XI

«Los mismos errores».

1

La melodía del timbre aún no había terminado de ser reproducido cuando Atlas abrió la puerta de la casa, esbozando una sonrisa de oreja a oreja.

—Papá.

—Hola, cariño.

La chica al otro lado de la puerta se apresuró y abrazó a su padre.
Atlas correspondió con la misma energía.

—Hablaremos enseguida, cariño —le prometió Atlas a su hija cuando se separaron—. Pero primero debo hablar con tu madre —sus mirada pasó a su ex-mujer, quien respondió con un simple ademán de la cabeza—. Entre, ¿que tal si vas a acomodarte y a saludar a tus primos? Seguro que estarán felices de verte.

Flare Dragneel Corona, la hija de Atlas, asintió con un pequeño tinte adornando sus mejillas.
Muy risueña, pasó al interior del hogar de su padre, y cuando se perdió escaleras arriba, Atlas posó toda la atención de la que disponía sobre la madre de su hija.

—No sabes cuanto te agradezco que...

La ex de atlas, una mujer de cabello marrón claro, ojos verdes, cuerpo esculpido, con mucho pecho y mucho trasero, un carácter de los mil demonios y de nombre Sophia, levantó una mano para hacerlo detenerse.

—Que sepas que no lo hice por ti —dejo en claro. Habló de manera seria, fría, indiferente, tajante. Quería terminar con esto rápido—. Venir a Magnolia era parte de mi ascenso, y como ya estaba familiarizada con el lugar, habría sido estúpido no aceptarlo.

—Buen punto —concordó—. De cualquier manera, te agradezco enormemente que hayas accedido a que Flare viva aquí mientras termina los estudios.

—Bueno, ella insistió mucho —reveló—. Y ya que hay buenas escuelas por aquí, pues, de nuevo, habría sido estúpido no haber aceptado.

—Si...

Hubo un silencio incomodo entre ambos durante unos segundos. Parecieron eternos para ambas partes.

—Como sea —soltó Sophia dándose la media vuelta—. Flare ya tiene mi número y mi dirección en caso de que algo suceda. Y en caso de, llámame. En fin, nos vemos.

—Espera.

Dio un paso hacia adelante para tocarle el hombro. Fue un toque fugaz. Dio el mismo paso hacia atrás cuando su ex miró sobre su hombro al padre de su hija.

—Lo siento.

Sophia no ocultó su sorpresa. Prueba de ello era que su ojo sobre el hombro se abrió más de la cuenta.

Si bien Atlas no había sido un mal marido en el pasado, ciertamente, al igual que ella, era alguien orgulloso. Jamás lo había oído pedir perdón.

—«Esa no me la esperaba» —pensó incrédula.

Sophia, pese a la sorpresa, suspiró.
Volvía al mismo tema de siempre, que salía a flote cada vez que se veían.

—Escucha, yo...

—Atlas —la forma en que Sophia dijo su nombre lo hizo callar de inmediato. Ni en sus días nupciales había dicho su nombre de tal manera—. No es a mi a quien le debes una disculpa.

Atlas tragó con fuerza.
No sabía a que se refería, pero seguro que ahora mismo se lo iba a aclarar.

—Ya pasó, ¿si? El que me hayas engañado ya no me afecta en lo más mínimo, de verdad —se dio la media vuelta para encarar al hombre que, en su tiempo, fue el amor de su vida—. Pero eres un hombre con una hija. Seguro que se te olvidó eso, ¿verdad? A quien le debes una disculpa es a Flare. Lo que pasó entre nosotros es cosa nuestra; somos adultos después de todo. Pero ella era una niña sin conocimiento del mundo —cuanto más hablaba, más severidad se le notaba en la voz—. Jamás le dije que te acostaste con una de tus pacientes, y jamás lo haré. Como dije: Le debes una disculpa. Contarle lo sucedido te corresponde a ti. ¿Y sabes por qué le debes una disculpa? Porque en un divorcio, quienes salen peor parados son los hijos. ¿Sabes como afectó nuestro divorcio a Flare? Cada semana, durante dos años, me preguntaba "Mami, ¿cuando volverá papi?".

