Capítulo 28. ♡
A la mañana siguiente desperté con un dolor de cabeza terrible, me había enfermado a causa de la lluvia.
El reloj marca las 7:35 am. Abro los ojos de golpe, y me levanto en un santiamén de la cama.
La escuela comienza en veinticinco minutos y aún estoy en cama.
El dolor vuelve y me impide levantarme de la cama, siento una fatiga terrible y me recuesto de nuevo tapándome hasta la cabeza con mis cobijas.
En menos de diez minutos mi mamá entra a la habitación con el ceño fruncido mirando hacia los lados hasta localizarme.
―Melissa, hija es tarde ¿acaso no piensas ir al colegio? ―Dijo acercándose a mí. Se sentó a un costado mío, me destapo despacio y colocó una mano en mi cabeza. ― ¡Por Dios Melissa, estas ardiendo en fiebre!
Abrí la boca para hablar pero me dolía demasiado la garganta. Coloqué ambas manos en mi cuello por el dolor, mi madre lo vio y enseguida entendió.
― Iré por una pastilla, ni se te ocurra levantarte de la cama. ― Ordenó.
Me hice bolita y abrace mis rodillas con mis manos.
Genial, ahora estaba enferma y todo por no cargar con un paraguas en la mochila. Supongo que tendré que aburrirme en casa mientras mejoro.
Solté un bufido.
Me pregunto si William se habrá enfermado al igual que yo, digo él también se había mojado ayer en el parque ¿no?
En mi mente viajaron los recuerdos de cuando estaba junto a él. Es muy gracioso y muy buena onda, no sé porque pensé que era malo en un principio.
Después de un par de minutos mi mamá volvió con unas pastillas y un vaso con agua en la mano.
Me extendió el vaso junto con una pastilla. Trague la pastilla y bebí una poco del agua para después devolverle el vaso. Con su mano toco mi frente de nuevo.
― Llamaré a la escuela para avisarles que no iras hoy a clase.
―Pero mamá, no quiero quedarme en casa. ― La mire suplicante.
― No iras a la escuela, punto final. ― Camino hasta mi armario y sacó un par de calcetines de mi cajón. ― Ten, póntelos. ―Ordenó.
― Pero...
― Melissa...
― De acuerdo. ―Bufe con molestia.
Odio quedarme en cama todo el día es muy aburrido pero no me queda de otra, tendré que estar en reposo.
Mi mamá salió no sin antes darme una mirada de advertencia. Claro, como si fuera tirarme por la ventana.
Tomé mi teléfono y empecé a jugar con uno de los juegos que había descargado, tal vez así podría distraerme un poco.
Después de una hora, los ojos me pesaban y quede profundamente dormida.
[...]
El ruido de un objeto cayendo al suelo me hizo despertar. Abrí mis ojos y lo primero que vi fue a un sujeto recogiendo lo que había tirado al suelo, me alarme pensando que podía ser algún ladrón.
Parpadeé varias veces y volví a mirar hasta donde él se encontraba. Estaba de espaldas así que no podía verme.
Pero ahora no parecía un ladrón, si no Alonso.
¿Será él? Y si lo es, ¿qué hace en mi habitación?
― ¿Alonso? ― Llame lo suficientemente alto para que me escuchara pero sin lastimarme más la garganta. Mi voz sonaba más ronca que en la mañana.
Él volteó hasta donde estaba, era Alonso.
― Hola. ―Dijo con una sonrisa. ― Perdón si te desperté.
―Descuida. ― Sonreí. ― ¿Qué haces aquí?
― Tu mamá me hablo y dijo que estabas enferma, así que pensé que estarías sola y quise hacerte un poco de compañía. ― Se encogió de hombros.
Fue muy lindo de su parte venir a verme porque estoy enferma, aunque hablaré muy serio con mi mamá a penas me recupere.
Alonso caminó hacia mí y se sentó a un lado de mí.
― ¿Hace cuánto estas aquí? ― Pregunte curiosa.
― Como una hora más o menos.
― ¿Y por qué no me despertaste?
― No quería molestarte, y además te ves linda cuando duermes. ―Respondió bajando un poco el tono de voz en la última oración.
― ¿Y cuando estoy despierta no? ―Bromeé.
― No, no, quise decir que...
― Es broma. ― Reí. ― ¿Qué estuviste haciendo mientras dormía, eh? ― Alcé una ceja.
― Bueno, primero estuve viendo un poco de televisión, después me aburrí y comencé a leer este libro que me encontré en tu escritorio. ― Dijo mostrándome el libro de "orgullo y prejuicio" que había dejado ahí la otra vez. ― Lo estuve leyendo hasta que por accidente lo tiré y te despertaste. Por cierto, me lo tienes que prestar.
― De acuerdo. ― Reí.
Nos quedamos callados por un momento hasta que Alonso rompió el silencio.
― ¿Cómo te sientes?
― Aun me duele la garganta, pero el dolor de cabeza se ha ido.
― Uhm, sé que te hará sentir mejor. ― Sonrió pícaro.
― ¿Ah sí? ¿Qué? ― Pregunte con impaciencia.
― Una dosis... ¡De cosquillas! ― Gritó para luego tirarse encima de mí y hacerme cosquillas.
Le grité que parara, pero parecía no escucharme, o tal vez no quería parar.
Oh no, se va a arrepentir.
Junté fuerzas y lo pateé fuerte haciendo que cayera de la cama.
Ups, creo que exageré un poquito.
Aunque se lo tenía merecido.
― ¡Alonso! ¿Estás bien? ―Pregunte sin dejar de reír.
― Si, pero no te rías.
― Es que fue gracioso, lo siento tanto.
― Ya, ya, shhh. ― Me calló.
― ¿Te molestaste? ¡Lo siento!
― No me moleste, solo no te rías.
―Bien, pero tú no me hagas cosquillas. ― Le saque la legua y el también a mí.
Habíamos empezado una guerra de sacar lenguas, si así de infantiles somos.
Ambos reímos al darnos cuenta de que era un juego estúpido.
― No ya enserio, traje algo que te hará sentir mejor. ― Lo miré entrecerrando los ojos. ― Y esta vez no son cosquillas. ― Aclaró.
― ¿Qué es?
Alonso camino hasta mi escritorio y volvió con un empaque de m&m's en sus manos.
― ¡Chocolate! ― Chille en cuanto me extendió el paquete.
Me hice a un lado para que él se acostara a un lado mío, y así lo hizo.
― ¿Quieres ver televisión? ― Preguntó.
Asentí y encendió la televisión.
Le compartí de mis chocolates, siempre él las había comprado y vimos televisión hasta aburrirnos.
― ¿Qué hora es? ― Pregunte.
Alonso saco su teléfono para ver la hora.
― Uhm, las cinco.
Vaya el tiempo pasa demasiado rápido, no había notado que ya era tarde.
― Creo que debo irme, le dije a mi mamá que no tardaría y llevó aquí tres horas. ― Alonso dijo levantándose de la cama.
― Esta bien.
Alonso se acercó a mí y deposito un cálido beso en mi frente.
― Espero que te mejores pronto Melissa.
― Gracias. ― Dije y lo observe salir de mi habitación.
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