Capítulo 1.
La temporada ha comenzado, y he de admitir que el simple hecho de pensar en ello, pone cada vello de mi cuerpo en alerta, he tratado de escapar toda mi vida a este momento, y tal parece ser que ya no tengo escapatoria.
Desde el silencio de mis aposentos puedo oír el barullo que se está generando poco a poco en la sala de abajo, y eso me pone aún más en alerta, si es eso posible.
Quizás pueda escaparme, o fingir mi muerte. No, eso sería muchísimo.
El hecho de que mis dos hermanas mayores hayan contraído matrimonio con hombres de grandes cargos, o mejor dicho, en buena posición económica, me deja a mi en una buena posición, y a la vez me pone a mi en grandes aprietos, por que todos estarán con sus ojos sobre mi, inclusive el mismísimo rey, querrá saber a quien desposare, si supiera que no pienso en ello.
Doy una gran bocanada de aire y me preparo para lo que va a ocurrir en 3.. 2.. 1..
La puerta es abierta y por ella entran todas las damas de compañía de mi madre, que al parecer hoy serán mías, abren la cama y me sacan de un salto.
—¿Podeis no tratarme como si fuese un muñeco? Os agradezco.
Por supuesto mis palabras no fueron oídas por ellas, ya que siguieron con su trabajo, no tuve otra opción que someterme a lo que estaban haciendo.
Me arrastraron hasta la bañadera, para allí concluir con su tarea de asearme, han de saber que las personas de alta estirpe, siempre estamos obligadas a dejarnos asear, por dichas damas de compañía, hallo que soy de las pocas personas cuerdas que no avalan este acto.
Ya lista, me arrastran nuevamente hasta mis aposentos, y allí comienza la travesía de colocarme toda esa cantidad de vestidos, y miles de joyas, para ser bien vista frente a todos hoy, ya deseo que esto termine.
—Señorita, necesito que tome una bocanada de aire. —pide una de las damas, hago lo que puedo, pero os juro que este corsé, es una tortura. —Un poco más señorita, ya casi.
—¿Es tan necesario vivir asfixiada, solo por veros bien? —hablo ya con el corsé y toda la vestimenta en su lugar.
Ya satisfechas con su trabajo, salen todas las damas, a excepción de la más grande, la más fiel a mi madre.
—Ha de saber que yo acompañe a cada una de sus hermanas. —habla para mí, y asiento. —Y puedo decir que sus ojos veía algo que en los suyos no veo, alteza. —la observo, el signicativo «alteza» no suele ser usado para nosotras, es usado con mis padres. —Y es emoción, estaban emocionadas, anhelaban este momento, y usted, no pareciera lo mismo.
—Tal parece ser que mis hermanas y yo, no somos iguales. —sonrío a medias y vuelvo al espejo, para apreciarme en él. —¿Sabe algo, Margaret? Todos los años yo anhelaba que este año no llegase, mientras que ellas anhelaban llegar a este momento, eso nos diferencia mucho, pero aquí veanos, estamos en este momento que tantas veces desee no llegar.
Ella simplemente asiente y da un suspiro, quizás de lastima o simplemente de resignación, a lo largo de los años he visto a Margaret ser la más fiel a esta familia, o mejor dicho a mi madre, por lo tanto quizás mis palabras lleguen a ella, pero no es algo que me quita el sueño, ya es hora de que sepan que no quiero esto para mí.
Si, admito que me han dejado bellísima, pero al ver mi reflejo veo a esa niña que en algún momento fue convencida de que esto era la única vida que conocería, a la cuál pude negarme, y de hecho lo hice, pero fue una petición en vano.
Mi destino era este, al igual que todo el linaje de esta familia, naces para casarte, y cuan mejor sea el candidato, mejor quedas ante tu familia y el reino.
Está vez soy yo quien da el suspiro y se prepara para salir, con Margaret detrás, me dirijo hacia la puerta y ella es abierta por los guardias que siempre están allí, al llegar a las escaleras siento vértigo, nunca tuve miedo a las alturas, pero está vez siento que el suelo está más lejos de lo que debería.
—Cariño, vas preciosa.—esa por supuesto fue mi madre, ella anhela esto más que yo.
Sonrío como puedo y comienzo a descender las escaleras, ellos esperan al final, y cada paso que doy siento que es un paso más hacia mi perdición, deseo que está escalera nunca termine, pero eso no sucede, la escalera tiene un final, y ese final son mis padres.
—¿Te encuentras bien? Parece que el corsé te está asfixiando.—pregunta cerca de mi oído mi madre en cuanto comenzamos a caminar detrás de mi padre.
—Estoy bien, todo está bien.
Hallo que eso fue para autoconvencerme a mi, pero no funcionó, aunque mi madre si quedó satisfecha con mi respuesta.
Al salir ya nos esperaba el carruaje, nos ayudan a subir, y allí dentro el aire es aún peor, mi padre va con su semblante serio, como siempre, no es un hombre de muchas sonrisas, he visto lindas facetas de él, pero ante pueblo siempre se muestra igual, impenetrable.
—¿Cómo estás, Adélie?—dirije mi padre su mirada hacia mi, y trago la saliva que no sabía que tenía acumulada.
—Bien padre, estoy bien, quitando por supuesto el hecho de que estoy haciendo algo encontrá a mis ideales, estoy bien. —me mira fijamente a los ojos, y por supuesto no agacho la mirada.
Un carraspeó a nuestro lado interrumpe ese duelo, mi madre de brazos cruzados y una ceja levantada nos mira a ambos.
—No es momento para vuestras discusiones, Adélie vais a hacer esto, porque es tú deber, y para eso has nacido, y tú Abelard, comportate como un hombre de familia y no empeores la situación.
No tuvimos otra opción que acatar la orden de mi madre y quedarnos callados cada uno en nuestro lugar, con el resentimiento en mi garganta casi ardiendo.
En cuánto quise ver ya estábamos entrando al palacio de Versalles, el emblemático sitio más famoso de todo Francia, aquí comienza mi martirio.
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