Prólogo


Los ojos junto al corazón son los seres más valientes que he conocido.

Se atreven a observar lo horrible que puede ser la vida, se atreven a demostrar aquello que el alma calla, se atreven a demostrar que hay bondad en esta oscuridad.

En cambio, el pobre corazón se encarga de sentir el toque cálido de la vida, de esos que te hacen sonreír, pero también siente ese toque gélido, de esos que te hacen temblar y sangrar.

La vida se hace llamar nuestra dueña, pero creo que comparte una parte con la muerte.

La vida no me suelta, estoy encadenada a ella y la muerte está tan ocupada, que me deja sangrar para que no me olvide de ella.

¿Cómo podría olvidarme de ambas?

Estoy sujeta a una de ellas y su susurro está encadenado a la vida eterna... 

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