Títere.

«En las inmediaciones de la noche, busco palabras correctas y rimas, pregunto por inspiración al cielo, pero nunca me abre la puerta.

Si no hay más remedio, pruebo girar los ojos para ver en mi interior, revisando si sigue ahí lo que nadie más ha visto.

No escribo más de lo que me obligo. Muchas veces al hacerlo nada siento, solo ejercito sin una meta clara, buscando recordarme mi pasión y alejando las demás opciones.

Entonces el amor llega, toma mi mano y escribe por mí, y para él, grandes odas. Pero como es un viejo egoísta, se disfraza de mujeres bonitas, de comida fresca y humeante. Luego se va de mí, y flojo es mi sueño de nuevo. Pero es la primera visita, el odio llega más ahorita.

Entonces llega ese caballero fino, que me estrecha la mano, la mejilla me besa y al oído me dice que no mienta más. Pero yo, al ser millones de máscaras, sé y conozco cuál es su verdadera intención. De repente toma mi mano fuerte, cambia su amabilidad por vehemencia, y se pinta como un gran señor, anciano, robusto y sabio (decía cosas como: más sabe el diablo por viejo que por diablo). Él, siendo un niño inmaduro busca ser tal y como es el amor, pero pierde el tiempo, no puede, así que entre lágrimas de rabia me deja, no sin antes llevarse mi fe y mi visión.

Debido a esto, caigo de mi silla, donde me recibe el miedo, para sacarme de su zona, he caído bajo la mesa, justo donde él se ocultaba, dando vueltas como perro. Y es así como lo vi. Me lame la cara, solo para distraerme. Se abalanza sobre mí en un arranque salvaje, me enseña los colmillos. Toma el lápiz y escribe, ¡Y escribe tonterías! Le ladra al amor, al odio y aunque les teme, envidia su influencia; ambos doctores y maestros en vivir, en dar vida y quitarla. Le tiro un zapato, y con eso se larga, pero esta vez bajo mi cama hace un templo a su señor, el astuto y seductor tiempo.

Con mi mente trastocada por un segundo se me van las luces. Caigo de nuevo de mi silla. Traté antes de subir, pero el miedo aún me mostraba los colmillos. Caí sobre mi mano, grité y lágrimas fueron brisa sobre mi rostro. Cerré los ojos y se abrió la puerta: La mujer de mi vida entró por ella. La perversidad me besó en la boca, sentí su lengua tibia en mi paladar, y aunque pareció un beso, era una amenaza: me haría morir si no la llenaba de gloria. Esta dama se sentó en mis piernas, después de en la silla ponerme de vuelta. Movió sus caderas y al ritmo de su movimiento mi mano mintió sobre el papel. La pinté bella y esbelta, ¡despampanante! Pero mientras el escritorio temblaba, mi lámpara le dio de pleno en la cara, reflejando una figura esquelética. Bajé la vista y un cadáver putrefacto se había hecho uno conmigo momentos antes. Lancé a la perversidad lejos, pero nunca pude quitar su aliento de mi boca.

Vomité y vomité, calma fue ahora.

El cuarto olía a Perversidad; Miedo orinó la cama, marcando su territorio en mi almohada, muy cerca de mis sueños. Súbitamente el Sol me golpeó el rostro, y derramó alegría por mi ventana. Esa alegría líquida cayó sobre mis hojas, comenzaron a arder, y cuando apagué la llama, Alegría entró por mi nariz. Me dictó desde lo profundo de mis pulmones: atardecer, amanecer, día, noche, campo, paz, sol, luna, Amor y Rebeldía. Y un montón de poesía sobre mí el sol escupió sin quitar esa sonrisa de su morado rostro.

Cerré los ojos y el sol asió de nuevo su poder sobre mí y me dijo: « ¡Vete a dormir, Dioses! ¡Nada has escrito, holgazán! ». Entre el orín del miedo me postré a llorar, con el olor a perversidad martillando mi cabeza. El odio en mi mesa dejó su tarjeta, el amor me esperaba sentado en el baño. El miedo me dio las buenas noches, y me maldije, pues era el sucio títere de mis emociones. »


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