11
Emanuel.
Nos sentamos en una de las mesas centrales, cerca de la pista de baile. Ruedo los ojos cuando veo a Andrés echando la silla hacia atrás para que Merlina se siente, haciéndose el caballero cuando es más que obvio que quiere hacer otras cosas con ella.
No sé porqué, pero tuve hambre en todo el viaje y ya tengo ganas de probar lo que nos van a traer. En cuanto distingo a la chica que nos va a presentar la comida me quiero morir. ¡Es Vanina, mi ex! ¿Por qué me tuve que meter con una cocinera? Aunque admito que en esos tiempos la pasaba bien y comía como el mejor, debo decir que ahora no sé en dónde meterme. Lo peor es que cada vez se va acercando más, ¡y yo no quiero verla!
Disimuladamente, agarro un tenedor y lo tiro al piso. Un instante antes de que Vanina llegue, me escondo debajo de la mesa y hago de cuenta que estoy buscando el cubierto. Gracias a Dios que el mantel es largo y me tapa.
—¿Andrés? —cuestiona mi ex con tono sorprendido. Mierda, había olvidado que se conocían—. ¡Qué sorpresa! ¿Qué hacés acá? ¿Cómo está tu hermano?
—Mi hermano... Al parecer desapareció, porque estaba justo a mi lado —replica el interpelado—. Merlina, ella es Vanina, la ex novia de Ema.
—¿La ex? —inquiere la organizadora con desconfianza.
—Sí, ¿por qué? ¿Vos sos la actual? —interroga la cocinera soltando una carcajada.
«Ojalá se vaya rápido y no me escuche», pienso con nerviosismo. En este mismo momento, a Merlina se le ocurre cruzarse de piernas, por lo que su pie golpea mi cabeza y no puedo evitar soltar un quejido. Sin más remedio, salgo de mi escondite con el tenedor en la mano y una sonrisa avergonzada.
—Se me cayó el cubierto y lo fui a levantar —comento mientras tomo asiento.
Vanina me mira con expresión divertida. Su cabello está más corto que de costumbre, se ve un poco más flaca e incluso sus ojos avellana están más brillantes. Le sentó bien la soltería.
—Hola, Emanuel, tanto tiempo... —murmura sonrojándose. Me aclaro la voz y hago un gesto con la cabeza para devolverle el saludo. Suspira y comienza a poner platillos repletos de comida sobre la mesa—. Esta es la entrada, tienen tres opciones: empanaditas de carne y de verdura, mini albóndigas y picada de fiambres artesanales. Acá tienen bebidas, aderezos y servilletas de papel. Voy a preparar el plato principal, cualquier cosa me llaman.
—Vanina, gracias por aceptar hacer esto un sábado, sé que esta noche trabajas y para mí es un honor que hayas hecho un lugarcito para nosotros —dice la organizadora con tono sincero.
—Qué dulzura. De nada, Merlina, espero que les guste.
Ella da media vuelta y se va. Yo observo la comida atentamente, se me hace agua la boca.
—Prueben ustedes, sus comentarios son lo que vale —dice Merlina cruzándose de brazos.
—¿Usted no va a comer? —interroga Andrés haciéndose el preocupado. La chica niega con la cabeza—. ¿Almorzaste en tu casa?
—No, pero no se preocupen, estoy bien.
—Señorita Ortiz, debería comer, no quiero que se desmaye de hambre. Hay un montón, preciosa —replica mi hermano.
Me como una empanadita de carne mientras noto como nuestra acompañante se sonroja ante el apodo del mujeriego y como otra más al darme cuenta de que Andrés se acercó un poco más a ella.
Pruebo las albóndigas rápidamente cuando veo que Merlina cruza una mirada con mi querido hermano y tomo una copa de vino tinto sin parar para que la comida pase. Dios, no sé porqué tengo tanta hambre, ¿será que me estoy enfermando?
Finalmente, ella comienza a comer con timidez.
—No tenía idea de que era tu ex, si sabía no la llamaba —manifiesta tirando su cabello hacia atrás sin despegar sus ojos de los míos.
—No te preocupes. Es una chef excelente y creo que deberías contratarla, esto está muy bueno —respondo limpiando mi boca con una servilleta—. Sinceramente, son muy buenas entradas. ¿Tenemos que decidirnos por uno?
—No, mi idea es que en la recepción se sirvan estos platos. Luego durante la fiesta se come el plato principal, postre, segundo plato y finalmente mesa dulce —explica con seguridad.
Yo no puedo despegar mi vista de mi hermano, quien la está mirando como si fuera a comérsela. Es un maldito rompecorazones y no quiero que la haga sufrir a Merlina, me parece que es buena chica. ¡Bah! ¿Qué me importa a mí si ellos quieren estar juntos? ¿Por qué quiero proteger tanto a esta muchacha?
—¿No creés que es mucha comida? —pregunta Andrés tomando vino blanco.
—Es más que sabido que la gente va a las fiestas solo para comer. A nadie le importa el evento, sino la comida... O eso creo yo —le contesta ella, aunque la seguridad de antes se transformó en duda.
