Un encuentro casual


Odio la navidad, antes no era así, no sé qué pasó entre los veinte y los treinta que simplemente dejé de disfrutar todo. Bueno, puede ser que tuve una relación desastrosa con un muy mal final, y quedé embarazada. En cierto modo maduré de golpe y porrazo y ahora tengo una hermosa pero gran responsabilidad. Mi hijo ya tiene siete años y una envidiable relación con su «papito corazón» que se preocupa de cada cosa que le pasa.

Eso fue un sarcasmo.

Bueno, en realidad no siento un odio-odio a la navidad, es una especie de indiferencia mezclada con aversión a hacer árboles de navidad, regalos, decorar casas y hacer que hasta los malditos paños de cocina sean con motivo navideño, la gente comprando desesperada el regalo de moda que irónicamente está agotado desde noviembre, las ofertas, el calor...

Soy una Grinch... pero una Grinch encubierta, porque al final tengo una familia que me presiona para vivir el «espíritu navideño» y no arruinarle la infancia a mi hijo.

Espero que mi pequeño Dante agradezca mis esfuerzos en el futuro, y se dé cuenta del pedazo de madre que se gasta.

Y aquí estoy en un mall buscando un bendito Iron Man articulado con lucecitas y que mide 65 centímetros, ya he recorrido diez tiendas y no lo tienen. No es porque esté de moda, el maldito muñeco mi hijo lo vio en una reseña de Youtube y está obsesionado con él. El problema no es conseguir el muñeco, el problema es el tiempo.

La carta al «viejito pascuero» me llegó ayer, y encargar el juguete toma dos meses para que llegue desde China, y solo me quedan tres días para encontrarlo. Así que opté por buscar uno que sea lo más parecido posible, no creo que Dante note la diferencia... bueno y si la nota mala suerte nomas, que se la aguante.

En fin, me doy un merecido descanso en una cafetería para relajar las piernas y visualizar mentalmente el muñeco para que el universo intervenga y lo haga aparecer en alguna vitrina y le ponga fin a mi suplicio. El capuccino está delicioso y las galletitas son el mismo paraíso, me reclino sin ningún remilgo femenino sobre el respaldo de la silla y simplemente disfruto de mis quince minutos de gloria. Soy un poco sádica, estoy en una de esas mesas que están por fuera del local, solo para regodearme de ver a toda esa gente desesperada recorriendo el mall buscando regalos. Es hilarante... yo también estaba así mismito hace unos minutos. Estoy a punto de tirar la toalla con el regalo. Cierro los ojos preocupada.

—¿Descansando? —No conozco esa voz, abro los ojos y me cuesta reconocer al hombre que me mira divertido y cargado de bolsas, parece equeco.

¡El viudo del curso!

Se llama Samuel Villarroel, alias «el viudo papurri del curso»... y todas las apoderadas están babosas por él, yo solo le doy miradas discretas en las reuniones de curso, pero las demás, ¡oh, es todo un festival de hormonas desatadas! Una vez escuché a un par de mamás cuchicheando y que decían que si pudieran acostarse con él serían capaces de entregarles hasta el «caminito de tierra».

Son increíbles, el tipo es guapo, pero no para tanto escándalo hormonal. Es como si nunca vieran a un hombre que solo se saca partido vistiendo adecuadamente.

Irónicamente, Samuel no es de los que anda coqueteando, ni tiene el síndrome del pavo real, solo es cordial, va a las reuniones, participa cuando tiene que hacerlo y nada más. Nunca he escuchado ningún rumor de que se esté comiendo a alguna apoderada del curso o a alguna profesora. Si hiciera cosas así, créanme que todos se enterarían en tres segundos por el grupo de WhatsApp.

—Hola, Samuel —saludo volviendo a asumir una posición más decorosa sobre mi silla—. Sí, estoy descansando, estas fechas son un condenado vía crucis para mí.

—¿Como buena chilena, todo a última hora? —interroga sonriendo... ¿Quiere entablar conversación de verdad o solo está siendo amable?

