Capítulo 40: Todavía falta el mejor capítulo + Aviso importante
¡Hola! Es un buen momento para empezar a despedirnos. El próximo capítulo es el final 😭🥺💕. No puedo creer que ya estemos a unas páginas de cerrar, quién diría que la divertida rubia del Club terminaría su historia 🥺😭. Espero que disfruten el capítulo. Y aprovechando, la pregunta de la semana: ¿canción favorita? Puede ser favorita de siempre, de la semana, del mes 💕 Lo importante es compartir la música que nos gusta. Gracias por tanto amor a Dulce.
El día del concierto llegó.
Según mi plan estaría rompiéndome las cuerdas vocales, rodeada de gente bailando, con el corazón a mil por hora, ocupando un asiento en el auditorio mientras contaba los minutos para ver a mi amor platónico cara a cara; en cambio estaba ahí, acostada en mi cama, pegada a una pequeña radio esperando que comenzara el especial que transmitiría mi estación favorita. Sí, no salió como soñé, pero teniendo en cuenta todo lo que había atravesado en los últimos meses, podía decirse que corrí suerte.
Con la voz de Alejandro Sanz en el fondo me di la vuelta para contemplar el enorme póster sobre la cómoda. Un suspiro escapó de mis labios, me recordé tiempo atrás en el mismo lugar, segura de que lo conseguiría.
—Bueno, esta vez estuve muy cerca —le dije a la fotografía de mamá que me admiraba con una de sus cálidas sonrisas—. Tal vez la próxima se vuelve una realidad —pronostiqué optimista.
Solo tenía que seguir intentándolo. De eso se trata la vida, de levantarte cada día y esforzarse por cumplir tus sueños, sin importar cuántos de ellos se realicen, es verdad que no siempre saldrá como lo esperas, pero ahí está la magia del vivir, siempre se obtiene algo en el camino. Y cuando eches la mirada atrás te darás cuenta de los regalos que recolectaste en el trayecto. Esperaba que alguno fuera un automóvil.
—¡Dulce! —Una voz que provenía de la primera planta me sacó de mis ambiciosos proyectos—. Necesito que me ayudes con algo, baja un momento —me pidió.
—¿Es de vida o muerte? —pregunté alzando la voz para hacerme oír.
Siendo honesta esperé un no porque no tenía ganas de pararme de la cama.
—Más de muerte —exageró Jade para lograr su propósito.
Bien, hora de trabajar. Resoplé cansada antes de echar mi cuerpo fuera de mi cómoda cama. Me puse los zapatos y bajé corriendo los escalones con el propósito de regresar antes de extrañarla.
—Pues espero que la agonía sea corta porque no pienso perderme ninguna...
Sin embargo las palabras murieron en mis labios cuando descubrí que Jade no estaba sola. Balbuceé como una bebé al encontrar unos globos colgando en el techo, una mesa repleta de papeles y tazones, y un montón de personas presentes, mirándome expectantes. En un primer vistazo no fue capaz de reconocerlas, apenas le di forma a las imágenes de cartón pegadas en cada rincón.
—¿Qué es todo esto? —murmuré sin procesar lo que me rodeaba, frenando de golpe.
Busqué a mi prima, al pie de la escalera, en un intento de darle una razón a las fotografías de Chayanne que inundaban la sala.
Su sonrisa triunfal dictó estaba orgullosa de haberme sorprendido. Sin darme tiempo de hacer preguntas, me tomó de la mano y contenta como una niña me obligó a bajar con torpeza junto al resto.
—Sabía que hoy sería un día complicado para ti —me dijo mirándome a los ojos, sonriendo con tal alegría que la imité—, así que entre todos pensamos una forma de hacerte sentir mejor. Sí, sé que nada se compara a estar en el concierto —admitió—, pero tendrás música, un montón de comida y a un grupo de personas que estamos dispuestos a oír todas las canciones que tanto te gusten —me explicó.
—¿Organizaron una fiesta de Chayanne? —repetí con la mente en blanco.
Ella confundió mi aletargamiento con desilusión.
—No se nos ocurrió una mejor idea —reconoció cohibida, encogiéndose de hombros.
Entonces sí, estallé como una bengala. Mi mundo se llenó de colores vibrantes.
—Es que no la hay —debatí emocionada saltando de un pie a otro, sin creer tan hermoso acto—. Es perfecta, Jade. De verdad muchísimas gracias. Gracias. Gracias —le agradecí de todo corazón, abrazándola con todas mis fuerzas, enternecida por sus esfuerzos por hacerme sentir que estaría conmigo incluso en los problemas más pequeños.
Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras contemplaba a mi tía Leticia a unos pasos. Sobre el hombro de mi prima la invité a unirse con ademán. Ni siquiera lo pensó, como lo hizo desde el primer día me envolvió con su cariño. Ahí, con ellas, descubrí que mamá no se equivocó llegaría el momento en que la vida me enseñaría lo que significaba un hogar.
—Ustedes son las mejores —les repetí conmovida porque ellas le daban valor a lo que otros consideraban tonto con tal de hacerme sonreír, siempre intentaban apoyarme en todas mis locuras—. Algún día voy a pagarles todo lo que hacen por mí —les prometí.
Se darían cuenta que fue una buena decisión apostar por mí.
Mi tía negó con una sonrisa que pareció contener toda la ternura del mundo antes de que sus dedos acariciaran mi mejilla limpiando rastros de lágrimas.
—No hay nada que no hayas pagado con tu alegría, Dulce —mencionó estrujando mi corazón—. Soy yo la que siempre estaré en deuda contigo.
Se equivocaba, esa es la magia de amar a alguien, no importa cuánto entregues a cambio, la cuenta siempre estará en cero. No hay sacrificios suficientes para las personas que amamos.
—Pero hoy no es día para llorar, sino para celebrar —cortó Jade nuestra melancolía, empujando el nudo en su garganta. Reí, dándole la razón, nos estábamos poniendo sentimentales—. No querrás que te vean tus invitados así —me recordó, dándole un fugaz vistazo a la gente presente.
Casi los había olvidado. En un segundo vistazo, sonreí eufórica al reconocer un montón de rostros familiares que hicieron saltar mi ya desestabilizado corazón. Y aunque me alegraba mucho verlo, confieso que no pude evitar ponerme de puntillas, buscando a alguien especial en ese mar de personas. Una sola que era capaz de convertir mi peor momento en el mejor solo con una mirada.
—Andy no pudo venir —me avisó Jade, leyendo mi mente, al notar mis ojos iban de un punto a otro, impaciente. Oh... Intenté disimular mi decepción, sin embargo, fallé, mi sonrisa se esfumó—. En verdad quería llegar, pero hoy tenía cita con el médico para que revisaran lo de su herida —me explicó ante mi desencanto.
Asentí, entendiéndolo, no había nada más importante que su salud, aunque en el fondo me hubiera gustado me lo comentara para acompañarlo, siempre lo hacía.
—Pero no te pongas triste —me despertó mi tía, animándome para que no perdiera la energía—. Mira, vinieron muchas chicas del club en el que estás —me recordó, guiándome.
En el grupo no destacaba ni Sofía, ni Alejandra, ellas sí habían conseguido boletos para el espectáculo, y aunque siendo sincera en el fondo las envidiaba un poco era feliz por ellas, habían prometido contarnos todo a detalle. Además, el resto de integrantes lucían tan emocionadas por la celebración, que recordé no estaba sola.
—Wow, hasta vino Celia —solté asombrada al encontrarme con ella, bebiendo un refresco.
Pintó una mueca aburrida, fingiendo indiferencia, pero dejando entre ver una ligera sonrisa.
—A mí me obligaron —reveló limpiándose las manos, señalando con un ademán a nuestro jefe.
Mentiría si dijera que no podía creer que Don Julio estuviera ahí, pero después de descubrir que detrás de su caparazón se hallaba un hombre incondicional, tal como mi mamá decía debía ser la amistad, me hubiera sorprendido más su ausencia.
—Si cuando conocí a Evelyn alguien me hubiera dicho estaría en la fiesta de su hija con esa canción tan escandalosa —cuchicheó con Salomé de fondo—, de ese cantante del que siempre hablaba sin parar me hubiera reído —saludó antes pudiera pronunciar una palabras.
Mordí mi labio, intentando retener una sonrisa que de todos modos salió a la luz.
—Era una trampa de mamá —asumí, fingiendo falsa inocencia entrelazando mi brazo al suyo, obligándolo a caminar entre la gente que se movía sin parar—. Ella amaba a las personas que hacían locuras. Estaría feliz de saber lo logró con usted —dije. Conociendo a mi madre apostaría que su agradecimiento hacia él no tenía límite, no solo había hecho mucho por ella, brindándole su amistad, sino que cuando ella faltó me dio la mano—. Sabe una cosa —murmuré haciendo memoria, torciendo mis labios—, pensándolo mejor, creo que alguna vez me habló de usted...
