|CAPÍTULO 1O|
He descubierto algo el día de ayer sobre Samantha y es que nadie sabe qué onda con ella. Le pregunté a Ashley, a Brad, incluso a Ethan por medio de mensajes anoche y al parecer todos saben quién es, qué hace pero eso es todo. Aparentemente desde que recuerdan todos, indiferente del tiempo que llevan estudiando juntos, Samantha ha estado en cada evento escolar, en las clases, en el bus, en las actividades extracurriculares... Samantha es alguien fácil de recordar porque su actitud y aspecto son de los que impactan y dejan huella y sin embargo, eso es todo.
No saben cuándo cumple años, cuántos años tiene, nadie ha visto a sus padres, dicen que sus notas las recoge ella misma con una nota de ellos diciendo que no pueden asistir. Sé que tiene un hermano porque eso me dijo el primer día que me habló pero nadie sabe quién es, si es mayor o menor, si estudia o no... ella es un misterio que nadie quiere o puede descifrar.
Todas esas dudas me surgieron ayer cuando en la cafetería ella se ubicó en toda la mitad y con solo levantar su mano puliendo una sonrisa, todos guardaron silencio para prestarle atención de buen agrado.
—¡Hola, chicos! —inició, con su chillona y estridente voz, algunos asintieron, otros solo le sonrieron—. Como saben, nuestro primer baile se acerca y es para celebrar el amor...
La manera coqueta y tierna que usó, despertó las risas amables de varios y los cuchicheos de algunas al enterarse del futuro evento.
—Chicos, supongo que ya tienen en mente a quién van a invitar a este amoroso evento.
Involuntariamente y aprovechando que la atención de todos estaba en ella, giré a mirar a la mesa del otro extremo donde Ethan estaba con varios compañeros —no los del equipo de fútbol o las porristas o su hermano— y lo pillé mirándome también. Me guiñó un ojo y desvió la mirada a Samantha de nuevo. Reteniendo la sonrisa, hice lo mismo.
—Pues lo lamento, pero no podrán invitar a nadie —agregó Samantha. El suspenso que le puso a su afirmación fue guindado con una sonrisa traviesa y la expresión de confusión del público—. Los bailes escolares en años pasados han dejado a varias personas sin acompañante, por lo tanto no asisten. Pueden ser chicos o chicas, pero siempre hay quienes se rezagan, sea porque no fueron invitados o porque no tuvieron el valor de invitar. Estamos en una época en que deberíamos abogar todos por una inclusión total pensando en los demás, especialmente a los que siempre olvidamos y no solo en nosotros mismos; debemos ver más allá de la superficie de las personas, nunca se sabe si tu alma gemela o el amor de tu vida viene en un empaque diferente al que tú esperabas. Debemos darnos la oportunidad de conocer a la gente que se sale de lo que buscamos, solo así podremos ser una sociedad más amorosa.
El silencio total de los estudiantes, al parecer escépticos al plan de Samantha, a cambio de bajarle su entusiasmo, la hizo sonreír más ampliamente.
—San Valentín es una tradición dedicada al amor romántico, pero este año hemos decidido hacerlo dirigido a todo tipo de amor, los amigos se aman, los hermanos se aman, las parejas se aman, e incluso los enemigos aman odiarse, así que teniendo ya el permiso de los directores, este baile funcionará así:
Hizo otra pausa, de esas que recogen las reacciones de los demás para poder continuar. Nadie estaba precisamente emocionado por saber cómo iba a funcionar pero nadie le objetó, solo esperamos. Tardó seis segundos en retomar su discurso.
