|CAPÍTULO O7|
La tercera hora de clases de un lunes se me hace tan pesada que me duele el cuerpo. Bien, puede que no sea Biología lo que me tiene adolorida realmente pero el estado adolorido y magullado internamente al que estoy sometida hace que hasta la mínima palabra que dice la profesora me duela en el fondo de los tímpanos. Lo único que hallo como factible es que me va a agarrar un virus de gripe a los golpes y con las dolencias me está avisando de su visita o puede ser la regla.
—La mitosis se divide en cuatro fases: profase, metafase, anafase y...
Fases, desfases, fases. Suena extraño si lo repito seguido. Fases, fases, sefas... no, así no es. ¿mitocardio? No. Mitosis. Biología... La voz de la maestra empieza a alejarse lentamente de mi radio de recepción, de repente ya no estoy en el aula, no escucho a mis compañeros, no puedo casi respirar, tengo la nariz algo tapada, siento mi brazo derecho desfallecer y al estar este sosteniendo mi cara, el bajonazo repentino gracias a la gravedad me hace dar un respingo antes de que impacte mi frente contra mi pupitre.
No fue lo suficientemente sutil para que la maestra no lo viera y con la mente aún algo somnolienta, la veo acercarse a mi lugar, estando en la última columna, a mitad de la fila.
—¿Piensa usted que dicto biología para acompañar su sueño? —Su tono sarcástico no me dice mucho de que esté enojada, pero es lógico que feliz tampoco está.
Opto por la sinceridad.
—No me encuentro muy bien —confieso. La joven maestra cambia su postura defensiva a una más abierta al diálogo. Por instinto me palpa la frente.
—No es fiebre.
—Puede solo ser un virus.
—¿Se sentiría mejor saliendo un momento a tomar aire?
La verdad no, lo que quiero es dormir pero tampoco quiero ser grosera con la maestra así que asiento y me levanto de mi silla. Samantha, que ha estado al frente de la clase —de todas las clases—, camina hasta mí y empieza a tomar mis cosas.
—Yo te guardo las cosas, Emily —informa—. Te veo en un rato y te las doy.
—Gracias.
Salgo del aula y la acción de caminar me despeja un poco los sentidos. Los desolados pasillos a la espera del timbre de receso se me antojan algo tenebrosos y opto por ir a un baño y enjuagar un poco mi cara.
Teniendo de referencia la soledad de los pasillos, esperaba soledad también acá, pero nada más entrar escucho un tenue sollozo viniendo de alguno de los cubículos. Olvidando mi buena educación de no ser tan curiosa, me quedo callada esperando si quizás habla por teléfono la persona y puedo saber el chisme, mas parece que está sola y en silencio. Ingreso en otro de los cubículos sin hacer tanto ruido y espero. Unos segundos después la persona se sorbe la nariz, y al instante, escucho su puerta. Espero por seis segundos de cortesía y bajo el agua del váter aún cuando no lo he usado y salgo como si nada. Mi sorpresa se acentúa cuando veo a la dueña del mal rato.
—Perfecto, lo que me hacía falta —espeta Brenda.
Su sarcasmo, condescendencia y grosería es altamente disminuído por su aspecto roto y feo. Está casi pegada al espejo, tratando de arreglarse la pestaña del ojo izquierdo y me mira con desdén a través del cristal. No lo había notado antes pero tiene unos ojos azules enormes y bonitos... lástima el kilo de pestañas que se pone encima. Las venitas rojas alrededor del azul le acentúan el color y le quitan algo de la brusquedad que la representa.
—Usualmente sé el motivo por el que las personas me encuentran desagradable —digo, mirándome a mí misma al espejo, arreglando mi cabello que no necesita arreglarse—. Pero contigo es diferente. —Resopla y rueda los ojos. Continúo, más directa:— Entonces, ¿por qué no te agrado?
Detiene sus manos de su labor, pero no me mira. Cierra los ojos un segundo y parece bajar un poco los hombros, cuando abre los ojos, se gira en mi dirección y con tono cansino, habla:
—Por tu culpa voy a perder el equipo de porristas, ¿te parece poco?
—Eso no es culpa mía.
—Nadie quiere estar si tú no estás, así que muere el equipo...
—Estás usando las palabras que te convienen, Brenda. La razón real y simplificada es que nadie quiere estar si tú estás. Dime, ¿es culpa mía que esparzas veneno a todos los que te rodean? Yo llegué a esta escuela hace una semana, ¿cuánto llevas tú acá?
