05

Emanuel.

Pego mi cara en el volante mientras la veo hablar con el dueño de un salón desde lejos. Esta vez no tuve que bajar del auto, puesto que ella tenía que verificar algunas cosas antes de que yo viera el interior del lugar.

Hace dos horas que estamos dando vueltas y, para ser sincero, no me gustó ni un solo salón. Sé que mi padre es muy estricto con los ambientes y estoy seguro de que no habría elegido ninguno tampoco. Debo admitir que estar con ella no es tan irritante como pensé, pero no estoy de humor debido a lo que me sucedió anoche.

Cuando fui a casa de Ramiro con el único objetivo de salir a pasarla bien y conseguir alguna chica para pasar un rato, me encontré con la peor faceta de mi mejor amigo. Su novia lo dejó y solo quiso llorar, jugar videojuegos y hablar de lo mucho que la amaba. ¡Por Dios! Yo solo le decía que salir iba a distraerlo, pero no me hizo caso, así que no me quedó opción que quedarme a hacerle compañía. Y bueno, por algo soy su amigo.

Dormí extremadamente mal y me levanté con un humor asqueroso, así que ahora estoy a punto de dormirme mientras espero a Merluza. No puedo evitar mirar sus piernas descubiertas con ojos masculinos, está bien, soy un baboso, lo admito. Y pensé que no era así, creí que no me dejaba llevar por el físico de una mujer, pero supongo que me equivoqué. Soy un ser despreciable y me estoy convirtiendo en mi hermano, ¡esto no me puede estar pasando!

Por la actitud que está teniendo, noto que se está peleando con aquel hombre. Me enderezo en el asiento con el ceño fruncido, intentando leerle los labios para entender el porqué, pero soy malísimo para esto así que me rindo a los dos minutos.

No doy crédito a lo que veo cuando observo que lo escupe y vuelve a dirigirse al auto con expresión irritada, entrando dando un portazo. La miro con enojo.

—Me vas a romper el coche —le digo. Ella suspira y susurra una disculpa—. ¿Qué pasó?

—El idiota del dueño no me deja entrar al salón para verlo porque, según él, necesita que un hombre me acompañe para demostrar que el salón se va a usar como evento empresarial. ¿Ese tipo no sabe que las mujeres también pueden ser empresarias? Siglo veintiuno y todavía cree que un evento empresarial es solo de hombres, estúpido. —Se cruza de brazos y bufa. Yo intento contener una carcajada y niego con la cabeza.

Admito que cuando está enojada se ve tierna, con los cachetes inflados y colorados, la respiración agitada y ojos furiosos. Es una especie de Osito cariñosito versión satánica.

—¿Entonces qué hacemos? ¿Nos vamos o bajo con vos para demostrar que...? —Me dirige una mirada cargada de rencor y me callo—. Está bien, dame la dirección del siguiente lugar.

Arranco el coche en cuanto me la dice y conduzco hasta allí. Tenemos unos veinte minutos de viaje y por ahora todo está en absoluto silencio. Ella mira por la ventanilla mientras mueve su pierna con nerviosismo y aprieta el peluche con fuerza. Yo intento buscar algo inteligente para decir, pero mi mente está completamente apagada a causa del sueño, así que prefiero mantener la boca cerrada para no soltar incoherencias.

Admito que me sorprende que esta chica no esté hablando, tenía la impresión de que era bastante charlatana e insoportable. Quizás es de esas que no hablan hasta que toman confianza o conmigo está siendo respetuosa porque soy su cliente. La miro de reojo y suspiro.

—¿Estás bien? —decido interrogar. Ella se sobresalta, como si se hubiese olvidado que tenía compañía, y asiente con la cabeza rápidamente.

—Sí, solo estoy pensando. Y estoy preocupada.

—¿Puedo saber porqué?

—Porque tengo miedo de no encontrar un salón. —Se encoge de hombros y resopla—. Sinceramente, ya vamos viendo cinco y ninguno te gustó. El siguiente es la última opción, al menos hasta que consiga otros, y eso me pone nerviosa.