—Acá tengo una cajita mágica —Levantó una caja negra con una ranura en el centro, cajita que al parecer yo no había notado que traía— que me ayudará a saber quién viene y quién no. La cajita estará junto a mi casillero de acá al jueves, solo deben poner su nombre en un papelito cualquiera y meterlo acá si quieren venir al baile. El jueves me llevaré todos los nombres y yo misma los emparejaré, asumo de antemano que los hombres son quienes quieren estar en el lugar de "invitar", pero si alguno quiere estar en el lugar de "invitado", basta que lo pongan allí. Igual si alguna chica quiere invitar y no ser invitada. Su pareja será un secreto, solamente el que invita lo sabrá. Yo me encargaré de darle la dirección de su casa y este llegará a recogerlos el día del baile.
—¿Y si no quedamos conformes? —dijo una voz a la derecha. Todos miramos hacia allí y era Brenda.
Samantha no se inmutó.
—Les emparejaré a alguien para un baile, no para matrimonio. Puede ser el amor de su vida, puede que incluso solo lleguen a ser amigos o en el peor de los casos, ni siquiera amigos. Eso es lo divertido de la ruleta del baile.
—¿Y si llega a mi casa alguien que me desagrada? —replicó Brenda y no pude evitar (asumo que a propósito) mirar a Ethan.
—Estamos en una escuela, Brenda, no en una sede de torturas, nadie te va a obligar a hacer nada. Así funciona —Hizo un gesto que nos abarcaba a todos—, y esto es para todos: si decides participar, pones tu nombre en esta cajita y yo te emparejo, esto es para que los que no vayan este año sea porque no quisieron y no por falta de oportunidad; si el día del baile alguien que no es de tu agrado aparece en tu puerta, estás en todo tu derecho de ciudadana de decirle a esa persona que no quieres venir con él o ella, pero entonces no vas a poder asistir al baile. Ya queda en tu corazón y en tu nobleza si luego de tener todo listo, estar vestidos y que tu pareja llegue a tu casa con toda la voluntad, le dices que no.
—¿Y si quisiera venir sola?
—No es posible. Les he planteado a las directivas el objetivo y los motivos de este proyecto experimental y todos han estado de acuerdo. Dentro de ese acuerdo quedó estipulado que con el fin de que la no-discriminación y la amistad, el que decida entrar lo hará para ayudar con el proyecto, entonces, si no cumples, no asistes. No se te sancionará, no se te va a juzgar, no se te quita el derecho de elegir pero sí el de asistir. La pareja que tú has rechazado está en todo el derecho de venir solo, porque no fue su culpa.
—No me parece justo —arguyó Brenda.
—Y te repito —insistió Sam, sonriente—. No estás obligada.
—Pero es que yo sí quiero estar en el baile, pero me parece injusto que un tercero me imponga con quién debo venir.
Los ojos de unos cincuenta estudiantes miraban de Brenda a Samantha como en un partido de tenis. Se notaba que Brenda estaba super en desacuerdo con el plan porque involucraba amabilidad y esa es una palabra que no está en su diccionario, pero Samantha supo manejar la situación.
—Bueno, Brenda, hay muchos bailes en la ciudad, las condiciones acá dadas aplican únicamente para el baile que yo organizo en esta escuela, puedes ir con quien gustes a cualquier lugar, baile o evento pero este en específico tiene reglas y son estas.
—¿Y quién te crees para hacer lo que deseas con el baile? —espetó.
A ese punto pensamos que Samantha le iba a responder mal o que iba a llegar la discusión a instancias mayores pero de nuevo, la pelirroja hizo gala de su calma y de su control total de su actitud y carisma.
—No me creo nada, Brenda. Soy la directora del comité escolar de eventos y actividades, las inscripciones para entrar a ese comité se hicieron hace unos días y tu nombre no estaba allí así que no puedes reclamar al respecto. Si quieres saber, también me encargo de organizar los horarios de entrenamiento de las porristas para que no se interpongan con los de voleibol, baloncesto, fútbol y soccer, femenino y masculino, porque te recuerdo que solamente hay un campo de deportes y tenemos más de cinco equipos de distintas áreas, y aunque no lo creas, el equipo de animadoras no es el centro de esta escuela y su capitana tampoco.
