Capítulo 8

Inconscientemente, he acabado paseando con Dama a los pies del edificio en el que trabaja su amo. Me detengo frente a la gran construcción y lo observo con detenimiento.

Parece que pertenece a un gran banco. Algunos hombres trajeados y mujeres vestidas impecablemente (con tacones, melenas perfectas y elaborado maquillaje) salen y entran. Otros fuman en la entrada y algunos se agolpan en cafeterías cercanas para compartir el segundo café de la mañana entre cotilleos e informaciones extraoficiales.

No puedo evitar compararme con ellas. No sé caminar con tacones, odio maquillarme a primera hora de la mañana y cuando lo hago parezco una puerta pintada. Me gustan mucho los vestidos primaverales y femeninos, sí, pero embutirme en unas medias y ponerme una falda de tubo estrecha con unas plataformas de quince centímetros...

—No tengo nada que ver con ellas, desde luego pertenecemos a mundos distintos —susurro.

Dama me mira, interrogante. Continuamos paseando y de pronto ante mí aparece una gran extensión llena de rampas y tubos: un parque canino que debí haber pasado por alto cuando me estudié el Google Earth.

Caminamos en esa dirección.

—Te contaré algo, Dama —le explico a la perra, como si me fuera a contestar—. Hubo una época en la que quise ser así. Vestirme de oficina y llevar tacones. Me maquillaba, redactaba informes, programaba reuniones, enviaba correos electrónicos... Estudié empresariales, ¿sabes, pequeña? Pero al año de trabajar como becaria en una oficina me di cuenta de que aquello me hacía muy infeliz.

Y por eso me comparo con esas mujeres. No son ni mejor ni peor. Ni lo hago por el dueño de Dama (que me tiene impresionada, no lo voy a negar) aunque supongo que ellas se corresponden más con el perfil de mujer que le atrae... Aparto ese pensamiento de mi mente, ¿qué demonios?

Me comparo con ellas porque una vez fui así y he de reconocer que aunque ahora gano menos dinero y mi futuro es más incierto (aunque estoy segura de que lo encauzaré), no siento esa opresión en el pecho cada vez que me levanto de la cama ni esa horrible claustrofobia al verme encerrada entre cuatro paredes todos los días en un mundo carente por completo de humanidad (sí, a las oficinas me refiero).

Compruebo con alegría que el parque canino está completamente vacío. Abrimos la puerta y suelto a Dama, quien comienza a correr como una loca de un lado a otro.

Entonces, extraigo la pelota y me convierto en el centro de toda su atención perruna.

***

—Sí, entendido. Esos datos son erróneos... No... —Mario se desespera con el teléfono en la mano mientras habla con su jefe—. De acuerdo, a las cinco.

Cuelga. Está a punto de volver a sentarse en la silla de su despacho cuando se percata que justo debajo de la ventana hay un pastor alemán y una chica de cabello granate brillante jugando con una pelota de Kong morada.

No tarda en reconocerlas.

Por un momento, el mundo se congela a su alrededor y disfruta como un niño pequeño que ve por primera vez pasar el tren desde la ventana de su casa.

La pastora alemana brinca con alegría y jalea a la pelirroja, quien sabe fastidiar a Dama con mucho arte. Aura se las ingenia para obligarla a subir y bajar las rampas, a atravesar arcos y a galopar hasta la otra punta del parque. Pero siempre, cuando regresa cansada sobre sus cuatro patas, ella le acaricia las orejas y el lomo.

Por un momento, a Mario le gustaría ser Dama y que esas manos suaves y finas le acariciaran. Porque esa pelirroja parece que emana vida por los cuatro costados. Y vida es lo que él necesita.

—Mario —otra voz femenina, pero diferente, reclama la atención.

—Dime, Sara —le contesta él a su secretaria.

—Fernando ha convocado una reunión a las doce en la sala de juntas —informa ella.

Mario asiente con la cabeza sin demostrar mucho interés.

—Gracias —responde en tono distraído.

Sara, al notar la poca atención que ha recibido esta vez, decide entrar en el despacho y apoyar su mano sobre el hombro de Mario.

—Eh... —dice suavemente—. ¿Te encuentras bien? Ya... Me he enterado —susurra con cautela.

Mario vuelve en sí, aún con un ojo puesto en Aura, que ya desaparece tras una de las calles.

Al girarse, el contraste entre las dos mujeres le sorprende.

Sara siempre le pareció increíblemente atractiva: alta, inteligente, profesional, ojos grandes y oscuros. Definitivamente apetecible. Pero... Más de lo mismo.

—Sí, pero estoy fenomenal. Gloria y yo somos muy distintos. Ha sido lo mejor —responde Mario asépticamente—. ¿Te importa dejarme solo? Necesito pensar un rato —le pide educadamente.

Sara sonríe con frustración y se va del despacho procurando disimular su enfado que se camufla sutilmente en el resonar de sus elevados tacones al chocar contra la elegante tarima oscura de la oficina.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top