Capítulo 2: Un Uber no registrado
Melissa soltó un grito agudo de emoción cuando el conductor se estacionó frente a la enorme tienda de vestidos.
—¡Llegamos! —gritó, observando a través de la ventanilla.
Génesis parpadeó sorprendida cuando vio la construcción enorme. Parecía un hotel de 5 estrellas más que una tienda de vestidos de gala; ni siquiera podía imaginar lo costosos que serían.
Melissa fue la primera en bajar del auto, seguida por su madre, la señora Christina Kennedy. Ambas igual de bonitas, con su cabello dorado y esbelta figura, tenían una genética envidiable.
Unos minutos después de adentrarse, una señorita las recibió amablemente. Tenían cita reservada para nueve personas, lo cual le había resultado bastante extraño a Génesis, siendo que ellas eran tres.
Sus dudas se disiparon en cuanto otro grito agudo le detuvo el corazón. Las seis personas faltantes acababan de llegar y parecían sacadas de un desfile de moda.
—¡Meli! —una de las chicas se acercó a su amiga haciendo pucheros.
—¡Vas a casarte nena! —agregó otra mientras todas abrazaban a la novia.
—¡Lo sé! ¿No es emocionante? —le respondió—. ¡Ah! Casi lo olvidaba, ella es mi wedding planner, Génesis.
Las seis chicas voltearon a verla casi al mismo tiempo, como si se tratara de una eminencia.
—Un placer —les dedicó una sonrisa gentil, un poco intimidada por la mirada de las seis chicas.
—Espera... yo te conozco —mencionó Danna, una de las chicas— ¿trabajas para la agencia Vanity?
—Es la dueña de Vanity —le susurró Melissa con poca discreción.
La muchacha miró a su amiga como si se tratara de una broma, pero puso su mejor cara de asombro cuando notó que Melissa le decía la verdad.
—¡Qué pasada! He ido a varios eventos y la organización es fenomenal.
Génesis aún no sabía cómo reaccionar ante comentarios positivos. El corazón se le salía del pecho, porque significaba que, por más difícil que a veces se pusiera, estaba logrando poco a poco sus objetivos.
La joven que las había recibido antes las guió a todas a un salón enorme, en donde había más vestidos de los que cualquiera hubiera visto en su vida.
El objetivo del día era que Melissa pudiera ver y probarse unos cuantos vestidos. Esa tienda era la más grande de Florida, así que fue la primera opción para encontrar una gran variedad.
—¿Tienen algún monto máximo? —consultó la vendedora que asesoraría a Melissa.
—Ninguno, lo mejor para mi princesa —respondió Christina con una sonrisa tierna en su rostro. Ella sería quien pagaría el vestido.
Génesis recordó a su madre y una punzada le atravesó el corazón. Trató de evitar ponerse sentimental, pero las lágrimas amenazaban con salirse de sus ojos.
—Necesito un minuto —comentó— ¿Donde está el baño?
—Al final del pasillo, segunda puerta a la derecha —indicó amablemente la señorita de la tienda, y acto seguido, Génesis se dirigió al baño.
La madre de Génesis había fallecido en un accidente de tránsito hacía unos años, y desde entonces no podía siquiera pensar en ella sin llorar.
No era la primera vez que sentía ganas de desconectarse de su propio corazón; y no lograba comprender cómo es que un órgano vital puede llegar a causar tanto dolor. Ni Génesis ni la medicina lograban descifrarlo; algunos científicos dicen que el corazón tiene su propio cerebro, el cual es capaz de aprender, sentir y recordar.
En caso de que así fuera, quería eliminar sus recuerdos del accidente y que su madre la abrazara con su calidez una vez más.
Cerró la puerta del baño y corroboró que no hubiera nadie allí.
Se abrazó a sí misma, familiarizándose con ese sentimiento que en repetidas ocasiones venía a visitarla.
Génesis se tomó unos minutos para tranquilizarse cuando sintió una vibración en su bolsillo.
—¿Sí? —descolgó la llamada, con la voz algo temblorosa.