Atlas sintió su corazón oprimido, destrozado por esa nueva información sobre su preciosa princesa, su más grande tesoro sobre la faz de este cochino mundo.

Irónico, ¿no?

—Ella te ama, Atlas. Eres su padre después de todo —comenzó a jugar con unos de los mechones ondulados que enmarcaban su lindo rostro—. No te voy a sugestionar para que la culpa te haga decir la verdad; solo te diré que es lo correcto, a fin de cuentas.

Atlas bajó la cabeza.
Sophia tenía toda la razón. Flare merecía la verdad. Si quería ser digno de poder morir a la cara a su hija y decir que era su padre, debía confesar sus pecados ante ella.

—Como sea —volvió a girarse, sin dejar de jugar con su mechón ondulado—. Te lo dejo de tarea, Atlas. Ya tengo que irme.

—Gracias por revelarme la verdad, Sophia —agradeció de todo corazón—. Y, de nuevo, aun que no quieras oírlo... De verdad lo lamento. No te merecías que te hiriera de esa manera.

—¿Puedo ser honesta? No me enoje cuando lo descubrí —confesó sin verlo a la cara, sin dejar de jugar con su mechón—. En su lugar, me sentí profundamente decepcionada de ti. Después de todo lo que había pasado en tu familia, con tus hermanos, uno esperaría que no fueras a repetir el ciclo.

Un golpe bajo. Pero se lo merecía.
Tenía razón. ¿Por qué le fue infiel a su esposa cuando el adulterio había sido un punto negro en la historia familiar? Su primer hermano mayor, Nathan, ahora estaba desparecido, ni un rastro suyo. Nadie sabía si estaba vivo o muerto, y sinceramente a nadie le importaba. Si estaba vivo, y volvía, seguro que lo mataban. Y mientras su segundo hermano mayor, Igneel, agonizaba por culpa de una enfermedad benigna, Naomi, su esposa, jugaba a los doctores con Nathan.

Se empezaba a odiar a sí mismo por haber metido la pata de esa manera.

Sophia era muy sensitiva, por muy difícil que fuera de creer dado su carácter frío e indiferente que la hacía alejarse de los asuntos de otros. Osease, era asocial para que la idea se pueda entender mucho mejor.
Pero a pesar de eso, era capaz de darse cuenta del ambiente, de la situación y de las emociones de otros que la rodeaban. Sintió la culpa y el arrepentimiento brotando de Atlas. Era desbordante y muy feo. No se arrepentía de haberle dicho la verdad a Atlas, pero admitía que podría haber usado palabras más suaves.
Después de todo, el tema, incluso al día de hoy, era una fibra nerviosa muy sensible al tacto en la familia Dragneel.

—Oye —lo llamó—. No te sientas mal.

—Gracias. ¿Como no lo había pensando? —espetó Atlas, sarcástica.

Eso hizo dinamitar el mal temperamento de la mujer.
Apretó en mechón en su dedo junto a sus dientes.

—¡Estoy hablando enserio, Baka! —le gritó dándose la vuelta—. Puede que hayas hecho cosas feas, pero jamás fuiste un mal padre —confesó bajando la mirada—. Tampoco fuiste un mal marido, y siempre viste por Natsu y Wendy cuando se quedaron sin nadie en aquel tiempo tan oscuro. Eres un buen hombre, Atlas, y cometiste errores, como todos. Pero, siendo honestos, pudiste haber hecho cosas peores. Jamás me golpeaste o ahogaste tus penas en alcohol. Eso te lo agradezco enormemente.

Se miraron a los ojos fijamente por otros segundos que parecieron eternos.
La vista de Atlas bajó a los labios de su ex-mujer. Tragó con fuerza. Esos labios que había besado tantas veces, junto a otras partes de su cuerpo, seguían viéndose tan suaves como cuando era su mujer.