—Nada de eso, estoy buscando un imposible. Mi hijo es el buen chileno que envía la carta al viejo pascuero a última hora —explico y seguramente mi cara de tedio dice más que mis palabras.

—¿Puedo acompañarte? —Ehhhhhh... parece que sí quiere entablar conversación. No le diré que no, mis ojos de vez en cuando necesita un buen recreo visual y Samuel encaja perfecto en esa descripción.

—Claro, apenas estoy empezando con mi descanso —acepto relajada. Él se sienta en la silla que está en frente mío y acomoda sus bolsas. Un mesero se acerca rápidamente y le toma el pedido, que es lo mismo que estoy tomando yo—. ¿Cuánto tiempo llevas paseándote en este maravilloso lugar? —interrogo para hacer continuar con la conversación.

—Unas cinco horas —responde fresco como lechuga, ni siquiera parece cansado o aburrido.

—Eres mi héroe, solo llevo dos y ya me quiero ir. No soportaría cinco horas como tú rodeada de este ambiente con excesivo «espíritu navideño» para mi sanidad mental.

—Creo que a alguien no le gusta la navidad —comenta socarrón, y le echa azúcar a su capuccino, lo hace con cuidado intentando no derramar espuma, casi como si estuviera haciendo una cirugía.

—Intento huir de ella todo lo que puedo —admito sin culpa. Y seguramente él intentará convencerme de abrazar estas fechas y empoderarme del espíritu navideño.

—A mí me gusta mucho, me hace recordar cuando era niño —admite... ¿y no me va a decir nada? ¿No es un evangelista? ¡Aleluya!

—Todos disfrutamos la navidad cuando somos niños... A mí me encantaba, pero los últimos diez años las cosas cambiaron —explico, que él no me recrimine hace que me relaje y me abra—. Si fuera por mí ni siquiera haría el bendito árbol.

—¡Eres toda una Grinch! —exclama apuntándome con la cuchara de café—. A mi hija le encanta esa película, la veo todos los días durante todo diciembre —comenta haciendo un gesto falsa felicidad.

—Seeeeeeh... pero no se lo digas a mi hijo. —Suspiro y tomo un sorbo de café—. Probablemente se enojaría conmigo. Él adora la navidad, tacha los días que faltan cuando llega diciembre, y todos los años intenta pillar al viejito pascuero para conversar con él y darle un regalo. Solo espero que no se desilusione demasiado el día que sepa que el viejo gordo de rojo soy yo.

—Todo depende de cómo se entere... pero a estas alturas ya empiezan las dudas y sospechas porque hay otros niños que ya no creen —dice con tranquilidad y come una galleta—. Yo dejé de creer a los ocho años, pero no fue tan terrible.

—Puede que tengas razón... detesto esto de mentirle a los niños. Me parece absurdo.

—Las ilusiones y la magia es bueno para los niños, yo recuerdo con mucho cariño esa época. Esa emoción de esperar a medianoche y que luego en cuestión de minutos y sin darme cuenta había un regalo para mí debajo del árbol —relata con notoria emoción y también puedo percibir un dejo de nostalgia en su sonrisa—. Claro que nunca me llegaba exactamente lo que pedía, no lo entendí hasta que me di cuenta de que quienes me daban los regalos eran mis papás. Ellos no tenían una buena situación económica, entonces en vez de regalar una Nintendo, solo les alcanzaba para darme un Tetris. Después de los ocho años no pedí regalos, solo les decía que me dieran lo que pudieran. Nunca exigí más, además que tenía dos hermanas menores, así que mantuve la charada hasta que ellas también se enteraron.

—Eras muy maduro para tener ocho años, otro tipo de niño habría hecho un berrinche. —Intento imaginar a Dante recibiendo una copia china de su maravilloso Iron Man y el paisaje es desolador... y probablemente con mucho berrinche.

—Me educaron para no ser berrinchudo, me llegaba un chancletazo y adiós escándalo. Nunca tenté demasiado mi suerte, mi mamá no nos aguantaba ni una... Además siempre fui consciente de que mis viejos no tenían demasiada plata. Supongo que enterarme de ello me hizo madurar antes de tiempo.

