Capítulo 4: Volver a casa.

En promedio, la mayoría de los seres humanos hemos experimentado el sentimiento de querer volver a casa. Tal vez cuando éramos pequeños y nos encontrábamos en la casa de algún familiar o amigo, o quizás cuando nos separaban kilómetros, ríos, mares o montañas. Sin embargo, el sentimiento siempre ha sido el mismo.

Podría estar en cualquier lugar del mundo, y por más bello que fuera, nada seria como estar, o más bien, "sentirse" en casa.

Cuando hablamos de "hogar", tal vez no nos referimos a una casa como tal. Más bien, son aquellos que nos rodean y nos hacen sentirnos en casa: son personas, son mascotas, son detalles de afecto que simplemente se convierten en nuestro lugar seguro.

Algunas veces, Génesis sentía que había perdido ese sentimiento de querer volver a casa. Porque su hogar eran los almuerzos de domingo preparados por su padre, la risa contagiosa de Tina, las mariposas pintadas en el estudio de su madre... y su madre.

Si uno de los pilares se cae, el resto se tambalea junto con él. Y ese era el sentimiento que la atormentaba cada vez que no se mantenía ocupada. Era como si estar sola con su mente, tener un momento para pensar, fuera una bomba de tiempo.

Por eso prefería mantenerse ocupada, y vaya que lo hacía.

Ya había pasado casi un mes desde su llegada a Florida; solo había aprovechado dos días para quedarse a dormir en la cómodisima cama del hotel.

Uno de los puntos importantes era que ya había vestido. ¡Sí! Melissa se había decidido por una deslumbrante (y muy costosa) obra de Pnina Tornai.
Aunque para Génesis la idea de casarse esa sumamente lejana, no podía negar que el vestido era bellísimo. Estaba confeccionado con fina tela satinada que se ceñía delicadamente a las curvas, resaltando su esbelta figura. El escote añadía un toque de sensualidad, mientras que la cola larga y fluida confería un aire de majestuosidad al caminar. Cada detalle, desde los delicados bordados hasta las sutiles aplicaciones de pedrería, eran una verdadera obra de arte.

Génesis terminaba de diseñar en su computadora los bocetos de las invitaciones cuando una llamada rompió el abrumador silencio.

—Número equivocado —contestó antes de que la persona al otro lado de la línea pudiera siquiera esbozar una palabra.

—¡Estoy afuera! —exclamó Eric—. Baja, no te hagas la ocupada.

—Estoy ocupada —enfatizó con tono divertido.

—¿Ocupada para unas deliciosas almendras bañadas en chocolate?

—Lánzalas por la ventana.

La risa ronca de Eric resonó desde el otro lado de la línea.

—Melissa me envió por ti. Dijo algo acerca de una prueba de pintura.

—¿Prueba de que? —preguntó.

—De pintura... —Eric trataba de formular una explicación, pero la realidad es que no recordaba exactamente las palabras de Melissa—. Esas cosas que se ponen en la cara.

—Una prueba de maquillaje querrás decir —le corrigió Génesis aguantándose la risa—, pintura para los cuadros.

—Ya, ya. ¿Bajas o no?

—Mhm... voy a pensarlo.

—Génesis... —advirtió.

—Enseguida bajo —dijo y tras ello finalizó la llamada.

Génesis se sujetó el cabello en una media cola. La habían tomado por sorpresa, así que no tenía tiempo para alisarse el cabello; por lo tanto, algunos rizos se escapaban de su recogido.

Tomó su bolso y bajó a encontrarse con Eric.

En el camino se cruzó con George, quien sorpresivamente estaba recostado en uno de los sofás de la recepción. Se acercó a él cautelosamente para comprobar que realmente estuviera dormido. Era casi imposible ver a George con la guardia baja.

Notó que llevaba puestos unos auriculares. Luego se asomó lo suficiente para poder escuchar que en los audífonos se reproducía "You Belong With Me" de Taylor Swift.

¡Quién lo hubiera dicho!, pensó para sí misma, George es un swiftie.

Sin interrumpir al pobre hombre que descansaba plácidamente, se alejó de puntitas tratando de no emitir el más mínimo sonido.

Eric estaba apoyado de manera despreocupada contra el auto, con una actitud relajada pero alerta, como si estuviera esperando pacientemente.

Génesis lo examinó con la mirada mientras se encaminaba hacia él.

Su postura reflejaba una confianza casual, con un brazo metido en el bolsillo de su vaquero. El humo de su cigarrillo se elevaba perezosamente hacia arriba, mientras sus ojos recorrían la calle.
Su cabello despeinado, junto con una barba incipiente, le daban un aire de rebeldía, pero su mirada revelaba una mezcla de expectación y calma.

