Capítulo 1
—Hoy no puedo quedar, mi madre me ha pedido que le ayude con unas cosas en la tienda —me dice, el muy caradura.
Llevo tres semanas sin ver a mi novio. Ya, ya... Su madre.
Cuelgo, muy enfadada. De hecho, no sé si seguir llamándolo novio. Imagino que para llamar novio a un hombre se requiere cierta continuidad en la relación...
—¡Es que ni siquiera hablamos por teléfono! —salto indignada.
Me encojo de hombros. A quién quiero engañar, no es el amor de mi vida.
—Puf, ni de lejos —añado en voz alta.
Tampoco yo soy el amor de su vida.
—Ni de coña —me secundo.
Sólo nos hemos revolcado un par de veces.
—Y no ha sido para tanto —me contesto nuevamente haciendo una mueca de ni fú ni fá
Es lo que tiene vivir sola, la autoconversación. Bueno y el Satisfyer. Pero eso ya es otra cuestión.
Tres criaturas me observan inquietas desde el sofá. Dos bonitos labradores color café y un pequeño caniche. Son los perros que estoy cuidando este fin de semana. Han pasado una noche muy buena y de momento la convivencia es pacífica. Cada uno come un pienso distinto, en un plato distinto, a una hora distinta. Así que no hay competencia.
Me siento en el sofá y ellos se tumban conmigo, arropándome. ¿Cómo puede ser que tenga más éxito con ellos que con los hombres?
—Ojalá los hombres fueran como los perros —digo con fastidio.
Me levanto del sofá y camino hasta el armario. Vivo en un piso diminuto de cuarenta metros cuadrados en la ciudad de Madrid (en una zona que dista mucho de ser la calle Serrano). Pasear perros a diario, cuidarlos durante las vacaciones de sus dueños y llevarlos al veterinario, hace que pueda pagar cómodamente mi módico alquiler y mis necesidades básicas. Eso sí, lujos no.
Mientras, me las apaño para estudiar auxiliar de veterinaria y poder encontrar un trabajo fijo que mejore mi existencia. Me pongo un vaquero cómodo y una camiseta rosa de deporte ajustada que encontré en Decathlon a un precio de risa.
Me calzo unas deportivas y les agarro con las correas a los perretes. Los acaricio con efusividad.
—Eres un perro súper bueno y hermoso y bonito... —le digo a uno de los labradores—. Y tú eres un gordito peludo —añado al caniche—. Y tú —el otro labrador menea el rabo esperando su elogio—. Tú tienes los ojos más bonitos del mundo.
Me da un lametón en el brazo y me derrito de amor.
Lo cierto es que soy muy feliz haciendo lo que hago y no todo el mundo puede decir lo mismo.
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