Capítulo IV

Llegamos a la escena del crimen, la cual era en un vecindario familiar, Kiara nos trajo en su patrulla y aunque una persona normal no soportaría una escena del crimen, nosotros no teníamos miedo de nada. Ambos habíamos sufrido tanto y cuando la vida te golpea tan fuerte, ya nada parece que puede herirte aún más.

La cinta de seguridad estaba por todos lados, para que los curiosos vecinos no se acercaran y estorbaran en la escena del crimen. Muchos policías estaban tratando de contenerlos y darles explicaciones falsas para tratar de despistarlos.

Malcom se acercó a nosotros y miró a Kex de mala manera. Observó a la pelinegra de arriba a abajo y suspiró.

—¿Sigues en esto? Ya te dije que no puedes involucrarte con sospechosos en una investigación que implica algo tan grave como dos asesinatos y además...

—Sé con quién puedo involucrarme —interrumpió—. Ahora dime que sucedió.

El peli marrón se peinó el cabello para atrás y señaló el cuerpo que estaba en los escalones de una casa cubierto con una bolsa negra. Los forenses le estaban sacando fotografías al rostro y a su alrededor, mientras que nosotros mirábamos la escena.

La víctima tenía el cabello canoso, algunas arrugas debido a la edad y era algo rellenita. Parecía estar contándole a algunos oficiales sobre lo que había visto y estaba horrorizada.

—No están seguros de qué murió, solo saben que una señora encontró el cuerpo en plena oscuridad y llamó a la policía.

—¿Sospechosos?

—Ninguno.

—¿Cómo que ninguno? —preguntó molesta—-. ¿Tienes idea del absurdo que estás diciendo? ¿No le has preguntado algo a algún vecino?

—Bueno, yo...

—Es por esto que eres un pésimo compañero, Malcom, ni siquiera te preocupas por el asesinato en sí, solo por ti —dijo furiosa, para luego alejarse de nosotros y dirigirse hacia una señora del barrio.

Cuando Kiara se unió a sus compañeros, la señora le tocó el brazo en señal de alerta y comenzó a contarle todo de nuevo.

Kex observaba todo con detenimiento, como si cada cosa fuera parte de él y eso me preocupaba demasiado. Como madre haces todo para que tu hijo no sufra y no vea la crueldad del mundo y aunque no podía evitarlo, tenía que aceptar que mi pequeño ya era parte del sufrimiento.

Se acercó a mí y se cruzó de brazos.

—No, Kex, no te dejaré.

Lo conocía mejor a él que a mí misma, no quería que se involucrara en esto, especialmente porque no quería que nada malo le sucediera y este caso, era demasiado para él.

—Pronto seré mayor de edad y...

—No, Kex y punto.

—Tengo que hacerlo, por mi madre, ella hubiera querido esto —soltó firmemente.

Bajé la mirada y suspiré. Al verlo a los ojos pude notar lo frustrado que aún estaba por aquella noche.

—Tu madre ya no está para cuidarte, hijo y te guste o no, será mi deber hasta que deje de respirar.

—Debo hacerlo, no puedo...

—¡No quiero perderte a ti también, Kex! —exclamé con un poco de miedo.

Me acerqué a él y lo rodeé con mis brazos para abrazarlo. Tal vez no podía entender mi actitud tan rigurosa y fría, pero no podía arriesgarme a perderlo y volver a quedarme sola.

Kex tenía la vida por delante y si alguien debía involucrarse en esto, era yo, porque de todos modos lo único que me ataba a la vida, era la vida de mi hijo y cuando él sea totalmente independiente, podré morir sabiendo que lo di todo para protegerlo de un futuro oscuro.

Volviendo a la realidad, sentí como sus brazos me cubrieron y se acurrucó en mí como un pequeño cachorro.

Como madre siempre hice todo para proteger a mi pequeño, pero como esposa y persona, estaba muerta.

Kiara se acercó a nosotros y nos dijo que debíamos irnos, para que nadie nos hiciera daño. Incluso algún sospechoso o incluso el mismo asesino.

Nos subimos a su auto, en un silencio algo incómodo, porque nadie quería tomar el tema. La pelinegra comenzó a conducir, mientras que por el retrovisor miraba a mi hijo y notaba cuán frustrado estaba por haber quedado fuera del caso.

