Capítulo 23: Visitas dolorosas
No fui consciente en qué momento me quedé dormida, perdí el hilo en algún punto de la noche y no volví a saber del mundo hasta que un sonido sutil me devolvió a la realidad. Aletargada arrugué la nariz, hice un esfuerzo por abrir mis párpados que pesaban como rocas, y al ceder fui capaz de distinguir una mancha que fue tomando forma poco a poco. Pegué un salto, por el que casi terminé en el suelo al identificarla. Sentí una mano sostenerme del brazo para mantenerme a su lado, pero al caer en cuenta de quién se trataba en un impulso lo empujé, planteando distancia, ante la mirada crítica de su abuela que nos estudiaba de uno a otro, con la ceja alzada y los brazos cruzados a la altura del pecho.
—No. No —repetí deprisa para que no lo malinterpretara. Tal vez me hubiera creído, pero percibí la atención que le puso a la ropa que llevaba puesta. Sentí las mejillas calientes ante la forma en que afiló la mirada—. No pasó lo que está pensando.
—De lo que estoy pensando —murmuró, mitad pregunta, mitad afirmación.
—O tal vez no está pensándolo —admití para mí, meditándolo—, yo tampoco —aclaré rápido—. Es decir, sería lo último que imaginaría porque jamás pasará —decreté tajante. Aunque pronto caí en cuenta había sonado demasiado ruda, así que me giré buscando a Andy—. No creas que he dicho ese jamás porque hay algo malo en ti —le expliqué sin deseos de herirlo—. Vamos, eres el chico más bueno del mundo, cualquier mujer desearía estar contigo, claro que con cualquiera no me refiero a mí —remarqué para no confundirlo—, tampoco significa que... Dios, qué estoy diciendo —me regañé agobiada.
Resoplé ante mi enredo, me cubrí el rostro con ambas manos dejándome caer en el sofá. Tenía una maestría en regalarla. Por suerte, Andy no se ofendió, incluso escondió una débil sonrisa.
—Dulce, llegó anoche... —comenzó a explicarle, tranquilo, pero lo interrumpió. Lo correcto era que yo me encargara.
—Ayer discutí con mi familia —conté dispuesta a decirle la verdad. Su abuela, frunció las cejas, escuchándome ahora que había captado su atención—, y escapé de casa... Estuvo mal, pero estuvo peor olvidar mi dinero —me reprendí de mi descuido en voz baja—. No tenía a dónde ir, ni sabía qué hacer... Entonces le pedí a Andy me dejara pasar la noche aquí —dije dándole un vistazo. Sobraba decir la respuesta—. Prometí irme temprano, es solo que me quedé dormida, pero ya me desperté así que... —mencioné poniéndome de pie, sin tener claro el siguiente paso.
—¿A dónde piensas ir? —me cuestionó, intrigada, como si le interesara el capítulo de una novela.
Hubiera dado lo que fuera por tener una respuesta.
Replanté mis opciones.
—Pues... Iré por mi dinero —acepté, aunque odiaba la idea de pararme de nuevo ahí, sobre todo estando tan reciente el altercado. Además, apostaba que me toparía con Jade porque era su día libre—. Después buscaré un hotel donde quedarme —planté, aunque haciendo cuentas descubrí que eso sería suficiente solo para unos días—. O también puedo alquilar un pequeño cuarto.
—Pero para encontrarlo tardarás —me recordó.
Asentí, limpiando mis manos en el pantalón. Sí, mejor que nadie sabía que no sería tan sencillo.
—Sí, bueno, tal vez se presente ante mí un golpe de suerte o un milagro —consideré optimista para no dejarme vencer antes de intentarlo.
—Tienes uno frente a ti —mencionó, desconcertándome por la sonrisa que se dibujó en sus labios—. Quédate con nosotros mientras encuentras algo —ofreció con una sencillez que dejó claro de dónde había heredado el corazón su nieto.
La propuesta me tomó por sorpresa, tardé un instante en procesarla, en lograr darle forma en mi cabeza. Quedarme en casa de Andy resultaba muy tentador, sobre todo porque no tenía otro lugar a donde ir, y ellos eran muy dulces conmigo, pero en el fondo tenía miedo. La voz de Silverio hizo eco, golpeando duro en mi seguridad. Al final, él tenía parte de razón, siempre buscaba refugiarme en otros en lugar de hacerle frente a mis errores por mí misma.
