Capítulo VII

No pude cerrar los ojos ni un solo segundo, en mi mente solo vagaban teorías, dudas y miedos. No podía entender por qué tenía que vivir todo esto. Tampoco podía entender quién estaba detrás de todo esto.

Dejé que mi hijo fuera por mal camino, no pude controlarlo y pudo haber muerto.

Esta noche que estuve en silencio, recordé muchos momentos con Kira, sabía que si ella estuviera conmigo, estaría decepcionada de la madre que me convertí. Siempre habíamos soñado un futuro increíble para nuestro pequeño y no pude cumplirlo.

Cuando ella desapareció, sentí que una parte de mí se fue desintegrando hasta el grado que morí, metafóricamente hablando. Estaba viva, pero mi alma estaba muerta y lo estaría hasta que mi corazón dejara de ejercer su función.

Observé mi mano, específicamente la alianza dorada que tenía en mi dedo. Me la quité y miré dentro para recordar lo que estaba escrito.

"Mi corazón siempre arderá por su estrella"

—Mi amor... cuanta falta me haces —cerré los ojos, tratando de recordar el sabor de sus labios.

Fui interrumpida cuando oí que alguien estaba abriendo la celda. Coloqué mi alianza a mi dedo y abrí mis ojos y me levanté al ver a Kiara.

—Estás libre.

Fruncí el ceño y la miré confundida.

—¿Cómo?

—El culpable se entregó.

La chica que estaba a mi lado sonrió.

—Te lo dije, el amor lo puede todo.

—¿Y tú? —la miré.

Ella se levantó y se acercó a mí,

—¿Yo qué?

—¿Estarás aquí mucho tiempo?

—Seguro me darán la pena de muerte, pero me alegra saber la verdad que no todos pueden verla.

—¿Cuál?

—Que moverías cielo y tierra para encontrar a tu esposa y mirándote a los ojos, puedo afirmar que no eres la culpable de nada, solo eres otra víctima —apoyó su mano en mi hombro—. Sé libre, Cass, búscala, porque el amor siempre encuentra lo que le pertenece.

—Lamento que tu vida termine así, no lo mereces.

—Estaré con mi hijo, solo eso me importa.

—Me di cuenta que también eres una víctima, lo lamento.

Asintió levemente.

—Ve con tu hijo.

Era curioso que ni siquiera sabía su nombre, no sabía su color favorito o su apellido, solo sabía que era otra alma en desgracia que había caído en la tentación de hacer justicia por sus propios medios.

Caminé hacia la salida y por última vez miré a una madre que lo había perdido todo, pero que aún creía en que el amor podía con la realidad.

La pelinegra cerró la celda y caminamos por un extenso pasillo.

—No deberías sentir pena por una criminal.

—Esa mujer solo hizo lo que yo jamás podré.

—¿Arruinar su vida? —ironizó de mala manera.

—No —me detuve y la miré a los ojos—. Justicia, jamás tuve eso y jamás lo tendré.

—Sabes que lo que hizo no fue bueno.

—Y lo que ustedes hacen es bueno porque está dentro de la ley y cuando no hacen justicia, se quedan tranquilos porque hicieron todo lo que podían y luego se olvidan de los familiares de las víctimas.

—¿Te das cuenta que te manipuló?

—No, Kiara, siempre pensé que lo mejor que podía hacer era investigar por mi cuenta, porque ustedes nunca harían nada y si me alejé de la investigación no fue por, ni por Gastón o Ángela, sino porque mi hijo podría estar en riesgo.

—Creí que mi ayuda era suficiente.

—Saber que eres mi amiga de la secundaria, que no creíste en mí y preferiste creer que te oculté aquello que hacía Kex, me hace pensar que no me conoces lo suficiente.

—Yo...

—Solo dime dónde está la persona que se entregó, no quiero saber tus disculpas falsas, porque durante todos estos años han visto mi sufrimiento de cerca y ni siquiera te importa, solo lo haces porque crees que me enamoraré de ti.

Bajó la mirada y no respondió.

El silencio otorgó y eso solo afirmó lo que dije.