Jamás dudé de su capacidad para resolver crímenes, siempre había tenido una envidiable practicidad para resolver crímenes o acertijos que para la mayoría son difíciles. Muchos en la secundaria se burlaban de él por eso, pero no podía arriesgarme a perderlo.

Era mejor que él estuviera molesto conmigo a que le sucediera algo peor.

Cuando llegamos a casa, salió del auto y entró sin decir ninguna palabra. Ambas nos quedamos en el auto y ella apoyó su mano en mi hombro, acariciándolo.

La miré y sonrió de lado.

—Todo estará bien, me tienes a mí.

Antes de que pudiera decir algo, su celular comenzó a sonar. Atendió la llamada e hizo una sonrisa de lado, para luego poner la llamada en altavoz y dejar su celular en altavoz.

—Repíteme lo que encontraste.

—Encontramos un número de teléfono en el celular de la víctima y estamos intentando rastrearlo.

—Tienen mi permiso para hacerlo, pero háganlo mientras estamos en llamada, en donde nuestra llamada no puede ser rastreada.

Acercó su mano a la mía y sonrió de lado.

Sabía que esto era demasiado para ella, porque aunque el tiempo pasara, sus sentimientos nunca habían cambiado y al parecer no cambiarían nunca.

Mientras sus compañeros rastreaban la llamada, sentía como mi corazón estaba latiendo rápidamente y como la ansiedad se estaba apoderando de mí. Aunque no le hiciera caso a Gastón y Ángela, sus comentarios a lo largo de todos estos años me perturbaban.

La familia de mi esposa esperaba que tomara una actitud totalmente fría y neutral, pero el amor no es así. El amor no se da por vencido por peor que sean las cosas. Kira estaba desaparecida y no iba a descansar hasta por lo menos encontrar su cuerpo.

Su familia podía odiarla, pero no buscarla, era algo que me daba demasiada impotencia. Tanto tiempo había pasado y aunque a veces me sentía una tonta buscándola, no tenía el derecho de ceder ante aquellos comentarios negativos.

Volviendo a la realidad, sus compañeros nos estaban informando que rastrear la llamada se estaba volviendo difícil, porque había una red que ellos desconocían y les impedían saber la ubicación.

—¡Estamos perdiendo la ubicación! —dijo su compañero al otro lado del celular.

—¿A qué zona se dirige el rastreador? —preguntó la peli marrón.

—No...no lo sé —respondió dudoso—, el rastreador se mueve a distintas zonas de la ciudad.

Entonces hubo un silencio y luego un suspiro de frustración por parte de sus compañeros.

—Lo perdimos...

Kiara me miró con pena y cerré los ojos.

—Llamenme si saben algo más.

—Claro —finalizó la llamada.

Cerré mis ojos y lágrimas comenzaron a salir de mis ojos, mis manos comenzaron a temblar, pero sentí un toque cálido. Abrí mis ojos y noté que ella me estaba limpiando las lágrimas.

—Esto... es demasiado, Kiara, no puedo... —confesé.

—Sí, puedes, eres una mujer muy fuerte.

—¿Sabes que solo estoy viva por mi hijo? —asintió—. De lo contrario me hubiera ido hace mucho tiempo...

Acercó su mano a mi cabello, tomó un mechón y lo deslizó hasta ponerlo detrás de mi oreja. Acarició mi mejilla con dulzura, acercó su rostro al mío, haciendo que su aliento chocara con el mío.

Cuando me di cuenta de lo que pretendía, me alejé lentamente de ella y bajé la mirada.

—Sabes que nunca te corresponderé, Kiara.

Se alejó y suspiró.

—Esa noche... ¿Algo fue real?

—Estaba borracha, ya sabes...

—Las dos lo estábamos.

—No era consciente de lo que hacía, de lo contrario nunca te hubiera hecho eso.

—Yo siempre te amé, desde la secundaria, tú siempre dejaste en claro que sólo serías mi amiga.

Levanté la mirada y la miré.

—No puedo ser la mujer que deseas, porque mi corazón le pertenece a mi esposa.

—¿Acaso no soy suficiente? Puedo cambiar —afirmó.

—No eres tú, es que yo no puedo amarte como lo deseas y no quiero verte sufrir nuevamente... —sentí un nudo en la garganta.