—A veces me pregunto si estoy haciendo bien mi trabajo —reflexiono más para mí misma que por conversar—. Es difícil ser mamá soltera. En momentos como este, me doy cuenta de que me hace falta la opinión de un hombre. —Ahhhh no puede ser, me estoy quejando y no quiero que piense que le estoy tirando los calzones—... Pero solo eso una opinión, otro punto de vista —agrego para reafirmar que solo eso necesito de un hombre.

—Debo admitir que es agobiante hacer los dos papeles. Nunca sabremos si lo estamos haciendo bien. —Se queda unos segundos en silencio y toma una galletita y la mira perdido—. Supongo que nosotros, los hombres, solo fuimos educados solo para ser proveedores, para trabajar y que prácticamente no debemos demostrar demasiados sentimientos para no ser débiles. —Desvía su mirada hacia mí y luego se come media galleta de un mordisco—. Entiendo perfectamente de lo que hablas, recién ahora, después de cinco años le estoy pillando el tranco de ser mamá... Yo estaba preparado para otra cosa —admite y logro percibir tristeza en el tono de su voz.

—Creo que nadie lo está, ya ves, las cosas nunca son como uno quiere y hay que aperrar. No nos queda de otra. —En las reuniones de apoderados todos sabemos la vida de todos, Samuel sabe perfectamente que soy mamá soltera y desde que tuve a Dante que no he tenido tiempo, ni ganas de una pareja.

Nos quedamos en silencio, de pronto esta conversación casual se ha tornado demasiado profunda, demasiado triste. No debe ser fácil para él llevar el peso de realizar los dos roles, yo siempre he vivido así, siempre supe que iba a estar sola... Pero ser hombre, perder a tu esposa y hacerte cargo de tu hija, debe ser un poco más complicado.

Todos los apoderados del curso sabemos algo de su historia, pero nunca nadie le ha preguntado directamente, solo sabemos que su señora se suicidó hace cinco años, tenía depresión... Dios, qué triste, me compadezco de él, debió ser durísimo.

Yo solo soy una mujer que eligió un pastel como pareja, soy una más del montón, nada especial, solo asumo las consecuencias de mis errores y no me arrepiento de nada. Si comparo mi vida con la de él, la cruz de mis responsabilidades es un poco más liviana.

Aunque sé que esto no es una competencia de quien ha tenido una vida más miserable, debo reconocer que para Samuel todo debe ser un poco más complicado.

—Gracias por conversar conmigo —dice de pronto y yo me encojo de hombros, solo somos dos personas entablando una conversación, conectando con otro ser humano—. No, en serio. Eres la única que no me mira raro en el curso.

Yo parpadeo, sorprendida. ¿Qué quiere decir con mirar raro?

—Eres solo un papá más en el curso, no eres el único, también hay un par más que va a las reuniones... ¿A qué te refieres con eso de «mirar raro? —interrogo curiosa... ¿Es que acaso no lo sabe?

—No sé me miran raro las demás, me incomodan un poco.

—No te miran raro, Samuel. Te quieren comer con papas fritas, esas son miradas de mujeres depredadoras las cuales fantasean con tenerte amarrado a una cama —declaro sin pelos en la lengua, y muy tarde me doy cuenta, de que mi filtro se acaba de descomponer y no he medido mis palabras. ¡Bah!, me da igual, vale la pena, si se viera la cara en este momento, ¡es de antología! Su sorpresa es auténtica. Pobre.

—Yaaaaaaa. —Ríe nervioso—. Mentira. —Se tapa la cara con las manos y sigue riendo, puedo notar que está colorado.

—¿En serio no me crees? —Yo también río, es divertido hacerlo a costa de él.

—¡No!, te juro que me miran raro, me hacen sentir que soy una especie de sicópata o pedófilo, no sé. Me da escalofríos.

