13

Emanuel.

Cuando Ramiro me hace estacionar en el Bar Dragón no puedo evitar resoplar. No sé porqué teniendo tantos bares disponibles elige el mismo, pero no me quejo porque yo le permití que eligiera el lugar.

Al entrar me choco con una muchacha y refunfuño por lo bajo. Odio que no miren por donde van, ya sé que está bailando, pero podría ser más precavida.

Nos dirigimos a la barra e inmediatamente pido dos shots de tequila, brindo con mi amigo y mando la bebida por mi garganta sin pensarlo dos veces. Esto va a hacer que entre en calor.

—Hoy hay más mujeres que de costumbre —grita Ramiro emocionado. Asiento y me encojo de hombros.

—Tienen entrada gratis —replico—, debe ser eso.

Él mueve la cabeza en un gesto afirmativo mientras observa a las chicas que nos rodean. Yo pido que el tiempo pase rápido, recién llego y ya me quiero ir. Estoy más viejo que mi padre.

—¡Uy, uy, uy...! —escucho que exclama mi acompañante—. Mirá a esa rubia, es mortal.

—¿Cuál de todas? —cuestiono al notar que la gran mayoría lleva el pelo de color oro.

—¡La del vestido rojo! Tengo que llamar su atención de alguna manera.

—Por favor, no hagas el baile de la gallina —suplico intentando encontrar con los ojos a la supuesta rubia de rojo. Como no la veo, suspiro y pido otro trago.

—¡Pero ese es mi baile conquistador! —chilla mientras me guiña un ojo y comienza a caminar hacia el centro de la pista moviendo la cabeza con ritmo.

Lo pierdo de vista entre la multitud, así que simplemente me doy por vencido y tomo un shot más antes de ponerme de pie e ir a buscarlo.

Las luces que se encienden y apagan intermitentemente mientras se mueven hacia todos lados me marean, así que entrecierro mis ojos para distinguir a mi amigo y no puedo creer la escena que montó. Puso a toda la gente a bailar como gallinas. ¿Acaso están mal de la cabeza? Aunque debo admitir que es un show bastante divertido, así que me acerco un poco más para observar mejor. En cuanto hago dos pasos, un cuerpo choca contra el mío y suelto un insulto por lo bajo.

—Ay, perdón —dice la chica dando media vuelta para mirarme. Abro los ojos sorprendido al reconocerla y siento la saliva pasar con dificultad por mi garganta.

Me sonríe e intento devolverle el gesto, pero estoy completamente atónito y siento que solo me sale una mueca extraña.

—Ah, hola, señorita Ortiz —saludo con tono incómodo—. ¿Su amiga es la que está bailando con Ramiro? —pregunto haciéndome el interesado.

—Mi amiga es su secretaria, ¿Ramiro es el colorado? —replica ella volviendo su vista al centro. Se nota que están divirtiéndose mucho y eso que están bailando hace menos de cinco minutos.

—Sí... Mi mejor amigo —agrego avergonzado. Nos quedamos en silencio, sin dejar de mirar los pasos de nuestros acompañantes. Admito que por dentro siento ganas de ir a bailar con ellos, pero a la vez mi miedo a hacer el ridículo me frena—. ¿Hace mucho llegaron? —pregunto. Vuelve a dirigir sus ojos marrones hacia mí y niega con la cabeza.

—No, llegamos recién. Tomamos algo y salimos a bailar, aunque al minuto nos interrumpió tu amigo gallina.

Se cruza de brazos y esboza una sonrisa burlona. Suelto una risa forzada y rasco mi nuca intentando pensar en algo.

—¿Ustedes hace mucho que están? —agrega arqueando las cejas.

—Una hora. —Aplausos y gritos de las personas nos avisan que la canción ya terminó, aunque siguen bailando la que sigue de la misma manera—. Creo que van a estar así por un buen tiempo.

—Yo también lo creo —replica riendo—. ¿Nos sentamos? —inquiere señalando una pequeña mesa alta con dos taburetes. Hago un asentimiento y la sigo cuando comienza a caminar.

No puedo evitar observar sus piernas descubiertas, su falda es demasiado corta y tengo que obligarme a mí mismo a desviar mis ojos de ella. Quiero golpearme contra la mesada, no tengo que pensar que es sexy.

—Voy a buscar algo para tomar —anuncio antes de sentarme—. ¿Querés...?

—Un daiquiri de frutilla, por favor —me interrumpe con una media sonrisa. Sus labios están tan rojos que es imposible no verlos.

Le hago un gesto para que me espere y voy lo más rápido que puedo a la barra, solo para alejarme de ella.