Sophia no era alguien que llamarías sutil. Ella también bajó la mirada, directamente a la entrepierna de Atlas. Tragó con fuerza también. Se imaginó su pene, y recordó todas las veces que la había penetrado y todas las posturas que, en su tiempo, habían hecho. Aún recordaba que con el misionero habían engendrado a su hija.

—¿Sabes? —preguntó, llamando la atención de su ex-hombre. Los ojos pasearon por su cuerpo hasta volver a los del pelirrojo—. Jamás te habías disculpado.

—¿Ah, no? —cuestionó el pelirrojo, perdido en los prados verdes en su mirada—. Bueno, siempre he sido muy orgulloso.

—Voy a confesarte que... —acortó la distancia entre ambos con dos simples pasos. Si daba uno más, podría pegar sus pechos en el de él—. Oírte pedirme una disculpa, incluso después de todos estos años, me ha provocado querer arrancarte la ropa con los dientes.

—Oh —y fue lo último que pronunció antes de ser interrumpido por su ex-mujer.

Sophia saltó a los brazos de Atlas. Ella la atrapó en ellos, y la castaña envolvió su cadera con las piernas.
Se besaron con el mismo fervor e intensidad de cuando eran jóvenes.
Ninguno se resistió al impulso y Atlas, sin dejar de besarla, llegó corriendo a su alcoba a gran velocidad, cerrando la puerta con seguro tras de si antes de arrojar a Sophia a la cama.

2

Mientras ellos hacen el amor a sus anchas, vamos a dar un rápido repaso a la historia de estos dos, mucho antes de Flare o el punto negro en la historia familiar de los Dragneel.

Atlas y Sophia se conocían desde niños. Sin embargo, su primer encuentro había no había sido precisamente lo que llamarías un cuento de hadas.

Atlas, el niño pelirrojo que se comía la arena del arenero del parque, era feliz jugando con sus cubetas y su soledad. Si, también era el niño al que nadie le hablaba. Estaba bien con eso. Así había más tiempo para estudiar. Quería ser un profesional de la ciencia algún día. No sabía a que rama se iba a dedicar exactamente, pero siempre aprendía un poco de todo de cada rama que despertaba su precoz interés infantil.

Y de repente lo golpeó un balón en la parte posterior de la cabeza. Su cara quedó enterrada por consecución del golpe.

—Oye —Sophia, la ruda niña con la que nadie se metía y a quien le faltaba un diente, apareció en busca de su balón—. Gracias por detener mi balón.

Mientras ella sonreía y se agachaba para tomar el objeto, Atlas desenterró su cabeza de la arena, dando una gran bocanada de aire.

—En fin, nos vemos —se despidió Sophia, feliz de tener su juguete, dándose la media vuelta para comenzar a marchar hacia donde estaban sus amigos, riéndose del desgraciado niño pelirrojo de la caja de arena.

Sin embargo, lo que los amigos de Sophia no se esperaban, ni mucho menos la propia Sophia, fue que ese niño catador de arena volvió hacia ella y la empujó por la espalda con fuerza.

La cara de Sophia se arrastró por el suelo. El balón rodó hacia los estupefactos amigos de la niña castaña. Atlas, por su lado, respiraba tratando de regular su enojo.
Si había algo que su madre le había enseñado era que si iba a golpear a alguien, que lo hiciera por una razón.

Bueno, aquí estaba la razón.

Sophia se levantó lentamente. Tenía raspones y rasguños por todo el rostro, además de estar sangrando por la nariz. Frunció el ceño con enojo y los labios le empezaron a temblar.

En vez de saltar hacia Atlas y romperle la cabeza a golpes, como esperaban sus amigos, Sophia se puso a llorar y salió corriendo, seguramente a su hogar.

Los amigos de Sophia estaban incrédulos. Voltearon a ver a Atlas, y él les lanzó la peor de las miradas.

—¿Alguien más? —preguntó con rabia.

Los amigos de Sophia negaron con la cabeza antes de irse con el miedo aflorando en ellos.
No querían meterse con el niño que había hecho llorar a Sophia, la niña ruda y con actitud de hombre que, de seguir así, le amparaban dos destinos: La cárcel o el matrimonio con otra mujer.

