VIII
«Vayamos al grano».
1
Los jadeos y gemidos que salían de su boca se derramaban sobre el oído de su amante al mismo compás de los saltos que daba. Podía sentir la excitación creciente en su amante de cabello rosa a través del grosor y longitud de su vara de carne incrustada en sus entrañas. Con cada segundo que pasaba, se estaba poniendo mejor. Ella misma estaba húmeda. Lo sabía. Había tenido ya dos orgasmos, así que era lógico. Incluso había mojado a Natsu, o por lo menos a una gran parte de su entrepierna. Tampoco era como si fuera a preguntarle directamente.
—Levy —gimió ronco ante el último sentón. Su boca se dirigió a su modesto busto, atrapando uno de sus botones erectiles, ya erguidos, entre sus dientes.
—Mmm~'. Ah~' —echó hacia atrás la cabeza ante la placentera sensación. La boca de Natsu estaba caliente, o más bien su aliento. Su aliento estaba muy caliente.
Sus uñas se deslizaron sobre la piel de su espalda, dejando la marca que evidenciaba ese hecho. No sangraban, pero, ciertamente, estaban rojas. Un tono rojizo leve que ardía ligeramente. Natsu ignoró aquel escozor producto del ardor. Sentía tanto placer en su cuerpo que aquellas sensaciones eran apenas mermas mentales.
—«¿Como cabe tanta sensualidad en un cuerpo tan pequeño?» —se cuestionó a si mismo a la vez que estrechaba su abrazo con la peli-azul.
A pesar de disfrutar de lo que los pliegues internos de Levy podían hacer en su pene, mentalmente comenzó a repasar lo que había sucedido en su día, desde la mañana, antes de llegar a estar haciendo el amor con pitufina (por ser pequeña y azul; chiste pendejo).
2
Solía levantarse temprano, pero no por querer hacerlo, sino por que su cuerpo estaba acostumbrado a ello. Incluso en los fines de semanas, como lo el día de hoy, sábado, sucedía. Dejó de luchar contra eso y lo abrazó hasta hacerlo parte de sí mismo.
Salió de su cuarto, siendo recibido por el inconfundible sonido de los chirridos matutinos de los resortes de una cama. Más precisamente, los resortes de la cama de su tío Atlas.
—No, espera, todavía estoy secoOOOOOH~ —gimió el tío Atlas en voz alta, con un tono que denotaba sumisión.
—Shh, no grites, no seas tan princeso —ordenó, molesta y en voz baja, Grandeeney.
Natsu prefirió ignorar aquello.
Bajó a la cocina y comenzó a desayunar. Natsu era la clase de persona que aprendía con la práctica y sobre la marcha, así que, al menos, había adquirido cierta habilidad en la cocina gracias a las lecciones de Wendy en poco tiempo. Le agradecía profundamente.
Terminó de desayunar, lavó los platos y cuando se dio la vuelta, encontró a la mujer de su tío llegando al final de las escaleras. Iba vestida solamente en bragas púrpuras y una camisa de su tío.
—Buenos días, Natsu-kun —saludó la mujer de cabello blanco con total naturalidad, dirigiéndose a donde él.
No le producía nada ver a Natsu sin camisa, por mucho que su cuerpo estuviera bien esculpido o por muy guapo que fuese. No le interesaban en absoluto los hombres que fueran mucho más jóvenes que ella.
Pero Natsu era un caso opuesto. Su mente racional decía "Es tu psicóloga y la novia de tu tío; ella esta prohibida hasta en tu próxima vida", pero siendo un joven hormonal, algunas cosas eran inevitables como Thanos.
La principal era, por supuesto, recorrer con los ojos a la sensual mujer que se paseaba en su casa en prendas menores como si fuera la suya.
Sufrió una erección cuando Grandeeney se estiró para alcanzar una taza de la repisa de arriba, dejando al descubierto su trasero ceñido en unas bragas pequeñas que resaltaban la curvatura de sus glúteos y parte de estos.
—¿Y como has estado? —preguntó la mujer mientras se servía un café.
Era consciente de los efectos que su presencia producía en Natsu, y no se molestó. Lo comprendía. Sabía que ser joven implicaba eso, el despertar de la esencia hormonal. Jamás se podría ir en contra de la naturaleza humana, fuese masculina o fuese femenina.
