Capítulo 9: Lo que da paz.
Durante los últimos días, Génesis y Eric se habían encontrado en varias ocasiones, mayormente coincidiendo en el hotel donde ella se alojaba. A pesar de que en ocasiones Génesis deseaba encerrarlo en el ropero para poder trabajar tranquila, no podía negar que su compañía era muy agradable. También habían cenado juntos en algunos restaurantes. Sin embargo, una noche en particular, después de una cena increíble, Eric sorprendió a Génesis al invitarla a su departamento.
Al llegar al lugar de Eric, Génesis notó algo inusual. El departamento estaba lleno de cajas apiladas en cada rincón, con muebles mínimos: una mesa redonda, sillas, un sillón y un mueble para una televisión que aún estaba en su caja. El baño apenas tenía productos aparte de su cepillo y dentífrico. Su habitación estaba aún más vacía, con solo una inmensa cama, un ropero a medio llenar y un escritorio cubierto de papeles.
Aunque encontró esto un tanto extraño, decidió no darle demasiada importancia y se dejó llevar por el momento.
Eric la condujo a través del desorden, disculpándose por no tener su casa en mejores condiciones. Mientras ambos se dirigían a la sala, más concentrados en sus besos que en caminar correctamente.
Algo que sorprendió a Génesis fue descubrir que Eric tocaba la guitarra bastante bien. Esa noche, mientras estaban recostados en el sillón, notó el estuche en un rincón de la sala y se incorporó de inmediato para traérsela y pedirle que le enseñara.
Aunque Eric había pasado toda la mañana en la oficina de su abogado, se había tomado un tiempo para ver a Génesis y la había llevado a su casa porque quería dormir en su cama, pero no sin ella. Sin embargo, cedió ante su petición y, un poco somnoliento pero con ganas de seguir viendo su sonrisa, le enseñó lo básico acerca de la música.
Desde la cercanía, podía observar el rostro de Génesis iluminado por la tenue luz que entraba por la ventana. Su ceño estaba fruncido, concentrada en tocar con precisión, mientras sus pestañas rozaban los pómulos donde se percibían algunas pecas. Su cabello estaba alborotado, con algunos mechones ondulándose en las puntas, vestigios de los rizos que existieron antes de ser alisados.
Después de un rato, Eric detuvo suavemente la melodía y colocó la guitarra a un lado. Se acercó a Génesis con ternura, envolviéndola en un abrazo repleto de necesidad.
—Gracias por compartir esto conmigo —susurró Génesis, sintiendo el latido de su corazón contra el pecho de Eric.
—Lo que da paz —susurró Eric, acariciando suavemente su cabello.
Ella lo miró un poco confundida por su respuesta.
—Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, lo que me da paz.
Sus labios se encontraron en un beso suave pero apasionado, expresando todo lo que las palabras no podían decir.
Se perdieron en la intimidad del momento, explorando cada rincón de su piel y la proximidad del otro sin prisas ni expectativas. Se acurrucaron en el sofá, en la penumbra del departamento.
—A veces siento que he estado esperando este momento toda mi vida —admitió Génesis, mirando a los ojos de Eric con ternura.
—¿Alguna vez te dije lo mucho que me gustan tus ojos? —le dijo penetrándola con la mirada.
—Podrías encontrar miles de ojos verdes en el mundo.
—Y aún así reconocería los tuyos en cualquier vida.
Génesis sonrió ante sus palabras, sintiendo el peso de sus sentimientos en cada una de ellas. Se acercó aún más a él, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo.
Se quedaron en silencio por un momento, y el tiempo pareció detenerse en esa noche y su simpleza.
En ese instante, tanto Génesis como Eric se dieron cuenta de que podrían acostumbrarse a esos momentos, a la rutina reconfortante de cenar juntos, hablar de trivialidades y perderse en besos apasionados en el sofá.
La compañía mutua se había convertido en un refugio, un lugar donde encontraban consuelo y felicidad en medio de un mundo caótico y desconcertante.
En ocasiones, la verdadera felicidad residía en las pequeñas cosas, en los momentos simples y cotidianos que llenaban el corazón. No había nada mejor que encontrar alguien con quien compartir la efímera e irrepetible experiencia de la vida.
Y si la vida no era más que esos pequeños momentos en donde podían sentir que todo estaría bien.
¿Qué era la vida?
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