—Bueno, cualquier cosa nos fijamos en cuál es el mejor y nos quedamos con ese —replico rascando mi barbilla.

—Sí, otra no nos va a quedar. A no ser... —Se queda en silencio y me quedo esperando a que termine la frase, pero no lo hace.

No insisto y continuamos el viaje sin decir ni una palabra más.

Cuando llegamos al salón, decido bajar con ella para que no haya otro inconveniente con los dueños, no quiero que terminen a las piñas ni mucho menos estoy para soportar un escándalo. Merluza toca un timbre ubicado al lado de un portón y al instante un hombre alto, moreno y vestido de traje abre la puerta.

Nos estrecha la mano a ambos y pasamos al interior. Debo admitir que este me gusta, es amplio, tiene un piso blanco reluciente, las mesas están ubicadas alrededor de la pista y una pantalla gigante ocupa la pared del medio. Al observar el techo, noto varias luces y una bola de discoteca colgada y oculta entre algunas cortinas. Me imagino que debe bajar a la hora del baile.

—¿Cuándo es la boda? —Escucho que el hombre pregunta, sacándome de mis pensamientos.

Frunzo el ceño y cruzo una mirada con mi acompañante, que tiene una expresión confundida y ligeramente divertida. Niega con la cabeza y sonríe.

—No, nosotros no nos vamos a casar. Queremos reservar para un evento empresarial, bueno, si es que a mi cliente le gusta. —Clava sus ojos marrones en mí y asiento lentamente, dándole una segunda mirada al lugar.

—Ay, perdón, pensé que eran pareja —se disculpa el moreno—. Entonces, ¿para qué fecha sería el evento?

—Para el mes que viene. Aproximadamente... Once de mayo —replica ella. El dueño abre los ojos sorprendido y hace una mueca.

—Bueno... Debería fijarme si hay algún momento libre en la agenda para ese día. La verdad es que estas cosas se hacen con mucha antelación, nuestro salón es bastante solicitado y no sé si habrá lugar esa fecha. Igualmente, mientras tu compañero decide si le gusta voy a buscar mi agenda y te digo, ¿te parece? —Merlina asiente y el hombre sale corriendo hacia la derecha para luego desaparecer por una puerta.

—¿Te gusta? —me pregunta la organizadora. Asiento con la cabeza y me encojo de hombros.

—Sí, es el mejor que vimos hasta ahora. Y lo voy a elegir porque estoy cansado de ver salones y creo que vos también, nos merecemos descansar. De paso tenés un asunto menos por el que preocuparte. Solo recemos para que tenga el día disponible —replico, sin dejar de mirar la bola colgada. Me da la sensación de que está un poco suelta.

—¿Estás seguro? No sonaste muy convencido, Emanuel. Podemos seguir mirando...

—Sí, estoy convencido —la interrumpo—. Y seguro que mi papá está conforme.

—¡Están de suerte! —grita el hombre apareciendo nuevamente. Sonríe de oreja a oreja y mira a mi acompañante—. Hay lugar, así que pueden reservar su fecha.

Ella festeja y se va junto con el tipo para firmar unos papeles. Mientras tanto yo me quedo mirando el centro de la pista. Hago una mueca pensativa, observo a mi alrededor para ver si hay alguien cerca y, como no hay nadie, me pongo a bailar como un loco. Tengo que probar la calidad del piso, si resbala bien, si es posible bailar acá y esas cosas.

Hago el paso hacia atrás al estilo Michael Jackson y enseguida una risa femenina estruendosa resuena por todo el salón. Acomodo mi traje rápidamente y silbo, haciendo de cuenta que estaba mirando el techo. ¡Por Dios! Solo a mí se me ocurre hacer esta estupidez de bailar en un salón vacío.

Al girarme hacia la risa, veo a Merlina acercarse a mí dando varios pasos de baile disco, como girando las manos y señalar con ritmo. No puedo evitar sonreír y niego con la cabeza.