Tuerce la mandíbula pero guarda silencio, no con rencor, sino más bien analizando mis palabras. Puede que exista una remota posibilidad de que de hecho Brenda no haya considerado esa opción. Así de grande es su ego.
—Además —continúo—, desde el primer día me has mirado mal, Brenda y lo de las porristas fue después. ¿Por qué te caigo mal? Ni siquiera te tomas la molestia de conocer a las personas.
—Sé cómo son las de tu tipo —espeta—. Todas lindas y amables y se ganan a todo el mundo pero solo quieren popularidad y que todos las consideren angelitos... Yo podré esparcir todo el veneno que quieras, pero no soy hipócrita.
Es imposible razonar con alguien cuyo razonamiento es casi nulo al estar tapado con la cabezota donde guarda el egocentrismo.
—Ni siquiera sabes quién soy Brenda, es ilógico que digas eso. Pero no soy quien para discutirte, eres imposible.
—Lo único que me quedaba en este estúpido colegio era el equipo y ahora se fue al traste —admite, usando un tono que flaquea su hostilidad; es una vulnerabilidad pasajera que se trasluce en su voz—. Todos son idiotas. —Y ahí se fue la vulnerabilidad.
Estando quieta en su lugar, y volviendo la vista al espejo, noto cómo se le inunda el ojo de nuevo, aunque sus dientes apretados me dicen que tal vez es más de ira por la debilidad de llorar que por el asunto en realidad.
Me encojo de hombros y lavo mis manos a conciencia; me dirijo a la puerta y estando ya con la mano estirada para tomar el pomo, la culpa me atenaza.
No voy a comprar la excusa de que es mi culpa que nadie la quiera a ella, pero puedo arreglar la posible desaparición del equipo. Poder hacer algo bueno pero preferir no hacerlo, es ser igual de malo que Brenda y no puedo rebajarme a eso.
Aprieto los párpados con fuerza, batallando dentro de mí la rabia de ser buena gente y la disposición de ayudar a Brenda. A veces de verdad me odio, al momento de mi creación se les pasó ponerme una pizca de maldad y en ocasiones me hace falta.
—Mi madre era porrista —suelto involuntariamente y giro a mirar a la rubia, que ha centrado su atención en mí—, le apasionaba ser animadora, lo llevaba en la sangre y me lo pasó a mí. He sido porrista desde que recuerdo y he bailado desde que puedo caminar. Aún considero que eres una persona capaz de poner sombrío algo tan maravilloso como lo es ser porrista, pero podemos llegar a un acuerdo.
Su mirada recelosa me examina, preguntándose tal vez si es en serio.
—Continúa.
—Entraré al equipo —afirmo. Su gesto cambia a la sorpresa—. No voy a abandonar a mis amigos del Club de ayuda, así que tengo martes y jueves de dos a cuatro y los sábados luego de las tres disponibles. ¿Es suficiente?
—Los entrenamientos son de lunes a viernes.
—Pues debemos llegar a un acuerdo... —Recuerdo que mi padre piensa que sí estoy en el equipo y sé que eventualmente va a querer venir a verme animar, así que, aunque no se lo voy a decir, yo también necesito al equipo—. Mira, a mí me gusta bastante animar y no tardo mucho aprendiendo las coreografías; me comprometo a ponerle el ciento diez por ciento a los ensayos, así solo sean esos dos días. Yo quiero animar, tú quieres tu equipo, ambas podemos ganar.
Entrecierra sus ojos, sopesando la propuesta.
Puede ser algo pesado cargarme dos electivas en la espalda pero sé que puedo hacerlo.
—¿Así no más? —pregunta, desconfiada.
—No, no es así no más. Mi compromiso con el equipo al esfuerzo, debe compensarse con compromiso de tu parte al respeto. Eres capitana, sí, pero no dueña de nadie y todos merecemos respeto.
—No voy a estar de mejores amigas contigo...
—Ni te pido eso. Es fácil, Brenda, somos todas parte de un equipo y todas valemos igual; eres líder pero no superior. Lidera, no maltrates. Usar por favor y gracias no te caería mal de vez en cuando. No es nada del otro mundo.
—¿Y si no accedo?
