Capítulo 7


Aura introduce la llave en la cerradura, la gira y abre la puerta del piso de Mario. Nada más entrar, Dama la recibe con ladridos: al principio amenazadores, y posteriormente, según la pelirroja se agacha, la acaricia y le dice cosas bonitas, los sustituye por unos lametones muy efusivos.

—Eres guapa, sí. ¿Vamos a ir a jugar al parque? ¿Con la pelota?

La peluda se sienta sobre los cuartos traseros y le da la patita.

—Oh, quieres una galleta —Aura se ríe mientras saca de su bolsillo una pequeña chuchería canina.

Dama la recibe con alegría (moviendo el rabo).

—Veo que os lleváis muy bien —Mario aparece en el salón, con su corbata ya ajustada, el pelo húmedo de la ducha y el olor a hombre limpio y perfumado.

—Vaya, no sabía que estuvieras aún en casa. Lo siento si te he molestado.

—No, en absoluto.

Mario se acerca y la saluda con dos besos. De nuevo el olor a lavanda de esa mujer lo deja petrificado. Aura parece encontrarse un poco desorientada.

—He hecho café, ¿quieres? Hay de sobra para los dos —dice él mientras sostiene una jarra llena que extrae de la cafetera de filtro.

—Yo... —Aura balbucea—. De acuerdo.

Mario sonríe discretamente.

—¿Quieres un poco de leche?

—Sí, muchas gracias... La verdad es que me resulta difícil decir que no a una taza de café a las ocho de la mañana —explica ella con timidez.

La voz de Aura es suave, tranquila y extremadamente femenina. Mario trata de respirar calmadamente, sólo ha querido ser caballeroso.

—Si no, no serías humana —responde él.

—¿Trabajas lejos de aquí? —pregunta Aura en un intento por establecer una conversación normal.

Ambos se han sentado en los taburetes que hay frente a la isla de la cocina. La pelirroja añade una cucharadita de azúcar moreno al café.

—Tardo diez minutos andando. Mi oficina está en ese edificio en forma de vela que se ve desde la ventana —lo señala.

—Está muy cerca, es una suerte —le responde Aura con amabilidad.

Mario se levanta del taburete, mete su taza al lavavajillas y desaparece por el pasillo. Regresa a los tres minutos de lavarse los dientes, se pone su americana sobre la camisa y guarda la cartera y el móvil en el bolsillo interior. Aura sigue todos los movimientos con su mirada felina.

—Me marcho, adiós Dama. Ya sabes, cualquier cosa... —dice él.

Ella le sonríe y él contiene la respiración.

—Si hay cualquier cosa te llamaré, vete tranquilo —contesta la pelirroja con su voz musical.

Él asiente y se marcha.

Como el día anterior, Dama comienza a llorar al otro lado de la puerta e incluso estira la pata para arañar la madera.

—Eh, preciosa... Ven.

Aura le acaricia las orejas, el lomo y las patitas. Después le da un beso a la peluda y ella le devuelve un lametazo.

—Bien, ahora que estás más tranquila, nos vamos a pasear.

Aura mete la taza de su café al lavavajillas y se asegura de que no ha dejado nada desordenado. Después coge su pequeña mochila y confirma que lleva galletas caninas de sobra, una pelota, un lanzador de pelota y otra pelota que si la aprietas, pita (es un reclamo estupendo).

Le abrocha el arnés a Dama y salen del piso. 

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