Me ayudaba porque creía que así me podría conquistar. Estaba furiosa porque todo esto no tenía sentido y me dolió demasiado que ella creyera que yo podía ser la culpable de los asesinatos.

Me lo esperaría de cualquiera, menos de la mujer que conozco desde los quince años.

En silencio nos dirigimos hacia la celda en la que estaba el hombre que se había entregado. Parecía tener unos cuarenta y tantos, como yo, no tenía cabello, ni barba. Estaba vestido con una musculosa, jean roto y lleno de sangre, al igual que sus zapatos.

—Déjame a solas con él.

—No —afirmó—. Podré estar enojada contigo, pero te cuidaré, aunque me odies por mi comportamiento.

—De lo peor no me puedes cuidar.

—No soy Dios, solo soy una persona que se preocupa por ti, a pesar de todo.

Acepté su condición y me acerqué a las barras de la celda. El sujeto sentado en el suelo me observó de arriba abajo y sonrió de lado.

—Eres libre, ¿no?

—¿Por qué lo hiciste?

—¿El entregarme o poner esa planta en tu casa?

—Ambas.

—Eres libre, ¿qué más da?

—Quiero saber la verdad.

—Eres libre —volvió a repetir—, ¿qué más da?

—La verdad.

—Y nada más que la verdad —se burló.

Miré a la pelinegra y ella negó con la cabeza.

—¿Cómo se dieron cuenta que fue él?

—Registramos tu casa en busca de ADN, había sangre debajo de la cama, la analizamos y no coincidía con la de ustedes. Él se presentó mientras hacíamos la investigación, afirmó que entró a tu casa cuando Kex se fue y entonces puso la orquídea allí.

—¿Sabes que hay algo que no tiene sentido?

—Lo sé, pero todo coincide, sus huellas, su sangre, todo.

—¿Cómo pudieron analizar todo tan rápido? Esos análisis suelen tardar horas o días.

—Hablé con unos amigos para que hicieran todo lo más rápido posible.

Capté la indirecta, había hecho algo para ayudarme.

No era posible que en menos de un segundo él entrara a mi casa y aunque fuera así, ¿por qué dejaría una orquídea? Faltaban piezas por encontrar.

—Vuela mariposa —murmuró—. Vuela para descubrir el mundo.

—Suele decir incoherencias, estuvo así todo el viaje hasta que llegamos —aclaró—. Será mejor irnos, Kex me dijo que te vendría a buscar.

Nos alejamos de la celda del hombre y caminamos hasta la salida, en donde mi hijo estaba bajando del auto. Corrió hasta mis brazos y me dio un fuerte abrazo. Acaricié su cabello para calmarlo.

—¿Estás bien? ¿Tienes hambre?

—Sí, no quise comer nada.

—¿Por qué? No puedes estar sin comer.

—Tuve mucho en qué pensar y quería pedirte disculpas por haberme excedido contigo, solo tuve miedo.

—También perdóname, no quería decepcionarte —sonrió de lado.

—Cualquier cosa me avisan, estaré investigando más sobre esto —comentó ella.

Asentí con la cabeza, ninguna de las dos se despidió, aunque sabíamos que nos alegraba que yo no fuera la culpable.

Entramos al auto. Durante el viaje él me preguntó cómo había pasado la noche, le expliqué que recordé muchos bellos momentos con mi esposa, que la extrañaba demasiado y también sobre la madre que conocí.

Le conté cómo habían tardado tanto en resolver el caso de aquella mujer y como hizo justicia por mano propia. Principalmente para que entendiera que a veces hacer las cosas fuera de la ley, podría perjudicarnos más de lo que creemos posible.

Llegamos a casa y le dije que me iba a bañar, para luego descansar un poco. Cuando subí a mi habitación noté un aroma familiar, abrí la puerta y noté que sobre mi cama, había un ramo de lavandas y una corona de la misma planta.

Tomé el ramo y al sentir ese aroma tan peculiar, tan tranquilizador recordé la "primera cita" que tuve con mi esposa.

20 de Abril de 1996

—¿Crees qué en serio funcione?