—Estoy de acuerdo con usted, señorita Ortiz —adhiero—. La gente solo asiste a estos acontecimientos solo para comer.
Me sonríe a modo de agradecimiento y me contengo porque tengo ganas de guiñarle un ojo, como si fuéramos amigos. Lamentablemente, mi hermano me gana y es él quien le hace ese gesto, provocando que ella amplíe su sonrisa.
—¿Cuándo viene el plato principal? —interrogo con voz ronca. Ya no quedó un solo bocado en los platos y todavía tengo hambre.
—Justo ahora —dice Vanina apareciendo detrás de mí, con un carrito con ruedas chirriantes que hacen que salte del susto.
Ella suelta una risita y recoge los cubiertos, los cambia por unos palillos chinos e intercambia los platos vacíos por unos con sushi, fideos y arroz blanco. Arqueo las cejas y asiento lentamente, creo que esta elección es bastante buena para el evento empresarial de mi padre. ¿A quién no le gusta el sushi?
Contengo una carcajada cuando observo a Merlina intentar usar los palillos. Se nota que no tiene idea de cómo se usa, pero la entiendo, a mí también me costaba dominarlo al principio.
—Es así, preciosa señorita Ortiz —susurra Andrés, tomando su mano y ayudándola con el manejo de los utensilios. Muerdo mi lengua para no soltar un insulto y decido comenzar a probar la comida.
Está tan bueno que podría comerme todo yo solo. Amo la comida y a Vanina siempre le sale exquisita. Miro de reojo para buscarla y felicitarla, pero al no encontrarla supongo que ya volvió a la cocina.
Cuando vuelvo mi vista a la chica que tengo frente a mí, me sorprendo al ver que está haciendo arcadas y escupe la mitad de un sushi. Cruzo una mirada curiosa con mi hermano y este se encoge de hombros, sin entender qué sucede.
—¿Qué es esta asquerosidad? —pregunta Merlina luego de tomar varios tragos de agua, arrugando la nariz con asco.
—¿Nunca probaste el sushi? —inquiere Andrés sorprendido. Ella lo mira como si estuviera loco.
—No, ¡y creo que nunca más voy a comer esto! ¿A ustedes les gusta?
—¡Por supuesto! —replico a la misma vez que mi hermano. Resoplo cuando siento que me patea por debajo de la mesa y me dedica una sonrisa burlona—. Merlina, yo creo que deberías darle una segunda oportunidad —agrego.
—Estoy de acuerdo con Emanuel, hermosa señorita Ortiz. Las segundas veces siempre son mejores... —murmura el moreno en doble sentido.
¿Tanto va a querer conquistarla? ¡Esas malditas frases de mujeriego! Espero que Merluza no se las crea, aunque me da la sensación de que está cayendo rendida a sus pies en cuanto le sonríe. Tiro los palillos con brusquedad, agarro una cuchara y como una buena cantidad de arroz. El hambre me abrió un agujero en el estómago y no lo puedo cerrar con nada. Como un bocado detrás del otro mientras ellos se miran y la organizadora se sonroja cuando Andrés le dice algo en el oído.
Como y como sin parar. Agarro el sushi con las manos, los fideos con un tenedor y el arroz con la cuchara. ¡No me estoy llenando! De repente, ambos clavan su mirada en mí con expresión de asombro, como si estuvieran viendo algo raro en mi rostro.
—¿Estás bien, Emanuel? —interroga mi pariente. Sus ojos negros están tan abiertos que me asusta, ¿qué tengo?
—Sí, ¿por qué? —replico con la boca llena. Tomo más vino para que la comida pase rápidamente.
—Es que estás comiendo desaforadamente, ¡te vas a atragantar! —exclama Merlina.
Es cuando caigo en cuenta del papelón que estoy haciendo.
—Creo que tengo que ir al médico... Tengo un agujero negro en el estómago —expreso con voz temblorosa.
Mis acompañantes se miran entre sí con expresión interrogante y la organizadora se ríe por lo bajo, negando con la cabeza en un gesto de incredulidad. Andrés suelta una carcajada y se tira hacia atrás para demostrar que realmente se está riendo, pero a mí me parece que es con falsedad y solo quiere llamar la atención de la muchacha.
—A veces pasa —comenta ella—. Hubo una época en la que no paraba de comer y sentía hambre a cada rato. Lo busqué en Google y de resultado salía lombriz solitaria o cáncer de estómago, me asusté tanto que fui al médico y solo era ansiedad. Así que no te preocupes, seguramente estás nervioso por algo. —Esboza una pequeña sonrisa sincera y me llena de ternura.
—Ay, tengo miedo ahora —expreso frunciendo el ceño con preocupación.
—No te preocupes, hermano —dice Andrés poniéndose de pie—. Si te morís, prometo cuidar tus cosas. —Me guiña un ojo y palmea mi hombro cuando pasa por mi lado.
—¿A dónde va? —le pregunto a Merlina. Se encoge de hombros y mira en la dirección por la que se fue nuestro acompañante.