Cuando acabó esa primera parte de la respuesta, todos miramos a Brenda que había agachado su mirada y observaba desde abajo con un poco o un mucho de ira contenida directo a los ojos de Sam sin saber qué contestar, parecía un león a punto de atacar. Entonces la alegre Sam continuó:
—Por supuesto, si sigues sin estar conforme, existe en el reglamento escolar algo que puede ayudarte. Allí dice que cualquier miembro, capitán o director de cualquier actividad o deporte que se haga dentro del lugar, puede ser destituido si hay un cincuenta por ciento más uno de los estudiantes que así lo desean. Se le llama democracia. Estás en todo tu derecho de crear una propuesta escrita y conseguir firmas de aprobación del cuerpo estudiantil, si consigues el porcentaje que se necesita, quedaré fuera del comité, podrás tomar el cargo y hacer el baile como quieras.
Samantha aguardó una respuesta y al no obtenerla, y sin borrar o disminuir su sonrisa amable, zanjó el tema y se dirigió una última vez a los presentes.
—Todo lo que acabo de decir es perfectamente válido para cualquiera de ustedes y si bien no estamos todos los integrantes de la preparatoria acá, deseo preguntarles, ¿alguien más está en pleno desacuerdo con esto? —Nadie levantó la mano. Pudo ser porque realmente no les importaba o porque Samantha daba miedo, sea como fuere, a vista general, todos parecíamos estar de acuerdo—. Muy bien, me alegra mucho que estén abiertos a este proyecto. Ya saben dónde estará la cajita, ¡sigan con su descanso!
Y salió de la cafetería.
Ashley a mi lado, me tomó del brazo.
—¿Viste eso?
—Todos lo vimos.
—Aparte de ti, nadie le había hecho frente a Brenda.
Ahí fue donde entraron mis dudas.
—Y ahí está ella. Oye, ¿qué onda con Samantha? ¿Siempre es así de... no sé, así?
Ashley frunció la frente y negó con la cabeza, luego se encogió de hombros.
—Ni idea. Que yo sepa nadie tiene problemas con ella, y como viste, ella parece no tenerlos con nadie. Dentro de todo, fue amable y no hubo nada de rencor o recelo en su voz.
—Y hasta hizo callar a Brenda —añadí—. Dudo mucho que si a ella se le da por hacer eso de las firmas, consiga la cantidad.
—No va a hacer nada —bufó—. Brenda es de las que mucho ladra y quiere morder pero es mueca. Es inofensiva.
El revuelo de duda sobre el manejo del baile de San Valentín solo duró lo que faltaba de la hora de receso. Ya después, en clases y a la salida, se rumoreaba con emoción sobre el proyecto de Sam y cada quien se hacía a las fantasías de quién iba a ser su pareja sorpresa. Por mi parte he querido hablar con Ethan al respecto. Yo no he puesto mi nombre en la caja de Samantha y no sé si quiero hacerlo, si es ella quien nos busca pareja, dudo mucho que sufra de una fiebre terminal y delirante que de algún modo la haga ponerme junto a mi chico secreto y así las cosas cuadren como en una película y tampoco tengo deseos de ir con nadie más que no sea él.
Pero eso no fue lo único que sucedió especial el día de ayer.
Luego de bajarme de la ruta 13 para llegar a mi casa, tras haber pasado todo el trayecto escuchando a la organizadora haciendo mil planes para la decoración, un mal presentimiento me invadió. Fue como si una nubecita invisible pero de algún modo gris, me envolviera cuando vi la fachada de mi casa a unos metros de distancia. Sentí un cosquilleo desagradable cuando encontré a nuestros perros afuera en el jardín, y no adentro como siempre. Me vieron y se lanzaron a saludarme, igual que cada día, mas cuando entré, no lo hicieron conmigo.
Papá estaba en la cocina y las gemelas cerca de él, en el comedor. Las saludé a ambas y luego le di un beso a papá.
—¿Qué haces, pa?