—Ah. Tardaste menos de lo que esperaba —manifestó y luego le dió una última calada a su cigarrillo para desecharlo.

—Nisiquiera tuve tiempo de alistarme —se quejó Génesis mientras abría la puerta del auto.

—Me gusta más este nuevo estilo —la recorrió con la mirada, lo cual provocó una sacudida de escalofríos en ella.

—Es decir "desarreglada"

—Que no lleves el pelo alisado no significa que te veas mal, Génesis —se sentó en el asiento del conductor—. Si me preguntas a mí, prefiero los rizos.

Una tensión sutil la envolvió cuando el comentario de Eric chocó con su profundo desagrado hacia su propia melena, lo cual le provocó un leve temblor de manos y un titubeo en su voz mientras intentaba procesar aquel elogio que contradecía su propia percepción de sí misma.

—¿Que es ese olor? —preguntó Génesis cambiando la dirección de la conversación.

—No lo sé, es el perfume que rocían en el lavadero de autos.

—Huele a lavanda —aclaró.

—¿Eso es malo?

—No, me encanta. Me recuerda un poco a la casa de mis padres.

—Ah. Si... supongo que también me gusta, no lo había notado hasta entonces —admitió Eric con la mirada puesta en el carril.

Eric estaba a punto de comenzar a conducir cuando Génesis sujetó el volante impidiéndoselo.

—¿Que pasa? —exclamó extrañado por su comportamiento.

—El cinturón de seguridad.

—No te preocupes, estamos cerca —respondió restándole importancia a la advertencia de ella.

—No me interesa si estamos a dos o quinientos kilómetros de distancia. El cinturón ahora —ordenó—, o me bajaré en este preciso instante.

—Bien, bien... —obedeció colocándose el cinturón—. Casi siempre manejo sin el.

—Pues no deberías —respondió tajante.

—Aw, que ternura Geny, te importo —comentó en tono de broma.

Génesis miró hacia la ventana y no exclamó ni una sola palabra. Su semblante había cambiado drásticamente de un momento a otro.

Eric se limitó a conducir y no acotar nada mas, a Génesis parecía incomodarle la conversación así que optó por no ahondar mucho mas.

Unos minutos más tarde se encontraban en la casa de Melissa y Zack.

La casa era elegante y grande. Se alzaba majestuosa, con líneas limpias y acabados impecables que le conferían una presencia impresionante. Grandes ventanales de suelo a techo inundaban los espacios de luz natural, mientras que amplias terrazas y áreas verdes invitaban a disfrutar del aire libre.
Aquella casa era un reflejo de la vida contemporánea en su máxima expresión, un sueño para cualquiera.

Danna, una de las amigas y damas de honor de Melissa, los recibió y los acompañó hasta la sala de estar, donde se había improvisado una especie de salón de belleza a domicilio.

Melissa estaba de espaldas frente a un gran espejo, rodeada de personas que trabajaban en su cabello y rostro.

Sus amigas no eran la excepción; también tenían personal trabajando en sus cabellos, realizando pruebas de peinados para el día de la boda. De hecho, Danna los había recibido con ruleros en la cabeza.

—¿Dónde está mi hermano? —preguntó Eric, con ánimos de escapar de aquel lugar.

—En la cocina degustando los postres de la boda —respondió Melissa.

Sin pensarlo dos veces, Eric desapareció en dirección a la cocina.

—Génesis, ponte cómoda —la invitó a sentarse Alice, otra de las damas de honor de Melissa.

—Gracias, Alice —exclamó acercándose a la próxima novia—. ¿Me necesitaba para algo, señorita Melissa?

—Por supuesto. Toma asiento y explícale a los jóvenes cómo te gustaría llevar el cabello —explicó gentilmente, como si fuera obvio—. Y deja de llamarme señorita.

—No, por favor, señorita Melissa —se apresuró a decir—. Quiero decir, Melissa. Puedo arreglar mi cabello yo misma, además, no soy el centro de atención.

—Génesis Wayne. Siéntate y no te avergüences, contraté esto para todas nosotras —remarcó—. Además, tienes un cabello de un largo impresionante, ya quisiera yo tener esa suerte.

Ella sonrió ante las palabras de Melissa. Siempre había sido muy amable con Génesis desde su llegada; era reconfortante trabajar con personas como ella.

Génesis se sentó en una de las sillas, uniéndose al grupo de amigas de Melissa que parloteaban animadamente sobre el aniversario de una de ellas. Mientras tanto, dos jóvenes empezaron a arreglarle el cabello.