Las lágrimas volvieron a salir, pero esta vez nadie las limpiaba.

Me dolía rechazarla, porque siempre fue mi amiga, siempre estuvo para mí, pero necesitaba dejarla ir y que ella siguiera con su vida. Encontraría a alguien mejor y que le pudiera corresponder completamente.

—Yo...

—Por favor... —la interrumpí con la voz entrecortada.

—Siempre te amaré, Cass y respeto tu decisión —su voz se quebró.

Tomé la manija de la puerta y tiré de ella, para que esta se abriera. Salí del auto y ni siquiera me atreví a mirarla. No porque tuviera miedo de ella, sino porque tenía miedo de herirla. Creí que sus sentimientos por mí estaban desechos, pero a veces tenía ciertas dudas.

En la secundaria nos decían que seríamos la pareja perfecta, porque siempre hicimos un excelente dúo, pero en esta vida no podía ser.

Subí los escalones de mi casa, saqué las llaves de mi bolsillo y al abrir la puerta, observé como Kiara se iba en su auto lentamente.

Cerré la puerta y me dirigí a la sala de estar, en donde mi hijo estaba sentado en el sofá, con una taza blanca y de ella emana el aroma a café. Había una luz tenue, de color amarillo, ya que era de noche y él había encendido una pequeña lámpara.

Me senté a su lado y lo abracé por los hombros.

Mi hijo estaba por cumplir la mayoría de edad y eso solo podía significar una cosa, que debía decirle la verdad.

—Perdona por enfadarme, es que todo esto es...

—Tranquilo, te entiendo.

—¿Tú cómo te sientes?

Bajé la mirada.

—¿Qué sucede, mamá?

—Pronto cumplirás dieciocho años, serás mayor de edad y...

—Sé que te preocupa, pero tranquila, sé cuidarme solo.

Alcé la mirada y acaricié su cabello.

—Tu madre siempre supo que serías un chico increíble.

—¿De verdad lo crees? —sonrió de lado y sus pequeños ojos brillaron.

—Tu madre tenía tanta fe en ti, que dejó una parte de la empresa a tu nombre, para cuando cumplieras la mayoría de edad pudieras encargarte de cargos pequeños y comenzar tu vida de adulto.

—¿Qué hizo qué? —hizo una pausa—. ¿Por qué hizo eso? Es decir, sé cómo manejar una empresa, lo estudié, pero... —me miró de mala manera—. ¿Por qué nunca me lo dijiste?

—Cuando tu madre desapareció, tus tíos y yo nos empezamos a llevar mal, todo por decidir que debíamos hacer, si suspender la búsqueda o no.

—Eso ya lo sé.

—Creí que sería mejor alejarte de ese entorno tan tosco y del cual tu madre siempre quiso alejarse, pero también me di cuenta que tenías derecho a decidir por tu propia cuenta.

—Por eso te pusiste tensa cuando te recordé que cumpliría dieciocho años...

Dejé un beso tierno en su cabeza y acaricié su mejilla.

—Perdón por ocultarte esto, pero ya es hora de que tomes decisiones en base a lo que crees y te apoyaré en todo.

Él se quedó unos minutos en silencio, pensando en toda la información que acababa de enterarse.

Tal vez hice mal, ¿pero qué clase de madre no haría algo para proteger a su hijo? Tal vez estaba sobre pensando demasiado, pero Gastón y Ángela desde el principio habían dejado en claro que jamás apoyarían a Kira en el crecimiento de la empresa y de su persona.

Necesitaba que Kex creciera solo, que supiera que estaba bien y mal y en base a sus ideales, decidir lo correcto para él.

—Está bien, lo haré por mi madre —susurró—. Solo no vuelvas a ocultarme algo como esto.

—Claro, hijo, perdóname.

No estaba feliz, pero tampoco triste. Sabía que Kira quería lo mejor para nuestro pequeño y si este era el deseo de ambos, solo me restaba apoyarlos.

—Tu madre estaría orgullosa de la clase de hombre que te has convertido.

—¿Te refieres a un chico gay que le va mal en el amor y le encanta los casos policiales? —ironizó para hacerme sonreír.

—Sí, eres nuestra herencia que podemos dejarle al mundo.

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