—Brenda, de la manera más amable te pregunto, ¿de verdad crees que estás en posición de negociar? No te estoy pidiendo nada raro, solo algo que ya deberías tener de por sí, y te estoy devolviendo a tu equipo. No me caes mal, así yo a ti sí te desagrade. Prefiero esperar a conocerte y ahí sí dar un juicio, de resto lo único que sé de ti es poco.
—¿Por qué me ayudas?
Pasa su mano de forma no sutil por su nariz, limpiando el reguero de mocos que su llanto ha dejado.
—No es hipocresía, te lo aseguro. Yo no finjo que soy amable, lo estoy haciendo de corazón.
—¿Es... es en serio esto, Emily?
Cuando baja la guardia, Brenda luce como una adolescente normal y no como una arpía traída del infierno.
—Sí.
Hace una pausa y luego asiente.
—De acuerdo, tenemos un trato. —Extiende su mano, con una renovada sonrisa. Sonrío a medias y extiendo mi palma, antes de que tome la suya, la retira y se torna seria—. Esto no va a cambiar nada, tú y yo no somos amigas.
—Me parece bien.
Estrecha mi mano ahora sí y me suelta, puliendo un gesto de desagrado por tocarme. Ruedo los ojos y abro la puerta para salir. El timbre suena.
—Gracias, Emily. —Escucho que susurra y no hace falta mirarla para saber que me está dando la espalda.
Eso es más de lo que esperaba viniendo de ella. No respondo y salgo del baño, caminando hacia el aula de biología para recoger mi maleta.
Desde del sábado cuando descubrí que Ethan no era 1 Fan y que me sentí como tonta por siquiera considerarlo, he estado pensando en quién podría ser y por qué, mas no doy con una cara o un nombre. Miré ayer las notas que ya he recibido; la primera fue hecha con recortes de las letras para formar palabras, pero las otras ya fueron escritas a mano. Han sido redactadas en papeles de colores y con marcadores de colores pero con tipografías que a primera vista diferentes pero detallándolas noté que es la misma pero con distintos manejos para parecer de varias manos. Los puntos de las íes son iguales y la curvatura de las eses. Además la firma no varía, así que es el mismo chico.
Hoy recién llegué y cuando el timbre ya había sonado y los pasillos casi estaban desolados, dejé una nota diminuta pegada a mi casillero con un simple "¿Quién eres?" en papel blanco. Llegué tarde a clase, pero no importa. Sé que hacer esa pregunta es como decir a mitad de la noche "¿Hay alguien ahí?" y esperar que el fantasma diga que sí y que viene a pasar la velada, pero no perdía nada intentando.
Con la esperanza de encontrar una nueva nota, llego a mi casillero luego de pedirle mi mochila a Samantha. Lo abro y una nota en papel amarillo cae. Ahogo un grito de emoción.
Soy 1 Fan
Creí que mis firmas eran suficientes para saber quién soy.
Las malas lenguas vuelan y dicen que Ethan te ha dejado plantada. Solo quiero que sepas que nadie tiene derecho a hacerte sentir menospreciada; vales tanto como te ames y debes amarte profundamente.
1 Fan.
No es que me decepcione realmente, pero tenía una pizca de esperanza de que me dijera "Sí, soy Mengano, voy en último año, mido dos metros y te amo". O algo así.
Tengo una hora de literatura antes del receso, pero antes de eso, tengo una espléndida hora de gimnasia. Genial.
Excusando con un día espléndido, es decir un sol que quema, el maestro nos ha sacado al campo detrás del colegio para hacer ejercicio. Brenda está acá con sus amigas, Brad, Ashley, Ethan y Ellie también. Supongo que es la única materia que todos compartimos porque somos muchos.
Por designio del maestro, calentaremos por quince minutos recorriendo el borde de la cancha tantas veces como los minutos den y si bien arrancamos todos al tiempo, la diferencia de velocidades y tamaño de piernas, ya nos tienen esparcidos por todo el rededor.
—Me enteré de la noticia —dice Ethan, alcanzándome y ralentizando su paso al mío de tortuga—. Así que eres una porrista ahora.
—Cómo vuelan las noticias —concedo.
Ver su perfil, así sea en medio del sudor y la trotada es una imagen digna de admirar.
—Es lo más maravilloso —dice—. Oye, quiero invitarte a salir.
—¡Claro! —chillo, un poco más entusiasta de lo requerido y me retracto de inmediato—. Digo, sí, veré mi agenda.
