Prólogo: Padre e hijo
Por la tarde, en un parque el cual estaba algo desolado, un hombre pelirrojo, alto y un tanto robusto se preparaba para hacer su lanzamiento.
—De acuerdo, Natsu, mantén el ojo en la bola —aconsejó, hablando en voz alta para ser escuchado, a su hijo, un niño de cabello rosa y ojos verde jade quien sostenía un bate de manera entre sus pequeños brazos.
—S-Si... —respondió un poco cohibido. No sentía que esto fuera a terminar bien.
—Esta bien... ¡Allá va!
Y la arrojó.
Fue un lanzamiento elevado y sin mucha fuerza. La pelota subía y subía, para luego bajar y bajar, dirigiéndose a Natsu.
—«Mantén el ojo en la bola» —repetía en su cabeza las palabras que su padre recién había dicho. Sin embargo, aparentemente decidió llevarlo al siguiente nivel, y... —. ¡¡¡AUCH!!!
—¡¡Natsu!!
Corrió hasta donde su hijo y lo atrapó entre sus brazos. Natsu presionaba sus manos sobre su ojo izquierdo, a la vez que lloraba a rienda suelta.
El hombre pelirrojo comenzó a mecer ligeramente a Natsu entre sus brazos para poder calmarlo. Decidió que ya había sido suficiente diversión deportiva por un día, así que salio corriendo con dirección al hospital más cercano.
2
—Ya estas bien. Solo necesitas descanso.
Esbozó una sonrisa que a Natsu le resultó tranquilizante. Agachó la cabeza y presionó más la bolsa de hielo sobre su ojo morado, evitando llorar por el dolor que sentía.
—Volveré en una hora para aplicarte el ungüento —informó el padre de Natsu a su hijo, mostrándole el tubo y dejándolo sobre la mesita de noche de Natsu.
—Gracias, To-chan —dijo Natsu con su tierna voz de infante. Su padre sonrió y se levantó, dispuesto a salir de allí—. To-chan —volvió a llamarlo, a lo que el pelirrojo respondió dándose media vuelta—. Te amo.
—Yo también te amo, hijo —respondió de forma paternal—. Ahora descansa.
Salió de la habitación. Inmediatamente encontró a su esposa de pie junto a la puerta y con los brazos cruzados, cargando una mirada difícil de descifrar.
—¿Estoy en problemas? —preguntó el pelirrojo, nervioso. Como todo buen hombre que sea digno de respeto, le temía a su mujer.
—No —respondió calmadamente—. Es inevitable que ocurran accidentes jugando a algo físico. Me alegra que seas tan atento con él.
—Bueno... Es mi hijo, después de todo —dijo al esbozar una sonrisa.
La esposa se acercó y le dio un beso a su marido en la mejilla. El pelirrojo sonrió de alegría, y alivio. De la que se había salvado.
—Ah, casi lo olvido —dijo de repente. Miró a su marido por encima del hombro, sonriendo—. Dos semanas sin sexo para ti por dejarle un ojo morado a mi bebe. Y si dices algo, cualquier cosa, serán dos meses —concluyó de forma amenazante.
El pelirrojo, tras oírla, cerró la boca como cerraría la puerta en la cara de alguien que el cae muy mal. Definitivamente no quería pasar dos meses teniendo que retornar a la triste y miserable autocompasión manual.
Suspiró frustrado y derrotado. Sabía con certeza, o al menos eso esperaba, que podría aguantar dos semanas, tiempo en el que no tendría que llamar a la vieja confiable. De verdad esperaba no tener que hacerlo.
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Bueno, no hay mucho que decir.
Aquí da inicio esta historia que versa en una comedia romántica/Harem/Escolar. Espero que la disfruten. Y disculpen si notan alguna falta; pese a que me gusta el género, no estoy instruido en el campo. Siempre aprendo sobre la marcha.
¡Gracias por tu tiempo; te espero en la próxima entrega, vil alma pecadora!
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