1.

¿Escuchas eso? Es mi corazón, no... es el tuyo. No, espera, eso no tiene sentido. 

Ni siquiera sabes la historia.

Muerdo mi labio inferior con nerviosismo y trato de cerrar mis ojos.

Otra vez, no.

Es difícil concentrarme, quizás es mi edad o tal vez es el sentimiento de culpa por hacer que mi nieta me dejara a solas por unos momentos.

Una vez dije que iba a contar la historia de un corazón humano, y que mejor que hacerlo cuando este está a punto de olvidar...

Mi respiración comienza a hacerse lenta, el silencio de la habitación hace eco en mis oídos, y mis ojos se cierran hasta que mi mente comienza a divagar entre los recuerdos de aquel día...

Aquel día donde nuestro primer encuentro ocurrió. 

Pasajeros del vuelo 516, favor de pasar a la entrada B-3.

—¿Estás segura de que lo quieres hacer? —Repitió Ethan con un tono de tristeza y melancolía en su mirada. Lo extrañaría mucho a pesar de todo.

—Es hora de volver, Ethan. No importa que mis padres hayan decidido olvidar que tienen una hija, yo... me las arreglaré como pueda. —Le dije con una voz tranquilizante. Tenía que empezar a enfrentar mis miedos, y ese encuentro era uno de ellos. Las cosas tarde o temprano iban a ocurrir y no le quería dar más vueltas al asunto.

—Sabes que te puedes quedar conmigo todo el tiempo que necesites, Lucy. —Insistió el pelirrubio. Sonreí al apreciar su actitud, Ethan Wells podía ser insistente cuando quería.

—No voy a desperdiciar un boleto de avión, Wells—musité con un tono bromista mientras golpeaba su hombro en forma cariñosa.

—Prométeme que volverás para Navidad—respondió resignado.

Ethan Wells era mi mejor amigo desde que estábamos prácticamente en pañales, era mi roca, mi roble, la persona por la cual daría mi vida sin dudarlo. El rubio era sumamente protector conmigo, era dulce y escuchaba mis problemas. Además, siempre me aconsejaba de manera lógica y con profundidad. Pero yo solo seguía el veinte por ciento de sus consejos, y aun así, él no había perdido la fe en mí. Por eso lo quería.

—Lo prometo, sabes que tú y Zoey son lo más cercano que tengo a una familia. —Sonreí con ternura.

—Ella se va a molestar mucho, ¿lo sabes? —Me preguntó advirtiéndome mientras elevaba sus cejas.

—Ella sabe que cuando se me entra algo en la cabeza, es más fácil tener una cita con el presidente que sacarlo de ahí—murmuré riendo.

—Lo sé, las dos pueden llegar a ser horriblemente testarudas—explicó con una sonrisa resignada.

—Te voy a extrañar un montón, cavernícola. —Sonreí para luego darle un beso en la mejilla mientras él me rodeaba con sus brazos.

—Yo más, pequeña Lucy. —Me dijo con un brillo de tristeza en sus ojos.

Ethan me abrazó más fuerte quedándonos en esa posición por un tiempo, hasta que sentí que estaba lista.

—Vamos Ethan, no es como si me fuera a morir —bromeé— todavía me queda mucho por molestarte. 

Él hizo una mueca de disgusto y luego palmeó mi hombro con un suspiro. 

—Buena suerte, Lucy.

Pasajeros del vuelo 516 a Inglaterra, favor de abordar.

Suspiré, odiaba las despedidas. No me gustaba decir adiós, no me gustaba aceptar que era lo último. Me motivaba el pensar que todos en algún momento nos volveríamos a encontrar y cruzar caminos. Y no me importaba si era en esta vida o en las otras.

—Nos vemos luego, Wells. —Le dije a modo de despedida mientras movía mi mano.

—Lo mismo digo, Rowling. —Sonrió para luego darse la vuelta y marcharse.

Y con un simple saludo de manos, nos habíamos despedido.