¿Acabo de decir que veré mi agenda? Necesito saber que todas las chicas son así de cortas de palabras y lucidez cuando andan de enamoradizas para no sentirme ridícula.
—¿Crees que puedas hacer un hueco en tu agenda para mañana en la tarde?
—Puedo acomodar eso —respondo, indiferente pero jadeante.
—Es una cita entonces... —Pasa su mano por la frente, limpiando el sudor de la carrera—. Solo... no le digas a nadie.
—¿Por qué?
— No quiero... que la gente sepa... puede salir en Instagram y quiero mi privacidad.
—Eso suena razonable.
—Te veo entonces.
Debe ser un peso muy grande ser el más popular y tener los ojos de todo el mundo encima. Aparte de incómodo y a veces vergonzoso.
Ethan apresura el paso y me adelanta sin problemas para reunirse con otros chicos que van a más velocidad. Escuchamos un pitido estruendoso y corto a la distancia.
—¡Armen parejas! —truena el profesor.
Ashley aparece frente a mí en cero coma dos segundos y me sonríe. Nos ponen a hacer abdominales; la primera tanda la hago yo y Ash se arrodilla sobre mis pies para mantenerlos quietos. Hago tres y termino acostada en el césped, jadeando. Ladeo la cabeza y veo a Ethan que hace equipo con Brad. Me esfuerzo para quedar sentada de nuevo, aún con Ash sosteniéndome.
—Oye, ¿cómo... es el cuento... con ellos? —Bajo de nuevo al césped y subo, al ver que el profesor va a pasar por nuestro lado. Dios, me arden los pulmones. Ash mira a donde le señalo y me mira a mí.
—Resulta que eran mejores amigos desde el colegio —empieza, en casi un susurro que se pierde un poco cuando bajo al césped. Las ganas de escuchar chisme pueden más que el agotamiento y continúo con mis abdominales y escuchando lo que dice—. De hecho, así se conocieron sus padres. Hace un año más o menos se casaron y ellos pasaron a ser hermanos.
—¿Y entonces... —jadeo y caigo al césped. Apretando el ombligo logro sentarme de nuevo— por qué se odian... a... ratos...?
La respiración se me va y caigo totalmente.
—¡Cambio!
No discuto y me arrodillo. Ashley se recuesta y me acomodo en sus pies para que ella inicie los ejercicios.
—Todo pasó como por diciembre. No supe muy bien qué pasó porque Brad no me ha querido contar por más... —Luego de tres abdominales, sus palabras empiezan a ser más trabajosas—... por más que le pregunto... Aún son... muy buenos amigos... pero desde esas épocas... ya no son como antes... Salen y todo eso... pero a gran panorama... no se toleran... yo sé que se quieren... y también... Uff, Jesucristo...
Ash no aguanta y cae de espaldas con un jadeo y sin una gota más de aliento. El sudor baja por su frente y el sol le da en los ojos.
—¡Cambio!
Empiezo mi nueva ronda.
—¿Decías?
—Sí... —Ash toma una bocanada fuerte de aire y recupera el aliento—. Ethan lo busca... me refiero a que sé que le ha pedido perdón por lo que sea que pelearon pero Brad es terco. Si tu alguna vez puedes verlos juntos, de lejos y prestar real atención, verás que Ethan está arrepentido y Brad opta por serle indiferente.
—¿Cómo es que... jamás... supiste...?
—Ambos se lo guardan. Ethan por remordimiento quizás y Brad... no sé, debe ser algo vergonzoso. De un tiempo para acá dejé de presionar para que me contara.
—Eso... es... muy raro... ¿no crees?
—No tanto. La gente tiene pasado, Em, no podemos saber todo de todos.
Puede solo ser impresión mía causada por la curiosidad pero creo haber sentido un tono personal en eso, como si hablara más de ella misma que de Brad, aunque también sentí ese sonsonete que zanja el tema, entonces mejor lo dejo ahí.
Cayendo rendida de nuevo al césped, miro de nuevo a los hermanos. ¿Qué será lo que pasó entre ellos?
Solamente estando a un par de metros de llegar a la dirección indicada como "Orfanato Kindly" caigo en cuenta de que voy a estar en un orfanato. Los nervios hacen mella en mí cuando pienso en mi extrema sensibilidad a las necesidades de otros y me veo llorando por ver a muchos niños que no tienen padres.