Esto es increíble, jamás la había visto, jamás había notado su existencia y ahora me la cruzo en todas partes. ¿Acaso es algún tipo de señal? ¡Porque me está volviendo loco! Y no en el buen sentido. Me refiero a que realmente no sé qué me pasa, mi cuerpo no está sincronizado con mi mente. Ella no me gusta, pero a la vez me atrae. Me cae mal, pero por momentos me parece lo más tierno del mundo. Necesito un psicólogo urgente.

—Flaco —me llama el barman, chasqueando los dedos frente a mí para sacarme de mi ensoñación—. ¿Vas a pedir algo?

—Sí. —Me aclaro la voz—. Un daiquiri de frutilla y una margarita, por favor...

Me siento a esperar el pedido y mientras tanto escucho a un hombre llorar a mi lado. Giro mi vista y noto a un gordito secando sus lágrimas. Se da cuenta de que lo estoy mirando y suspira.

—¡Las mujeres son malas! —exclama señalándome. Arqueo las cejas, claramente el tipo está borracho, no pienso hacerle caso—. Esa te va a romper el corazón, estoy seguro.

—Perdón, ¿quién me va a romper el corazón? —interrogo con expresión divertida. El gordo señala con la cabeza hacia la dirección donde está Merlina, pero ella no se ve—. Imposible, amigo, esa chica no tiene nada que ver conmigo.

—Ja, eso lo decís ahora. Con unas cuantas copas encima te quiero ver.

Ruedo los ojos y le pago al de la barra antes de agarrar los tragos y volver a la mesa.

—¡Haceme caso, te va a romper el corazón! —agrega chillando el hombre.

Bufo y niego con la cabeza. Definitivamente, un bar no es el mejor lugar para un hombre rencoroso. Merlina está mirando a su alrededor, moviendo los hombros al ritmo de la música, cantando con los ojos cerrados.

Me quedo mirándola por un instante. Acabo de darme cuenta de que sus labios tienen forma de corazón, son pequeños y carnosos, bastante atrayent... ¡Basta, Emanuel! Dejá de pensar así de merluza.

Hago un sonido brusco cuando apoyo las copas en la mesa para que note que volví y abre sus ojos rápidamente.

—Gracias —murmura tomando su bebida.

Sin responder, me acomodo en el duro taburete de madera frente a ella. Tomamos en silencio y es obvio que está muy incómoda. Se rasca el hombro izquierdo una y otra vez mientras sus ojos recorren el lugar, pero ni siquiera me mira, ni por un segundo. Hago una mueca de disgusto y protesto por lo bajo al terminar mi trago.

—Señorita Ortiz, ¿quiere bailar? —decido preguntar con algo de presión. Abre sus ojos sorprendida y los clava en los míos.

—¿En serio? —cuestiona incrédula. Asiento con la cabeza e intento sonreír. Suelta una carcajada y tira hacia atrás de su oreja un mechón de pelo—. No lo creo. No creo poder bailar con el hombre que baila súper bien en salones vacíos, no podré superar tus movimientos tan... elegantes.

Siento mi cara arder. No puedo creer que todavía recuerde eso, la verdad es que no me esperaba esa respuesta, así que no me queda opción que contraatacar.

—Bueno, yo no bailo con merluzas —contesto. Su mirada se transforma en irritación y resopla.

—Mejor. No me interesa bailar con tipos que modifican nombres como si fuera un infante. Demuestra lo inmaduro que sos.

—¿Yo, inmaduro? ¡Vos empezaste a burlarte de mí!

—¡No me burlé de vos! ¡Fue un maldito cumplido! —chilla cada vez más furiosa. Se ve tan tierna cuando se enoja.

—Está bien —digo finalmente, levantando ambas manos en un intento de terminar la pelea. Nos quedamos nuevamente sin palabras e igual de incómodos. Siento que esta noche va a ser así, pura incomodidad.

—¿Sabés qué? Creo que mejor me voy a tomar algo sola, sinceramente... siento que entre los dos no hay buena energía —manifiesta poniéndose de pie—. Solo nos tenemos que hablar durante el trabajo, si nos cruzamos en otros lados... no hace falta ni que nos saludemos.

Da media vuelta y se va, desapareciendo entre el tumulto de gente en la pista. Me quedo mirando el lugar vacío con confusión, ¿en serio va a irse así de rápido? Esta mujer es frustrante, lo peor es que ahora me siento mal porque le dije ese apodo sin sentido. Estar a su lado me hace sentir infantil y no me deja pensar con claridad, es como si me transmitiera un aura de idiotez de la que no puedo escapar.

Chasqueo la lengua y froto mis ojos. Noto que Ramiro sigue bailando con la secretaria y niego con la cabeza. Es increíble que la haya seducido con su baile de gallina.

