DESCUARTIZAMIENTO EN EL CINE ORIENTE
Me llamo María. Mi vida no ha sido fácil, he cometido errores de los que me arrepiento.
Fui una mujer maltratada por mi marido, una de las noches, en especifico, el 27 de Junio de 1950, mi pecado fue reflejado en mis actos.
Ese día me marcaría de por vida cuando, tras una discusión con mi marido, le di un golpe tan fuerte que sus días acabaron.
Mi temor fue tanto que la única salida que encontré fue coger una sierra y mientras en mi rostro caían lágrimas de desesperación comencé a descuartizarlo, pero antes de eso, le pinté las uñas y depilé sus brazos y piernas.
Caí al suelo en un extraño sentimiento de dolor y éxtasis, tuve que pensarlo con claridad si quería borrar mis huellas, arrojé días separados sus restos a la calle Centelles.
Los días que continuaron a ese hecho fueron de lo más normal para mí, hacía como si hubiera sido una pesadilla, de hecho, llegué a creerme mi propia mentira hasta que, un dichoso día, mi estupidez decidió por mí misma. Aún con los nervios hablando por mí cogí el último pedazo, la cabeza, y, tras tenerla en una improvisada caja me disponía a tirarla cuando la policía tocó a la puerta del cine, no tenía escapatoria, era mi final, o eso pensaba.
La policía entró a la fuerza y una vez registraron todo el lugar con perros especializados, uno de ellos se acercó a la pantalla donde, segundos antes había escondido la caja con la cabeza.
Detenida me llevaron a prisión y la justicia me mandó a la cárcel con una sentencia indefinida.
Cuando creía que estaba todo perdido en mi mente se iluminó una pequeña bombilla casi fundida.
La idea fue crear un túnel y salir, una vida nueva sería la que comenzaría.
La noche del 15 de Noviembre de 1950 hice mi huida, el recinto era frío, sombrío y la noche observaba como abría el estrecho agujero que conseguí realizar.
Pasé varias horas hasta salir por fin, no podía quedarme mucho allí, así que corrí hacia mi libertad.
La ropa de presa se ceñía a mi cuerpo como un saco que impide mi salida, aún así, lo logré.
Estaba fuera y ésta me dio la bienvenida con un aire que anunciaba una tormenta.
Ya no tenía a donde ir y seguro que mi cara estaría por todos los lados de la ciudad.
Decidida fui a una tienda vieja donde un amigo mío trabajaba y sin hacer preguntas me proporcionó la ropa que necesitaba.
Una vez lista con una ancha chaqueta, una bufanda negra y un vestido que cubría mis rodillas, acompañado de unos zapatos de aguja, me fui en el silencio de la noche hacia un hostal.
La estancia fue más bien decadente pero solo necesitaba dormir, a la mañana siguiente iría a sacarme unos billetes de tren y viajar fuera de España, donde nadie me conociera y comenzar así una nueva vida lejos del dolor, el tormento y de esos momentos de pasión que disfruté junto a mi amado pero a la vez odioso marido.
Pasaron los días y llegó mi partida ¿El lugar? Uno donde poca gente marcharía, Alemania.
Sabía que no era el mejor lugar pero sí el más seguro.
Hasta aquí mi crimen y el inicio de mi nueva vida como Elisabeth Von Birsmark.
Una identidad falsa, con una vida mejor, lo que siempre deseé.
Mi historia finaliza con mi muerte.
Éstas son...
Las palabras de alguien muerto.
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