Un brindis por Román
Román Jesús Gutiérrez nació un 25 de diciembre, en plena navidad. Un obstetra a medio camino entre la sorpresa y la indignación lo trajo al mundo con una copa de champagne en la mano. Esta conducta, que hoy pudiera parecer poco ética y profesional, en 1994 pareció no alterar la tranquilidad de ninguno de los involucrados. El recién nacido no se podía quejar, la madre estaba tan cansada y adolorida que poco le importaba lo que sucedía a su alrededor y el resto de las personas estaban igual de sorprendidas que el médico.
¿A quién se le ocurre nacer un 25 de diciembre a las 00.00hs.?
Tampoco fue un parto típico, Amelia, la mamá de Román, llegó al hospital con la criaturita casi fuera de sus entrañas, interrumpiendo el brindis de Nochebuena de los médicos de guardia.
Todo esto podría parecer una pintoresca anécdota para contar en alguna reunión aburrida, y de hecho hubiera quedado en esa clasificación de anécdota, si no fuera porque Román hizo de su forma de llegar a este mundo una especie de marca registrada, una cuestión inherente a su propio ser. Resulta ser que este niño arruinaría todos los brindis de navidad desde su más tierna infancia en adelante.
El día previo a su primer cumpleaños, dando sus primeros pasitos, se cayó de boca al piso y terminó en la guardia médica arruinando el brindis de la familia y los médicos, otra vez. El resultado fue, dos padres muy asustados, nariz sangrante, dos dientitos flojos, varios médicos de mal humor y ningún chinchín de navidad.
A los dos años se tragó una piedra, y si bien no terminaron en un nosocomio, el pánico generalizado que se apoderó de la familia volvió a arruinar el clásico brindis.
A los tres años, jugando con su perro, derrumbó la mesa sobre la que reposaban todas las copas y botellas que estaban esperando pacientemente que el reloj regalara doce campanadas.
Con el pasar de los años, la familia Gutiérrez intentaba tomar recaudos basados en las experiencias previas, pero todas las navidades la realidad los sorprendía con alguna situación no prevista y que siempre involucraba al niño navideño. Y no es que Román fuera una criatura especialmente propensa a los accidentes, no había nada fuera de lo normal en él durante el resto del año, pero el 25 de diciembre funcionaba como un mandato místico inquebrantable.
La pregunta que se fue instalando en el inconsciente de todos era, ¿los accidentes sucedían porque el destino obraba en forma caprichosa o porque ya todo el mundo los estaba esperando? Algo así como la pregunta del huevo y la gallina, pero con un niño y el brindis de nochebuena.
Bien, podemos seguir y seguir relatando los eventuales infortunios que año tras año conducían a la criatura y a su familia al fracaso brindístico, pero lo más importante es la sensación de ofuscación que se fue instalando en la mente de Román y su familia.
En la adolescencia Román Jesús decidió consultar con especialistas de todo tipo. Probó con sesiones psicología, reiki, hipnosis, cartas astrales, constelaciones familiares y cuanta terapia reconocida o alternativa que pudo encontrar. Nadie sabía la solución a su problema. No era un problema serio, es cierto, incluso algún que otro terapeuta se había burlado del planteo, pero esta cuestión del brindis se transformó en una realidad muy molesta para la familia Gutiérrez.
En el año 2015, cuando estaba a punto de cumplir 21 años, su apéndice decidió dar problemas justo el 24 de diciembre. A las 23.45hs. el joven entraba en la guardia del Hospital Italiano para una cirugía de urgencia. Por este motivo, Román pasó navidad y su cumpleaños internado en un sanatorio. Las cosas lejos de mejorar, empeoraban de una manera estrepitosa; pero no todo estaba perdido, en aquella despiadada tarde de diciembre comenzó a gestarse en su mente un plan para terminar con su maldición.