—Samuel, las miradas que te dan son de lascivia... si supieras las cosas que dicen de ti. Eso sí te daría escalofríos.

Él se ríe nuevamente, ¿de verdad no se da cuenta de lo que pasa a su alrededor? ¡Qué gracioso!

—No quiero ni saber lo que dicen de mí. No voy a poder mirar a Marilú a la cara, ella es la que más raro me mira.

Esa es la misma que quiere pasarle el «caminito de tierra».

Yo no puedo parar de carcajearme, acabo de arruinar su inocencia.

—Samuel, ¿te has visto al espejo? ¡Hombre!, eres bastante guapo, es lógico que tengas arrastre en el sexo opuesto —le explico cómo funciona el mundo cuando muchas mujeres se reúnen en una sala de clases, es toda una selva.

—He mirado mi cara todos los días, sé que no soy feo, pero tampoco es para llegar a ese extremo.

—No le pidas más a esas pobres mujeres que tienen un marido con guata cervecera y se echa flatos cada tres minutos sin avisar, probablemente no las llevan ni al cine y tú eres la única distracción, y un motivo suficientemente plausible para mamarse tres horas de reunión.

—Exagerada, soy normal, ¡por favor, no soy Henry Cavill! Me mantengo delgado solo por el menú hipocalórico del casino de la oficina. No me tomo una cerveza hace... ya perdí la cuenta. —Mira su taza de café con algo de incredulidad—. Esto es lo más cercano a salir con amigotes. —Hace un gesto de salud y toma un buen sorbo de café.

—Te hace falta salir de tu sucucho paternal. Créeme, no es pecado salir con amigos de vez en cuando —aconsejo con ligereza.

—Ese no es el problema, me he vuelto perezoso. Me da una flojera extrema salir a tomarme unas chelas con mis compañeros de oficina. Tan solo con pensar en que tengo que volver a madrugada a casa, dormir poco, y despertar con la tremenda caña que me parta la cabeza, se me bajan todas las ganas. —Ahhh, Samuelito, te estás volviendo viejo antes de tiempo.

—¡Flojonazo! Tienes que hacerte el ánimo, es bueno para la salud salir y sacudirse un poco. Yo lo hago, salgo una vez al mes a alguna despedida de soltera, últimamente todas mis amigas se casan —acoto divertida—, o un karaoke.

—Puede ser que tengas razón... invítame si tienes algún karaoke... no me tinca ir a una despedida de soltera. —Hace un mohín, supongo que imaginando a un vedetto balanceando su aparataje al ritmo de una música sensual... Esa imagen mental no debió ser agradable para su masculinidad. Samuel saca su billetera y extrae una tarjeta y me la da—. En serio, llámame.

—Te cobraré la palabra —aseguro mirando la tarjeta, así que es diseñador gráfico—. No esperes que te ruegue, si me dices que no, es no.

—Solo necesito un empujoncito... Bien, tengo que seguir con mi recorrido navideño. —Se levanta de la silla, saca un billete de diez mil pesos y lo deja sobre la mesa—. Hoy invito yo, muchas gracias por la conversación... sin miradas raras —añade sonriendo con timidez, es muy mono él.

—Samuel, ¿qué me aconsejas? —pregunto antes que se vaya, voy a aprovechar su opinión masculina. Él me mira atento esperando la pregunta—. ¿Hago lo imposible por conseguir el Iron Man que quiere mi hijo o le doy otra cosa?

—Dale el Capitán América, a veces el viejito pascuero se confunde. En ocasiones es bueno no tener lo que quieres, después pueden venir oportunidades mejores. —Me guiña el ojo, toma sus bolsas y se acerca a mí—. Voy a esperar el karaoke, nos vemos, Mariela. —Se despide con un beso en la mejilla, y se va.

Definitivamente lo voy a llamar para ir a un karaoke... tal vez con unos mojitos lo mire raro, y ojalá que Samuel con unas piscolas no sea tan tímido...

¿Quién sabe? Tal vez una sacudida no sea mala para ninguno de los dos.

Jo, jo, jo...