—¿Señorita Wayne? Me comunico del departamento de entregas, me informan que el repartidor se encuentra en el domicilio pero aún no ha salido nadie a recibirlo.
—Mierda —masculló Génesis.
—¿Disculpe?
—Lo siento. Bajaré a recibirlo, por favor, aguarde cinco minutos.
—Perfecto, se lo comunicaré al repartidor. Hasta luego.
En cuanto finalizó la llamada, Génesis salió corriendo del baño y fue en dirección al montón de chicas que parloteaban y reían.
—Señorita Melissa —dijo, captando su atención—, me acaban de llamar, llegaron las muestras de las telas.
—¡Qué emoción! —canturreó la rubia—. Espera, ¿llegaron ya? es decir, ¿ahora?
—Me temo que sí, pero voy a tomar un taxi para llegar cuanto antes.
A cualquiera podría parecerle una completa estupidez, es decir, eran unas cuantas cajas con muestras para manteles y cortinas. Lo importante de la situación es que cada retazo costaba entre cinco y diez mil dólares. En resumen, Génesis tenía que cuidar con su vida esas muestras.
—Ay nena, no vas a conseguir taxis vacíos a estas horas —agregó la señora Christina.
—Espera, dame un minuto —dijo Melissa y luego tecleó a toda velocidad en su móvil.
Génesis se despidió de ellas y salió de la tienda para esperar a quien sea que la recogería, pero los minutos pasaban y no veía señales de algún Uber o algo por el estilo, así que decidió caminar... bueno, correr.
Maldecía no haberle hecho caso a Tina cuando le dijo que instalara esas aplicaciones de conductores privados.
Repentinamente, una pequeña gota cayó en el rostro de Génesis, y luego otra. Y otra.
Para su suerte, había comenzado a llover.
Al parecer, en Florida el clima era tan inestable como para despertarte con el día más soleado de tu vida y luego sorprenderte con una lluvia torrencial.
Se había colocado el bolso encima de la cabeza para tratar de cubrirse un poco, pero le había resultado inútil.
Génesis, que se había pasado las tres primeras horas de la mañana planchando su largo cabello rizado, ahora lo veía chorrear agua mientras corría con los zapatos desbordados por la lluvia.
Rogaba que el semáforo cambiara de color, o tendría que rezar para no ser atropellada; no había tiempo que perder. Pero justo antes de tomar cualquier decisión, un brillante auto negro frenó en sus narices y abrió la ventanilla.
—¿Uber para Geny? —soltó una voz familiar desde dentro del auto.
—¿Eric? ¿Qué haces aquí? —le respondió desconcertada.
—Por si no lo has notado... estoy parado en mitad de la calle.
Génesis tardó algunos segundos, pero finalmente se decidió a subir al coche. No tenía más opciones.
—Oye... —comenzó Génesis— tengo que llegar al hotel en menos de —miró su reloj— dos minutos.
—Pues llegarás en diez, el tráfico está fuertísimo.
El rostro de Génesis se transformó en la personificación de la desesperación y el espanto al escuchar sus palabras.
—Acelera, tenemos que llegar en dos.
—Tienes que llegar en dos —le recalcó, tomándose la situación con total tranquilidad—. Además, no puedo sobrevolar los autos.
—Entonces caminaré —Génesis hizo ademán de abrir la puerta en medio de la calle y con el coche en marcha.
—¡Espera! —Eric le detuvo la puerta al instante— ¡Estás loca! ¡Van a arrancarnos la puerta!
—Van a arrancarte la puerta —le respondió dándole de su propia medicina.
—Sí, y también van a matarte.
—¿Me llevas o no?
—Nunca has dejado de ser una mandona.
—Genial, llegamos en dos minutos.
—En diez —agregó Eric irritándola aún más.
—En tres.
—En cinco.
Génesis lo miró enfurruñada, pero finalmente se rindió y pensó que cinco era mejor que diez minutos.
—¿Tienes alergia a algo? —le preguntó Eric, observándola de reojo— porque tienes la nariz roja y los ojos un poco hinchados.
Génesis se pasó las manos por el rostro, pero no dijo ni una palabra.