3

Días después a Atlas, luego de una soberana paliza que le dio su padre por andarle haciendo eso a niñas, lo obligaron a pedir una disculpa a Sophia. Dijo que lo sentía, pero en realidad no.

¿Ahora comprendes por qué Sophia se lo esta cogiendo ahora mismo mientras oyes el relato del pasado?

Atlas estaba comiendo su almuerzo bajo la sombra de un árbol, cuando Sophia, a quien ahora le faltaban 3 dientes y tenía una tirita blanca en la mejilla derecha, llegó a sentarse a su lado, sin permiso ni avisar.

—Hola —saludó ella, amigable.

—Hey —respondió sin ganas, solamente se concentraba en comer su almuerzo.

—A partir de ahora serás mi amigo —declaró ella antes de comenzar a comer su almuerzo.

Atlas se alzó de hombros, dándole igual aquello.

Ahora pasemos al futuro, cuando ambos crecieron e iban a la preparatoria.

A pesar de decir que eran amigos, esos dos peleaban como perros y gatos.
No había nada que no pudieran hacer sin darse por lo menos un par de gritos de por medio.

—¡Así se resuelve esta ecuación!

—¡NO! ¡ASÍ!

E iniciaban otra pelea, dándoles igual quienes fueran los espectadores.

Y un día, descubrieron que había una mejor manera resolver sus furias.

—Eres un idiota, Atlas.

—Y tú maldita Tsundere malhumorada, Sophia.

Se besaron con fervor.
Ese día hicieron el amor por primera vez. Y fue más un acto de violencia que de amor. Pero, viendo el lado positivo, sus pleitos se habían reducido considerablemente.

Pasó el tiempo y ambos se graduaron y consiguieron trabajo.
Pero jamás dejaron de verse para hacer el amor. Esa relación de amantes duró 5 años, hasta que...

—Sophia —la llamó el pelirrojo.
Habían terminado de hacer el amor por cuarta vez ese día. La castaña estaba jadeando, recostada a un lado de él.

—¿Que? —cuestionó entre jadeo y jadeo.

—Cásate conmigo.

Sophia dejó de respirar por un instante. Levantó la cabeza y giró a ver a Atlas con los ojos a punto de salir de sus cuencas.

—A-Atlas...

—Lo digo enserio —Atlas volteó a verla, entrelazó los dedos con los de ella y besó el dorso de su mano con ternura—. De verdad te amo, Sophy.

Se sonrojó.
Odiaba que usara ese apodo, y él lo sabía. Era adrede. Los labios le comenzaron a temblar y oprimió más su mano contra su pecho que sostenía una porción de la sábana azul que cubría la desnudez de ambos.

—S-Si insistes tanto, creo que no hay más remedio —dijo nerviosa, desviando la mirada—. M-Me casare contigo.

—Me haces el hombre más feliz del mundo, Sophy —dijo sonriendo.
Volvió a besar el dorso de su mano con dulzura.

—Atlas baka... —masculló.
Pero, sin que Atlas la viera, estaba sonriendo como una tonta. Jamás lo iba a admitir ya que era una Tsundere, pero también se había enamorado de él.

Y tampoco dejaría saber a nadie, mucho menos a Atlas, que en caso de que él no diese ese paso, ella, como plan de contingencia, quedaría embarazada a propósito para hacerlo casarse con ella.

4

Volvamos al presente.

La pareja de divorciados había terminado de hacer el amor.
Había sido justo como lo recordaban: Intenso, salvaje y con muchas posiciones del kamasutra.

Por suerte la habitación estaba insonorizada, o los chicos habrían terminado traumados de por vida. Especialmente Wendy.

—Fue increíble. Justo como lo recordaba —suspiró Sophy siendo abrazada por su ex-marido.

—Si —contestó Atlas—. Pero... Siento que hay algo que estoy olvidando.

—Si lo olvidaste no debe ser tan importante —le dijo Sophy.

—Si, creo que tienes razón.