*****

—¡Ohhhhhh, es un...! ¿Capitán?... ¿América? —La voz de Dante se fue apagando y su cara refleja todo su desconcierto.

—¿No te gusta, hijito? —pregunto con cautela—. ¿No es lo que le pediste al viejito pascuero?

—No... —sus ojos se llenan de decepción. Creo que me he equivocado en darle una lección de vida.

—Tal vez se confundió el viejito. Imagina que son millones de niños que le envían cartas y la tuya la enviaste demasiado tarde... A lo mejor ya no le quedaban más muñecos de Iron Man —argumento intentando quitarle esa carita.

—A mí me gusta más el Capitán América que Iron Man —comenta Patty, su tía adorada, salvando mi trasero en este predicamento—. Es mucho más rico —¿En serio? ¿Ese es su aporte?

—Pero, tía. Tony Stark tiene más dinero, es más rico que Steve Rogers —El concepto de rico de Dante es muy diferente al de mi hermana.

—Da igual, me cae mejor Cap. —Toma la caja del muñeco—. Y tiene más accesorios que Iron Man. —Saca el muñeco de su empaque quitando las amarras plásticas—. ¡Mira se le puede sacar el escudo! —Lo mira por todos lados y aprieta un botón—. ¡Y habla! —exclama extasiada.

—¡¿Habla?! —pregunta Dante recuperando el ánimo.

—¡Guaaaaaaaaa! ¡El escudo es de vibranium! —asegura mi hermana en éxtasis. Le agradezco con la mirada que haya intervenido de manera tan magistral y me ha arreglado el panorama—. ¿No es fenomenal?

—¡Sí! ¡Me gusta mucho! —afirma entusiasmado Dante.

Mi hermana me ha salvado el día, y al final de cuentas Samuel tenía razón, siempre vienen oportunidades mejores. Esta vez no fue solo para Dante, que aprendió en cierto modo a ver el vaso medio lleno y pudo recuperarse rápidamente de una decepción gracias a mi hermana, la misma que me ha enseñado que debo estar más conectada con el lado infantil y lúdico que cada uno tiene. Debo conocer más a fondo los gustos de mi hijo y estar más pendiente de lo que ven en internet.

Esta navidad he aprendido mucho... Y todo por un encuentro casual.

*****

—¡Mariela, hagamos el primer karaoke del año! —propone entusiasmada por teléfono mi amiga Tamara, es adicta a estos locales, yo canto horrible, pero igual subo al escenario cuando tengo un par de «mojitos de la valentía y cero vergüenza» en mi torrente sanguíneo—. ¡Vamos al «Cauti-bar»!

En ese momento recuerdo a Samuel y su pedido de que lo invitara a una salida de cantos aficionados. «Solo necesito un empujoncito», me dijo aquella vez.

—¿Tammy, puedo invitar a un amigo? —le pregunto por si acaso. Nunca se sabe.

—Pues claro, mientras más mejor... Oye, ¿el amigo es para ti o para que nos lo peleemos como gatas salvajes con la Maura?

Pienso en Samuel y su aversión a las miradas raras y mejor miento descaradamente.

—El muchacho es mío, así que nada de miradas libidinosas ni propuestas indecentes por parte de ustedes dos. Compórtense como mujeres decentes.

—Uy qué sensible, ¿y de donde salió ese «amigo»? —interroga curiosa ya que nunca me ha visto llevar a un acompañante masculino.

—Se dice el milagro pero no el santo, señorita metiche. —Le sigo el juego, si dejo que estas depredadoras le entierren sus garras, de paso enterrarán las ganas de salir del «viudo papurri del curso». El pobre está a punto de convertirse en Gollum de todo el tiempo que ha estado encerrado.

—Entonces nos vemos el sábado, lleguen temprano eso sí —advierte ella seriamente.

—Sabes que llego temprano, pesada. Todos tenemos que marcar tarjeta.

—Sí, así que más te vale... —De verdad es muy importante para ella salir a divertirse.

—Ya, ya, ya... Chao, nos vemos.