Me encaminé a la revisión general del aeropuerto para luego entrar al área donde todos esperaban sus vuelos, pasé directo dirigiéndome a la puerta que me correspondía.

A-2, A-3, B-1, B-2...

B-3.

Le entregué el boleto de avión a una de las señoras que estaban en frente y me adentré al que sería mi transporte por las próximas horas.

El avión era gigantesco, tenía numerosas filas integradas por asientos de tres, si me ponía a contar podría jurar que habían más de cien pasajeros en el lugar. Me adentré al pasillo mientras observaba los identificadores de los asientos y luego de unos minutos, encontré mi lugar. Este quedaba justamente en medio de un señor de complexión musculosa y una señora adentrada en edad.

Hice una pequeña sonrisa en forma de saludo y me senté en el sillón.

Minutos después, una voz se escuchó desde las bocinas del avión, explicando todo tipo de instrucciones que cada pasajero tendría que seguir para el despegue y en casos de emergencias.

Coloqué mi cinturón y apagué el celular, ya hacían minutos que le había mandado un mensaje a Ethan diciéndole que me encontraba en el avión.

El avión comenzó a correr y segundos más tarde se elevó, miré por la ventana y observé como la ciudad de Toronto se hacía más pequeña desde donde estaba. Hice un largo suspiro y apoyé mi cabeza en el asiento, al menos podría dormir ya que el viaje duraba alrededor de siete horas. Al pasar los segundos, mis ojos se fueron cerrando, dejándome sumida en un profundo sueño.

(***)

El sonido de varias alarmas se escuchó a mi alrededor provocando que despertara abruptamente, observé mi ambiente para ver qué estaba ocurriendo, algunas luces del avión tintineaban mientras aquel ruido se hacía cada vez más fuerte.

—¿Qué está ocurriendo? —pregunté nerviosa al señor que se encontraba a mi lado y que lucía tan confuso como yo.

—No lo sé, las alarmas comenzaron a sonar hace menos de un minuto y no ha salido nadie para notificar.

—Espero que no sea nada malo—murmuré con un rostro preocupado.

Una azafata apareció en el pasillo haciendo que inmediatamente todos los pasajeros hicieran silencio.

—Estimados pasajeros, estamos teniendo problemas con el avión, aterrizaremos en el país más cercano para que puedan tomar otro vuelo a su destino. No se preocupen, todo quedará cubierto por la aerolínea y el hotel en que se tengan que quedar si no alcanzan los vuelos. Disfruten de lo que queda de su viaje, y tengan un agradable vuelo, gracias por volar con nosotros.

—¿Es broma no? —pregunté alterada, ella había hablado como si todo estuviera bien.

El señor me miró confundido al ver mi rostro exagerado.

—Nos acaba de decir indirectamente que pueda que el avión se caiga y ella nos dice que tengamos un vuelo, ¿agradable? —Volví a decir con un tono de voz temeroso.

—Ellos saben lo que dicen, niña. —Me comentó el señor con un tono serio. Su porte me recordaba a un militar, sin embargo, no estaba segura de ello.

Nos exaltamos al escuchar un ronquido proveniente de la señora de al lado. No podía creer que con todo este ruido ella seguía durmiendo. De seguro su sueño era del tipo que el mundo se podría estar acabando y no le inmutaba nada.

Momentos después, la azafata se posicionó al lado de mi compañero de asiento, mi curiosidad hizo que observara la escena y escuchara la conversación.

—¿Es usted el agente Hamilton? —preguntó la azafata con un susurro.

El hombre entrecerró sus ojos para después asentir lentamente, la azafata le dijo que necesitaba que le acompañase y que se mantuviera calmado.

¡Jesús! Acababa de hablar tonterías al lado de un agente. Es que había nacido con la mala suerte pegada a mi trasero.

El agente Hamilton se levantó siguiéndole los pasos a la mujer uniformada, saqué mi cabeza al pasillo para ver donde se dirigían. La señora a mi lado volvió a soltar un gran ronquido, haciendo que me sobresaltara y volviera a posicionarme en mi asiento; ya quisiera yo tener el poder de dormir así sin preocuparme del alrededor.