Me dirijo una vez más a la barra y nuevamente pido un tequila. Tengo que controlar mi ingesta de alcohol porque tengo que manejar, pero sé que mi cuerpo aguanta bastante. No sé cuánto tiempo pasé perdido en mis pensamientos, porque el barman me mira con cara de lástima cuando le pregunto la hora. Quizás piensa que me dejaron plantado, aunque me sorprende saber que estoy sentado hace como hora y media. Me pongo de pie y me dirijo a mi amigo para decirle que ya me voy. Si él quiere quedarse, que se pida un taxi más tarde.

A mitad de camino, noto a una chica que se aproxima a mí moviendo sus caderas.

—Hola, bombón —dice cerca de mi oído. Arrugo la nariz, el olor a alcohol que emana su aliento es bastante fuerte—. ¿Cómo te llamás?

Me da bastante lástima tener que rechazarla. La verdad que es una muy linda mujer, sobre todo porque su rostro pálido y su cabello oscuro hacen resaltar sus brillantes ojos azules. Lleva puesta una camiseta dorada con un escote que no deja nada a la imaginación y un pantalón bastante ajustado.

—Me llamo... Tengonovia. —Miento para que me deje tranquilo. Suelta una risita y me mira de arriba abajo.

—Bueno, pensé que eras gay, así que... —Posa sus ojos detrás de mí y estira los labios en una mueca pensativa—. ¿Dónde está tu noviecita?

—¿Gay? ¿Qué te hace creer eso? —interrogo frunciendo el ceño.

—Sos muy lindo, pero claramente no estás mirando a ninguna chica. Soy muy observadora —replica pegando su cuerpo al mío. Busco con la mirada a Merlina para pedirle ayuda, pero como es petisa y encima se alejó, no la encuentro.

—Se nota. —Me río con incomodidad—. Mi novia fue a pedir algo... ¿Vos estás sola?

—Se podría decir que sí, pero ahora ya no. —Me guiña un ojo y comienza a bailar contra mi cuerpo al ritmo de un reggaetón. Intento alejarme, pero me toma de la camisa y vuelve a atraerme a ella. Esto es demasiado vergonzoso.

Para colmo, cuando al fin mi mejor amigo nota mis gestos de socorro, él sonríe y levanta el dedo pulgar, felicitándome por estar bailando con alguien. Creo que no me entendió. ¿Por qué tuve que proponerle una salida? ¡Qué mal la estoy pasando!

De repente, mis ojos se dirigen a la única chica que está tomando un daiquiri y está sola en un rincón. Mi única salvación.

—Perdón, acabo de ver a mi novia —comento pudiendo zafarme del agarre de la chica. Ella me sigue pisándome los talones y me trago todo el orgullo cuando llego hasta Merlina—. Hola, preciosa... —Sus ojos se abren de par en par.

—¿Estás borracho? —interroga arrastrando las palabras. Oh, creo que ella es la borracha. ¿Pero cuántos daiquiris se tomó?

—No, corazón, sos mi novia —digo entredientes, haciendo gestos para que vea a la compañía indeseada que tengo pegada a mi cuerpo. Hace un gesto de entendimiento y sonríe con maldad.

—Sí, soy la novia, no te recomiendo que intentes robármelo porque la tiene chiquita...

Suelta una estruendosa carcajada que se oye por encima de la música. Respiro hondo para no insultarla, ¡no puedo creer que haya dicho eso! Ni siquiera me vio desnudo, pero que diga semejante cosa me baja el autoestima. Se acerca a paso tambaleante y la sostengo por la cintura. Qué flojita que es con el alcohol. Se pone en puntita de pie, rodea mis hombros con sus brazos y se acerca aún más.

—Pero a mí me gusta —murmura a centímetros de mi rostro. Trago saliva y una fuerza magnética impide que deje de mirar sus ojos.

—Igual tenía pinta de que la tiene chica —dice la mujer que me siguió antes de irse. Le hago caso omiso a su comentario y sigo mirando a Merlina. Creo que tomé demasiados tragos, porque me está pareciendo más linda que de costumbre.

—Gracias —susurro intentando alejándome, pero me tiene completamente aprisionado—. Me la quería sacar de encima.

—Tenés lindos ojos, sos muy lindo —expresa ella. Esbozo una sonrisa—. Lástima que seas tan idiota.

—¡Yo no soy idiota! —exclamo irritado. Ya estoy sintiéndome yo mismo otra vez—. Merlina, creo que tomaste mucho, te llevo a tu casa.

—¡No, quiero bailar con alguien! —chilla soltándome rápidamente—. Ai guana dens wid sombadi, wid sombadi ju lovs mi —canta en un pésimo inglés y moviendo su cuerpo como si estuviese quedándose electrocutada. No puedo evitar reír. Esta muchacha está loca.