Se hizo un silencio sepulcral, no sabía si por la presión del tiempo o por lo extraña que era aquella situación.
Eric observaba a Génesis, sentada en el asiento del copiloto del auto, estaba empapada por la lluvia que caía afuera. Sus rizos oscuros caían desordenadamente sobre sus hombros, goteando gotas de agua en el interior del vehículo. Sus ojos verdes, brillantes pero fríos, reflejaban su irritación mientras miraba hacia adelante con determinación. Su nariz respingada añadía un toque de arrogancia a su expresión enojada, con los labios apretados en una línea firme.
A pesar de la lluvia y el disgusto en su rostro, su presencia emanaba una fuerte tensión que Eric no podía obviar.
Después de unos minutos, estaban a metros de llegar al hotel, y Génesis estaba lista para lanzarse del auto ni bien se estacionara.
—Geny —Eric captó su atención— ¿Quieres mi chaqueta?
Génesis lo miró extrañada, en primer lugar por el apodo, en segundo lugar por la amabilidad repentina.
—No, gracias. No tengo frío.
Eric carraspeó un poco incómodo, sin saber cómo hacerle notar la situación a Génesis.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? —le preguntó.
Eric desvió la atención de su rostro a sus pechos, pero inmediatamente apartó la mirada.
Miró a través de la ventana y los músculos de su mandíbula se tensaron.
Génesis se miró a sí misma, percatándose que había sido un mal día para usar una blusa blanca. La lluvia la había empapado y la tela transparentaba todo, dejando muy poco a la imaginación.
Las mejillas se le tiñeron de rojo. Unos pechos no eran nada del otro mundo, pero no podía negar la incomodidad de la situación.
Se estacionaron frente al hotel y Eric se quitó la chaqueta ofreciéndosela, mirando fijamente hacia el frente.
Soldado fuerte.
Génesis la aceptó y se bajó del coche casi corriendo.
Ni bien ingresó a la recepción se cruzó con George, uno de los encargados de la seguridad del hotel, quien era muy parecido a Vin Diesel y tenía el aspecto de un fortachón aplasta cabezas.
La había examinado de pies a cabeza debido a su aspecto tan desalineado y por el hecho de que chorreaba agua.
—Señora Wayne —la detuvo antes de que pudiera hacer nada— un joven estuvo aquí con unos paquetes a su nombre.
Génesis se sintió intimidada.
—¿A-a mi nombre? —George la miraba con cara de poker a través de sus gafas negras—, e-es decir, sí. Si estaban a mi nombre.
El hombre ni siquiera parecía inmutarse.
—¿Dejaron los paquetes aquí? —preguntó Génesis con cautela.
—No. No tenemos permitido recibir paquetería de huéspedes —contestó con su voz grave.
Génesis maldijo para sí misma. No quería decir groserías frente a George, ese hombre le aterraba.
—Está bien. Gracias.
Salió del hotel y se encontró aún con el auto de Eric aparcado. Al parecer, se había quedado a esperarla.
El detalle que captó la atención de Génesis fue que la puerta trasera del vehículo de Eric tenía un rayón hecho intencionalmente. Le pareció bastante extraño, pero decidió ignorarlo.
—¿Conseguiste las muestr— antes de que pudiera terminar, Génesis soltó un grito que podría haber matado del susto al pobre Eric—. ¡¿Qué demonios te pasa?!
—Necesitaba descargarme —dijo ahora más tranquila—. ¿Sabes dónde está la oficina de correo?
Eric aún la miraba espantado.
—¿Vas a volver a gritar? así me voy acostumbrando.
—¿Me llevas? —le dijo haciendo pucheros.
Él rodó los ojos y se acomodó en su asiento, resignado.
—Lo tomaré como un sí —espetó Génesis—. ¡Ya regreso! Me cambio en menos de un minuto.
—Ambos sabemos que eso es mentira.
—Tengo el presentimiento que comenzamos a entendernos.
—Tengo el presentimiento que comienzo a ser un Uber personal.
Y tras aquellas últimas palabras, Génesis se adentró al hotel.
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