Cualquier adulto con medio cerebro y dos grados de madurez básica lo sabía—. ¿Te has sentido mejor? ¿Más feliz, quizá?
—S-Sí... —intentaba disimular, fracasando rotundamente—. Mis amigos y yo hemos podido hacer las pases —confesó bajando la mirada y un poco apenado también—. Me sorprendió que pudieran perdonarme —reconoció apenado.
—Eso expresa que en verdad son tus amigos —giró sobre sus talones, bebiendo un sorbo de café de su taza—. Las personas que más nos quieren apoyan y perdonan por que comprenden el malestar de uno, y por eso son capaces de recibirnos con los brazos abiertos. Eso demuestra que en verdad son quienes dicen ser. Nunca olvides que las acciones dicen más que las palabras —elevó su taza, como si hiciera un brindis—. Tienes muy buenos amigos.
—Mis mejores amigos —declaró recordando a Millianna, a Gray y a Wendy, quienes lo abrazaron con su amistad y comprensión incluso después de haber sido una mierda con ellos.
Volvió arriba, justo cuando su tío bajaba. Iba cojeando de una pierna.
—¿Todo bien? —preguntó Atlas llegando a la cocina.
—Todo bien —corroboró la albina—. Natsu solamente me contaba sobre su progreso emocionalmente. Le va bien.
Volvió a beber de su café. Atlas suspiró aliviado. Le agradaba que su sobrino al fin estuviera viviendo su juventud sin encerrarse en las malas acciones de personas de su pasado.
Caminó al refrigerador, tomó una botella de agua y la bebió toda en segundos.
—¿Repostando líquidos? —preguntó ella. No hubo sarcasmo o ironía en su voz, sino que más bien, era sensualidad—. Que bueno. Créeme, los vas a necesitar.
Esa declaración provocó que a Atlas se le hiciera la piel de gallina.
—«¿Que me habrá querido decir?» —se preguntó, temiendo por su integridad física, a la vez que bebía más agua con temor.
3
—«¿Que chingados hago aquí?» —cuestionaba Natsu, irritado, para sus adentros.
Por enésima vez asomó la cabeza fuera de la fila, y seguía habiendo una abismal distancia entre el inicio y su lugar. Gruñó molesto y metió la cabeza de nuevo.
Miró hacia abajo, hallando la cabeza peli-azul de la chica que lo había obligado a venir en sábado a una firma de libros. Tenía el ceño fruncido y estaba molesto, pero no lo diría. Después de todo, Levy, por su tamaño menor, tenía un mejor acceso a su punto débil. Su instinto le decía que con mal genio que tenía, era mejor no provocarla.
Le echó un vistazo a su ropa: Una falda caqui y pequeña, una blusa sin mangas y ceñida de color negro, un par de mangas blancas, unos zapatos sencillos y una cinta en su cabeza a modo de diadema. Supo de inmediato que no había reparado mucho en su aspecto. Lo sabía por que él tampoco lo había hecho.
Iba vestido con unas converse rojas, un pantalón negro y una playera gris con un estampado de un dragón blanco. Solamente se puso lo primero que vio. Y, al parecer, Levy también. Eso significaba que ni ella ni él veían esto como algp trascendente en sus vidas. Era apenas un cobro de favores.
—«Me pregunto si Millianna estará disponible esta noche...» —comenzó a divagar—. «¿Seremos novios?»
—Oye —salió de su ensimismamiento y bajó nuevamente la mirada. Levy lo veía sobre el hombro—. Sirve para algo útil y ve a comprar bebidas. Yo te cuido el lugar.
Natsu puso los ojos blancos. ¡Definitivamente tenía un muy mal genio! Pero no protestó y se dirigió a la maquina expendedora más cercana que halló. Cuando volvió, sorpresivamente, encontró más reducida la fila. ¿Como carajos...?
—No hace falta que pongas cara de idiota, por que ya lo eres —espetó Levy al captarlo con la mirada—. Es una firma de libros, no un concierto de Maluma. Aquí no vas a ver tanto escándalo y bullicio pendejo por parte de puros nacos sin educación que se amontonan por alcanzar a alguien más pendejo que ellos. Los que vienen aquí si son civilizados, esperan su turno y todo se hace rápido.
Natsu se convenció de que por las venas de Levy corría hielo y no sangre. Lo que dijo era verdad, pero sentía que tanta crueldad estaba de más.