Nunca he estado en uno pero si yo no tuviera padres andaría triste todo el día, en cama, con ropa gris y reprochándole todo a la vida; eso, sumado a mi malestar general desde por la mañana no me presagian nada bueno.
Inspiro hondo antes de entrar y presentarme ante el encargado; es un hombre de unos cuarenta y tantos años, de cabello cano y mirada amable.
—Buenas tardes. Mi nombre es Emily Anderson y vengo de parte de la preparatoria Winston.
—Bienvenida. Mi nombre es Xavier y soy el director de Kindly. —Hace un ademán para que lo siga cruzando una puerta y obedezco—. No es mucho lo que debe hacer, señorita. Nuestras trabajadoras sociales se encargan de lo "oficial" —Enmarca la palabra en unas comillas—, ustedes solo deben estar a su disposición para colaborar en actividades con los más pequeños, pueden ser sus tareas escolares o recreación.
—Está bien —digo algo ausente.
El grisáceo de las paredes me da un aire de melancolía que ni siquiera los hospitales logran. A pesar de que afuera está soleado acá parece que el calor no penetra por miedo; el señor Xavier me encamina por un pasillo que me hace recordar a los corredores de un manicomio en una película que vi, exceptuando que acá no hay luces titilando colgando del techo ni locos en cada habitación. Llegamos a una puerta doble y enorme, por el pequeño agujero en el suelo logra verse que del otro lado hay una luz fuerte, quizás el sol, y también hay voces varias. Antes de abrir, Xavier se dirige a mí:
—Cada semana más o menos, una de nuestras voluntarias se disfraza para entretener a los niños. Hoy estamos en recreación y estoy segura de que a ella no le molestaría un poco de ayuda.
Dicho eso, pone ambas de sus manos en las dos manillas de la puerta doble y la abre hacia afuera. Un patio al aire libre se revela ante mí a dónde el sol y el calor sí llegan.
Hay más de una docena de niños y a diferencia de lo que esperaba, no es un ambiente completamente lúgubre; el color de la vestimenta de los niños si bien se mece en una gama de grises y negros, contrasta con la cantidad de flores que hay alrededor; plantas grandes, pequeñas e incluso una fuente diminuta para pájaros. Sonrío.
Los niños, a primera impresión, están entre los 4 y los 10 años y todos le sonríen al Minion gigante que baila para ellos al son de alguna música muy movida. El enorme personaje amarillo parece voltear en nuestra dirección e inclina hacia atrás el cuerpo, poniendo sus dos brazos amarillos y felpudos en su cintura, en jarra, en una gesticulación de ¿sorpresa?
Se acerca dando pequeños brincos, imagino yo que por la incomodidad que trae caminar con eso; al llegar a mí me toma la mano y me lleva a donde estaba, al frente y a la vista de todos los niños. Me suelta y empieza a bailar, invitándome a mí a hacerlo.
No lo dudo y dejo mi mochila en el suelo para comenzar a bailar. La improvisada coreografía le saca a los niños sinceras carcajadas y a algunos los contagia el movimiento corporal. Cualquier dolencia que tuviera, se desaparece momentáneamente.
Podría hacer esto por siempre.
Estando en este lugar, en estas circunstancias, ni siquiera hace que el cansancio llegue o el tiempo pase, solamente la sonrisa se fija y el sonido del regocijo de los niños me llena los oídos. Al cabo de varios minutos, la mezcla musical acaba y los niños aplauden. El minion saluda con sus dos manos y me toma la mía, para levantarlas juntas en el aire; me hala para salir por la puerta del lado opuesto a la que entré, esto sin dejar de despedirse a pesar de los abucheos de los niños por la partida.
—¡Muy bien! El receso ha acabado —escucho una nueva voz; al mirar hacia atrás de los niños, veo a dos mujeres maduras con aspecto de madres llegar a los niños—. Vamos a terminar las tareas de mañana y luego a cenar.
La atención de los niños se traslada de nosotras a ellas y el Minion aprovecha para arrastrarme más rápido hasta una pequeña habitación. Al entrar, escucho su, lamentable y felizmente conocida voz:
—Bájame el cierre.
Voltea el enorme cuerpo y el cierre a sus espaldas se revela. Lo bajo y se apresura en bajar su disfraz para liberar su cabeza y la mitad de su cuerpo hasta la cintura. Samantha me sonríe.