—¿Y qué tienes pensado? —preguntó Danna.

—Me gustaría organizar una cena romántica. Lo sé, es un poco cliché. Pero Kimberly siempre ha soñado con una cena a la luz de las velas, música, su comida favorita y flores —comentó Jade, una joven pelinegra algo bajita y con las mejillas llenas de pecas, otra de las damas de honor de Melissa.

—Yo creo que es una fabulosa idea —acotó Alice—. Además, podrías comprar su postre favorito.

—A mí me parece aburrido —opinó Danna.

—¡Envidiosa! —exclamó Alice, bromeando.

—Claro que no. Pero podrían ir al cine.

—Eso es igual de cliché —refutó Jade.

—Es una fecha especial, cualquier otro día podrían ir al cine —agregó Melissa.

—Yo creo que la idea de una cena romántica es interesante —intervino Génesis un poco temerosa—. Es cliché, pero puedes darle tu propio toque. En la costa hay algunos yates que tienen restaurantes incluidos; tal vez una noche allí podría agradarles.

Las cuatro chicas la escuchaban con atención.

—Esa sí me parece una gran idea —dijo Jade—. Ya entiendo por qué Melissa te confió la organización de su boda.

—Yo nunca me equivoco —soltó Melissa.

Génesis aprovechó la oportunidad para mostrarle a Melissa los bocetos que había hecho para las invitaciones, buscando su opinión sobre el diseño.

Se había pasado toda la mañana diseñándolos y estaba segura de que a Melissa le fascinarían. Una de sus cualidades era el perfeccionismo así que aunque fueran una muestra, casi que no tenían ningún error.

Un rato después, Eric decidió investigar la situación, ya que parecía que las señoritas habían ocupado la sala de estar por completo.

Se acercó a Génesis y le informó que en un momento tendría que irse a su casa, pero que si necesitaba que la llevara de regreso al hotel, él estaría disponible para hacerlo.

—¡Oye, Eric! —exclamó Melissa, extendiéndole el iPad— ¿Cuál prefieres de las invitaciones?

—A mí me gustan todas —expresó Alice.

Eric examinó cada uno de los bocetos con seriedad.

—Pero si son todos blancos con líneas y flores —opinó.

—Tú no entiendes nada de esto —se defendió Génesis.

—No, pero si fuera un invitado, creería que me invitan a la apertura de una florería, no a una boda.

Génesis puso cara de póker, demostrando que no le importaban las críticas de Eric, pero cerró los puños con fuerza.

—Pues bien, ya que estás tan inspirado —ironizó—, ilumínanos.

—¿Por qué no utilizar el color vino? —sugirió Eric—. Me gusta mucho ese color. Además, mantiene la elegancia y se podría combinar con colores crudos... algo así, ya sabes, tú eres la experta.

—¡Es una excelente idea, Eric! —exclamó Melissa, emocionada—. Wow, deberías dedicarte a esto.

—¡Podrías trabajar con Génesis! —acotó Alice, emocionada.

Génesis le dedicó una mirada de advertencia a Eric, pero él la observaba desafiante.

—No lo sé, preguntémosle a la jefa —la penetró con la mirada.

Ella trató de forzar una sonrisa, pero no pudo evitar poner mala cara.

—No tenemos gustos tan parecidos ¿cierto, Eric? —dijo tajante.

—Si lo dices por tu ex novio... no. Yo no lo hubiera elegido aunque fuera el último hombre en el mundo.

Si hubiera podido atravesarlo con la mirada, la existencia de Eric hubiera acabado en ese preciso instante.

—¡¿Conoces al ex novio de Génesis?! —inquirió Danna, hambrienta de chisme.

—¿Ustedes se conocen? —preguntó Melissa, desconcertada.

Un silencio glacial se hizo durante algunos segundos, hasta que Eric tuvo el valor de romperlo.

—No —contestó finalmente, luego de ver a Génesis con todos sus músculos tensos—, sólo bromeaba. Pero no me cabe duda de que así ha de ser.

—Pues sonó bastante real —acotó Alice.

—Y bien... ¿Qué tal los postres? —interrumpió Melissa, cambiando de tema, cosa que Génesis agradeció internamente.

—Mhm... bastante bien. Creo que mi favorito es el de almendras bañadas en chocolate.

Aunque Eric había tratado de llamar la atención de ella, había resultado inútil; Génesis lo ignoraba por completo.

El pacto de silencio entre Eric, Génesis y Zack había permanecido desde aquella noche en el restaurante, hasta el momento. Como si los tres hubieran decidido no tocar el tema, pero bien se sabe que los secretos son una bomba de tiempo, y que en algún momento terminan por explotar.

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