—Preparo puré de manzana para tus hermanas.
Estaba sorprendentemente callado y distante, como distraído.
—¿Todo bien, pa?
—Todo bien, ¿por qué?
—¿Qué hacen los perros afuera? —solté.
—Querían sol. —Batió de pronto algo en un cuenco y lo dejó de golpe, como apresurado. Se giró hacia mí—. De hecho, te tengo una sorpresa.
Tenía una sonrisa apretada y fingida, como esas que das cuando vas a dar una mala noticia esperando a que se la tomen bien.
—¿Qué sorpresa?
Nathaly hizo un ruido con la boca, algo similar a un "pa" y volteé a mirarla por instinto, al hacerlo, miré más allá donde dos maletas de un negro mate con cremalleras verdes brillante, reposaban en una esquina. Solo había visto unas maletas tan feas antes...
—¿Pa...?
La cadena del inodoro del piso inferior sonó y luego la puerta. Abrí los ojos como platos y papá se encogió de hombros, de nuevo con esa sonrisa de disculpa.
A los pocos segundos, un torbellino vestido en cuero negro con algunos brillos rosas en la blusa blanca llegó corriendo a mí. Me tomó de los hombros e hizo un saludo extraño en que se suponía que me besaba ambas mejillas, pero sin tocarme realmente.
—¡Emily! ¡Me alegra tanto verte!
La sonrisa impoluta de Cristina Crespina adornada por sus dos convenientes hoyuelos hizo juego con su voz de niña de cuatro años.
—Cristina... ¿qué haces acá?
—¿Tu padre no te dijo? —preguntó con una inocencia que no se sabe nunca si es fingida o sincera. Miró a mi padre.
—Era una sorpresa —se excusó él, pobremente.
Mis padres fueron la pareja estrella de su preparatoria. Como todo estudiante popular, ellos, cada uno, tenía un mejor amigo (amiga en el caso de mamá) y ellos, por cosas del destino también se juntaron hace más de veinte años. Ellos tuvieron a su primera niña al poco tiempo de salir del colegio, ahora debe tener más de veinte años. La segunda fue esa criatura que estaba en mi casa y recientemente habían tenido gemelos, casi a la par que mis padres. Crecimos todos juntos como si fuéramos familia, y es que para los lazos que nuestros padres tenían, sí somos familia, ellos son como hermanos lo que nos hace a nosotras primas.
Fuimos compañeras toda la vida, de colegio, de clases de baile, en las tardes nos hacían estar juntas cuando mi madre iba a su casa o la suya a la nuestra... en fin, hemos pasado más tiempo que el de un par de hermanas normales y aún así, nunca he podido tolerarla.
Ella es lo que uno podría llamar la señorita perfección. De modales perfectos, nunca maldice, nunca se cae, nunca tropieza, nunca una mala nota, nunca una arruga en su vestido, casi nunca usa pantalón porque según ella las faldas son indispensables para una mujer, super femenina, consentida, siempre feliz, dientes maravillosos de nacimiento, uñas arregladas, creo que hasta menstrúa mermelada porque al parecer todo en ella es un pedacito de cielo.
El que piense que eso es alguna especie de envidia, puede irse de acá, gracias.
Cuando era niña se negaba a jugar conmigo en el parque porque no quería ensuciarse, se negaba a comer de mi lonchera porque la de ella era más nutritiva, hasta se negaba a comer helado porque era muy frío. ¡Un helado!
Mis padres saben que desde siempre ella no me agrada; claro que por respeto a sus amigos nunca lo hicieron público y yo tampoco jamás dije nada, pero cuando nos mudamos a esta ciudad luego de la partida de mamá, mi mayor alivio era no tener que ver a doña cortesía y perfección a diario siendo tratada como una princesa.
Eso explica más o menos por qué mi papá me lo había ocultado.
—Así que estás de visita... —murmuré con una mueca. Ella negó.
—No... dile a tu papá que te explique —repuso con euforia.
