones, señorita Ortiz —manifiesta mi hermano mirándola con diversión—. Nosotros sabemos muy bien lo que hacemos o dejamos de hacer. —Le guiña un ojo, provocando que la interpelada se sonroje.
Bufo y me aclaro la voz.
—Andrés tiene razón, no deben darme explicaciones de nada, ambos son adultos y responsables... O bueno, casi responsables. En fin, ya pueden irse. —Hago un gesto con la mano para indicarles que se vayan. Merlina se levanta y comienza a dirigirse a la puerta, pero mi familiar se queda sentado, mirándome con los brazos cruzados. Arqueo las cejas en interrogación y él se aclara la voz.
—¿Me acompañás a ver a Luli? —cuestiona intentando sonar amable. Niego con la cabeza repetidas veces y observo de reojo a nuestra acompañante, que se ve indecisa sobre si irse o quedarse.
—No, ni hablar. No puedo, ni quiero —contesto cortante, apilando algunos papeles que están desparramados por el escritorio. Siento los ojos marrones de mi hermano sobre mí, pero no le doy importancia.
—Vamos, Ema, ¿hace cuánto no la ves?
—No importa, ya te dije que no me interesa. ¿Podemos hablar en otro momento? —Señalo disimuladamente a Merlina y Andrés resopla poniéndose de pie.
—Está bien, es tu decisión, pero te estás perdiendo del crecimiento de tu hermana, ¿sabés? Apenas tiene cinco años, creo que deberías darle una oportunidad, ella no tiene la culpa de lo que hizo mamá.
Aprieto la mandíbula y no respondo, simplemente dejo que se vaya dando un portazo. Suspiro y apoyo mi cabeza en mis manos, tapándome la cara. ¿Por qué me quiere obligar a llevarme bien con Luciana? Por más que sea nuestra media hermana y sea chiquita, no puedo acercarme a la casa de mi madre. Suficiente con que la vi una sola vez en la vida, no me interesa tener una relación cercana con ella.
Una tos llama mi atención y levanto mi vista con velocidad. Al lado de la puerta veo parada a Merlina, con expresión triste y dudosa. Abre la boca para hablar, pero luego la vuelve a cerrar.
—Perdón... Su hermano me cerró la puerta en la cara y yo me quedé como una estatua porque me sorprendí... —manifiesta finalmente, frotando sus manos en un gesto nervioso—. Disculpe las molestias, ya me voy.
Gira la manija y tironea para abrir, pero hace fuerza y la puerta no se mueve. Frunzo el ceño y me pongo de pie para ir a ver qué sucede. Mi acompañante me mira aterrorizada.
—¿Qué pasa? —interrogo frustrado. Nada me está saliendo bien hoy.
—Es como si estuviese cerrada —responde en voz baja, volviendo a intentar abrir.
Hago que se mueva a un costado y también lo intento, pero compruebo que tiene razón. La puerta está cerrada, o alguien está sosteniéndola desde afuera.
—¡Andrés! —grito enojado—. ¡Abrí la puerta, por favor!
No obtengo respuesta y eso me enfurece aún más. ¿Quién se cree que es para encerrarnos? ¡No le hice nada! Está completamente loco. Golpeo la madera y vuelvo a llamarlo, pero ni siquiera responde la recepcionista.
¿Y si están robando la empresa y nos encerraron a propósito? Trago saliva y comienzo a moverme desesperadamente por todos lados. Merlina me observa con una mezcla de diversión y molestia.
—¿Se puede quedar quieto? —inquiere con tranquilidad—. Ahora la llamo a Valeria para que nos abra, no pasa nada.
—¿Y si están robando? —pregunto preocupado. Entrecierra los ojos y niega con la cabeza.
—No lo creo, en la entrada hay mucha seguridad —contesta encogiéndose de hombros y sacando su teléfono de la mochila.
Eso me tranquiliza un poco, pero sé bien que la seguridad no impide los robos al cien porciento, es solamente una vigilancia. Ella habla con su amiga mientras yo intento mirar por el agujero de la cerradura, pero no logro distinguir nada.
Chasqueo la lengua y termino apoyándome en la pared con los brazos cruzados, no se puede hacer más que esperar. ¿Pero cómo hizo para cerrar con llave? ¿Acaso tenía una copia? ¡O quizás sedujo a la recepcionista y le pidió encerrarnos a cambio de sexo! Espero que no, eso decepcionaría a Ramiro.
Ay, por Dios, no puedo creer que esté pensando en tantas tonterías juntas. Apenas pasaron tres minutos y ya me estoy volviendo loco. Merlina corta, vuelve a guardar su celular y se sienta en la silla con una pequeña sonrisa.
—¿Qué? —le pregunto frunciendo el ceño. Amplía su sonrisa al mirarme y yo tengo que desviar mi vista porque me parece muy tierna cuando sonríe.
—Nada, señor Lezcano. Es que me parece gracioso lo nervioso que está, solo por un problema con el picaporte, quédese tranquilo. Vale ya pidió ayuda.
—¿Un problema con el picaporte? —repito incrédulo. Asiente rápidamente.
—Así es. Al parecer, cuando se fue su hermano, cerró tan fuerte que se le quedó el picaporte en la mano, eso provoca que de nuestro lado no se abra. Es algo raro, pero según Valeria es un mecanismo de la puerta por seguridad.
—Cierto. —Suspiro aliviado y también vuelvo a sentarme—. No puedo creer que haya roto la puerta de un portazo...
Nos quedamos completamente en silencio, apenas se escuchan nuestras respiraciones. Cruzo una mirada con ella, pero aparta sus ojos con velocidad y comienza a jugar con el peluche que tiene colgando, como el día de la entrevista.
—¿Le puedo decir algo? —cuestiona algo dudosa. Hago un gesto afirmativo y muerde su uña con ansiedad antes de mirarme—. Usted me dijo que no tenía hermana, pero al parecer sí y... no quiero meterme en su vida privada, pero creo que debería ir a verla. Aproveche ahora que es chiquita, porque cuando crezca no va a querer conocerlo y no es lindo llevarse mal con los hermanos.
—Usted no sabe cómo son las cosas —replico en un murmullo.
—La verdad que no, pero simplemente es un consejo que quería darle, discúlpeme por entrometerme.
Sigue mordiendo sus uñas y yo intento concentrarme en los documentos que tengo frente a mí, pero simplemente algo me hace querer verla a cada segundo. Sacudo la cabeza para despejarme y presto atención a los papeles.
Diez minutos después, la puerta se abre y Merlina salta disparada a la salida.
—Nos vemos mañana, señor Lezcano —dice antes de desaparecer de mi vista.
—Hasta mañana —murmuro largando las palabras que se quedaron atoradas en mi garganta.
Froto mis ojos y gruño apoyando mi frente en el escritorio. Tengo que admitirlo, no dejé de mirarla ni por un minuto en todo el tiempo que estuvo frente a mí.
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