—Creo que va al baño... ¿Llamo a Vanina para que traiga el postre? —cuestiona mirándome con atención. Asiento con la cabeza y ella se levanta—. Otra cosa, no tomes tanto que sos el único que maneja —agrega antes de irse.
Aunque mi hermano también sabe conducir, no confío en cómo lo hace ni tampoco pienso darle mi auto, así que le doy la razón a Merlina, no voy a tomar tanto vino... ¡Pero es que es tan rico! Con una mueca de disgusto, aparto la botella de mi vista y me sirvo gaseosa. La verdad es que en este momento me gustaría un cigarrillo, todo porque mi estúpido hermano me hizo recordar que me gustaba fumar.
Chasqueo la lengua y resoplo. Los minutos pasan y todavía no aparece nadie... ¿Y si Merlina y mi ex se están peleando? ¿Si Andrés está besándose con la organizadora?
Me doy vuelta justo para ver a las dos chicas y mi hermano reír con fuerza mientras traen bandejas con el postre. Me miran y ríen aún más fuerte, lo que me hace sentir un poco perseguido, ¿habrán hablado de mí? Maldita sea, siempre soy seguro, pero cuando se ríen mirándome me hace sentir mal. Trago saliva y arqueo las cejas.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunto interesado. Ambos se sientan con una sonrisa burlona y miran a la cocinera con complicidad.
—Nada, Ema. De postre tenemos una riquísima diosa de chocolate y debo admitir que no la hice yo, sino una pastelera amiga que conocí hace poco. Espero que les guste —dice mi ex antes de irse soltando una última risita.
Hago caso omiso a sus burlas y le doy una pequeña probada al postre. ¡Está buenísimo! Los tres hacemos sonidos de aceptación, pero mi hermano es el que más ruido hace.
—¿Esto es afrodisíaco? ¡Porque me estoy excitando! —expresa contemplando de reojo a nuestra única compañía femenina. Ella se sonroja, pero no dice nada—. Me gusta el lugar para mi banda.
—Genial —murmura Merlina, terminando su postre—. Emanuel, ¿querés probar los siguientes platos?
—¿Qué es lo que falta? —cuestiono. Siento que mi estómago se cierra de a poco, se ve que me estoy empezando a llenar.
—Canelones como segundo plato y la mesa dulce, pero creo que eso último no está preparado. Vanina me comentó que eso lo prepara la misma chica que hizo este postre —replica rápidamente. Andrés la mira con expresión pensativa, seguramente intentando hacerse el que le interesa lo que dice.
—Quiero probar los canelones —admito. Ella esboza una media sonrisa y asiente.
—Bueno, señor "agujero negro en el estómago", voy a llamar a Vanina y...
—¡Allá voy! —grita la nombrada, corriendo a máxima velocidad hasta nuestra mesa—. Acá tienen los canelones, son de ricota, verdura y carne, espero que les guste. —Comienza a irse, pero da media vuelta y me mira—. Ema, no comas desesperadamente, por favor —agrega soltando una carcajada que contagia a mis otros acompañantes.
Niego con la cabeza apretando los labios. En fin, esta vez voy a intentar no excederme con la degustación. Como pacientemente, masticando con lentitud y tranquilidad, hasta que el apetito se me vuelve a abrir ante la situación que estoy viendo y nuevamente ingiero la comida más rápido que vagabundo hambriento.
—Tenés salsa en los labios, preciosa —susurra mi hermano a Merlina, mientras le pasa la yema del dedo gordo con suavidad por la comisura de su boca—. Me gustaría sacártelo con mi propia lengua...
—¡Bueno! —exclamo soltando los cubiertos con fuerza y poniéndome de pie—. Tengo otras cosas que hacer, así que vamos ya a casa.
—¿Y qué hago con la comida? —interroga la organizadora confundida.
—Contratá el catering de Vani, comprobamos que su comida es excelente y yo lo sé por experiencia propia. ¡Vamos!
Salgo corriendo del salón y subo al auto. Espero a que ellos también suban y arranco a máxima velocidad, tengo que parar esta situación urgentemente. Lo que le dijo Andrés fue el colmo y no puedo permitir que me haga pasar vergüenza ajena.
En cuanto dejo a la chica en su casa y me dirijo a la mía, mi hermano esboza una sonrisa burlona y me da un golpe en el hombro.
—Emanuel, podrías disimular un poco tus celos, ¿no te parece? —acota divertido. Lo miro con el ceño fruncido.
—¡Yo no estoy celoso!
—Ja, y yo no me llamo Andrés Lezcano. —Rueda los ojos y luego me hace parar frente a un hotel en pleno centro—. Te salvaste de no tenerme en tu casa, pero te dejo solo para que reflexiones.
—¿Qué tengo que reflexionar? —cuestiono harto de sus estupideces.
Él baja del coche y se asoma para decirme lo último a través de la ventanilla.
—Que esa nena te vuelve loco, hermanito. Nos vemos.
Me guiña un ojo y lo pierdo de vista en cuanto entra al edificio.
Yo me quedo pensando por un instante lo que me dijo, ¿cómo me va a volver loco una mujer que conozco hace tan poco?
Imposible. Acá el único loco es Andrés... ¿O no?
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