Fulminé a mi padre con la mirada.
—Sí, Em, bueno, ella va a...
—¡Voy a vivir acá por este semestre! —explotó Cristina.
Si hubiera estado bebiendo un vaso con agua, me habría ahogado al recibir la noticia y habría muerto. Quizás eso habría sido mejor.
—¡¿Q...?! —No alcancé a gritar nada, papá me interrumpió.
—Cristina, ¿puedes hacerme un favor?
—Claro, tío.
Odiaba que le dijera tío. O sea, está en su derecho, pero lo odio.
—Volteando la esquina hay un supermercado, ¿puedes ir y traerme un poco de azúcar?
—Claro que sí.
Doña sonrisas tomó el dinero y prácticamente saltando cual venado, salió de la casa. Entonces me puse firme frente a mi padre.
—¿Qué rayos hace Cristina Crespina en mi casa y qué hacen los perros fuera de la casa?
—Crespina —repitió papá con una carcajada. Es cierto que siempre nos reíamos de su apellido cuando lo decíamos en voz alta pero yo no estaba para bromas—. Jaja, nunca se lo pasé a Marc cuando íbamos en el colegio y ahora su hija... —Se rió con más ganas—. ¡Crespina! Y su pelo es bien lisino.
—¡Papá!
Le tomó un par de segundos recomponerse.
—Lo siento, cariño. Sé que no te agrada mucho, pero es una buena chica...
—Lleva medio día en la casa y ya sacó a mis perros.
—Es alérgica.
—Yo soy alérgica a ella y no puedo pedirle que se quede en el patio. ¿Por qué se va a quedar? Estamos en enero, ¿y se piensa quedar hasta julio? ¿Sus padres no la aguantaron y se turnan contigo?
—No, Em... verás, Cristina es complicada y hace poco tuvo un novio...
—Pobre alma en desgracia —interrumpí.
—... y terminaron o algo así —continuó— y ella estaba mal y Marc lo notó, así que habló con ella. Al parecer estaba enamorada, ya sabes, el amor adolescente y sus notas bajaron.
—No imagino a Cristina sacando un cuatro.
—Bajaron a nueve. —Entrecerré mis ojos—. ¡Es el primer nueve que saca en su vida! Estaba preocupada y le dijo a su papá que necesitaba alejarse del chico ese para volver a su vida de siempre.
—¿Y no podían mandarla a Canadá?
—Vamos, cariño, yo la he ayudado a criar por más de dieciséis años. Tú también has sido criada por Marc y Amanda, ¿crees que ellos te darían la espalda?
—No —respondí entre dientes, blanqueando los ojos. Los casi tíos eran realmente algodones de azúcar conmigo y me consentían mucho
—Bueno, ahí está. Se quedará este semestre, ya está registrada en tu escuela.
—¿Si yo tengo una crisis amorosa puedo irme con los tíos y dejarte acá con ella?
—No.
—¿Por qué?
—Porque te amo.
—Eso dice mucho de los tíos.
A regañadientes dejamos el tema ahí porque yo iba tarde para todo y tras comer algo de mala gana, me fui para el Orfanato y luego a trabajar con la esperanza de no darle tantas vueltas al asunto.
No sé cómo le hace Cristina pero su aspecto siempre es perfecto. Literal, su cabello parece que ha sido acomodado con gel de altísima duración porque no se escapa ni un solo pelito de su peinado pero no puede ser gel porque permanece suave al tacto. Su caminar es de princesa, con la mirada al frente, la velocidad tranquila y solo falta que bandeé la mano a su paso para que parezca de la realeza.
Y eso es algo que en un martes común como hoy todos parecen admirar.
Las novedades siempre llaman gente, siempre llaman la atención, eso es seguro y Cristina no es la excepción. Asistió hoy con un vestido de un verde opaco muy bonito que deja ver la mitad de sus brillantes piernas haciendo juego con unas sandalias que exhiben su pedicura con adornos.
