XXVI

La medicina es fascinante, ¿no crees? Me gustaría ingresar a una carrera de ese campo pero no soy tan buena persona. Tampoco estoy seguro de que la humanidad valga la pena.

De acuerdo, no más comentarios de ese estilo.

Índigo estuvo en cirugía una eternidad. Su padre era el mismo muro impenetrable de siempre. No dijo palabra mientras permanecíamos toda la noche en la sala de espera. A lo sumo me pidió mi versión de la historia.

Escuchó en silencio. No me culpó. No gritó. No intentó atentar contra su propia vida.

Sin embargo, lo escuché llorar tras regresar a la casa. No rezaba ni era un hombre creyente, pero a alguna deidad le pedía por la recuperación de su hija.

Los doctores consiguieron reconstruirle las piernas. Su cuerpo habituado al ejercicio era flexible y al parecer evitó tensar los músculos al caer, por lo que no hubo más heridas de gravedad.

El diagnóstico era optimista. Tal vez, con años de fisioterapia, lograría volver a caminar. Habría que esperar.

Por supuesto, bailar ballet ya no sería biológicamente posible. Fue como un balde de agua helada.

¿Sabes cuál es la forma más cruel de destruir a alguien, detective?

Dejarlo con vida, después de haberle arrebatado lo que más amaba de sí mismo.

Tardaron semanas en darle el alta, tiempo suficiente para que su padre mandara a construir una rampa especial, la cual le permitiría subir a su habitación en el primer piso.

Abandonó el hospital en silla de ruedas. No abrió la boca durante el viaje de regreso. Tampoco cuando la ayudé a llegar a su dormitorio, mientras su padre preparaba la cena.

Se había cortado la luz, así que abrimos las cortinas hasta que regresara.

Ella estaba... ausente. El rostro inexpresivo. Alguien podría perderse tratando de hallar una señal de esperanza en aquellas pupilas. Su mirada huía por la ventana, como si buscara a los cisnes que alguna vez nadaron en esta playa.

Yo me mantuve detrás, sujetando los mangos de empuje de su silla.

El cristal del espejo había sido reemplazado. Con la escultura de cisne reluciendo encima, volvía a ser un portal a un reino de fantasía.

Mientras contemplaba nuestros reflejos a media luz, las piezas del rompecabezas fueron cayendo desde mi memoria.

Aquello que todo este tiempo estuvo a la vista pero me negué a aceptar. Sus gritos de auxilio. Sus señales.

Era tan obvio que estuve a punto de reír. Mi cordura estaba al límite. El juego de las escondidas llegaba a su fin.

Me incliné para hablarle al oído.

—Tenías razón —susurré con una sonrisa afilada—. El monstruo siempre estuvo en esta casa.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top