|CAPÍTULO O2|


La oscuridad de los iris del chico frente a mí parecen apaciguarse cuando ve mi tono colorado. Miro en cualquier dirección que no lo incluya a él y trago saliva. Lo primero que pienso es que muy posiblemente es uno de los que estaba en la cafetería a la hora de mi incidente y que ahora se va a burlar de mí. Para mi sorpresa, no lo hace.

—Lo siento mucho, ¿estás bien?

¿Es posible tener sentir un crush por una voz masculina? Casi parece que es locutor de radio juvenil. Asiento casi imperceptiblemente, incapaz de formular más de un monosílabo.

—¿Eres nueva?

—Ajá...

—No hablas mucho, ¿eh?

Niego con la cabeza, sintiendo más fuertes aún los colores de mi rostro. El chico sonríe y parece que el pasillo se deslumbra con esa blancura que hace juego con su cabello castaño que remata con unos mechones claros en el centro.

—¿Te toca matemáticas? —cuestiona, mirando el salón tras él.

—Sí. —Aclaro la garganta—. Y voy un poco tarde.

—Yo también la tengo pero ese maestro da lata y no da clase en el primer día —asegura—, así fue el año pasado y mi hermano cursa con él en la clase de más temprano y me dijo que este año es igual. —El chico rueda sus ojos con fastidio ante la perspectiva del maestro —que yo no conozco— hablando de su vida. Luego, añade:—. No entremos —propone. Abro los ojos como platos—, yo iba de salida y prefiero no estar solo. Y si no hablas mucho, eres como la compañía ideal.

En mi mente se balancean las dos caras de la moneda: puedo irme y quizás pasar una buena tarde con este chico, que descubra mi nulo carisma y mágicamente se enamore de mí, o puedo entrar a matemáticas y no arriesgarme a que llamen a mi padre a darle quejas. Mi lado ausente de necesidad de hacer maldades donde la bondad manda, me obliga a declinar, aún cuando deseo con cada parte de mí irme con él.

—¿A dónde?

Lo recóndito de mi mente me grita «¡¿NO QUE IBAS A DECLINAR?!», pero en mi defensa diré que fue algo espontáneo.

—Hay un...

—Buenas tardes, muchachos —suena una voz juvenil a espaldas del chico. Este apreta los párpados antes de componer una sonrisa y voltear—. Me alegra que hayan llegado a tiempo. Sigan.

Señala el salón y es entonces cuando caigo en cuenta de que es el maestro. ¡Es el maestro! Podría ser un hermano mío... o mi novio si fuera más imaginativa. Pero no lo soy. Cuando paso frente al que es el maestro para ingresar al aula, puedo oler la maravillosa fragancia a perfume varonil que emana de él; reprimo un suspiro y sigo. Supongo que el maestro no es nuevo, esto lo deduzco porque en los puestos de adelante están solo las chicas con un aire de soñadoras con el que no pueden y todos los varones están bien atrás y con cara de pocos amigos. El chico que me chocó toma su asiento atrás también y me dedica una mirada que me dice que no está muy alegre de haber entrado y que la culpa es mía. Upps.

Encuentro un único puesto disponible y ya que parece que las chicas andan en modo fangirl adelante, me toca atrás, un puesto adelante del chico que ahora parece odiarme.

—Muy buenas tardes —inicia el maestro—. Para los que no me conocen soy Harry Levison, el maestro de matemáticas y...

Desde mi posición bien atrás puedo notar que su mirada se dirige a la mía cuando dice lo de a los que no me conocen y la profundidad de sus azules ojos es suficiente para poner mi cara roja. Con toda la naturalidad del mundo el maestro se quita su chaqueta y es entonces cuando lamento no haber llegado diez minutos antes para agarrar puesto adelante. Trae una camisa de satén plateada que demarca su muy bien trabajado abdomen. Los suspiros sutiles de las chicas casi hacen contraste con los resoplos y gruñidos de los chicos. Yo me limito a tragar saliva.

—El programa de este semestre lo he diseñado para que no solo sean matemáticas, sino... —Deja la frase en suspenso por unos segundos en que las respiraciones de todas las féminas se retiene—. ¡Divertimáticas!

Las risas no se hacen esperar aunque es más por el hecho de que él lo haya dicho, no realmente lo que dijo. Cuando el maestro ve la respuesta que tuvo su chiste malo, sonríe e ilumina todo a seis metros a la redonda. Su barbilla cuadrada se deforma un poco por un hoyuelo en el mentón cuando curva los labios. Me pregunto cómo besará...