Llegó conmigo agarrada de gancho y con su sonrisa de comercial mientras todos a nuestro paso se la quedan viendo. Es tan fastidioso. Yo apenas y alcancé a bañarme en la mañana y me siento como una vagabunda a su lado.
Cuando llegamos a mi casillero, Cristina me suelta y se gira para mirar a su alrededor. Sonríe y asiente. Anoche me negué rotundamente a que durmiera conmigo en mi habitación y usé a mis pobres perros de excusa, a que no los iba a dejar afuera y que mi cama ya estaba llena de pelos que podían afectar su alergia, así que durmió en el sofá mientras acomodamos algo mejor y de esa manera he logrado evitar hablar mucho con ella, pero a la hora de venir a estudiar, no pude sino traerla conmigo.
No es por ser malvada, pero tampoco quiero que esté todo el santo día pegada a mí, y además la curiosidad me carcome, así que con la esperanza de que me cuente y de paso a que se incomode, pregunto:
—¿Qué fue lo que pasó que decidiste venir?
No deja de sonreír suavemente.
—Problemas del corazón, ya sabes.
—No, no sé...
Antes de que me responda, Ashley se acerca y me abraza con afecto a modo de saludo, abro mi casillero para desviar la atención. Mi prima se presenta solita.
—¡Hola!
Ashley me mira a mí y luego a Cristina, como preguntándose si la extraña se dirige a ella realmente.
—¿Hola?
—Mi nombre es Cristina Crespina.
Ashley aprieta los labios para no reír.
—Soy Ashley. No te había visto.
—Soy nueva. Bueno, no nueva, tengo casi diecisiete años, me refiero a nueva acá en la preparatoria, no en la vida...
—Sí, había entendido.
—Lo siento, a veces hablo muchísimo y temo que la gente no me entienda.
Ashley hace una mueca sonriendo y elevando las cejas, como con ganas de preguntar pero con ganas de echarla de ahí. Sí, ese es el efecto Cristina.
—Está bien. ¿Podemos ayudarte?
—Oh, bueno, viene conmigo —intervengo, cuando noto que Ash cree que se acercó a preguntar algo—. Es algo así como familia y estará con nosotros todo el semestre.
—Qué bien —apunta mi amiga, sin pizca de emoción real.
Cristina revisa una hoja que saca de su mochila.
—¿Me pueden decir dónde queda el aula 8B, por favor? Tengo clase de idiomas en tres minutos.
Ash le señala a la izquierda.
—Voltea allí y a unos cuantos salones está el 8B.
—¡Gracias! Qué linda. Hasta el almuerzo, Emily.
Y a la vista de todos, se aleja. Ashley la mira mientras camina y cuando ella voltea por la esquina, suelta la risa.
—¿Y esa fresa de dónde salió?
—Uuggg, larga historia. Pero es en la práctica una prima y pues... ya está acá.
—Para ser prima no te agrada de a mucho.
—¿Es tan obvio?
—Pues ya que haces una cara de tener ganas de morirte, creo que sí.
Ashley asoma su cabeza dentro de mi casillero. Por la escenita con mi prima no había visto, pero hoy hay una nota de color rojo adentro. Hace ya un par de días que no recibo.
¿Te imaginas si en la ruleta de San Valentín sales como mi pareja? Sería épico, sería maravilloso y si tú crees en la magia, te convenceré de que es el destino.
1 Fan
Puedo sentir cómo la sonrisa crece en mi cara y Ashley me la arrebata para leerla.
—Hablando de esto —dice Ash—, ¿ya pusiste tu nombre en la caja?
—No estoy segura de si quiero participar.
—¿Qué? ¿Estás loca? Es San Valentín.
—Sí, pero... con lo que pasó con Ethan.
—Lo que no pasó con Ethan —me corrige.
—Como sea, no pasó, pero yo quería que sí pasara entonces como que no estoy en plan de buscar algo que no se me ha perdido.