—¡Adiosin!

Me río de las locas ganas de Tamara para salir, siempre le da «el ahogo» y necesita airearse de vez en cuando para quitarse el stress, y todos nosotros —somos un lote de ocho personas—, la secundamos en estas salidas nocturnas.

Busco en mi billetera la tarjeta de Samuel, y extrañamente mis dedos tiemblan... me doy cuenta porque la tarjeta se mueve como si tuviera un ataque epiléptico.

«Es solo una invitación inocente, no es nada del otro mundo», me intento convencer de que no hay nada más, pero muy en el fondo sé que el hombre siempre me ha gustado, y que ahora me gusta más.

Espero no mirarlo tan raro con los dos mojitos en el cuerpo que siempre me sirvo, o se espantará. Inspiro profundo y marco rápidamente el número de teléfono de Samuel para que no me baje la tontera de la inseguridad, y espero...

—¿Aló? —saluda él desde la otra línea, reconozco su voz al instante.

—Hola, Samuel. Soy yo, Mariela, ¿cómo estás?

—Muy bien, ¿y tú?

—Bien, no me puedo quejar, te llamaba para darte un empujoncito.

—¿Karaoke o despedida de soltera? —interroga divertido recordando nuestra conversación pre navideña.

—Karaoke —confirmo riendo—, sábado, a las diez de la noche.

—¿A las diez? Eso es bastante... temprano.

—Nos juntamos a esa hora para aprovechar la poca libertad paternal —explico—, todos tenemos hijos, es casi un grupo de apoyo para no enloquecer.

—Entones, ¿es este sábado, mañana? —interroga y noto la duda.

—Exacto... No seas flojo, Samuel. Anda...

—Ok, voy... —decide de inmediato—. ¿Nos juntamos en alguna parte?

—Juntémonos en la estación Plaza Egaña, un cuarto para las diez y tomamos un taxi. El «Cauti-bar» está cerca de ahí.

—Súper, entonces nos vemos mañana.

—Nos vemos mañana, cuídate.

—Bye.

Bien, veremos si don Samuelito se pega el salto y se desordena un poco. Le hace falta algo más que capuccinos en su vida.

*****

—Maldición, voy atrasada —mascullo mirando la hora en mi móvil.

Tecleo un mensaje rápido de WhatsApp para avisarle a Samuel que voy un tantito tarde. Él se encuentra en línea y de inmediato me contesta que no me preocupe, que él ya está en la boletería de la estación de metro. Menos mal, por un momento pensé que se echaría para atrás.

Llego a la estación y subo corriendo las escaleras para no perder más tiempo, soy muy práctica y casi nunca uso tacón alto, ballerinas, camiseta y jeans es mi ropa de karaoke. Salgo de la estación y me lo encuentro apoyado en una pared distraído mirando su celular.

Viste de manera informal, una camiseta de ¿Star Wars?... Vaya, sin ninguna duda «la fuerza está con él», porque le sienta de maravillas y se nota mucho más que no tiene ningún exceso de grasa en ninguna parte visible. Jeans gastados negros y zapatillas Chuck Taylor también del mismo color completan el atuendo. Se quitó como diez años de encima, incluso con esa barba que está un poquito crecida. De pronto me mira y me sorprende observándolo y sonríe.

Ya no parece «el viudo papurri del curso», se ve más bien como un «papacito disponible para esta pobre alma». Por la flauta, que se ve buenototototote.

Definitivamente tendré que alejarlo de las garras de Tamara y Maura o se lo comerán vivo... y la que ahora quien quiere comérselo vivo soy yo. Soy una pecadora.

—Hola —digo haciendo un gesto con mis dedos y me acerco a él para saludarlo como el protocolo exige para este tipo de situaciones, un beso en la mejilla y una discreta aspirada a su suave perfume. Ahhhh me encanta, el aroma es muy tenue pero con carácter.

—Hola —devuelve el saludo, y sin disimulo me mira—. Te ves diferente.