Don Julio alzó una ceja, intrigado por la mención.
—Solía mencionar a un amigo generoso, leal, con un enorme corazón, siempre dispuesto a ayudar a quien más lo necesitaba y con un talento excepcional para preparar cafés —remarqué con una pizca de gracia—. Ahora entiendo que se refería usted —concluí con una sonrisa.
Don Julio en el que se asomaban pocas auténticas sonrisas dejó ir una, al confirmar que una persona que significó tanto para él no lo olvidó. Tampoco yo lo haría.
—Una de las últimas veces que escuché sobre la hija de Evelyn fue que era una réplica de los Palacios —mencionó dedicándome una mirada repleta de cariño—, pero en mi opinión, eres idéntica a los Vázquez —concluyó desconociendo lo mucho que necesitaba oírlo—. Llevas la esencia de tu mamá en la sangre.
Escuchar que las enseñanzas de mamá, a la que yo consideraba un ejemplo a seguir, habían tocado un poco mi corazón, que me acercaba un paso más a lo que deseaba alcanzar, era un halago precioso.
—Claro, solo no se lo digas a tu padre... —comentó mirándolo a lo lejos, manteniendo sus ojos fijos en nosotros.
Sonreí identificando que no era enfado, sino la melancolía que parecía acompañarlo desde que murió mamá, lo que ensombrecía su cansado semblante. De todos modos, disfrutaba jugar con los nervios de las personas, así que fingí estar preocupada.
—No se angustie —murmuré en complicidad—, intercederé porque su muerte sea lo menos dolorosa posible —me despedí divertida.
Don Julio negó, rindiéndose conmigo, antes de verme alcanzar a papá que me recibió con una sonrisa, de esas que dicen mucho y nada a la vez. Nuestra relación iba mejorando a paso lento, pero seguro.
—Dime por favor que cuando te casaste con mamá jamás pensaste que esto llegaría tan lejos —supliqué uniendo mis manos, dramatizando, antes de señalar el caos a nuestro alrededor.
—Qué va, de hecho te has quedado corta para lo que ella tenía en mente —alegó, revisando a detalle todo lo que nos rodeaba. Reí porque conociéndola no me sorprendía—. En realidad, estaba pensando que me dolía no haberles dado lo que tanto deseaban las dos —se sinceró.
Me vi en sus ojos, yo también lamentaba haber dejado cosas pendientes. El tiempo no nos dio para más. Y a veces me sentía culpable al pensar que no valoré los minutos a su lado tanto como pude, creyendo sería eterna, otros entendía que al menos la amé tanto como me dio el corazón. Los sueños al final es eso, lo importante es lo que demostramos día a día.
—Bueno, yo no escuché una sola queja de su parte —reconocí calmando su tempestad—. Para ser sincera, el único hombre capaz de superar a Chayanne en el listado de su corazón fuiste tú, lo cual era muy complicado —remarqué.
—Definitivamente lo es —me dio la razón con una sonrisa tan natural que me llevó a imitarlo.
—En cuanto a mí... Incluso con todo lo que sucedió no te cambiaría por nadie en el mundo —le confesé por primera vez, dejando la cobardía. Sus ojos se fijaron con atención en mí a sabiendas estaba a punto de decir algo que nos sanaría a los dos. Ya no sentía me traicionaba al reconocer el cariño que le tenía, todo lo contrario, no podía ser más fiel a mí misma que cuando hablaba de lo que había en mi corazón. Su nombre estaba grabado en él—. No hay hombre más terco, obstinado, determinado que tú —expuse. Mi padre se mostró algo incomodo confundiendo mis intenciones hasta que de la nada lo envolví en un abrazo que ambos necesitábamos. Cerré los ojos, sintiendo que el mundo se redujo a los dos—, nunca te rendiste. Gracias, gracias, papá, por no alejarte cuando te dije que no te necesitaba porque en el fondo siempre lo he hecho.
Nael tenía razón, las cosas jamás serían igual, pero eso no era malo. El cambio nos ayuda a crecer. Estábamos escribiendo una nueva historia.
—Cuando pienso que me he equivocado tanto, que todo está perdido —murmuró, aferrado a mí, como si temiera desmoronarse sin mi apoyo—, te miro y me llenas de esperanza —susurró en mi hombro, conmoviéndome por el cariño con el que lo pronunció—. Porque un hombre tan malo no podría recibir una bendición tan grande como una hija como tú.