Tendido sobre la cama, con esa extraña sensación de dolor, cansancio y aburrimiento que solo los hospitales saben ofrecer a sus clientes, buscó todo tipo de información en internet. Ni él mismo sabía a ciencia cierta qué buscaba, pero intuía que en algún sitio iba a encontrar alguna solución para no caer en el mismo destino año tras año. De pronto, un golpe de suerte cambiaba su mal humor. La respuesta estaba ante sus ojos, la respuesta que había buscado durante tantos años. Y la respuesta era tan simple y perfecta, que la emoción le llegó hasta los huesos.
Necesitaba alejarse de su familia, pero no solo hablando de distancia física, sino de horario también. La rotación del planeta tierra hace que hora tras hora, las diversas regiones reciban la navidad, conforme van llegando las 12 de la noche según su ubicación geográfica respecto al meridiano 180, que es el que se emplea en todo el mundo como línea internacional de cambio de fecha. El perspicaz joven descubrió que la isla Navidad, en la República de Kiribati, ubicada al noroeste de Australia, sería la primera región del planeta en recibir el 25 de diciembre (y cualquier otra fecha también, claro). Si él viajaba a la isla para esa fecha, obtendría 17 horas de separación entre su brindis y el de su familia.
El rumbo ya estaba trazado, pero solo tenía un año para reunir el dinero necesario para realizar tremendo viaje. Y aunque parezca increíble lo que comenzó como una simple meta de un joven desesperado, se fue transformando en una causa común de toda una nación.
Los primeros movimientos fueron por redes sociales, en las cuales Román y sus amigos lanzaron campañas para recaudar fondos. "Todos por Román y un brindis tranquilo" "Alejemos a Román de su familia" "Este año rompemos la racha", pero poco a poco los medios masivos se fueron interesando en la historia de este particular joven y lo convocaron para entrevistas radiales y televisivas. Todo este asunto se convirtió en una bola de nieve imparable. Además de las entrevistas, lo convocaban para participar en comerciales y eventos varios, y recibía un buen pago por su sola presencia. Todo el mundo parecía estar encantado con su historia y con su ingenioso intento de salvar el brindis navideño de su familia.
En tres meses ya había reunido suficiente dinero para ir a la isla y volver, pero los fondos seguían llegando a raudales, y este fue un momento crucial para el niño navideño devenido en adulto conflictuado. ¿Y si los 21 años de calvario que había padecido tenían una finalidad después de todo? Para noviembre de ese año, el monto recaudado superaba veinte veces el necesario para realizar el viaje. La mente de Román se volvió entonces una maraña de sentimientos varios.
El 10 de diciembre decidió dar una última entrevista televisiva en el programa con más audiencia a nivel nacional. Sin embargo, nadie esperaba escuchar lo que Román tenía para decir. Primero pidió perdón a su familia porque había decidido arruinarles de nuevo el dichoso brindis, y después contó como pensaba utilizar el dinero recaudado. El lema "Todos por Román y un brindis tranquilo" se transformó en "Todos merecen un brindis de navidad", resulta ser que el hombre navideño había aprendido a dejar de mirar su propio ombligo para ver realidades muchos más crueles que la suya.
Parte del dinero se utilizó en una gran cena de navidad para aquellos que no tenían posibilidades de celebrarla. La familia Gutiérrez participó de aquella reunión y por supuesto el brindis fue interrumpido por un pequeño inconveniente con el hombre disfrazado de Santa Claus. El pobre desdichado se tropezó con Román mientras hacía su hermosa entrada triunfal al gran salón y ambos terminaron revolcados en el suelo rodeados de regalos, moños de colores y papeles brillantes, pero todo esto ya no tenía mayor importancia.
Este paso fue el primero de una serie de emprendimientos que buscaban hacerle más sencilla la vida a gente con problemas reales. Román decidió usar su "desgracia" para favorecer a mucha gente sin recursos.
El viaje a la Isla de Navidad fue suspendido indefinidamente, después de todo ya tendría tiempo de ir arruinando brindis por otros sitios del planeta, por el momento su misión estaba aquí, con su gente.
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