—¿Poner dos homosexuales en el proyecto? Claro, ¿acaso tienes algo en contra?

—No, solo que... —dudó—, ya sabes, los demás no están acostumbrados a eso y con lo del SIDA muchos creerán qué...

—¿Por qué no me sorprende? Temes por el hecho de que piensen que eres homosexual, no te preocupes, le diré a Ian y Enzo para protagonizarla. Así no tendrás que exponerte a esto, que seguramente es de raros, ¿no?

—No me parece de raros, solo creo que es bastante polémico y no tenemos la necesidad de hacer algo así.

—Miedosa.

—No soy miedosa —afirmó algo molesta.

—¿Ah, sí?

—Sí y te lo puedo demostrar.

—Sorpréndeme.

—¿Te gustaría salir conmigo?

—Esto es loco, ¿ahora me dirás que eres una homosexual que salió del closet públicamente y no solo con sus amigos?

—¿Vas a aceptar o no?

Sí...

—No, seguro que es mentira, solo te quieres divertir conmigo.

—No me divertiría de mala manera con mi futura esposa.

—Sigue soñando que me casaré contigo, Vancour.

Tomé mis cuadernos y caminé para irme de la universidad.

A la clase siguiente les conté a mis amigos lo que había sucedido y no dejaba de reírse.

—¿Así qué te molestaste porqué ella tuvo el valor de invitarte a salir? —se burló Luisa.

—Al menos admite que es una linda chica —retó Ian.

—Sí —dije sin importancia.

—¡No puede ser! —exclamó Ian— ¡Te atrae Kira Vancour!

Le tapé la boca para que no dijera otra tontería como esa.

—Apenas la he visto un par de veces, ¿crees que así nace el amor?

—No, pero así nace la atracción de las almas gemelas.

—Eres un idiota, jamás tendré una cita con ella,

—Aww, ¿aún crees que no tendremos una cita? —oí su suave voz.

Me quedé tensa al saber que estaba detrás de mí. Ian y Luisa alzaron las cejas repetidamente y los miré de mala manera.

Con una sonrisa traviesa, ambos se fueron y me dejaron sola.

—No me molestan que sepan que soy homosexual —dio media vuelta para mirarme a los ojos.

—No tendremos una cita.

—Al menos sé que te parezco linda.

—¡Fue Ian, yo no dije nada!

Maldito, ahora ella cree que me importa.

—Tampoco lo contradijiste.

—¿Siempre tienes una respuesta para todo?

—Sí —respondió orgullosa—. Vine más que nada para avisarte que esta semana no podré ocuparme en el proyecto.

—¿Por qué?

—La semana que viene presentaré un dispositivo nuevo que ayudará a que los contadores y accionistas puedan hacer su trabajo de manera más simple y rápida —hizo una pausa—. Si quieres ir, estás más que invitada, será el lunes, a las dos de la tarde en Vancour Enterprises —se emocionó por la idea.

Reconozco que su hermano fue malo con ella, sé que su estado familiar era algo delicado y al ser una empresa de familia, aún más. Tal vez le vendría bien que yo estuviera allí, así le daría más confianza.

Aunque claro que iría solo porque me da lástima, no es como que me importe algo de ella.

—Lo pensaré.

—Que bueno —sonrió ampliamente, como si realmente eso la hiciera feliz—. Ahora debo irme.

—¿Solo viniste para decirme eso? Pudiste haber pedido mi teléfono a mis amigos.

—Lo sé, solo fue una excusa para admirar tus bellos ojos...

—No tienen nada de bellos.

—Para mis ojos sí, no es mi culpa que los demás no vean la belleza detrás de una fiera salvaje.

—¿Y crees qué veo algo en una mariposa que vuela? —ironicé.

—Su belleza, porque por algo sigues adelante de la mariposa.

Los juegos de palabras me resultaban divertidos, lastimosamente no podía jugarlos con nadie. Todos hablaban como niños o adultos muy aburridos, pero ella entendía a la perfección mi lenguaje.

Yo una fiera y ella una pequeña mariposa.

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