—No puedo —solté al final, tras reflexionarlo, pero de pronto noté la mentira. Después de todo, nada me lo impedía—. No quiero —me corregí, siendo sincera. La manera en que me miró, un poco indignada ante el nada sutil rechazamiento de su oferta me llevó a agregar—: Por favor, no se ofenda —le pedí uniendo mis manos, buscando su mirada—, no es por ustedes, jamás podré pagar todo lo que han hecho, su ofrecimiento es muy generoso. Sé que ambos lo hacen de corazón. No tienen una idea de lo que significa, pero... —Callé, reflexionando—. Ya no quiero ser una cobarde, quiero hacer esto sola, enfrentar la vida sin ayuda.
Necesitaba dejar de esconderme, hacerle frente al miedo y al dolor que siempre me habían paralizado. Ya no quería ser la carga en la vida de otros solo porque no era capaz de enfrentarme a la realidad. Tampoco quería que terminaran hartándose de mí, no lo soportaría, ellos no.
La abuela de Andy me estudió sin prisas, repasó mi semblante con una serenidad que me arrebató la mía porque no tenía ni la menor idea de lo que pasaba por su mente. Gracias al cielo el atisbo de una comprensiva sonrisa alejó ciertos temores.
—¿Y por qué hacerlo sola cuando no lo estás? —me cuestionó con un toque maternal que estremeció mi corazón al tomar mi mano—. Escucha, mi niña, vas a enfrentarte a esto por ti misma, no hay de otra, pero no hay nada de malo que te apoyes en alguien en el camino. Hay mucha gente que desgraciadamente tienen que atravesar el dolor en solitario porque no les queda otra opción —expuso—, pero tener contigo gente que te quiera, no te hace menos valiente o fuerte —me recordó.
La ternura en su mirada llevó a la mía a cristalizarse, a inundarse por la alegría de sentirse querida en el momento en que más solo me encontraba.
—Dios, es que estoy sensible —me justifiqué riéndome de mí misma al limpiar con mi brazo, las lágrimas que amenazaban con escapar.
—Espero que no sea por lo que estoy pensando —bromeó usando mis propias palabras. Reí entre un sollozo y pese a lo ridículo que sonó ella me sonrió—. Además, apuesto que a Andy y a mí nos hará feliz tenerte por aquí —aseguró para hacerme sentir un poco mejor. Su nieto asintió con una sincera sonrisa. Presa de la emoción alcancé su mano, apretándola con cariño, y abracé el brazo de Andy, zarandeándolo efusiva, agradeciéndoles—. Ayudaste a darle cierta luz a esta casa, estoy esperando a ver si eres capaz de revivirla por completo.
—Le prometo que no se arrepentirá, jamás voy a olvidar esto que hacen por mí, y algún día, no sé cuándo, voy a recompensárselos —les prometí a los dos, pasando mi mirada de uno a otro—. Haré todo lo que me pidan, ayudaré y no tendrán que preocuparse por mí —aseguré—. Puedo empezar, no sé, haciendo el desayuno, nunca he sido una maestra en la cocina, pero puedo aprender —propuse entusiasta.
Quise ponerme de pie, dispuesta a trabajar, pero no me lo permitió.
—Preferiría que nos agradezcas manteniendo a salvo mi cocina —mencionó diplomática, evitando una catástrofe. Capté la indirecta.
—Claro —concedí, avergonzada—, pero pensaré en otra cosa que los sorprenderá —les aseguré contenta—. Ya verán, soy muy buena con las ideas. Trabajaré en eso hoy, es mi meta del día. Aunque... —Guardé silencio al hallar un doloroso espacio vacío en mi lista de cosas por hacer. Titubeé, no podía dejarlo para después—. Antes, si a ustedes no les molesta, me gustaría... No —me corregí. Negué, cerrando los ojos. Tomé un profundo respiro—, necesito visitar a alguien.
La hierba crecida, en la que brotaba alguna que otra flor, era señal de que había pasado un largo tiempo desde mi última visita. Una punzada de culpa me invadió mientras mis dedos retiraban con cuidado el polvo acumulado en la lápida. Mi corazón volvió a quebrarse como la primera vez que leí su nombre grabado en la piedra. El viento revoloteó un mechón, culpé a la tierra que se levantó del escozor de mis ojos.
