XXIII

Puede pasar una eternidad y te aseguro que jamás dejará de doler. Un instante estoy bien, riendo con amigos, y al siguiente mi rostro está bañado en lágrimas y pensamientos oscuros invaden mi cabeza... como ahora.

No, no, puedo seguir... Créeme.

Hace tiempo aprendí a hablar aunque un nudo atraviese mi garganta. Ya demasiado daño ha hecho el silencio en mi mundo.

Solo quédate unos minutos más. Falta poco para que el día y esta maldita pesadilla lleguen a su fin.

La... La autopsia reveló quemaduras leves en sus ojos. Hay productos ácidos que usamos a diario, como la lejía, que pueden causar daños graves a las retinas.

El forense concluyó que... mi ma... madre... había estado limpiando... y salpicó cloro en su rostro... justo antes de subirse al auto.

El padre de Índigo se encargó del funeral. Ello lo ayudó con el papeleo y las visitas.

Me encerré por semanas en mi dormitorio. Continuaba esperando que todo fuera un mal sueño. Por momentos algo me incitaba a patear mis muebles o insultar a quien se me acercara. Escondí mi instrumento porque presentía que acabaría destruyéndolo.

La ira y la culpa me estaban consumiendo. La mente humana es muy curiosa, ¿no crees?

Cuando un plan resulta terriblemente mal y la frustración te asfixia, necesitas culpar a alguien. Descargarte. Desquitarte. Puedes elegir enfocar tu odio en alguien de tu entorno... o en ti mismo.

Sí, consideré lastimarme antes de hacerle daño a los demás. Pasé incontables horas contemplando objetos afilados e imaginando el alivio que sentiría si cortaran mi carne. ¿Se aclararía un poco esta oscuridad si mi sangre fluyera fuera de mi cuerpo?

Al final descubrí que una alternativa menos destructiva era llorar hasta quedarme dormido.

¿Cómo reaccionas tú cuando te hieren o te hacen enfurecer, detective?

Algunos gritan, otros violentan, unos se autolesionan y, los más cuerdos, lloran. Elige tu arma. De alguna forma debe salir de nuestro sistema porque reprimir y acumular nos convierte en bombas de tiempo muy inestables.

Sabía que contestarías eso...

¿Por dónde iba?

Un día me despertaron pasos pesados en el pasillo del piso superior. Índigo y su padre estaban... remodelando la habitación matrimonial. Forma cortés de decirme que iban a deshacerse de las pertenencias de mi madre.

No pongas esa cara, detective. No iban a tirarlas como basura. Solo... estaban metiendo su ropa en bolsas y quitando la decoración que al viudo no le gustaba. Planeaban guardar todo en una habitación desocupada, para que yo decidiera más tarde qué hacer con ello.

Meses después optaría por donar la mayoría. No soy de apegarme a los objetos materiales... ni a los seres vivos. Creo que mi capacidad de forjar vínculos quedó algo averiada.

Cuando me vieron aparecer, mi padrastro inventó una excusa sobre tener trabajo atrasado y se encerró en su oficina.

Nunca entendí esa actitud. ¿Acaso creía que le pediría un abrazo? Todos sabíamos que una piedra tenía más habilidades de consuelo que ese tipo.

Índigo quedó sola en la otra punta del corredor. Sujetaba un rectángulo de su tamaño. Era el espejo que estaba en el baño matrimonial.

—A él nunca le gustaron los espejos en su dormitorio —murmuró ella.

—Entiendo —respondí.

Me acerqué para ayudarle a cargarlo por las escaleras. Cuando lo giramos para que pudiéramos agarrar los costados, el cristal quedó de su lado. Al momento de levantar la vista, ella soltó un grito y se le resbaló.

También me asusté y di un saltó atrás. El espejo cayó a nuestros pies, vibrios se esparcieron al inicio de la escalera.

—Lo siento —musitó, su piel mortalmente pálida—. Era de tu familia...

—No importa, es solo un trozo de metal y vidrio —repliqué, demasiado vacío como para hacer un drama.

Juntos, comenzamos a recoger los pedazos.

—¿Qué viste? —pregunté en cierto momento.

—Nada —respondió. Al momento de recoger una pieza especialmente grande, una gota de sangre cayó sobre el cristal.

Capturé su mano. Se había hecho un pequeño corte en el dedo índice. No parecía grave.

Pero las marcas en sus muñecas habían regresado. Collares de hematomas que seguramente continuarían en sus brazos, bajo la ropa.

—¿Tú puedes ver algo cuando estás frente a un espejo? —susurró—. Cada día siento que desaparezco un poco más.

Era lo más cercano a un grito de auxilio que le había oído.

El monstruo estaba a punto de quebrarla. Índigo era su juguete favorito, la única distracción que impedía a la bestia desatarse por completo. Cuando acabara de consumirla, habría un baño de sangre a su paso.

Ahora era más poderoso que nunca. Quizá... mi madre había sido un detonante. Algo sucedió esa noche antes del accidente. Pero no encontré evidencia. Ningún testigo. Ni una pista.

Ella se liberó de mi agarre y retomó su tarea. Seguí la dirección de su mirada hacia la docena de espejos rotos en el suelo.

Mi rostro estaba irreconocible. Casi esquelético, con sombras bajo mis ojos, tez apagada y labios resecos.

Me sentía tan roto como el espejo. Y no dejé de preguntarme... ¿Era mi reflejo o yo mismo el que estaba fragmentado?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top