Divulgación: Café y Evangelistas
✣ Nota de autora ✣
Utilizar elementos basados en la realidad para crear fantasía es una de las cosas que más adoro hacer en mis historias. Así, la fantasía que vive en Un Café para el Evangelista está cimentada en dos aspectos de romántica o interesante naturaleza.
El café: un detonador de ideas
El café, como una de las bebidas más consumidas en el mundo, carga con una problemática historia. Tras su descubrimiento, la infusión viajó a través del mundo, encontrándose con todo tipo de culturas e ideologías; el café ha sido tanto un regalo de los dioses como un producto embriagante que, consecuentemente, debía ser prohibido. Las cafeterías clandestinas abundaron en diversos lugares, en diversos tiempos.
No obstante, las prohibiciones del café a lo largo de los años no han sido causadas únicamente por la propiedad estimulante de su cafeína.
Las cafeterías, a diferencia de las tabernas, no eran lugares para irse de juerga. Las tiendas de café, desde que se instalaron en Europa hace cientos de años, se volvieron centros de debate social, religioso, político y filosófico. El temor por parte del gobierno a la capacidad de rebelión que podrían obtener los ciudadanos al reunirse en una cafetería se volvió una causa más para prohibir el café.
No obstante, callar o reprimir jamás ha sido la mejor forma de evitar que sucedan las cosas.
Los evangelistas
En Un Café para el Evangelista, se hace mención de un oficio que me parece muy romántico. Los evangelistas, llamados así porque, al igual que los evangelistas en la religión, son personas que escriben por encargo las palabras de otros, solían ser personajes indispensables en México hace algunas décadas, pues el analfabetismo era cosa común, así como la necesidad de comunicarse.
El oficio de evangelista, en México, surgió en el siglo XIX, o incluso antes, y era endémico de la capital del país. Los evangelistas, también llamados amanuenses, escribientes o escribanos, cobraban dinero a cambio de sus palabras, y escribían cartas, poemas, novelas, tesis u oficios legales para quienes, o no sabían escribir, o no confiaban en sus habilidades para redactar un documento serio. También solían leer en voz alta.
Los evangelistas, en México, se sentaban a una pequeña mesa o un escritorio y atendían a las largas filas de clientes que, en algunos casos, viajaban desde lejos para solicitar su ayuda. Cuando inició su oficio, escribían a mano, con una pluma de ganso. Con la llegada de las máquinas de escribir, su trabajo se modernizó, antes de que el mundo conociera los correos electrónicos y los mensajes de texto, o los correctores automáticos de los ordenadores de hoy en día.
Si bien los evangelistas reales en la historia de México no se encargaban de enviar cartas, y mucho menos avivaban dragones de papel para hacerlos entregar los mensajes, el oficio en sí me parece muy romántico. Actualmente, aún sobreviven algunos escribientes en la capital de México, pero ya no redactan las cartas de amor que se les solicitaban con frecuencia en sus inicios.
Desconozco la existencia de un oficio similar en algún otro país, pero considero que esta puede ser posible, debido a la importancia del mismo. Si algún lector sabe algo del tema, me alegraría mucho que lo comentara. Siempre es bueno aprender cosas nuevas.
Sin más que decir, cierro esta larga nota de autora, que considero más trivial que necesaria, pero que habla de cosas que moría de ganas de contar, deseando todos los bienes del mundo a quienes han leído hasta aquí.
Con aprecio,
Prince Lendav
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