—No voy a ir de karaoke con el uniforme de la notaría. —«Que casi es mi uniforme de mamá también», pienso con fastidio—. En todo caso, tú no pareces ser uno de los discípulos del lado oscuro de la fuerza cuando vas a reunión.

—Es lo mismo, paso de la oficina al colegio y para las actividades de curso, prefiero ir más «decente». Es lógico que no sepan que tengo una colección de camisetas de Darth Vader.

—Eres toda una cajita de sorpresas... ¿Vamos? Nos van a colgar si llegamos demasiado tarde.

—Vamos.

Caminamos de prisa y subimos al exterior, afortunadamente pasa un taxi y en cuestión de minutos ya estamos frente a las puertas del «Cauti-bar». Se escucha desde afuera el sonido de la música y logro identificar la voz de Tamara cantando «Personal Jesus» de Depeche Mode.

Entramos al local y el ambiente agradable nos acoge, todo está con iluminación suave a excepción del escenario, y junto a él, ya está reunido el grupo de siempre que nos gritan y nos silban apenas notan nuestra presencia, haciendo gestos de apuntarse un reloj en la muñeca para graficar que llegamos tarde.

Presento a Samuel al grupo y todos son cordiales con él, Tamara y Maura se pegan codazos y levantan las cejas cuando nuestras miradas se cruzan, aprobando a mi acompañante. Yo solo dirijo mis ojos al cielo y sé que será una noche, por decir lo menos, interesante.

La jornada empieza con la primera ronda de mojitos y primaveras para las mujeres y los hombres prefieren la cerveza a excepción de Samuel que pide ron cola.

Parece que alguien aparte de mí necesita un poco de valentía líquida.

Nos vamos pasando el listado de canciones disponibles para elegir y vamos anotándonos para salir al micrófono. No sé qué va a cantar Samuel, si es que lo va a hacer, justo me distraje cuando el listado pasó por sus manos. Todos tenemos un estilo de canciones favorito, por ejemplo, Tamara es solo anglo, Maura nos tortura con canciones de Arjona y Melendi, Pablo canta todo el repertorio «cebolla» de los ochenta: Camilo Sesto, José Luis Rodríguez, Julio Iglesias y todas esas yerbas, y los demás varían entre baladas en inglés y español. En lo personal canto los boleros de Luis Miguel, que es mi placer culpable porque por lo general solo escucho rock.

Todos coreamos a nuestros compañeros, entre risas, conversaciones triviales y música. Samuel se ha integrado bien al grupo, y es amable con todos. Es raro verlo en esta faceta se ve un poco más desordenado, más alegre, y sin embargo, sigue siendo el mismo que siempre veo en las reuniones de apoderados.

—¡Y ahora en el Cauti-bar se presenta don Samuel que nos va a cantar «Somebody to love» de Queen! ¡Un fuerte aplauso! —anuncia el animador y yo me sorprendo, a Queen no lo canta cualquiera, bueno lo cantan cuando hay mucho alcohol en el cuerpo, porque interpretar alguna canción de Freddy Mercury es todo un desafío y si no puedes hacerlo bien, lo mejor es estar bien borracho para no recordar la vergüenza. Samuel sale al escenario y todos lo apoyamos, miro de reojo su segundo vaso de ron cola y no queda casi nada.

Sí, ya hizo su cuota de valentía líquida.

Empiezan los acordes, Samuel toma el micrófono... Tiene un buen comienzo, voz afinada un poco más grave que la canción original, pero suena muy bien.

La canción va de menos a más, así es Queen, y en la parte donde agarra fuerza todos quedamos en silencio porque es, es... ¡Increíble! Sobre todo cuando remata las últimas estrofas, con voz fuerte, potente, firme: «Someday i'm gonna be free, lord! Find me somebody to love»... y me mira. Fijo. Todos aplauden y vitorean, la presentación de Samuel fue fantástica.

Y yo sonrío, como una tonta.

Creo que los dos mojitos de hoy han sido demasiado para mí, estoy viendo mensajes subliminales. Es solo una canción, nada más. Estoy como una pendeja pensando que me dedican canciones de amor.