—No sé qué viste, pero no estaba bailando —digo intentando mantener la seriedad. Hace una mueca burlona y entrecierra los ojos.

—Ajá, sí, claro... —Se queda en silencio y suelta una risita—. Nunca me salió el pasito moonwalker, ¿me lo enseñas?

—Ja, ja, qué graciosa —replico con tono irónico—. No estaba bailando, ya te dije. ¿Pudiste reservar la fecha?

—Sí, ya está solucionado. —Se cruza de brazos y nos quedamos mirando por un instante. No había notado el matiz verdoso que rodea sus iris y por un momento me pierdo en ese color. Ella arquea las cejas y me aclaro la voz.

—Genial. ¿Ya nos podemos ir? —interrogo. Hace un sonido afirmativo y nos dirigimos a la salida del lugar, pero ella avanza aún bailando.

No digo nada, solo aprieto mis labios para no demostrar que está robándome sonrisas. ¿Dónde está quedando el Emanuel serio? No pasó ni un día que estoy con esta chica y ya me estoy volviendo extraño, debo mantener mi aspecto de hombre responsable y frío.

—¿Esto es todo por hoy? —cuestiono encendiendo el auto. Merlina asiente y noto que se está aguantando una carcajada—. ¿Qué?

—Es todo por hoy, a no ser que quieras salir a bailar... —Suelta una especie de pedo por la boca y larga una risotada que perfora mi tímpano.

—¡Te dije que no estaba bailando, Merluza! —exclamo irritado. Su risa para de golpe y me mira entre sorprendida y ofendida. Muerdo mi lengua, creo que hablé de más.

—¿Me dijiste Merluza? —pregunta lentamente, como si deseara que la respuesta fuera negativa. Aprieto los labios y resoplo.

—Sí, perdón. —Sus ojos se llenan de lágrimas y abro los míos de par en par—. ¡Ay, no! No llores, te pido disculpas, no voy a volver a llamarte así. —Suelta un sollozo y me quedo mirándola sin ningún tipo de reacción.

¿Pero qué es esto? ¿Cómo una chica que se ve fuerte peleando contra un hombre puede llorar solo por un apodo? Me siento culpable, irresponsable e incluso infantil, soy un tonto por crear apodos con los nombres, ¡eso lo hace alguien de diez años!

—Perdón, Merlina, no fue mi intención... —termino diciendo. Ella seca sus lágrimas y se aclara la voz.

—¡Es un pescado! ¡Yo no soy un pescado! —grita estallando en llanto.

—No, no lo sos, perdón...

—Es que cuando era chica me hacían sufrir mucho con ese apodo, es muy feo, y me hiciste recordar esa parte de mi niñez que siempre quise olvidar y... —Se interrumpe a sí misma mientras niega con la cabeza. Intenta sonreír, pero sus labios tiemblan y me da mucha lástima—. No te preocupes, estoy bien, vamos a casa.

La observo con preocupación, pero no emito palabra, simplemente me pongo a conducir hacia su hogar. En todo el camino se siente la tensión y la incomodidad, sobre todo por mi parte. Tengo ganas de golpearme la cabeza contra el volante por ser tan inmaduro. Lo peor es que ya me acostumbré a llamarla así, al menos mentalmente, y si vuelvo a repetir la misma equivocación me entierro para no cruzarla nunca más.

Para llegar a su casa me tiene que guiar porque me perdí, soy doblemente idiota, así que en ese momento nos relajamos un instante. Pero ahora, estacionando frente a su puerta, la miro sin saber qué hacer. Me saluda con la mano y baja del auto, sin darme tiempo para volver a disculparme o preguntarle algo más.

Ni bien desaparece de mi vista, golpeo mi frente contra el volante, como pensaba hacer hace rato. ¡Que alguien me dé una buena paliza!

Mi celular vibra un momento y miro la pantalla con el ceño fruncido.

Papá // 17:02

Tenemos que hablar, urgente.

Trago saliva. Espero que no se haya enterado de mi secreto o soy hombre muerto.


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