—Bueno, vamos a bailar —le digo tomando su muñeca y arrastrándola a la pista.

Bot iu dont lov mi —pronuncia haciendo puchero. Ni ella se entiende.

—¿Cuántos daiquiris tomaste? —decido interrogar. Ella cierra un ojo y piensa.

—Creo que seis. Pero un tipo me invitó una ronda de mojitos y tomamos como cuatro rondas. —Suelta una risita y me pisa un pie cuando intenta bailar—. Ups.

Tomo sus caderas suavemente y ella se acerca más a mí. La canción es rápida, pero bailamos lento. No digo nada, pero me doy cuenta de que sus ojos se clavan en mis labios. Espero que no me bese, porque va a ser difícil negarme. Dios mío, también tomé de más. Lo bueno es que todavía me siento lúcido.

Su rostro se acerca más al mío,a tal punto que nuestras narices se rozan. Mi corazón se acelera y me quedo inmóvil, no quiero besarla, así que simplemente esperaré a que ella haga el primer movimiento.

A tan solo centímetros de rozar nuestros labios, suelta un eructo bastante fuerte y se aleja riendo. Yo me río con nerviosismo, pero sinceramente tengo muchas ganas de agradecerle por haber eructado. Por suerte no me besó, lo cual me hizo la situación bastante fácil.

—Vamos, te llevo a casa —reitero tirando de ella hacia la salida.

—¡No! ¡Quiero seguir bailando! —grita y sacude su cuerpo. Chasqueo la lengua y bufo, ¿por qué es así?

La dejo bailando sola y me acerco a Ramiro y Valeria para comentarles la situación, pero se están besando así que decido no interrumpir y vuelvo con la organizadora. No puedo creer que esté bailando sobre una mesada. A pesar de que tiene su abrigo atado en la cintura, se le ve todo desde abajo. Como es de esperarse, todos los babosos la miran con expresión lasciva y admiran su bombacha roja con los ojos bien abiertos.

Con una mueca de fastidio, la agarro de las piernas y la coloco sobre mi hombro. Corro hacia la salida porque está forcejando y me duelen los golpes que hace sobre mi espalda.

Al llegar a mi auto, abro la puerta del copiloto y la pongo ahí. Se cruza de brazos con enojo, pero no dice nada. Rodeo el coche y subo al asiento del conductor, listo para llevarla a su casa.

—Arruinas la diversión —dice cerrando sus ojos. Apoya su cabeza contra el respaldo y suspira—. Siempre sos tan serio... ¿Alguna vez te divertís?

Me quedo en silencio. No voy a responderle nada, claramente está borracha.

—Una chica linda quería divertirse con vos y solo la alejaste, ¿a qué le tenés miedo? —continúa.

—Merlina, callate. No sabés nada...

—Sos lindo, pero tu actitud la caga —me interrumpe. La miro con una sonrisa torcida, pero continúa con los ojos cerrados.

—¿Entonces te parezco lindo? —cuestiono entusiasmado. No sé porqué me sube el ánimo saber eso.

—Si a alguna chica no le parecés lindo es porque es ciega.

Sigo manejando hasta su casa en silencio. Estamos llegando y la escucho roncar. Suelto una risa por lo bajo, es tan tierno todo lo que hace. Estaciono en la puerta de su hogar, bajo y la despierto para avisarle que llegamos, pero parece muerta a excepción de sus ronquidos. Busco las llaves en el bolso que tiene sobre su regazo y al encontrarlas corro hacia la puerta. Al tercer intento logro abrirla.

Vuelvo corriendo al auto y la saco con cuidado, acunándola en mis brazos. No conozco su casa, así que voy a tener que guiarme por la intuición. Entro con los ojos entrecerrados, intentando mirar a través de la oscuridad. Llego a la cocina y luego subo las escaleras. Su habitación debe estar arriba. En la primera puerta, está el nombre de un hombre, así que paso a la siguiente. La segunda puerta está abierta y es una habitación bastante amplia, en la que hay una cama matrimonial. Diviso a su madre durmiendo, así que continúo buscando.

La puerta pintada de un rosa desteñido me marca que es su cuarto. Abro el picaporte con el codo, ya que estoy haciendo fuerza para que Merlina no se me caiga. Camino hacia la cama, no veo absolutamente nada, así que la coloco sobre el colchón y se me cae con algo de brusquedad.

—¡Ay! —se queja una voz masculina. Creo que me equivoqué de habitación.

La chica se despierta de un salto y enciende la luz. Los tres cerramos los ojos por un instante hasta que nos acostumbramos a la iluminación. Sobre la cama de Merlina está mi hermano, solo en calzoncillos. ¿Qué pasó acá?

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