XIX

Naces, creces, te reproduces y mueres... ¿Recuerdas cuando nos decían que ese era el ciclo natural de la vida? Claro que después entras a la universidad y te preguntas si puedes omitir el tercer paso y adelantar el último.

No hablo en serio, tranquila.

Deberíamos alejarnos de la orilla. Pronto subirá la marea y las olas podrían arrastrarnos. No puedes luchar contra la marea, de la misma forma que no puedes ganarle al tiempo...

Así fue como el patito bello se convirtió en cisne y comenzó a llamar la atención de sus compañeros. La primera cita no tardó en llegar.

Era un adolescente torpe pero simpático. ¿Cuál era su nombre...? No, no voy a acordarme. Índigo estuvo evadiéndome para esas fechas.

En fin, él vino a buscarla a casa y prometió que regresarían temprano.

Fueron por una pizza y un licuado a una cafetería cercana al colegio. Sábado por la tarde, estaba lleno de gente. Tuvieron suerte de conseguir mesa.

No sé si ella disfrutó la compañía o se la pasó contando los segundos del reloj. A juzgar por las fotos, realmente se divertían cuando vinieron a caminar por la costa.

¿Puedes adivinar el resto? Ella bailaba a cada paso, hablando de cisnes y vuelos. Él la escuchaba, embelesado, calculando la mejor oportunidad para besarla.

Entonces se decidió. Capturó la mano femenina y abrió la boca para decirle una promesa que no cumpliría, pero lo único que escapó fue sangre.

Ante la mirada horrorizada de Índigo, cayó de rodillas y el líquido carmesí empezó a brotar de sus labios.

El dolor también la paralizó. Una punzada aguda en su abdomen. Sus piernas dejaron de responderle.

Había turistas cerca, testigos que llamaron a emergencias.

Cuando la ambulancia llegó, ambos estaban tirados en la arena. Rodeados por una multitud de curiosos, algunos sinceramente preocupados. Ella sollozaba, abrazada a sí misma. Él se encontraba al borde de la inconsciencia, en medio de una convulsión.

Intoxicación, diagnosticaron los médicos. Índigo fue sometida a un lavado de estómago. En cuestión de horas abandonó el hospital.

Su acompañante, en cambio, debió ser internado durante semanas. Al despertar, con suerte sabía su propio nombre. La cita con Índigo desapareció de su memoria, junto al deseo de volver a verla.

Interrogaron al dueño de la pizzería, los inspectores revisaron todo el lugar. Cumplía a la perfección las normas sanitarias.

No hubo verdadera investigación. Sin más, concluyeron que fue un accidente. Quizá comieron unas golosinas compradas a un vendedor ambulante. Tal vez no leyeron la fecha de vencimiento de un postre en una tienda pequeña.

La negligencia era la única culpable. Sin nombre ni rostro, no podían encarcelar a un fantasma.

¿Puedes adivinar por qué ella apenas fue afectada?

Es irónico. Es por la cantidad que consumieron. Acércate un poco, quisiera decirte esto al oído...

Índigo comía como un pajarito.

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