🍊Parte 2
Su amiga la atendió al segundo tono.
—Hasta que me hablás, ¿cómo te trata ese papucho? —cuestionó con entusiasmo.
—Me dejaron sola con él, ¿por qué? —se quejó—. Recién ahora me estoy empezando a acordar de lo que pasó anoche.
—Te dejamos porque vimos que era seguro, de lo contrario las tres nos quedábamos juntas.
—Menos mal que habías dicho «vinimos juntas, nos vamos juntas».
—Siempre que alguna de las tres no conociera a alguien más.
—Ese no era el plan —volvió a quejarse y miró un pilón de tarjetas personales que estaban sobre la cómoda al lado del listón verde lima.
Leyó el nombre del club y el del hombre. Ambos nombres parecían iguales, hasta que se dio cuenta de lo que estaba frente a su vista desde la noche anterior.
—En un rato voy a tu casa, chau —le cortó la llamada y dejó a su amiga con la palabra en la boca.
Guardó el celular en la cartera y metió el vestido y las sandalias dentro de una de las bolsas. Salió del cuarto y le dijo que se iba.
—¿Por qué? ¿Qué sucede?
—Sos Sinclair.
—Sí...
—El dueño del club.
—Sí... Está el desayuno puesto en la mesa, podemos desayunar mientras hablamos.
—No lo creo —negó con la cabeza—. No quiero que te acerques a mí.
—Tus amigas te llamaron Esperanza, ¿ese es tu nombre? —Le cambió de tema para ver si se tranquilizaba un poco.
—Sí.
—Esperanza, podemos desayunar y luego te vas, tienes que comer algo.
—Me parece que no —insistió y caminó hacia una puerta que creyó que era la salida, pero terminó en el comedor donde estaba el desayuno—. Te haré llegar la ropa más tarde —respondió desesperada por no encontrar la salida.
—Deberías calmarte un poco porque no te haré nada, Esperanza. ¿Por qué te quieres ir ya?
—Porque llego tarde al trabajo —un poco le mintió y otro poco le dijo la verdad.
—¿Un domingo?
—Hay gente que trabaja los domingos.
—Me estás mareando de las vueltas que das.
—No me mires entonces.
—Si te indico la salida, ¿desayunarás conmigo?
La chica dejó de moverse y escuchó con atención lo que le dijo.
—Está bien —se resignó.
—¿Has podido hablar con tu amiga?
—Sí —le respondió quedándose a una distancia prudencial de él—. Te usé un poco de ese gel de ducha.
—Está para eso. Siéntate —la invitó y ella apoyó el trasero en la silla—. ¿Qué desayunas? Hay un poco de todo porque no sé lo que te gusta.
—No como nada de eso, solo mate y medialunas.
—Pero ¿has probado estas cosas? —quiso saber y ella negó con la cabeza—. Entonces hoy es un buen momento para que las pruebes, te sirvo un poco de todo, ¿te parece? Y si no te gusta, lo dejas.
—Bueno.
A Esperanza le llamó la atención lo atento y caballero que estaba siendo con ella y eso la desconcertó bastante. No estaba acostumbrada a que los chicos fueran así con ella, algunos si podían se burlaban y otros tantos no le prestaban atención.
—¿Mermelada de fresas, de duraznos o de frutos rojos? —cuestionó y ella escuchó la última parte.
—Perdón, ¿qué me decías?
—¿Cuál de las tres mermeladas quieres? Hay fresas, duraznos o frutos rojos.
—La de durazno no me gusta mucho.
—Te pondré de fresas y frutos rojos, ya sé algo que no te gusta, es un avance —sonrió mientras colocaba en un platito ambas mermeladas por separado.
La joven se quedó callada por unos minutos, pero supo que estaba siendo una exagerada y maleducada en no preguntarle a él.
—¿A vos cuál no te gusta?
—La mermelada de ciruela.
—¿Y la que sí?
—Esas dos que estás por probar. Desayuna tranquila, nadie te apura.
—Tengo que abrir a la una de la tarde.
—¿Qué negocio tienes?
—Una panadería de barrio, es de mi papá —se lo recalcó por si pensaba que el local era lujoso y elegante.
—¿Cerca de dónde vives?
—Sí.
Sinclair estaba intrigado por ella, le llamaba la atención, principalmente porque la noche anterior había aparecido en el club nocturno como una rareza entre medio de personas comunes con dinero. Pero, aunque le interesaba, sabía que no le iba a hacer un bien a la joven, estaba corrompido por dentro y no quería meterla en su vida.
—¿Cómo supiste mis talles?
—Eres bastante parecida al talle que tiene mi hermana.
—Ah, entiendo.
Esperanza terminó de desayunar y le dijo que se iba. Él se levantó de la silla también.
—Te pediré un coche del hotel.
—No hace falta.
—Insisto, por favor.
—Está bien.
Sinclair se comunicó con la conserjería para pedir un coche y luego le avisó que estaría en la entrada del hotel en diez minutos.
—Gracias —le contestó y pensó en la ropa que tenía que pagarle, no sabía cómo, pero le pediría plata a Margarita, aunque se le cayera la cara de vergüenza—. No sé cuánto tiempo te quedas acá, pero te mandaré la plata de lo que gastaste de la ropa.
—No tienes que hacerlo.
—Yo lo prefiero, cuentas claras conservan la amistad.
—No somos amigos —fue tajante en su respuesta y ella se quedó cortada.
El sonido del teléfono de la suite sonó y él atendió la llamada, le avisaban que el chofer ya estaba esperando.
—Tienes el coche en la entrada.
—Gracias... por todas las molestias.
—Un placer —contestó y le abrió la puerta para despedirla.
Sinclair quedó detrás de la puerta y ella también, la despedida había sido un poco abrupta, pero estaba claro que ninguno de los dos se conocía y eran casi dos extraños. El hombre no pretendía que se involucrara con él y Esperanza no creía que él tuviera interés en ella.
Cuando salió del hotel y se subió al auto le dio al chofer la dirección de Margarita.
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