Cada palabra que el maestro pronuncia puede ser fácilmente música para mis oídos, su voz es aterciopelada y profunda, de esas que esperas te despierten cada mañana con un Buenos días. No dejo de observar el movimiento de sus labios con cada sílaba, mas no tengo ni idea de lo que está hablando y no sé si son imaginaciones mías pero cada que nuestras miradas se cruzan, se detiene en mis ojos un poco más que con el resto. Casi puedo sentir los angelitos de amor flotando alrededor de mi cabeza, pululando a la vista de todo el mundo mientras inconscientemente le sonrío, porque que me está coqueteando. Los cupiditos imaginarios se hacen más intensos con cada segundo, casi los siento acariciándome el brazo y ahora casi me duele en la parte de la nuca. Esperen, eso de verdad me dolió y ahí llegó otro. Giro bruscamente la cabeza y veo al chico de hace un rato atentar de nuevo contra mí con un borrador.

—¡¿Pero qué...?! —Mi grito se corta a la mitad cuando recuerdo que estoy en el aula y no en un lugar público. La voz aterciopelada del maestro se calla y la mirada de todos repentinamente gira hacia mí. El chico esconde una risa bajando la cabeza y mi rostro se calienta de nuevo. Cuando los hermosos cielos del maestro me observan, me decido a improvisar— ¡Divertidas matemáticas!

Esta vez también hay risas, solo que no ensoñadoras como las de antes, sino de burla pura y dura. Lentamente y sin mirar al imbécil de atrás mío, me siento de nuevo. El profesor me mira con las ganas de soltar la carcajada, mas no lo hace. De hecho, deja pasar el tema y sigue con sus lindas palabras.

Uno pensaría que el tiempo es una fuerza constante contra todo lo bueno y lo malo, pero no. El tiempo se detiene en matemáticas. Al maestro Harry le tomó solo cuarenta minutos su charla sobre la vida y presentaciones y los otros ochenta minutos han sido un repaso de lo que se supone debimos haber visto el año pasado. Si antes en mi otra escuela no ponía atención y me iba mal, ahora peor que solo puedo concentrarme en la masa de glúteos del maestro cuando se gira al pizarrón.

Pronóstico para esta materia: se fue a la verga... del maestro. Digo, la voy a perder.

Cuando la eternidad de clase parece darse por concluída, todos empezamos a poner el libro y el cuaderno en nuestras mochilas. En el alboroto de cada uno en su mundo guardando las cosas, levanto la mirada ante la sensación de estar siendo observada. Los hermosos ojos azules del maestro están clavados en los míos y un escalofrío me recorre. Cuando la intensidad de su mirada se me hace insoportable, agacho la cabeza y cierro la cremallera de mi mochila. Antes de que pueda moverme, siento una mano en mi hombro.

—Estamos a mano, rarita —dice el chico que me lanzó el borrador. Si no estuviera tan lindo, estaría a la defensiva, pero esa sonrisa ladeada... pero, no. Me dijo rarita.

—Pero si yo no te he hecho nada.

—Me hiciste entrar a la clase, rarita.

—Mi nombre es Emily.

—Y el mío Brad y el maestro es Harry.

—Lo sé.

—Claro que sí, casi te tropiezas con tu baba ahí saliendo por estarlo mirando —dice.

Como si eso no fuera suficiente para que mi vergüenza subiera al tope junto con el cereza de mis mejillas, la voz preciosa del adonis matemático suena a mis espaldas.

—¿Me permite un momento, señorita Anderson?

Cuando volteo el cuerpo para quedar frente a él no puedo evitar el suspiro que se me sale al verlo tan alto. Me sonríe en una media curvatura de labios que lo hace más y más sensual. No vi en qué momento el tal Brad salió, pero sé que ya estamos solos.

—Claro, profe —ronroneo.

Me hace una seña para que me siente de nuevo y eso hago. Él hace lo mismo en el pupitre de al lado y apenas y cabe por el tamaño de su cuerpo.

—¿Cómo estás, Emily? —Mi nombre en sus labios suena sublime. Tendrá unos... ¿26 o 24 años? ¿Qué tan legal sería que...?—. Puedes ser sincera conmigo.

—Estoy... bien —susurro, sintiendo las palabras atascadas—. Muy bien.