No seas pendeja, Mariela, ya no lo eres.

Y me hago la tonta y la que no entiende nada... Miro la hora, son las doce, todavía no es tan tarde. Yo... yo, ya no tengo ganas de seguir aquí.

Samuel baja del escenario y se ve muy contento, lo está pasando muy bien. Creo que puedo dejarlo solo, sin que se sienta incómodo como un pollo en corral ajeno. Se podrá defender sin problemas de Tamara y Maura que se lo han comido con la mirada toda la noche.

—Bien, niños. Me voy —anuncio levantándome, los demás dicen que no me vaya, que es temprano e inventan un montón de motivos para que me quede—. No, tengo que hacerlo. Dante se despertó y se vuelve loco cuando no estoy. —Ocupo la excusa de mamá Nº 99.443 para zafar y comienzo a despedirme uno por uno, hasta que llego donde Samuel. Me besa la mejilla casual, sin nada que delate otra intención y le sonrío.

—Te acompaño a tomar el taxi —ofrece con naturalidad.

Asiento con la cabeza, él solo es amable. Pero una punzada de decepción me atraviesa de lado a lado, porque por una milésima de segundo pensé que me pediría que me quedara.

A pesar de que es enero y el calor es insoportable al salir del local el cambio brusco de temperatura me eriza la piel y me da un poco de frío. Samuel está al lado mío con las manos en los bolsillos.

Ni un maldito taxi disponible.

—Sé que estás arrancando —advierte de pronto—. Eso de que tu hijo despertó y que enloquece si no estás es mi excusa número uno para escapar a cualquier situación que me incomoda.

—No, si de verdad tengo que volver —miento, y por hoy lo estoy haciendo pésimo.

—No te creo... —Se queda en silencio yo no soy capaz de mirarlo a la cara, solo observo la calle esperando que me rescate un taxi—. Mariela, ¿sabes lo difícil que es hablar contigo?

Eso me sorprende, ¿hablar conmigo es difícil? ¿Y ese encuentro casual en el mall qué diablos fue?

—La última vez que nos vimos no noté que te fuera muy difícil hablarme —contesto sin perder de vista a los automóviles que pasan rápido.

—Estuve cinco minutos armándome de valor para hablarte. —Desvío mis ojos hacia Samuel y ahora tiene toda mi atención, ¿cómo que cinco minutos?—. Incluso ahora es difícil... Siempre me has gustado. Desde kínder... bueno, desde los niños entraron a kínder —confiesa visiblemente nervioso.

Kínder, primero básico, segundo básico... ¿Tres años? ¿Y ahora me lo dice?

—Siempre pensé que eras tímido, pero esto es el colmo, Samuel —lo reprendo un poco molesta—. Tú también me gustas desde el maldito kínder.

Y él sonríe abiertamente... nunca lo había visto hacerlo de esa manera...

Y sin más preámbulo me besa, es tan dulce... y rápidamente me doy cuenta que besar es como andar en bicicleta porque no me he olvidado de cómo hacerlo... y parece que él tampoco, porque pronto este beso pasa de dulce a profundo y sensual y lo hace a la perfección. Quiero que los minutos se vuelvan eternos y conservar este momento un ratito más.

—¿Te he convencido de no irte? —interroga enmarcando mi rostro entre sus manos—. Déjame disfrutar un poco más contigo.

—Está bien —claudico, estoy más que convencida—. ¿Sam, mañana qué vas a hacer?

—Pretendía llamarte temprano e invitarte a tomar un helado, solo como una excusa para volver a verte.

—Ya no necesitas excusas para volver a verme.

—Tienes razón.

Volvimos a vernos al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente... y ya llevamos unos tres mil días juntos, he visto todas sus camisetas de Star Wars —también lo he visto sin ellas—, él ha visto mis días buenos, los malos, reuniones de curso, reuniones en familia, desayunos, almuerzos, onces, un matrimonio... el nuestro.

Y todo empezó con un simple encuentro casual. 

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