—¡Eso nos salió de maravilla! —exclama. Le sonrío—. ¡Qué genial que estés acá! A eso es a lo que yo llamo una afortunada coincidencia.
Si bien tengo mis reservas, sí... es una afortunada coincidencia.
—No te vi en el Club de ayuda a la comunidad.
—No estoy. Vengo de voluntaria por cuenta propia.
—¿Por qué?
—¿Viste la cara de esos niños?
—Sí.
—¿Necesitas más respuesta que eso?
De repente siento un cariño más especial por Samantha. Dentro de su... intensidad e hiperactividad nata solo tiene buenas intenciones. Niego con la cabeza a su pregunta.
—¿De dónde sacaste ese disfraz tan enorme?
—¿Te gusta? Tengo muchos de esos... bueno, tener, tener, no... mi mamá es dueña de una tienda de alquiler de disfraces en todas las tallas, así que tengo acceso ilimitado a todo su inventario.
—Qué ventaja tan enorme.
—¡Lo sé! Yo prefiero verlo como que todo encaja así porque Dios me quiere haciendo esto. Pero depende de tu perspectiva.
Sonriente, amable con la comunidad LGBTI, creyente en Dios, filosófica, pelirroja, miope, con ortodoncia y ahora voluntaria... Definitivamente Samantha no es una más del montón, ella es especial. En un buen sentido... o como ella dice, cuestión de perspectiva.
—¿Siempre es así? Me refiero a... venir a hacer voluntariado.
—Sí y no... digo, no siempre traigo disfraces tan enormes; a veces solo es a ayudar a los niños, a hablar con ellos. Te sorprendería la madurez de un niño de 8 años que ha vivido acá toda su vida y lo mucho que tienen que decir... se aprende de ellos.
Mientras habla se va quitando del todo su disfraz hasta que vuelve a su ropa de siempre y dobla al Minion para ponerlo en una enorme bolsa negra. Saca su celular de una mochila que estaba acá cuando entramos y sigue hablando aún con su atención en el teléfono.
—Vengo acá de vez en cuando, una o dos veces por semana; suelo llegar ya con el disfraz aunque salgo sin él. Los niños no pueden saber que la de los disfraces soy yo, le quita la magia... —Calla un momento para mirar con detenimiento algo en su celular y luego se encoge de hombros—. Ese Ethan otra vez en lo mismo... es el colmo que...
—¿Ethan qué?
—Ethan Williams.
—Me refiero a qué... a qué te refieres con que vuelve a lo mismo.
—A su relación de va y viene con Brenda... creo que ya todos han perdido la cuenta de cuántas veces salen y dejan de salir... Lo peor es que no han sido novios como tal, a menos que lapsos de una semana sí y tres semanas no, cuenten como relación. Hoy en día no se sabe cuándo hay una relación porque nadie quiere nada serio y entonces...
—Espera —freno su eterna verborrea—, ¿cómo...? ¿de qué hablas exactamente en este preciso momento?
Indiferente a mi intranquilidad/dolor, Samantha me muestra lo que está mirando en su celular.
Hay una foto en el Instagram de Winston en la que la rubia bonita y el capitán de fútbol están junto a las gradas del gimnasio de la preparatoria, se están mirando a los ojos y sonriendo cual enamorados, además de que Brenda tiene su mano en la rodilla de Ethan, muy cariñosamente.
El enunciado de la foto dice «Back in the game ♥»
Al parecer el golpe emocional de eso es tan fuerte que hasta Samantha, aún tan distraída como siempre, lo nota.
—¿Qué pasa?
Podría mentir, pero la mente no me da para procesar una buena mentira.
—Ethan me invitó a salir hoy.
Samantha hace una mueca con su boca entre lástima y esa expresión de "Upss, no debí mostrarte eso".
—Tal vez... emm... tal vez la foto está malinterpretada. Y como tal nunca "han salido", puede que solo sean amigos y... además ese Instagram es muy amarillista...
Aparte de la foto, miro en el teléfono de Samantha la hora. Faltan cuarenta minutos para las cinco. El tiempo pasó volando y ya no alcanzo a ir a casa a almorzar, debo irme ya a Sesentas 60's.
—Sí, tal vez. Oye, fue un gusto, te veo mañana en clase, debo irme ya.
Por primera vez, Samantha solo asiente y se queda callada.
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