Volví a asomar mi cabeza para fijarme en la conversación que la azafata y el agente Hamilton estaban teniendo. Ella hablaba y el asentía continuamente. Eso no me estaba dando buena espina, sentí como un nudo en mi estómago estaba comenzando a formarse.

Minutos después, el hombre apareció sin ningún rastro de emoción en su rostro deteniéndose en medio del pasillo con la azafata a su lado, los pasajeros observaron la escena curiosos, y algunos con un rostro confundido.

—Buenas tardes, pasajeros del 516. Como antes había comunicado la azafata aquí presente, tenemos problemas técnicos en el avión, el plan era esperar a llegar al aeropuerto del país más cercano. Pero los planes han cambiado—explicó con un semblante serio y un tono de voz fuerte.

Murmullos se escucharon de cada parte del avión haciendo que el ambiente se volviera denso y más ruidoso. Estaban entrando en pánico.

—Silencio—habló el hombre con aquel característico tono de militar haciendo que cada persona en el avión cerrara su boca y prestara atención—. Soy el agente Hamilton, estoy encargado de la nueva operación que ocurrirá ahora y quiero que me escuchen atentamente, porque si no lo hacen, lo pagarán con sus vidas, y nadie quiere eso. Tenemos exactamente veinticinco minutos para que cada persona que se encuentre en este avión salga de aquí.

¿Encargado?  ¿En qué clase de película me había metido? ¿Y desde cuando el capitán del avión y personal auxiliar no se hacían cargo de los problemas del vuelo?

¿Qué significaba eso?

Demasiadas preguntas y pocas respuestas, mi mente era como un laberinto sin salida.

Observé por la ventana, estábamos a miles de metros de tierra firme.

—¿Salir? —pregunté preocupada—. ¿Sabe usted a cuántos metros estamos de tierra firme? —Volví a decir con un tono asustadizo.

—Paracaídas, señorita. —Me respondió el hombre haciendo que tragara en seco.

Mi estómago se revolvió, la cabeza me daba vueltas con solo pensar en que iba a tener que saltar.

—En el avión solo hay ochenta paracaídas disponibles, y como hay ciento cuarenta y siete pasajeros en este avión se tendría que utilizar un paracaídas para dos personas—Siguió explicando a los pasajeros—. Pueden ir buscando sus paracaídas ahora. Háganlo con disciplina.

Cada persona presente en el avión se estaba levantando, incluso la abuelita que se encontraba a mi lado y que no había dejado de roncar en el viaje completo. La verdad es que aún seguía esperando que el "Agente Hamilton" se retractara y dijera que todo era una broma.

Iba a morir.

Justo después de decirle a Ethan de que no lo haría. 

Les tenía un miedo terrible a las alturas.

Mi cuerpo se tambaleó y sentí como los mareos se hicieron presentes una vez más.

Me encaminé al baño por el estrecho pasillo entre las filas de asientos, necesitaba vomitar. 

Cuando llegué, abrí este de forma brusca y dejé que todo saliera para tomar algo de papel y enjuagarme la boca. Cuando salí, un hombre de cabellos negros se quedó observándome.

Tenía una camisa azul claro mangas largas, estas le llegaban hasta los codos junto a unos pantalones de mezclilla en tonos oscuros y llevaba unos zapatos de color negro. Su mirada era intensa y sus ojos... no podía distinguir el color de estos.

Tal vez era porque estaba un poco mareada, o porque sentía que extrañamente estos cambiaban de color.

Mordí mi labio inferior, su mirada estaba comenzando a incomodarme. Sus ojos me escaneaban con curiosidad mientras subía una de sus cejas intrigado. 

¿Qué miraba?

Pues, no es como que luzcas de lo más bien acabando de vomitar.

—¿Problema con los aviones? —preguntó observándome de manera divertida, a mí no me hacía gracia el hecho de sentir que me iba a desmayar.

—Digamos que no soy fan de las alturas. —Le respondí cortante.