—Hola... —la saludé sentándome frente a ella, aunque no habría contestación—.Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que estuve aquí. No es que te haya olvidado, sabes que jamás lo haría, pienso en ti todo el tiempo, solo que odio los comentarios —admití para mí. La muerte me aterraba, me llenaba de melancolía—. No te traje flores —reconocí avergonzada, acariciando mi brazo incómoda al descubrir era lo opuesto a lo que una buena hija haría—, es que no tengo mucho dinero y además... Tampoco entiendo por qué, terminarían marchitándose solas—escupí a la par estudié la vegetación seca alrededor—. Prefiero el altar que hice en mi recámara, está rodeada de cosas que amas, aunque... Las he olvidado todas allá... Pero he traído conmigo tu foto —remarqué lo importante—. Andy me permitió colocarla sobre una cómoda y me prometió ayudarme a decorarla para ti —le conté con una débil sonrisa, mirándolo de reojo esperando bajo un árbol a lo lejos—. Es un encanto. Apuesto que sí lo conocieras lo amarías —mencioné, sonriendo al imaginar la escena. Ella adoraba a las personas como él—. Estaré viviendo en su casa mientras que consigo donde quedarme —le platiqué—. Esta vez no abusaré, decidí que encontraré algo rápido —determiné no repetir mis errores.
»Discutí con Jade... Nos dijimos cosas feas —reconocí parte de mis responsabilidades—, pero también habló con la verdad. Esa es su casa. Nosotras teníamos la nuestra, ¿la recuerdas? —le pregunté sonriendo a la nada—. Amaba ese lugar, parecía que ahí era imposible ser infeliz, era casi mágico, la sala llena de cassettes, la alacena donde escondías las galletas de chocolate, el jardín donde regabas tus plantas, el suave enredón de su cuarto... A veces, a veces pienso en volver... —me sinceré a sabiendas no había ningún testigos, empujando el nudo de mi garganta—. Nunca lo hago, ya no sería lo mismo si tú no estás. Tengo tanto miedo de lo que me dolerá no encontrarte. Te extraño mucho, mucho, mucho —repetí. Dejé de luchar, permití que las lágrimas recorrieran mi rostro. Ya era imposible retenerlas—. Todo el tiempo. ¿Por qué te fuiste si aún te necesitaba tanto? —sollocé quebrándome.
Mi descompensada respiración provocó doliera mi pecho donde mi corazón luchaba por alcanzarla.
—Nunca imaginé la vida sin ti, en todo lo que me planté siempre estabas tú —tarareé en un murmullo una de sus canciones favoritas para calmar la tempestad—. Solo tú sabes bien quién soy, de dónde vengo y a dónde voy... —Mi voz flaqueó. Negué, rindiéndome. Respiré profundo—. No creas que te lo estoy reclamando, sé perfectamente que de ser por ti estarías aquí, no te angusties por mí, es solo que... En verdad desearía uno de tus abrazos —confesé—, te necesito mucho.
Terminé llorando, como siempre que visitaba su tumba. Su ausencia me dolía todos los días, a cada minuto, pero volverlo algo tangible era mucho más complejo para mí. Visualizarla en aquel sitio solitario me ponía la piel de gallina. Darle el término muerta destrozaba cualquier intento por mantenerme firme. Mamá estaba muerta, pese a que muchas veces me esforzaba por fingir que no.
—Es una tontería... —reconocí para mí, limpiando mi rostro como una niña pequeña—, sé que nunca dejas de hacerlo, pero cuídame desde allá... Por favor. No puedo hacerlo sola —reconocí. No cuando era incapaz de encontrar el camino correcto.
Una parte de mí quiso quedarse ahí durante horas, liberando el dolor que amenazaba con consumirme, otra mucho más racional me hizo consciente jamás me sentiría del todo libre, era esa clase de dolor que dura para siempre, que nunca termina, así que quitándome la tierra del jeans de mezclilla me acerqué a Andy que me había esperado paciente durante un buen rato.
—Lamento que tuvieras que aguantar mi drama de telenovela —lo saludé retomando el paso a su lado. Andy le restó importancia—. Debes pensar que le estoy haciéndole la competencia a Victoria Ruffo —bromeé—, pero aunque no lo creas... —adelanté, porque él había sido testigo de mi arrebato—, no me gusta llorar —confesé con una mueca incómoda—. Es solo que esta vez fue más fuerte que yo.
—Dulce, no tienes que explicarme —dijo comprensivo—. No me gusta verte llorar, pero no porque crea que esté mal, solo que... No me gusta verte mal. Es raro...—mencionó riéndose de su propio enredo. Mordí mi labio para esconder una sonrisa—. Soy terrible con las palabras.
—No, está bien —le tranquilicé. Había entendido la idea—. Eso pasa cuando quieres a alguien, Andy. Me pasa igual. Desearía evitar el dolor de las personas que significan algo —expliqué—. Tampoco me gustaría verte llorar —aseguré—, pero supongo que hay veces que es inevitable, por ejemplo, si nos atropellará un camión de tres toneladas será imposible contener las lágrimas.
—En esas condiciones dudo que lo único que nos salgan sean lágrimas—murmuró con un deje de gracia—. Te gustan los ejemplos extremos —dedujo divertido, dándome un vistazo.
