Capítulo 13


Cuando llego a la urbanización, me encuentro un Volvo de tamaño mediano frente a la puerta y, fuera del coche un hombre alto, vestido con unos pantalones de chándal cortos y negros y una camiseta blanca de manga corta que deja entrever algo de lo que hay debajo.

—Buenos días, ¿vienes preparada? —me pregunta.

Le sonrío con timidez. Se me hace muy extraño verlo así vestido. Pero no por eso me parece menos sexy... Todo lo contrario.

Dentro del coche está Dama, sentadita y atada con su arnés al cinturón. Cuando me coloco en el asiento del copiloto, la pastora alemana se estira hacia delante y me da un cariñoso lametón en la oreja.

—Hola, preciosa —la saludo.

Alargo mi brazo izquierdo y la acaricio detrás de las orejas. Ella ronronea como si fuera un gato. Al volver a ponerme derecha, advierto que Mario me está observando.

—He traído filetes de pollo empanados, Cocacola light y barritas energéticas —le digo.

Él esboza una preciosa y perfecta sonrisa mientras arranca.

—Pues yo llevo una barra de pan y tortilla de patata casera para los dos —me informa.

Salimos de la ciudad por la autopista. Al principio los dos guardamos silencio. Miro por la ventanilla y me recreo en las montañas, que ya se adivinan a lo lejos. Querría preguntarle que cómo es posible que hoy tenga el día libre. ¿Ha gastado un día suelto de vacaciones?

Le miro de reojo. Sostiene el volante con suavidad, conduce relajado. No paso por alto las venas que marcan el relieve de sus brazos junto con la musculatura trabajada y proporcionada. La piel es tan morena como la de su rostro.

—¿Eres de Madrid? —me pregunta él.

Me pilla totalmente desprevenida fijándome en la forma de su cuello y en lo que ha crecido últimamente su barba, sin llegar a ser del todo tupida.

—Hace muchos años que vivo aquí —le explico—. Crecí en Valladolid y luego vine a Madrid a estudiar empresariales.

—¿Empresariales? —me pregunta extrañado—. ¿Y cómo es que ahora te dedicas a los animales? Perdona si son muchas preguntas, es que me generas mucha curiosidad.

Me hace reír.

—Porque empecé a trabajar en una oficina y no me gustó. Me sentía atrapada... Tenía la sensación de que toda mi vida iba a ser igual: encerrada entre cuatro paredes, rellenando informes y plantillas... Supongo que me agobié ante la idea... —guardo silencio un instantes y después le devuelvo la pelota— ¿Y tú? ¿Eres de aquí?

—Sí, de un pueblo de las afueras de Madrid —responde.

—¿Y estudiaste aquí? —pregunto.

—No... Estudié telecomunicaciones en Harvard gracias a una beca —dice muy serio.

Guardo silencio. Es demasiado perfecto, ¿no? Guapo, joven, alto y musculoso, dinero, un buen trabajo, un perro precioso, Harvard... ¿Habrá algo que esté fallando?

De nuevo me asalta ese miedo a la decepción que ya he vivido en otras ocasiones. Cuando alguien me impresiona mucho siempre ocurre algo que tira a esa persona del pedestal. ¿Por qué demonios seré tan exigente cuando soy la persona más imperfecta del mundo?

—¿Estás bien, Aura? Háblame de ti, créeme no soy muy interesante —dice él.

—Sí... Es sólo que vaya, Harvard... Guau.

—Es un sitio en el que se habla inglés y hay muchos pijos. Puedo decirte que tengo compañeros de la Politécnica de Madrid sin nada que envidiar a mi formación —dice él con cierta amargura.

Podría malinterpretarse como unas palabras de falsa modestia, sin embargo, mi instinto me dice que se trata de otra cosa... Quizá algún mal recuerdo, o tal vez no se sintió a gusto mientras estuvo allí... Quién sabe.

Le observo con interés. Le ha cambiado el gesto: ahora está serio y pensativo.

Estamos subiendo ya un puerto de montaña.

—¿Dónde vamos? —le pregunto—. El paisaje es precioso, nunca había estado en esta zona.

—Es el puerto de Canencia. A veces hago bicicleta de montaña por las mañanas el fin de semana. Lo que ocurre es que con la bici no me suelo traer a Dama.

—Pues hoy se va a poner muy contenta, ¿verdad gordita? —le pregunto a la pastora alemana, que va mirando por la ventana, muy interesada también en las vistas.

Tras unas cuantas curvas cogidas con bastante suavidad y destreza, Mario aparca el Volvo en una explanada que sirve de parking y ambos salimos del coche. Después, Dama con su larga correa y su arnés, camina con nosotros montaña arriba. 

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