Epílogo


—¿Estás lista? —preguntó Melissa con entusiasmo.

Génesis se mordía las uñas, nerviosa.

La noche anterior, no había pegado un ojo ultimando los detalles de la apertura de su agencia en Miami. Recientemente se había mudado a un departamento cercano al recinto de la agencia, así que después de un año de planearlo demasiado, aquel día estaba logrando todo lo que se había propuesto y no cabía en sí de la felicidad y los nervios.

—Para nada —contestó—, nunca había estado tan nerviosa. Siento un vacío en el estómago.

—Intenta comer algo —sugirió Melissa—, las tortitas de chocolate están deliciosas.

Génesis le hizo caso. Caminaba con paso firme, el cabello recogido en un elegante moño con algunos rizos sueltos que enmarcaban su rostro. Su vestido largo de color rojo resaltaba su figura, a juego con sus labios pintados del mismo tono, irradiando la mujer en la que se había convertido mientras se dirigía hacia la apertura de su agencia. Aunque los nervios seguían palpables, su emoción por ver materializado su sueño era palpable en cada paso que daba.

Mientras se acercaba a la mesa del catering, Génesis notó a su amiga Tina, quien la esperaba con una sonrisa radiante.

—Tina, ¡qué alegría verte aquí! —exclamó Génesis con entusiasmo, abrazándola con cariño.

—Tú sabes que no me perdería este momento por nada del mundo —respondió Tina, devolviendo el abrazo con igual emoción.

Su amiga la miró con un brillo en los ojos.

—Gen, estás deslumbrante. Este es tu gran día.

Génesis sonrió, agradecida por el apoyo y la compañía de su mejor amiga, quien había estado en cada momento de su vida y se había convertido en su hermana.

—Gracias, Tina. No podría haber llegado hasta aquí sin tu apoyo ¿sabes? Estoy emocionada y nerviosa al mismo tiempo.

—Tienes todo bajo control —aseguró su mejor amiga—. Saldrá todo increíble.

Después de la recepción, había llegado el momento de las presentaciones del equipo. La radiante mujer de rojo no era más que un manojo de nervios al subirse a aquella plataforma. Se había preparado unas tarjetas con algunas palabras que quería decir, aunque en aquella tarima, iluminada por los reflectores y frente a decenas de personas muy importantes para ella, un nudo ocupó su garganta, sin poder hablar.

En aquel momento solo pudo pensar en su madre, en el gran amor que se tenían y lo orgullosa que estaría de verla cumplir sus metas.

Con la vista fijada en el público, comenzó a hablar desde lo más profundo de su ser. Sin tarjetas, sin discursos armados.

Al terminar, una horda de aplausos y vítores se alzaron, causándole una adrenalina muy difícil de explicar, solo podía sentir su corazón latir tan fuerte que resonaba en sus oídos. Y entre la multitud logró distinguir unas manos que aplaudían y que reconocía demasiado bien.

Alzó la vista para ver su rostro, y no hubo duda acerca de quién se trataba.

Sus miradas se conectaron como tantas veces lo habían hecho en el pasado; sin embargo, aquel día tenían un brillo que nunca antes habían logrado.

Eric, a diferencia del resto, no llevaba un traje o un atuendo elegante. Seguía siendo él; había cambiado, por supuesto, pero en su expresión había encontrado al mismo hombre de espíritu libre de siempre.

Génesis se bajó del escenario y todas las personas se amontonaron a su alrededor para saludarla y felicitarla por su logro. Algunos patrocinadores, colaboradores y colegas.

No fue hasta después de una hora que el lugar comenzó a vaciarse, cuando el aroma de su perfume la envolvió.

Allí estaba, frente a ella, mirándola con los ojos llenos de orgullo. Abrió los brazos rendido a un abrazo; después de tanto tiempo y de tanto haberlo necesitado, Génesis no tuvo más opciones que dejarse llevar por sus instintos y entregarse a sus brazos. Podía escuchar los latidos del corazón de él, desenfrenados.

Se sentía tan reconfortante; como si sus sentimientos hubieran estado guardados para ese específico momento.

—Lo lograste, Gen —dijo con la voz baja y ronca—. Nunca había dudado de ti, pero aún así no dejas de sorprenderme.

—Ni siquiera yo puedo creerlo —contestó, sus palabras cargadas de emoción.

Se separaron para poder verse a la cara.

—Buen atuendo —le dijo ella, divertida y con un toque de ironía.

Eric no pudo evitar reírse ante su comentario.

—Vestirme como un muñeco de torta no es lo mío —comentó bromeando.

—No has cambiado ¿cierto? —le dijo riéndose.

—Aún como en mi auto, si a eso te refieres.

Génesis reía y sus ojos se achinaban, era algo que Eric extrañaba demasiado.

—Yo tampoco he cambiado demasiado —confesó ella.

—Si aún hablas entre dientes cuando estás enojada; o usas labial rojo cálido para los días soleados y rojo frío para los días nublados; o muerdes la punta del lápiz cada vez que piensas; o te molesta que la correa del bolso sobrepase tu cintura; o duermes sin almohada; o dejas la luz del baño encendida —tomó un respiro—. Pero lo más importante; si aún amas las almendras de chocolate. Déjame decirte que no has cambiado.

Sonrió con nostalgia. Eran detalles que sólo alguien que la conocía profundamente podía notar.

Sacó de su bolsillo una cajita con almendras de chocolate, esas que habían probado hacía dos años y que eran de una tiendita que casi nadie visitaba.

El ambiente alrededor de ellos se volvió más íntimo, como si el tiempo se hubiera detenido solo para permitirles disfrutar de aquel momento juntos. Sin embargo, ambos sabían que había mucho que decir, muchas emociones que expresar después de tanto tiempo separados.

—Eric, necesito... —comenzó Génesis, pero fue interrumpida por la voz de Melissa, que los llamaba desde la distancia.

—¡Génesis! ¡Eric! ¡Vengan aquí, tenemos que celebrar!

Eric y Génesis se miraron brevemente, compartiendo un entendimiento silencioso. Aunque el momento había sido interrumpido, sabían que tendrían la oportunidad de hablar más tarde.

—Vamos —dijo Génesis con una sonrisa—. No podemos hacer esperar a los demás.

Se dirigieron hacia donde los esperaban sus amigos y colegas.

Mientras caminaban, Eric se inclinó a ella, acercándose a su rostro.

—Me gusta como te quedan los rizos...

Ella lo miró curvando sus labios en una sonrisa, halagada por sus palabras.

—Creo que comienzo a amigarme con ellos.

Tomaron unas copas de champagne para brindar junto al resto de personas.

—Cuanta gente... —observó Eric—, parece un caos.

—Por primera vez; es un caos que no me desagrada —respondió Génesis.

Al final del día, del caos nacen las estrellas.



FIN.

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