No pude negar mi amor por el drama, encogiéndome de hombros disimulé una sonrisa traviesa. Divisando una banca la señalé con la cabeza para descansar un momento. Eso de llorar como actriz de telenovelas de los noventa era más cansado de lo que parecía. Dejé escapar un suspiro mientras contemplaba en silencio nuestra alrededor, pasando la mirada por esas lápidas, me pregunté si algún día iría a ese sitio sin sentir que me arrancaban un pedazo de vida los fantasmas que andaban entre sus caminos. Pese a que la blusa de cuello alto negra me cubría por completo me abracé para calmar el frío de la nostalgia, mucho más cruel y mortal.
—Estuve pensando que tal vez sería bueno volver a casa —solté de pronto, desconcertándolo. Ni siquiera tuve que girar para adelantar la expresión en su rostro.
—¿Con Jade y tu tía? —titubeó, sin entender cómo había cambiado de opinión tan rápido.
Negué con la cabeza, revolviendo mi cabello.
—Hablo de mi casa, en la que vivía antes junto con mi madre —le expliqué. Tuve que contentar una sonrisa ante su sorpresa—. Se me ocurrió ayer, pero cuando lo hice cuando ya estaba en el taxi y no traía dinero suficiente para llegar, está del otro lado de la ciudad —mencioné. Andy fingió entender asintiendo, parecía sospechar había algo mal y acertó—. Además, no lo hice porque... Me asusta estar sola —confesé para mí.
Tenía miedo de lo qué susurrarían esas paredes vacías, temía me secuestraran los malos recuerdos.
—¿Tu padre no querría acompañarte?
—Dejé esa casa para no estar a solas con él —hablé a la nada, con un dolor taladrado mi corazón.
—¿Él te hizo algo malo? —me interrogó preocupado. La angustia en su mirada, que parecía gritar estaría para mí, sostendría mi mano pasara lo que pasara, me enterneció.
—No... En realidad, me fui porque tenía miedo de mí misma —susurré avergonzada, sin querer mirarlo a la cara—. De lo que podría decirle en un arrebato, de la forma en que podría lastimarlo —admití por primera vez en alta. Por eso lo evitaba todo el tiempo, de alguna forma intentaba protegernos. No quería ser la villana de su historia.
Andy frunció las cejas sin comprender.
—¿Te llevas muy mal con él?
Una triste risa se me escapó, jugueteé con mis pies.
—Ojalá pudiera quedarse en eso. Siento que lo odio —reconocí suspirando por la gravedad de la emoción—. Juro que he intentado dejar de hacerlo, pero es algo que me supera. Cada que pienso que debo dejar atrás lo que pasó, me es imposible recordar que todo sería distinto si papá no hubiera hecho lo que hizo —escupí frustrada. Callé intentando apaciguar mi reparación que comenzaba a acelerarse. Me dolió el pecho, tal como siempre lo hacía cuando lo recordaba. En casa nunca hablábamos de ese tema. Nunca. Todos fingíamos que no existía para no hacer más daño, pero ese maldito pacto de silencio estaba acabando conmigo. Era sentarme a la mesa y apretar los labios para no gritar lo que mi corazón rogaba por dejar salir. Yo podía olvidar todo, excepto que me arrebatara lo que más amaba—. Es su culpa que mamá no esté conmigo, es su culpa que ella esté muerta...
Andy estudió mi rostro, no me presionó, la forma en que mi pecho subía y bajaba era señal se trataba de mi punto de quiebre, lo que me volvía vulnerable y temía herirme. Nadie, además de mi tía Leticia y Jade, conocían el capítulo de mi historia que me marcó y estaba aterrada de lo que provocaría al dejarlo a la luz, si volvería a demolerse lo que había intentado sostener por años. Sin embargo, estaba harta de ser presa de mi propio dolor, de ahogarme con él y después fingir una sonrisa para un mundo que no se me imaginaba lo que guardaba. Necesitaba liberarme de esa cadena que no me permitía sanar, aunque dejara a la luz todas mis fallas.
Y contemplando la transparencia en su mirada tuve la certeza que solo podría confiárselo a él. La única persona que podía hacerse de la llave del lugar más oscuro de mi corazón era quien se había encargado de cuidarlo.
Por primera vez, desde que sucedió, la verdad sacudió mi voz con tanta fuerza que cualquier secreto se disolvió. Era el momento. Respiré hondo, sin embargo, no sirvió, la vida huyó en solo tres palabras. Volví a hacerme pedazos como lo hice hace más de dos años.
—Él la mató.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top