Apartándome para mirarlo a los ojos, ya no como la niña que lo consideró su héroe y después lo condenó a villano, sino con una nueva mirada, más humana, más real, supe que mamá desde el cielo debía estar llorando de la felicidad. Todo lo que se rompió en su partida, había encontrado su lugar. Ahora podía estar en paz, ambas lo estaríamos.
—Hoy tenemos prohibido llorar —expuse limpiando los asomos de lágrimas que comenzaban a brillar en sus ojos—. Esto es una fiesta, no un funeral, papá —le animé tomando su mano para hacerlo bailar. Extrañaba el sonido de su risa, se sentía tan bien saber era feliz—. Aunque tal vez pronto se convierta en un linchamiento —murmuré al recordar algo importante, retrocediendo—. Voy a tener que tomar un pequeño descanso —avisé en voz alta, capturando la atención de todos—, porque no puedo perderme el especial del concierto.
Prioridades.
No cuando lo había esperado tanto. Sería una hora y no quería desaprovechar la oportunidad de al menos escuchar de viva voz lo que se sentía estar ahí, imaginando algún día sería mi turno. Era casi un ritual cada que Chayanne acudía a Monterrey. Así que sin concentrada en la radio que estaba en el salón, mis dedos torpes buscaron la estación hallándola en un abrir y cerrar de ojos. Eso sí era buena suerte. Ojalá así de sencillo fuera hallar un par de calcetines en la mañana.
—Nunca cambiará —cuchicheó divertida Jade, viéndome arrastrar una silla para escucharlo cómoda. Sí, nunca lo haría, la vida me daría nuevas pinceladas en el camino, pero lo que estaba en el fondo permanecería intacto.
—Seguimos aquí transmitiendo afuera de la Arena Monterrey esperando el inicio el concierto de nuestro querido Chayanne —anunció el locutor, haciéndome consciente hace un rato había empezado, me había perdido la mejor parte—. Las personas están comenzando a llegar con pancartas, camisetas... Es una verdadera locura.
—Y tal como lo prometimos continuamos escuchando a las personas que vinieron a participar en la dinámica para ganar los últimos boletos —comentó emocionada su compañera.
¿Qué?
—¿Regalaron boletos? ¿Por qué nunca me entero de nada? —protesté con un puchero, deseando golpearme contra la pared—. No... —lamenté en voz alta. Definitivamente las últimas semanas me habían desconectado por completo. Resoplé derrotada, de todos modos, ya de nada servía lloriquear, lo hecho estaba hecho, al menos podría escuchar como otros eran felices mientras yo lloraba amargamente.
—Tranquila, las cosas pasan por algo —me recordó sabia mi tía.
—Por ejemplo, para que alguien más los tenga —lanzó siguiendo la lógica Celia, ganándose una reprimenda de mi jefe a mi costado.
Pero tenía razón, como dicen por ahí: lo que es para ti, aunque te quites, y lo que no aunque te pongas. Solté un suspiro, que suerte para quien se los llevara, ganaría una noche maravillosa y el odio de media ciudad, incluido el mío.
Bromeaba.
—Continuemos con una de las personas que lleva bastante tiempo en la fila —prosiguió él, ignorando mi pesar. Resignada decidí al menos conocer al dueño de la mejor suerte del mundo—. ¿Cuál es tu nombre, amigo?
Y entonces mi mundo se detuvo. No fue necesario que lo pronunciara para reconocer esa voz. Mi corazón se detuvo a la par de mi respiración cuando aquellas palabras escaparon de las bocinas. Pensé que me desmayaría.
—An-Andy Islas —mencionó. Atontada pasé la mirada por los presentes solo para comprobar no me había vuelto loca. Sus rostros sorprendidos dejaron claro estaban más impactados que yo, no era cosa de mi imaginación. ¡Era Andy! Me levanté de un salto, acercando el oído lo más que pude al aparato como si así pudiera cruzar al otro lado—. A mí me gustaría ga-ganar los boletos para una persona es-especial que sé los disfrutaría más que nadie en el mundo —recitó. Sí, era él—. Creo que ella se los me-merece, por-porque ha luchado mu-mucho por conseguirlos —aseguró—. Por ejemplo...
Y así fue como, aferrándome al mueble incrédula, empecé a escuchar parte de mi historia. Sí, esa noche descubrí que aunque había buenos capítulos, definitivamente aún faltaba el mejor.
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