—Pero tienes a alguien que sí quiere y que puede ser el amor de tu vida. —Para poner aplomo en sus palabras, mece el papelito rojo frente a mí—. No puedes no participar.
—El dueño de esas cartas ni siquiera me dice su nombre —objeto—. No puedo meterme en el baile por un par de líneas de un desconocido.
—Yo creo que es romántico eso del secretismo. Es algo así como... enamórate de su personalidad y todo eso.
—Y sí es romántico, Ash...
Sí que lo es. Y el único motivo por el que le saco trabas es por Ethan. Podrá ser muy tierno, pero 1 Fan no hace nada, no me habla, no nada de nada y pues por más que alguien quiera o logre enamorar con unos mensajes anónimos, al menos debemos vernos una vez. Además, el único que parece hablar acá es él, ¿y si nos conocemos y luego ya no le gusto? Puedo parecerlo todo lo bonita que diga, pero con solo belleza no se logra enamorar a nadie.
—¿Pero? —inquirió.
El timbre sonó.
—Pero las clases empiezan. Te veo al rato.
Antes del receso tengo una hora de Artes y dibujo. Al parece el trazar en carboncillo es algo básico que todo estudiante de preparatoria debe hacer y así yo no tenga el más mínimo talento en el dibujo, no me puedo librar de esa tarea. Cuando mi frutero en tonos negros y grises parece estar lo mejor que estará, suelto el carboncillo y limpio mis manos. El maestro, un hombre joven de cabello largo y toda la pinta de un artista frustrado, se acerca a mí.
—Señorita Emily, ya que ha terminado, ¿le puedo solicitar un favor?
—Claro.
—En la sala de maestros tengo una carpeta roja con lo que les enviaré de tarea, ¿podría ir a traerla?
Apoyándole la pereza al profesor, accedo y salgo del aula.
La sala de maestros queda junto a la secretaría, a la enfermería y a los baños del personal educativo, justo al otro lado de la cafetería aunque no tan lejos del aula de artes. Mis pasos hacen un ligero eco en la soledad de los pasillos y en cada puerta que paso resuena el amortiguado sonido de la voz de algún profesor o profesora.
Entro a la desierta sala de los profesores que sorprendentemente no está con llave; el olor a cafeína se cuela por mis fosas nasales, sumado a un ligero aroma a cigarrillo; tras mirar en los membretes de cada escritorio, doy con el que estoy buscando y tomo la carpeta roja que allí reposa. Salgo y dejo cerrado tal cual estaba, pretendo volver por donde llegué, pero una voz me distrae.
—Pues sí lo eres. —La vocecita infantil de Cristina me hace detenerme. Observo la puerta semiabierta de donde viene el sonido de lejos y al parecer es la enfermería—. Eres... muy amable.
Antes de querer averiguar cómo rayos se lastimó o qué pasó para que esté enfermería en el primer día, le responden.
—Creo que uno no puede dejar de ser amable con alguien tan linda.
Al reconocer la voz, me acerco dos pasos y me asomo para ver a Ethan sentado en la única y escuálida camilla y a Cristina frente a él, dándole casi la espalda a la puerta.
—Me alegra que estuvieras allí —dice la princesa.
—Si no creyera en las coincidencias, definitivamente pensaría que es el destino —asegura Ethan con una sonrisa preciosa.
Procesando lentamente la situación, paso de la incredulidad al enojo en un parpadeo. ¿No se supone que está conmigo? ¿Qué carajo hace con ella y cómo llegó allí con...?
Estando concentrada en mis propios pensamientos, no veo que la enfermera escolar llega y abre la puerta. Ethan alcanza a verme, pero antes de que Cristina se gire, ya voy a toda carrera por el pasillo, huyendo como una idiota.
Si ni criyiri in ciincidinciis, difinitiviminti pinsiríi qui is il distini.
Ethan de dos patas, te estoy hablando a ti.
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