[I] Luz decembrina
Los distintos colores de bombillas destellaban desde las alturas, el frío congelaba aquellas pequeñas narices respingadas. Ambos permanecían tomados de la mano entre la multitud, habían pasado cinco años desde que se conocieron, y simplemente parecían unidos por el destino.
─Hanoi, deberíamos regresar a casa temprano. ─insistió Dai de nuevo con aquel tono que denotaba su próxima fase: el enojo.
─Dai, llegamos hace una hora apenas, ni siquiera han encendido el árbol de navidad de las 100.000 bombillas. ─Hanoi utilizó su táctica de manipulación infalible: un puchero tembloroso.
Dai nunca, ni porque tuviera 50 años, reconocería ante nadie que no fuera ella, lo débil que se sentían sus piernas al verla así, suplicante, siendo él su único posible héroe.
─Una hora más, y nos iremos, así el estúpido árbol no alumbre. ─el chiquillo giró su cabeza avergonzado de su evidente sonrojo.
Hanoi celebró en silencio, era su logro número 172, llevaba contadas todas las veces que había hecho cambiar de opinión al pequeño Dai.
Caminaron entre el mar de personas que rodeaban el Belén de la plaza de la Ciudad Vieja, al vaivén de los villancicos navideños, hace rato que habían dejado atrás a la pintoresca calle de Karlova, se sentían como cada año: en un cuento de navidad. Siguieron un rumbo desconocido hasta dar con unas llamativas escaleras en forma de caracol. Se miraron a los ojos denotando su curiosidad, y decidieron subir sin necesidad de proferir sus palabras.
Al llegar al final del camino, dieron con una pequeña azotea llena de distintas plantas y algunas luces opacas, en comparación con las que iluminaban la avenida. El olor de salchichas a la brasa aún predominaba a esa altura. Recostaron sus cuerpos del muro frontal y soltaron sus manos por primera vez desde que salieron de casa de Hanoi. La brisa gritaba a pulmón suelto que hoy era nochebuena, y que la temperatura seguiría bajando hasta calar sus huesos. Ambos temblaban en medio de la noche, pero estaban felices por la hermosa vista que les regalaba la altura, y por el hecho de que estaban juntos.
Una mano libre se acercó al rostro de Hanoi, y alejó un pequeño mechón rebelde que se escapaba de su gorro navideño, tejido por la abuela de Dai. Ambos sonrieron sosegados por una calma embriagadora, sus ojos se conectaron como nunca antes, y poco a poco sus rostros se fueron acercando.
Mientras tanto, abajo habían encendido el árbol de navidad más grande que ha tenido Praga en su historia. Los gritos y aplausos llenaban aquella apretujada calle de alegría. La música incrementó, y los movimientos de aquellos que no eran consciente de la historia de amor que estaba comenzando por encima de sus cabezas, se hicieron más enérgicos, fuertes, fugaces.
Esa noche fue la primera vez que aquellos labios se rozaron llenos de promesas, promesas que probablemente nunca se cumplirían. Fue un toque sutil, lleno de temor y ansiedad, pero con la suficiente magia como para acelerar los jóvenes corazones que protagonizan esta historia. Sus ropas se agitaban por el viento y al separarse, suspiraron de forma unánime, satisfechos de haber cumplido su deseo de navidad, nerviosos por el mañana, pero felices por el hoy.
Las estrellas eran las testigos principales de aquellas primeras palpitaciones de un amor creciente, un amor que no podría ser y que nunca sería.
Magd
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