XXVIII

Reconozco la incertidumbre en tus pupilas, detective. Veo la mano que introduces disimuladamente en tu bolsillo, tanteando el gas pimienta que siempre portas.

Tranquila... No te haré daño. No soy esa clase de cazador. Mi monstruo es diferente a aquellos que buscan placer en el sufrimiento ajeno.

Quiero ser tu amigo. Creo que eres la única que podría comprenderme. Lo supe cuando escuché la historia que le contaste a nuestro profesor hace unas semanas. Tienes un pasado muy curioso, futura detective.

No estés tensa. Me disculpo por curiosear detrás de las puertas. ¿Me creerías si te dijera que fue pura casualidad?

Sígueme, hay algo que quiero mostrarte antes de irnos.

Puedes vendarme los ojos con este pañuelo, si no confías en mí para caminar a tu lado. De todas formas conozco este sendero de memoria.

No estoy jugando.

Solo trato de ahuyentar tu miedo. Estás a salvo conmigo, te lo juro por los latidos de este corazón. No hay nada más seguro que atravesar la oscuridad de la mano de un monstruo.

Ponte tus zapatillas, es peligroso andar descalza a donde vamos...

¿Te han dicho que tienes manos muy frías?

No, no puedo ver. Tienes mi palabra.

La venda en mis ojos no está mal. Hice este ejercicio incontables veces tras el funeral de Índigo.

No, ni siquiera hubo investigación. Todos concluyeron que se trató de un suicidio premeditado. Motivos sobraban, ¿no crees? La versión oficial fue que vinimos a dar un paseo, me distraje yendo a buscar su abrigo a la casa y, cuando volví, ella se había inyectado algo letal. Encontraron la jeringa en sus manos frías.

Su padre la reconoció como una de las tantas que guardaba en su oficina. ¿Dudó de mi testimonio? Probablemente. Era un hombre muy inteligente, pero decidió fingir que me creía.

Desconozco sus motivos. ¿Te gustaría preguntarle? Sé dónde encontrarlo. Te sorprendería lo cerca que...

Espera, no es momento de divagar. Iba a decirte que, a las pocas semanas del entierro, me quedé completamente solo porque mi padrastro decidió mudarse.

Algunos días me paraba aquí en la arena, daba tres vueltas en círculos y comenzaba a caminar a ciegas.

Me prometía avanzar hasta que algo me detuviera, ya fuera el agua en mis pulmones o la pared de la casa.

Desconozco la fuerza sobrenatural que me estuvo protegiendo, pero mis piernas siempre elegían este segundo camino.

La puerta principal está sin llave. No es como si hubiera algo para robar y ni siquiera los indigentes han intentado instalarse. Hasta el alma más desesperada reconoce una casa maldita. Es como si estas paredes hubieran absorbido el dolor de sus últimos habitantes, ¿lo notas?

Subamos las escaleras, rumbo a la última habitación a la derecha. Dime si hay un peldaño podrido antes de que mis pies lo aplasten. O no me digas y disfruta de cómo me rompo el cuello por accidente.

Está bien, está bien. No más comentarios así.

Incluso con los ojos cerrados, puedo adivinar la expresión furiosa en tu rostro.

Uno... dos... tres... diez pasos.

Aquí estamos. A esta altura, en el piso de abajo, está lo que alguna vez fue mi dormitorio.

No es tan interesante como esta habitación, pero podemos darle un vistazo enseguida si quieres.

Prefiero quedarme en la puerta, tú puedes pasar. Prometo no atacarte por las espalda ni quitarme la venda. Mantendré los brazos cruzados.

Te advertí que no había nada... nada de valor, claro. Los muebles y pertenencias desaparecieron hace mucho tiempo.

Pero aún hay algo. Dirige tu vista al frente, hacía la pared que da a la playa.

Ahí. Justo allí solía estar el monstruo que Índigo veía cada día desde la más tierna infancia.

Aquel que le dejaba marcas en su cuerpo, destruía sus pertenencias y perturbaba su descanso. El mismo que envenenó a su primer pretendiente amoroso. Aquel ser que la seguía a los baños del parque y a fiestas solo para exigirle una perfección que no tardaría en sabotear. Quien sembró quemaduras en los ojos de mi madre y causó su muerte...

No, no mires la ventana de marcos azules. Observa la ventana a su derecha. Aquella que tiene un cisne de alas quebradas en la parte superior. Aunque el cristal esté roto y la ausencia de iluminación en esta habitación te impida apreciarlo con claridad, puedes distinguir lo que alguna vez fue, ¿no?

Un espejo.

El único monstruo del que, por más que entregara mi alma y mi cordura, nunca habría podido protegerla... Ella misma.

FIN

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