—Toma —le extendió la botella en su mano.
Levy se la arrebató y volvió la mirada al frente. Allí permanecía fija.
4
Después de obtener lo que quería, Natsu ya no veía ninguna otra utilidad en si mismo respecto a Levy. Pero, al parecer, ella no opinaba igual. Le pidió acompañarla a su casa. Cuando llegaron, ella lo invitó a pasar. Quería invitarle algo de comer por las molestias.
Entraron. Natsu no perdió detalle del lugar. Era muy lindo y elegante. Se preguntaba a que se dedicarían sus padres.
Cuando volteó, casi muere atragantado. Levy, la mujer con mas mal genio que había conocido en su vida, se había quitado las bragas y las sostenía en su mano. Eran blancas.
—Vamos a mi cuarto —indicó fríamente.
—¿En serio? —cuestionó Natsu sin querer.
—Escucha —suspiró, cerrando los ojos. Volvió a abrirlos, dejando ver claramente una frialdad que denotaba pragmatismo en su mas puro estado—: Ser pequeña no es fácil. Y ser la encargada de la biblioteca de una escuela como lo es la nuestra tampoco lo es. No voy a llorar sobre tu hombro y a contarte todo lo que he y sigo sufriendo, solamente quiero tu pene, ¿de acuerdo? Reconozco que me atraes físicamente, por lo que no me voy a andar con rodeos. Quiero que follemos; esa es mi manera de quitarme el estrés y desahogarme. Y si no quieres, largate y no me hagas perder mi tiempo.
Natsu estuvo a punto de hacerlo. No le gustaba el tono que estaba usando y no era su problema lo que ella viviera todos los días de su vida. En eso tenía razón. Y podría llamarlo mera lujuria, o quizá estupidez de su parte, pero aceptó. Caminó hasta ella, la acercó a su cuerpo y la besó. Pero rápidamente Levy tomó el control. Se sintió abrumado por la experiencia que al parecer desbordaba y que caía sobre él como una viga mal colocada caía sobre un trabajador en una construcción.
6
Natsu se corrió dentro de Levy, dando fin a su encuentro.
Ahora ambos estaban de espaldas el uno del otro, poniéndose cada uno su ropa y sin cruzar palabra.
—Este es el trato —dijo Levy por fin, rompiendo el silencio—: Cuando yo te llame, vendrás. No me busques ni intentes ser mi amigo; yo te buscaré cuando requiera de ti. Y solamente será sexo, así de sencillo.
Natsu escuchaba mientras se ponía sus pantalones y Levy hablaba mientras se ponía su falda.
¿Quien le habrá hecho tanto daño? Pero, como decía ella, no le incumbía en lo más mínimo.
—Y para que lo sepas, tengo otros dos amantes —reveló poniéndose su blusa—. No te sientas tan especial por haberte pedido esto. Eres uno más, no el único. Y dime de una vez cual es tu limite, por que me gustan los tríos y las orgías.
—Si vamos a hacerlo, que sea solo entre tú y yo.
—¿No te gustan los tríos?
—No me gusta la idea de cruzar espadas.
Levy volteó a verlo, completamente vestida ya. Seguía teniendo esa mirada tan fría como neptuno.
—Como sea —dijo despectiva—. Gracias por tu servicios. Ahora, largo de mi casa.
Natsu salió de ahí y volvió a su hogar, no sin antes pasar por el postre favorito de Wendy.
¿Tendría que hablar de esto con alguien o guardarlo para si mismo? A menos que consiguiera novia, le seguiría la corriente a Levy. Y si iba a hacerlo, ¿sería bueno hablarlo con alguien o solamente lanzarse a ciegas al abismo? En realidad no era una elección difícil, pero la opción correcta era más tediosa que la otra.
Suspiró antes de entrar a su casa. Encontró a Wendy, a Atlas y a su novia mirando una película. Volvió a suspirar, cerrando la puerta detrás de sí. Tenía que ser un hombre sensato.
Y sabía perfectamente a quien acudir. La respuesta estaba delante de él, insinuando a su tío mientras creía que nadie se daba cuenta.
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La perra de hielo, le decían.
¡Gracias por el tiempo de tu vida. Sintoniza para más pendejez en el próximo capítulo, terrícola culero!
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