—Ahora... —Sophy subió a horcajadas sobre el pelirrojo—. ¿Que te parece una segunda ronda?

Atlas sonrió y estuvo a punto de acceder. Pero hubo un pequeño detalle con el que no contó.

—Atlas-kun, ¿por qué la puerta está cerrada?

Al pelirrojo se le detuvo el corazón cuando escuchó la voz de Grandine tras la puerta.

Lentamente levantó la mirada, hallando que Sophia estaba hecha una furia. Su mirada era prácticamente una espada cubierta de fuego.

—Atlas... —voz espectral. Eso era mala señal.

—Ah, si. Era eso —contestó por los nervios que se apoderaron de él.

—¡Te voy a matar!

Sophia, con todo su mal carácter, empezó a ahorcarlo.
Atlas se retorcía tratando de quitársela de encima.

—E... Espera... —hablaba entrecortado. Empezaba a ponerse azul por la falta de aire.

Ambos reaccionaron cuando oyeron el ruido metálico de una llave siendo introducida en la cerradura.

Atlas, aprovechando que no había más fuerza que lo intentase asesinar, lanzó a Sophia al suelo y se cubrió por completo el cuerpo.
Después, recurriendo a la vieja confiable, se hizo el dormido.

Sophia, sin más remedio, se metió bajo la cama. Observó unos pies familiares entrando a la habitación dirigiéndose a Atlas.

—Cierto. Sophia vendría a dejar a Flare-chan hoy. Quizá se habrá cansado de oír los reclamos malhumorados de Sophy-san —soltó una pequeña carcajada que ahogó con la mano sobre su boca. No quería despertar a Atlas.

El pelirrojo, fingiendo sueño, ya estaba pidiendo perdón por sus pecados. Podía oír el rechinar de los dientes de Sophia debajo de la cama.

—Lo dejare descansar —dijo, pensando que nadie le oía—. Por ahora, solo quiero una ducha caliente.

Apenas oyeron el sonido del seguro de la puerta del baño, Sophia salió de su escondite, tomó su ropa, se la puso y salió rápidamente de allí y de la casa, con Atlas detrás suyo tratando de hacerla detenerse.

Sophia subió a su auto azotando la puerta. Se puso cinturón, colocó las manos en el volante y se irguió en su asiento. Un largo suspiró nasal la ayudó a calmarse un poco.

—Sophy, yo–

—¡Cállate, solo... Cállate! —bramó con la histeria contenida. Volvió a suspirar, ahora por la boca—. Te digo algo: No me importa. ¿Si? No le importa. Acabo de llegar de nuevo a Magnolia y de verdad no quiero problemas.

Le dirigió una mirada enojada a Atlas. El pelirrojo solo se encogió y alejó del auto.

—Esto nos lo llevamos a la tumba, Atlas —decretó—. Nadie tiene que saberlo, ni debemos hablarlo. Pudiste decírmelo, pero no lo hiciste. Esta bien, fin de la historia. Vendré por Flare cada fin de semana, como se acordó —le lanzó una última mirada, una que lo decía todo sin necesidad de palabra alguna—. Y me alegra que hayas encontrado de nuevo el amor, Atlas. Felicidades.

Subió el cristal y se alejó pisando el acelerador con enojo.
Sería un milagro que no formase parte del porcentaje de mortalidad en carretera al final del día.

Atlas suspiró. Definitivamente se iba a llevar esto a la tumba. Nadie debía saberlo. Pero jamás se iba a perdonar por esto. Lo había hecho de nuevo. Primero con una paciente y ahora con la víctima de esa primera infidelidad.

Regresó a casa y procuró volver a reconstruir la escena que su novia ya tenía en mente.

Tal vez no sirviera de nada, pero a partir de ahora sería un mejor hombre. Infidelidades nunca más.










































































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Este capítulo salió de la más pura improvisación. Pero navegamos un poco en el pasado de Atlas.
Al parecer el único Dragneel decente es Igneel, y eso que está muerto. Chale.

¡Gracias por el tiempo de tu vida. Sintoniza para más pendejez en el próximo capítulo!

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