El hombre arrugó su frente, sus ojos me detallaron fugazmente para luego asentir con lentitud y caminar hacia el otro lado del avión.

Tal vez fuiste un poco mal educada.

—Pasajero número ciento cuarenta y cuatro—afirmó el agente Hamilton mientras arreglaba todo para que los pasajeros saltaran.

Miré mi reloj, solo quedaban seis minutos.

—Me faltan dos pasajeros—vociferó el agente para luego observar cómo me acercaba a él siguiéndole el paso al pelinegro que ya estaba a su lado.

—Oh, tú eres la chica que estaba sentada conmigo—murmuró mientras me pasaba el paracaídas. Una risilla nerviosa salió del fondo de mi garganta. Sentí como mi corazón latía desbocado y como mis piernas habían empezado a flaquear.

Los dos hombres me miraron extrañados, el pelinegro entrecerró sus ojos para luego observarme con curiosidad.

—Ya no hay nadie más, tío—mencionó el pelinegro desviando su mirada al agente y esperando por una respuesta.

—Dylen, tú irás con ella entonces—habló el agente para luego observarme—. Temo que se vaya a desmayar mientras esté en los aires.

Dylen.

Hubiese dicho que era un nombre bonito, si ahora no estuviera a punto de saltar de un avión.

Oh, Dios ¡No! Cuando dije que quería experimentar cosas nuevas no era en serio. ¡Solo estaba bromeando!

El pelinegro asintió para ponerse los equipos rápidamente y ayudarme a colocarme los míos.

—Saltaremos a la cuenta de tres. —Me dijo el pelinegro, que ahora conocía como Dylen, mientras nos colocábamos en la puerta del avión. Mis cabellos se movían descontrolados haciendo que golpearan mis gafas de protección.

Asentí con desconfianza esperando por el número de la verdad.

—Uno, dos...

Y el tres nunca llegó, porque ahora me encontraba abrazada del pelinegro y sintiendo como las fuerzas de gravedad me hacían caer al vacío, quería llorar, tenía miedo y no ayudaba en nada tener la sensación asfixiante mientras tenía los ojos fuertemente cerrados.

—Abra sus ojos, es una vista hermosa. Tiene que disfrutar todo mientras pueda. —Me comentó el pelinegro con voz calmada.

¿Pero y a este que le picaba?

Que me contara su secreto, no entendía como no podía estar asustado de estar cayendo desde estas alturas.

—Si los abro me marearé—expliqué con voz temblorosa. Mi corazón palpitaba y hacía que sintiese mi pulso en cada fibra de mi ser.

—Si no los abre, se perderá de lo único arriesgado que probablemente haga en su vida.

Auch.

—No puedo—susurré con la respiración agitada. Sentí como los músculos de mi cuerpo se tensaban.

—Contemos hasta tres—sugirió el hombre. Solté una risa amargada.

—No confío en usted, es un tramposo contando hasta tres. —Le recordé refiriéndome a momentos atrás.

Sentí como el pecho del hombre vibraba y una carcajada salía de sus labios. Una sensación de hormigueo corrió por cada centímetro de mi cuerpo.

—Esta vez te lo prometo. —Me susurró al oído pidiendo un voto de confianza.

Lo pensé por unos segundos para luego ceder, contamos en unísono hasta llegar hasta tres.

Abrí los ojos lentamente para encontrarme en medio del eje de una tormenta. Sus ojos eran de un gris extraño en combinación con colores mieles. Eran intensos, si se pudiera decir. Atrayentes como pequeños relámpagos, y misteriosos como un buen libro de suspenso.

No tenía idea de lo que me esperaba, no sabía que sería consumida por aquellos ojos enigmáticos y cómo iban a cambiar el curso de mi vida.

No sabía que descubriría lo importante que era un corazón, hasta que este daba el último latido.

******

Nota: La historia aún no está meticulosamente corregida. Por lo que van a encontrar mínimos fallos gramaticales y de ortografía. Pido disculpas desde ahora.

Mucho love,
—Ari 💙

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