—¿Segura? —murmura de vuelta. Que alguien me diga que es una pregunta normal y no un coqueteo descarado como suena para mí. Casi siento que si me dejo llevar al menos un poquito puedo tocarle el hombro y...— Tenías una mirada muy extraña en clase.

La nube en la que flotaba mágicamente camino a los fuertes brazos del profesor Harry, se esfuma como si le hubieran mandado un balde de agua fría que dice "vergüenza por todo lado". ¿Será que notó que lo veía como una loca enamorada?

—Extraña... ¿extraña cómo o qué?

—Estabas como ida, como si no me prestaras atención —explica—. Como si andaras de enamorada y si no fueras tú, me atrevería a decir que de mí —dice eso último rematado con una risa genuina.

Me tomo un segundo para analizar la parte de "si no fueras tú". ¿Tan del asco estoy?

—Yo no...

—Solo quería decirte que no estás sola —interrumpe, con una dulzura irrompible en su tono— y que creo que eres valiente por atreverte a que todos te vean sin que te importe lo que digan.

Ahora todo tiene sentido. Él debió ver mi escena en la cafetería y siente una lástima medio respeto por mí por seguir andando con la dignidad en los suelos pero la frente en alto. Lo malo es que al parecer me tomó por alguien demasiado torpe como para enamorarse de él. Pero erró.

—¿Gracias?

—No, gracias a ti. Personas como tú y así de jóvenes, son casi una inspiración para nosotros que aún no somos capaces de hacer lo que tú.

¿Capaces de caerse en una cafetería y luego seguir con su vida sin suicidarse? O el maestro me tiene tan maravillada que no capto el mensaje o soy estúpida porque no entiendo.

—¿De hacer qué...?

—De mostrar lo que son. Esa blusa es muy bonita, Emily y tienes valor en usarla y no te la quites nunca aunque la gente te diga lo contrario.

¿Será que las caídas de hoy me afectaron el oído y ya no oigo lo que me dicen con claridad?

—No entiendo mucho, la verdad —confieso.

—Lamento si te hice sentir incómoda, Emily. —Se levanta de su pupitre y camina hacia su escritorio—. No te quito más tiempo y acá entre nos, lo que te dije es cierto, no estás sola. Yo soy uno de los que está contigo.

Tras decir eso ¡me guiña un ojo! Uno de sus sensuales ojos azules se cierra en mi dirección con una sonrisa coqueta. Creo que si respirar no fuera automático, ya habría olvidado cómo hacerlo con ese gesto.

—Gracias —repito como lora pendeja.

—Nos llevaremos bien en esta clase, Emily. Solo espero que puedas prestarme atención a la próxima, puedes andar todo lo enamorada que quieras pero debes dejar a tu chica fuera de tus pensamientos para entender las matemáticas.

Acaso... ¿acaso él dijo que mi chica? Esto se pone cada vez más raro. Cuando pretendo preguntarle más, un alumno que luce menor que yo entra en el aula y pide palabra con el maestro. Él me dedica una mirada que dice que me retire y eso hago aunque con un lío mental más enorme que los problemas de Baldor y eso es una ironía.

Con mi mochila en mi hombro camino por los pasillos buscando la salida ya que las clases por hoy han acabado. Pensando distraídamente en las palabras del maestro, mis manos llegan a mi blusa y la palpo, esperando hallar el motivo de su comentario más no la siento extraña.

Como si de una fuerza ajena se tratara, mi cuerpo es impulsado a uno de los baños que queda cerca de la puerta. Solo para mirarme al espejo y hallar la respuesta.

Nada más entrar, las dos chicas que hay allí salen tras darme una rápida y desdeñosa mirada. Este día es cada vez más raro.

Pongo la mochila en el lavabo y me observo en el reflejo. La blusa es de un amarillo normal, no veo nada raro. La palpo a los lados y no está rota, me miro desde los dos ángulos y nada. Giro para verme la espalda y ahí está la respuesta. ¡No puede ser!

En medio del amarillo pollito hay un dibujito con la frase ORGULLO LGBT.

¡¿Cómo no lo vi antes?!

He estado andando por el colegio con esta blusa como si nada y todo el mundo habrá pensado... y... ¡no! Si el profesor me dijo "No estás sola, yo soy de los que está contigo" quiere decir que él... ¡NO PUEDE SER!

¿Es que mi primer día no podía ser normal?


¿Qué tan cliché fue?    ↓ ↓ ↓ ↓ ↓ ↓

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