🍈Parte 6

Al entrar a la casa Esperanza se sintió un poco más tranquila ante la situación que habían pasado recién.

—Pensé que rompería algo de la manera en cómo se había puesto —se lo comentó.

—Si causa disturbios, algún vecino va a llamar a la policía y no estaría mal que le pongas una perimetral.

—Yo diría que no, a él le va a llegar una notificación y se va a poner peor, mejor dejemos las cosas como están.

—De acuerdo —le dijo y luego la saludó con un beso en la mejilla—. Hola.

—Hola —sonrió después de saludarlo—. Creo que me debes una explicación, ¿no te parece?

—Lo sé y por eso he venido.

Los dos se metieron a la cocina y él se sentó en la silla de la isla mientras veía a Esperanza sacar lo que estaba terminando de cocinar en el horno. Le sirvió una porción de lasaña y se la dejó sobre la mesa, minutos más tarde ella se sentó a su lado con el plato de comida también.

—No he querido ser un maleducado contigo, sé que actué mal al no llamarte durante toda una semana y peor sabiendo que me había comportado poco caballero.

—No se trata de que te comportaste como poco caballero, el tema es que me confundís —le comentó con un dejo de desespero—, primero me decís cosas que me hacen pensar que querés algo más que una amistad conmigo y después no.

—Tuve un pasado muy trágico, un pasado que no se lo desearía a nadie —el rostro de Sinclair se ensombreció al instante—. Si a veces me comporto así, no es adrede. Me gustas mucho, Esperanza, pero tengo miedo de que si las cosas entre nosotros empiezan a ser más profundas te arrastre a un pasado que prefiero olvidar —contestó preocupado.

—No tenés que contármelo si no querés.

—Pero en algún momento voy a tener que contártelo, así como tú me contaste tu vida, yo tengo que contarte la mía.

—Podés hacerlo cuando tengas ganas. No hay apuro.

—Ya sé que no, pero me preocupa la reacción que tendrás cuando lo sepas. Por ahora solo puedo decirte que soy adoptado.

—Ok, está bien, ¿cuál es el problema con que lo sos? —preguntó con el ceño fruncido y reafirmando lo obvio.

—Ninguno, pero los padres que tenía no fueron nada parecidos a los que tengo ahora.

—Entiendo —continuó frunciendo el ceño y asintiendo con la cabeza.

Sinclair cortó otro pedazo de la lasaña y se la llevó a la boca.

—Está muy buena.

—Muchas gracias —le sonrió contenta.

—Yvette y Gerard son muy buenas personas —le respondió y ella supo que estaba hablando de sus padres adoptivos.

—¿Te adoptaron desde bebé?

—No, desde que tenía trece años. Tengo dos hermanos también, Theresa y Christian.

—¿Te llevas bien con ellos? ¿Son adoptados también?

—Sí, me integraron rápido a la familia. Theresa tiene cinco años menos que yo y Christian tiene un año más que yo. Y no, ellos no son adoptados.

—Lo importante es que se llevan bien y nunca te hicieron sentir que no eras parte de ellos, ¿o sí?

—No, nunca —negó con la cabeza—. Siempre fueron muy buenos conmigo también, Theresa no entendía mucho lo que pasaba cuando llegué a la casa, pero con los años lo comprendió.

—¿Los llamas papá y mamá a tus padres adoptivos?

—Sí, me costó al principio, pero luego me salía natural. Yvette es jueza de menores y Gerard tiene una tienda de herramientas.

Esperanza tuvo que pensar en otra cosa para no deducir lo que le pudo haber pasado de adolescente teniendo una jueza de menores como madre adoptiva.

Cuando terminaron la lasaña, ella juntó los platos, los dejó en el lavavajillas y sacó el postre de la heladera.

Caramelo, ¿estamos bien entre los dos?

—Sí, fuiste sincero conmigo, aunque no me contaste todo, me dijiste la verdad y con eso me conformo.

—¿Nunca sentiste esa sensación de que cuando conoces a alguien es como si la conocieras de toda la vida? —cuestionó él viendo cómo la chica cortaba una porción de cheesecake de maracuyá y se la ofrecía.

—No, la verdad es que nunca me pasó, pero te puedo decir que no me sentí amenazada por vos la primera vez que nos vimos.

—Temblabas como una hoja.

—Sí, pero no sentí miedo, como el miedo que genera algo que no te gusta.

—Pues a mí sí me pasó, solo una vez.

—¿Con tu primera novia?

—No, contigo.

La muchacha enrojeció como una grana y le sonrió con sutileza.

—Creo que no puedes negarme eso, los dos sabemos bien que nos gustamos y que nos agrada la compañía del otro.

—Eso es muy cierto. Me gusta cuando la pasamos juntos.

—Lo sé, soy irresistible —le sonrió de lado guiñándole un ojo.

Esperanza se rio a carcajadas mientras comía de la porción del postre. Era un presumido, pero no se pasaba de la raya y no desagradaba.

—¿Cuándo cumplís los años?

—El 15 de julio. ¿Y tú, Caramelo?

—Te vas a sorprender, pero los cumplo el mismo día que vos.

—Nunca conocí a alguien que cumpliera el mismo día que yo.

—Tampoco yo.

—¿El jueves vendrás al club? Te puedo pasar a buscar a la tarde y si quieres puedes quedarte todo el fin de semana conmigo.

—¿Por qué insistís en que me quede en tu departamento?

—Tú me invitaste a dormir aquí, yo puedo hacer lo mismo y como ya te he dicho, me gusta tu compañía, me gustas tú, Caramelo —se lo confesó de nuevo sin vueltas—, aparte, la primera noche que pisaste el club, terminaste durmiendo en el cuarto de hotel.

—Bueno, todo lo que dijiste es verdad, me lo voy a pensar.

Luego de darle un café para que lo acompañara con el postre, él se quedó a dormir, por lo que Esperanza le dio el cuarto de huéspedes y ella ocupó el dormitorio de Margarita.

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