Capítulo 36


Seis meses después...

Al fin he encontrado un piso diminuto. Cuarenta metros cuadrados de lienzo en blanco. Me siento en el sofá-cama, en el salón-cocina-dormitorio. Solo tengo una mesa, un sofá, un ordenador y una maleta cargada con toda la ropa que ha merecido la pena conservar.

Me han contratado en una oficina de un reconocido despacho de abogados, como recepcionista. Sé que no me va a hacer feliz, pero me va a llenar los bolsillos... Ahorraré y después intentaré costearme la carrera de veterinaria en alguna universidad. He decidido continuar este año con el módulo de auxiliar, a final de curso obtendré el título y podré trabajar con animales en alguna clínica, si hay suerte.

Suena el teléfono.

—¿Sí?

—¿Cómo estás? ¿Cuándo nos invitas a inaugurar tu casa? —pregunta Sandra al otro lado del teléfono.

—Bien... Iba a prepararme algo de cenar. Mañana empiezo en la oficina —digo.

—Te va a ir fenomenal, ya verás. Y después nos tomamos un vino.

Sonrío. Aunque no me apetece nada salir, me estoy esforzando por dejarme llevar por ellas: Marina y Sandra. Son las que no han permitido que me hundiera en ese agujero negro de apatía que me consume desde que ocurrió aquello en lo que procuro no pensar cada minuto del día.

—Yo os aviso cuando salga —contesto.

—Más te vale —dice ella—. Que descanses.

Cuelgo.

Es la primera noche que voy a pasar sola en seis meses. Por fin he salido del sofá-cama de mi amiga Sandra. Ella ha insistido en que podía quedarme a vivir en su casa todo lo que yo quisiera e incluso me ha insinuado que quizá era un poco pronto para buscar piso. "¿Estás segura de que te encuentras lo bastante bien?" me había preguntado.

Lo que ella no sabe es que nunca voy a estar completamente bien. Da igual el tiempo que pase. Hay gente que dice que el tiempo todo lo cura. Pero yo no estoy de acuerdo. El tiempo anestesia, ensordece, aleja... Pero el daño ha calado en nuestro interior, ha transformado nuestra forma de ser. Quizá el sufrimiento agudo sea más tenue con el paso de los meses y los años, pero las cicatrices del alma no se quitan ni con un láser. Por eso triunfa la psicoterapia, porque la mayoría de personas que están rotas por dentro arrastran algún tipo de trauma infantil o no infantil, que, por supuesto, el tiempo no ha sido capaz de arreglar. Tachar los días en un calendario no cura.

Abro la nevera y me pongo un vaso de leche. Esa es mi cena. Aunque me prepararan una pizza, sería incapaz de probar bocado. Si he comido algo estos meses ha sido por mis amigas... Y aún así, he perdido cinco kilos.

—Hoy no me voy a forzar —digo en voz alta.

Mañana es mi primer día en mi nuevo trabajo y los nervios han terminado de cerrarme el estómago.

Me voy a la cama.

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